lunes, 8 de octubre de 2012

Un 8 de octubre


Hubo un ratón que se creyó león. Hubo un Cascanueces que se creyó Napoleón. Hubo un pobre diablo que se creyó genial. Hubo un sanguinario que se creyó redentor.

Hubo un guerrillero de pocas luces que se creyó Aníbal y se fue a las montañas queriendo matar canallas con su cañón de futuro.

Hubo un predicador de odio, del odio como fría máquina de matar.

Hubo un mortal triste que tembló ante el fusil asesino y dejó de ser león, ya no sería Napoleón, ya carecía de genialidad, y ahora trataba solo de ser redentor de sí mismo, y librarse de la muerte porque vivo, pensaba, podría ser más útil.

Y murió, fue asesinado para convertirse en figura de mercadeo y ser solo un pedestal para curiosidad de los turistas.

No vale la pena mencionar su nombre.

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