martes, 28 de enero de 2020

CRISTIANISMO ¿LA VERDAD REVELADA?


Mario J. Viera

En mi cuenta de Facebook, no hace mucho, coloque un mensaje que decía: La única "verdad revelada" es que no existen verdades reveladas. Me refería claramente a las verdades reveladas de las ideologías, tanto las políticas como las económicas. Sin embargo, una estimada amiga, católica convencida, tomó el mensaje como si fuera el todo, y me ripostó, diciendo: “Falso. La verdad se reveló en Cristo, que tomó el nombre de Jesús cuando habitó entre nosotros. Él es la imagen visible del Dios invisible. Vino a decirnos que el amor es lo más importante de la vida. Amaos unos a otros”. Mi réplica a su comentario fue esta: “No toqué el tema religioso. Pero como alguien se puede sentir lastimado, aclaro: Me refiero a las "verdades" que proponen las ideologías, tanto políticas como económicas. Amiga...”

Pero, por otra parte, Jesús no dijo que él era la verdad revelada, si no que él era la verdad. La relación de Jesús con la Verdad, solo es recogida en el evangelio de Juan, en Juan 14: 5 y 6, se dice: “Tomás le dijo: Señor, si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí”; y en Juan 18: 37 y 38: “...para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz. Pilato le preguntó: ¿Qué es la verdad?” Hay que destacar algo al respecto de este diálogo entre Jesús y Pilato. Se trata de una recreación literaria, una dramatización elaborada por el autor de ese Evangelio; Juan no pudo ser testigo presencial de tal diálogo, pues este transcurrió en el Pretorio, lugar donde ningún judío accedería a entrar por temor a la contaminación de la impureza, tal como se establecía en la Torá.

Jesús nos dice que él nació para dar testimonio, es decir, para aseverar, para afirmar o asegurar la verdad; pero, ¿Qué es la verdad? Él es la verdad y el camino; es la verdad en oposición a las enseñanzas de los sacerdotes saduceos que se enriquecían con los diezmos y ofrendas que se hacían al templo. Él era la verdad, frente a la hipocresía de los fariseos, casta de ricos latifundistas. Él, como verdad, frente a lo que dictaban las leyes de Moisés; por eso se proclama como el camino; y Juan afirma: “Porque la ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad fueron hechas realidad por medio de Jesucristo” (Juan 1:17) Aún más, y siempre en el Evangelio de Juan, cuando le habla a los judíos que habían creído en su palabra: “Dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8: 31 y 32). Libres de las cargas que imponían las leyes mosaicas. Conociendo la verdad se harían libres; libres de los prejuicios, de las tradiciones, de los dogmas, de las pasiones desmedidas ─ los
Tres Venenos, la codicia, la ira y la ignorancia ─ que conducen al error. Más adelante, se recalca (Juan 8: 39 y 40), cuando los judíos le dicen que eran hijos de Abraham, que nunca han sido esclavos de nadie “Jesús les dijo: Si fuerais hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. Pero ahora procuráis matarme a mí, un hombre que os ha hablado la verdad, la cual he oído de Dios; eso no hizo Abraham”. Ellos son esclavos de las mentiras, de las pasiones y de la soberbia, es decir del pecado, de la hamartia, lo que, según Agustín de Hipona, se produce “cuando la soberbia personal ama una parte del todo haciendo de ella un falso todo”.

(Entre paréntesis hagamos una observación sobre el contenido de este capítulo 8 de Juan. Se detecta en él una posición completamente antijudía que, en el futuro, originaría el antisemitismo. En el versículo 44 aparece esta condenación a los judíos, cuando se pone en boca de Jesús, el decir: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de sí mismo habla, porque es mentiroso y padre de la mentira”. Es evidente, que este pasaje fuera una interpolación realizada por algún copista mucho tiempo después de su redacción original).

¿Pero cómo conocer la verdad? La verdad para Jesús está precisamente dentro de nosotros: “... el Reino está dentro de vosotros y fuera de vosotros”. Para ello, primero es conocerse a sí mismo: “Cuando lleguéis a conoceros a vosotros mismos, entonces seréis conocidos y caeréis en la cuenta de que sois hijos del Padre Viviente. Pero si no os conocéis a vosotros mismos, estáis sumidos en la pobreza y sois la pobreza misma” (Tomás 3). Dios no está ausente, ni distante; está en nuestro derredor y dentro de nosotros mismos; pero para llegar a descubrirlo tenemos primero que autoconocernos y discernir entre lo que hay de luz y de sombras en nuestro interior: “El que tenga oídos, que escuche: en el interior de un hombre de luz hay siempre luz y él ilumina todo el universo; sin su luz reinan las tinieblas” (Tomás 24), porque, “Quien sea conocedor de todo, pero falle en (lo tocante a) sí mismo, falla en todo” (Tomás 67). Cuando nos conocemos, tal como somos, sin máscaras exteriores ni interiores, renacemos, no en la carne, sino en el espíritu: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. (Juan 3:5 y 6)

Pero Jesús es el Logo, el Verbo de vida, la vida manifestada, así lo dice Juan en su epístola, “y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre y se nos manifestó” (1 Juan 1: 1 y 2). Dios siempre está dispuesto para el perdón, Dios es Luz, pero nosotros andamos dentro de las tinieblas, por ello erramos y nos apartamos de la Luz. Debemos conocernos, saber que somos propensos a las transgresiones. Si decimos que no tenemos hamartia, que no erramos, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Y la verdad está en Jesús, y esa verdad es demoledora e iconoclasta, pero no es una verdad mística sino una poderosa, natural y real; esa verdad se manifiesta en sus enseñanzas.

Las prédicas de Jesús eran una revolución enfrentada a las corrientes religiosas en boga de su tiempo. La antítesis de todo lo contenido en la Torá judía. ¿Acaso no reta la sacralidad del Sabbath? Así lo cita Marcos (Marcos 2:27 y 28): “Y Él les dijo: El Sabbath se hizo para el hombre, y no el hombre para el Sabbath. Por tanto, el Hijo del Hombre es Señor aun del Sabbath”. Por otra parte, no hay referencia alguna, en los textos canónicos, de que Jesús orara o hiciera sacrificios en el Templo de Jerusalén, como era lo habitual entre todos los judíos. El templo, para él no era el lugar verdadero para adorar a Dios (al Padre). Juan lo hace evidente, al relatar el encuentro de Jesús con una mujer samaritana (Juan 4: 20 y 21, 23 y 24): “Nuestros padres ─ le dice a Jesús la samaritana ─ siempre vinieron a este cerro para adorar a Dios y ustedes, los judíos, ¿no dicen que Jerusalén es el lugar en que se debe adorar a Dios? Jesús le dijo: Créeme, mujer: llega la hora en que ustedes adorarán al Padre, pero ya no será en este cerro o en Jerusalén (...) Pero llega la hora, y ya estamos en ella, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Entonces serán verdaderos adoradores del Padre, tal como él mismo los quiere. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad”. ¡En verdad! Tal y como es Dios, (Elohá), espíritu, esencia que todo envuelve, cuya presencia está en todo el universo. Esencia que no puede quedar atrapada en el espacio limitado de las cuatro paredes de un templo. “Yo soy la luz que está sobre todos ellos. Yo soy el universo: el universo ha surgido de mí y ha llegado hasta mí. Partid un leño y allí estoy yo; levantad una piedra y allí me encontraréis” (Tomás 77).  Ente puro, sin representación posible.

No es en el Templo, tampoco es en las sinagogas, donde Jesús oraba; lo hacía en un lugar apartado, desierto, o sobre una colina, en cualquier espacio abierto donde está la esencia universal del Padre de la Vida. Oraba en comunión con el Padre, en intercomunicación de espíritu a Espíritu. Orar, para Jesús, es una conversación en privado con el Padre. “Y cuando ores ─ así lo dice Jesús ─, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa”. Mejor es orar en la intimidad del dormitorio, en secreto: “...cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mateo 6:5 y 6).

Y Marcos, discípulo de Pedro y sobrino de Bernabé, en su Evangelio, que los estudiosos no dudan en datar como el más antiguo de los cuatro, y del cual bebieron Mateo y Lukas para escribir sus evangelios, anota: “Cuando salía del templo, uno de sus discípulos le dijo: Maestro, ¡mira qué piedras y qué edificios! Y Jesús le dijo: ¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra que no sea derribada”. (Marcos 13: 1 y 2) El Templo se había convertido en casa de ladrones y usureros con beneplácito de los sacerdotes saduceos, que en parte recibían prebendas. Y Jesús se vuelve contra todos aquellos especuladores. Marcos 11: 15 y 16: “Llegaron a Jerusalén. Y, entrando en el Templo, comenzó a expulsar a los que vendían y a los que compraban en el Templo, y volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas. Y no permitía que nadie transportase cosas por el Templo”.

Era un reto lanzado por Jesús a los sacerdotes que lucraban con los sacrificios que se hacían en el Templo, algo por algunos considerado como una destrucción simbólica del Templo por parte de Jesús y, con ello, también la destrucción de los antiguos y tradicionales ritos. Así mismo debieron considerarlo los sumos sacerdotes, Caifás y Anás.

En toda la enseñanza de Jesús no existe referencia a favor de la circuncisión, al menos en los textos canónicos. La única referencia al respecto aparece en el texto copto de Nag Hammadi del Evangelio, que ha sido considerado apócrifo, de Tomás[1] en la frase 53: “Sus discípulos le dijeron: ¿Es de alguna utilidad la circuncisión o no? Y él les dijo: Si para algo valiera, ya les engendraría su padre circuncisos en el seno de sus madres; sin embargo, la verdadera circuncisión en espíritu ha sido de gran utilidad”. En Jesús, además, nada existe que le iguale con la misoginia de Pablo de Tarso. Marcos y Mateo mencionan que “muchas mujeres” seguían a Jesús (Marcos: 15, 4O-41; Mateo 27, 55-56); y el Evangelio de Tomás, en la frase 114 se dice: “Simón Pedro les dice: Que María salga de entre nosotros, pues las hembras no son dignas de la vida. Jesús dice: He aquí que le inspiraré a ella para que se convierta en varón, para que ella misma se haga un espíritu viviente semejante a vosotros varones. Pues cada hembra que se convierte en varón, entrará en el Reino de los Cielos”. Es decir, la mujer se iguala al hombre, con los mismos derechos.

Existen muchas evidencias, se recogen en los escritos gnósticos que la Iglesia oficial relegó como heréticos y apócrifos, que María, la de Magdala, tuvo una relación estrecha con Jesús, que algunos hasta han pretendido que ella llegó a convertirse en su esposa, algo que no puede considerarse como cierto. Si en realidad hubiera sido la esposa del Rabí, del Maestro, los evangelistas no la habrían tratado tan mal como hicieron ─ Marcos dice y lo repite Lucas que de ella “habían salido siete demonios” ─. Por otra parte, era común y se reconocía como virtud que los rabíes fueran casados, lo cual, si Jesús se hubiera casado con alguna mujer, fuera María o cualquier otra, no hubiera escandalizado a ninguno de sus seguidores. María la magdalena, con independencia de las lagunas que al respecto existen en los textos canónicos, era la discípula favorita de Jesús. Sin embargo, el celibato de Jesús, no hay que ponerlo en dudas, dado a sus estrechas relaciones que mantuvo con los esenios, hasta el punto que muchos estudiosos llegaron a considerar que en algún momento fue miembro de esa secta del judaísmo. En las comunidades esenias, de las cuales había una en el mismo Jerusalén, se practicaba el celibato, aunque una parte de los esenios sí permitían el matrimonio, siempre que fuera monógamo, obligación incluso para los reyes.

En el Capítulo 13 de Juan, en el relato de la última cena de Jesús, hay tres versículos que resultan interesantes, y para algunos traductores resultan perturbadores. Estos tres versículos son los numerados del 23 al 25. Según se recoge en la versión antigua de Reina-Valera, se dice: 13: 23 Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado en el seno de Jesús. (...) 13:25 El entonces recostándose sobre el pecho de Jesús, dícele: Señor, ¿quién es? Pero ya en la versión de 1960, el pasaje es redactado de la siguiente manera: 23 Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús. 24 A éste, pues, hizo señas Simón Pedro, para que preguntase quién era aquel de quien hablaba. 25 El entonces, recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: Señor, ¿quién es?

En la Nueva Versión Internacional, la traducción, es como sigue: 23 Uno de ellos, el discípulo a quien Jesús amaba, estaba a su lado. 24 Simón Pedro le hizo señas a ese discípulo y le dijo: Pregúntale a quién se refiere. 25 Señor, ¿quién es? —preguntó él, reclinándose sobre Jesús. Por otra parte. en la versión Palabra de Dios para Todos (PDT) la traducción que se ofrece es la siguiente: 23 Al lado de Jesús estaba el seguidor a quien Jesús amaba. 24 Entonces Simón Pedro le hizo señas para que le preguntara a Jesús de quién estaba hablando. 25 Este seguidor se acercó aún más a Jesús para preguntarle: Señor, ¿quién es?

Si se va al texto griego del evangelio de Juan, en el versículo 23 se dice que el discípulo (matheton) estaba reclinado (ánakeimenos) en el seno (kólpo) de Jesús. Y en el versículo 25 se dice que el discípulo amado de Jesús estaba recostado (ánapeson) sobre (epi) el pecho (stéthos) de Jesús.

Cabe una interpretación diferente a la que oficialmente se ha mantenido por siglos. ¿El “discípulo amado” por Jesús era en realidad un hombre, Juan? ¿Acaso no podría ser una mujer, una “discípula amada” de Jesús, que tiernamente reclina su rostro sobre el pecho del Maestro? Y si en realidad se trataba de una amada discípula de Jesús. ¿Quién hubiera podido ser esta? Sin ninguna duda, habría que decir que esa no era otra que María Magdalena.

En la doctrina de Jesús existen muchos elementos que son comunes con la doctrina esenia. Un ejemplo de ello puede encontrarse en lo que Jesús dijo sobre el jurar. Los esenios rechazaban cualquier tipo de juramento pues ellos se sentían obligados a decir siempre la verdad. En esa misma línea parece ser lo dicho por Jesús, citado por Mateo 5: 33 – 37: “...habéis oído que se dijo a los antepasados: No jurarás falsamente, sino que cumplirás tus juramentos. Pero yo os digo: no juréis de ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del Gran Rey. Ni jurarás por tu cabeza, porque no puedes hacer blanco o negro ni un solo cabello. Antes bien, sea vuestro hablar: Sí, sí o No, no; y lo que es más de esto, procede del mal”. Sin embargo, y aunque es muy probable que Jesús conociera y hasta hubiera tenido algún encuentro con los esenios ─ quizá el Bautista habría sido en algún momento un esenio ─, no puede cotejarse que Jesús, en sí mismo, fuera un adepto al esenismo, aunque, en su doctrina y la de aquellos, hubiera algunas coincidencias. Muchas, en cambio, son las diferencias que entre ambas doctrinas pueden formularse.

La verdad de Jesús, no se encuentra en las citas del antiguo Testamento, que al judeizante Mateo le encantaba citar. La verdad de Jesús, está en su enseñanza, en contradicción con la doctrina tradicional. El libro viejo, debe ceder el paso al nuevo. Así lo cita Marcos 2:22: “Y nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque entonces el vino romperá el odre, y se pierde el vino y también los odres; sino que se echa vino nuevo en odres nuevos”. Ahora se trata de un nuevo pacto “entre Dios y su pueblo” (Marcos 14: 23 y 24; Mateo 26: 27 y 28; y Lucas 22: 20). Su enseñanza es vino nuevo y ha de guardarse en odres nuevos. La Tanaj, solo como referencia. En ningún momento utilizaría las expresiones de Adonai o Hashem, sustitutos del tetragramaton YHWH (יהוה), para referirse a Dios, él solo lo denomina diciendo Abba, Padre, mostrando una vinculación más estrecha y cercana del hombre con Dios.   

Jesús no estableció jerarquías entre sus discípulos. ¿Qué le dijo a la madre de los Zebedeo, cuando esta le pidió que sus dos hijos se sentaran uno a su derecha y el otro a su izquierda? Jesús le responde y le dice: “No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber? Ellos le dijeron: Podemos. Él les dijo: Mi copa ciertamente beberéis, pero sentarse a mi derecha y a mi izquierda no es mío el concederlo, sino que es para quienes ha sido preparado por mi Padre. Al oír esto, los diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, llamándolos junto a sí, dijo: Sabéis que los gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y que los grandes ejercen autoridad sobre ellos. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera entre vosotros llegar a ser grande, será vuestro servidor, y el que quiera entre vosotros ser el primero, será vuestro siervo; así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20: 20 – 28).

No, él no fundó una iglesia nombrando diáconos, presbíteros (ancianos)[2] y obispos, y, mucho menos un vicario, colocado como “cabeza de la iglesia”. Fue Pablo, un ilustrado fariseo, que no conoció personalmente a Jesús, el que creó las personalidades de ancianos y obispos. La supuesta institución de Simón Pedro como cabeza de la futura “iglesia” de Jesús, solo es mencionada por Mateo (16: 13 – 20). Es muy probable que este texto haya sido, o incluido en el cuerpo del Evangelio o modificado en parte, después de la proclamación del Edicto de Milán, dictado por el emperador romano Constantino, y, muy en especial, luego del Concilio de Nicea (entre el 20 de mayo y el 19 de junio de 325), convocado por el propio emperador Constantino, cuando el cristianismo se convirtió en iglesia universal, tal como era el Imperio Romano, y se jerarquizara su estructura. Es probable que el texto “original” fuera el siguiente:

13 Y viniendo Jesús a las partes de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? 14 Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; y otros; Jeremías, o alguno de los profetas. 15 Él les dice: Y vosotros, ¿quién decís que soy? 16 Y respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. 17 Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, mas mi Padre que está en los cielos... 20 Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo”.

Los versículos 18 y 19 son, con toda evidencia, un aporte nuevo, una nueva interpolación al texto, para poder justificar el papado, con la siguiente redacción:

18 Mas yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. 19 Y a ti daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que ligares en la tierra será ligado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.

Si se analiza lo escrito por Marcos y Lucas sobre el mismo tema, se hará claramente la interpolación dentro del texto de Mateo:

Marcos 8: 27 - 30: Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos le respondieron: Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas. Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Pedro respondió: Tú eres el Mesías. Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él.

Y Lucas repite lo mismo dicho por Marcos, sin la inclusión de los versículos agregados en el texto de Mateo

Lucas 9:18 - 21:  Y sucedió que mientras él estaba orando a solas, se hallaban con él los discípulos y él les preguntó: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos respondieron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado. Les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro le contestó: El Cristo de Dios. Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie.

Aunque según anota Mateo (15: 24), Jesús afirmara: “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”, esto no puede ser tomado al pie de la letra como para incluir en el mismo los territorios que formaban los reinos del Norte (Israel) y del Sur (Judea). En tiempos de Jesús, todo el territorio que se conoció por los romanos como Palestina, a la muerte de Herodes I el Grande, el 4 a.C, el reino de Judea fue dividido en las tetrarquías de Judea, Samaria, Perea y Galilea. Es posible que Mateo generalizara todos estos territorios como si fuera un solo pueblo, el pueblo de Israel; pero esto carece de credibilidad, ya que, en Judea, se veía a los galileos como gente rústica con influencias paganas, a Galilea la denominaban Galilea de los gentiles o Galilea de las Naciones. Sobre esto señala Douglas Tenney[3]: “El norte de Neftalí estaba habitado por una raza mixta de judíos y paganos (Jdg 1:33). Su población israelita fue llevada al cautiverio a Asiria y fue reemplazada por una colonia de inmigrantes paganos, de ahí que se la llamara Galilea de los gentiles (Is 9:1), (Mt 4:15-16). Durante y después del cautiverio, la mezcla predominante de razas gentiles empobreció la adoración del judaísmo. Por el mismo motivo, el acento y el dialecto galileo era marcadamente particular (Mt 26:73). Los judíos del sur, de sangre más pura y tradición más ortodoxa, los despreciaban (Jn 1:46), (Jn 7:52); comparar (Is 42:6), (Mt 15:24)”. En Juan 7: 50 – 53, se dice: “Nicodemo, el que había venido a Jesús antes, y que era uno de ellos, les dijo: ¿Acaso juzga nuestra ley a un hombre a menos que le oiga primero y sepa lo que hace? Respondieron y le dijeron: ¿Es que tú también eres de Galilea? Investiga, y verás que ningún profeta surge de Galilea. Y cada uno se fue a su casa”.

Hasta Natanael, el Cananeo, también conocido como Bartolomé, llamado por Felipe, y aunque también galileo, se admira de que un supuesto Mesías profetizado pudiera ser de aquel insignificante pueblucho de la Galilea, Nazaret. Juan 1: 45 y 46: “Felipe encontró a Natanael y le dijo: Hemos encontrado a aquel de quien escribieron Moisés, en la Ley, y también los Profetas: a Jesús hijo de José, de Nazaret. Natanael le dijo: ¿De Nazaret puede salir algo bueno?

En realidad, muchos de los habitantes de Galilea no eran israelitas. No obstante, a todo esto, Jesús dedicó la mayor parte de su labor de predicación en Galilea.

¿Qué decir de Samaria y de los samaritanos? Despreciados eran por los judíos, me refiero a los sacerdotes saduceos y a los fariseos. Ellos no veían a Samaria como parte del “pueblo de Israel”. Cuando Jesús les reclama a los judíos que le cuestionaban, ellos les responden, como pronunciado un insulto: “¿No decimos, con razón, que eres samaritano y que tienes un demonio?” (Jn. 8, 48).

En Samaria sucedió algo similar a lo acontecido en Galilea, cuyo territorio formaba parte del Reino del Norte. En el año 726 a.C. Salmanasar, rey de Asiria comenzó a asolar al Reino del Norte y en el 722 a.C, luego de conquistar la ciudad de Samaria llevó a muchos de sus habitantes como cautivos a Asiria. En 2 Reyes 17:1-24 se relatan todos los hechos de la caída del Reino del Norte (Israel) y el abandono de Yahvé:

 En el año duodécimo de Acaz rey de Judá, comenzó a reinar Oseas hijo de Ela en Samaria sobre Israel (Reino del Norte); y reinó nueve años. (...) Contra éste subió Salmanasar rey de los asirios; y Oseas fue hecho su siervo, y le pagaba tributo. (...) Y el rey de Asiria invadió todo el país, y sitió a Samaria, y estuvo sobre ella tres años. En el año nueve de Oseas, el rey de Asiria tomó Samaria, y llevó a Israel cautivo a Asiria, y los puso en Halah, en Nabor junto al río Gozán, y en las ciudades de los medos. Porque los hijos de Israel pecaron contra Yahvé su Dios (...) Y los hijos de Israel anduvieron en todos los pecados de Jeroboam que él hizo, sin apartarse de ellos, hasta que Yahvé quitó a Israel (Reino del Norte o Samaria) de delante de su rostro, como él lo había dicho por medio de todos los profetas sus siervos; e Israel fue llevado cautivo de su tierra a Asiria, hasta hoy. Y trajo el rey de Asiria gente de Babilonia, de Cuta, de Ava, de Hamat y de Sefarvaim, y los puso en las ciudades de Samaria, en lugar de los hijos de Israel; y poseyeron a Samaria, y habitaron en sus ciudades”. 

Las maldiciones contra Samaria no cesarían y Miqueas escribe sobre Samaria invocando como palabra de Yahvé:

Voy a convertir a Samaría en un campo de ruinas, en un plantío de viñas. Haré rodar sus piedras por el valle, dejaré desnudos sus cimientos. Todos sus ídolos serán machacados, todas sus ganancias quemadas en el fuego, aniquilaré todas sus imágenes, porque con ganancias de prostitución las reunió y a ganancias de prostitución tornarán” (Miq. 1, 6-7)

Jesús pasó por alto todo aquel desprecio y todos aquellos prejuicios que en Judea se alzaban contra Samaria. Lucas en su evangelio, relata de oídas una experiencia de Jesús con unos enfermos de lepra que le salieron al camino; uno de ellos, samaritano, y los diez le imploraban:

“Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros. Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que, mientras iban, quedaron limpios. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies dándole gracias. Éste era samaritano. Jesús le preguntó: ¿No son diez los que han quedado limpios? Y los nueve, ¿dónde están?  ¿No hubo quien volviera y diera gloria a Dios sino este extranjero? (Lucas 17: 11 – 19).

¿Extranjero? Tal vez Jesús no haya utilizado tal calificativo, pero Lucas lo emplea para mostrar como los judíos veían a los samaritanos, como no miembros del “pueblo de Israel”.

En Juan 4: 5 – 9, se relata el encuentro de Jesús con la mujer samaritana de Sicar o Siquem: “Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta. Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber. Pues sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer. La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí”.

Luego de escuchar a Jesús la samaritana quedó muy impresionada y corrió al poblado a contar su experiencia con aquel judío que le había pedido agua para tomar. “Entonces vinieron los samaritanos a él y le rogaron que se quedase con ellos; y se quedó allí dos días. Y creyeron muchos más por la palabra de él, y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo”. (Juan 4: 40 – 42)

El poema del buen samaritano es una lección de tolerancia que le da Jesús a un maestro de la Ley que le pregunta “¿Quién es mi prójimo?” Y Jesús le narra la historia de aquel hombre que, asaltado por forajidos, le dejaron como muerto después de desnudarle y golpearle. Un sacerdote, al igual que un levita, representantes de la religión judía, cuando cada uno vio al hombre medio muerto, se echaron a un lado sin prestarle la menor de la asistencia. No se conmovieron ante la desgracia de aquel desconocido. Para suerte de aquel desgraciado pasó cerca de él un hombre, uno de esos denigrados samaritanos, de esos a quienes se veían como alejados de la mano de Dios. Y aquel samaritano, se compadeció del herido. “Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un mesón y lo cuidó”. Pero ahí no solo quedó la buena acción del samaritano, porque al día siguiente, “sacó dos denarios y se los dio al dueño del mesón”, diciéndole que le cuidara “y todo lo demás que gastes, cuando yo regrese te lo pagaré”. (Lucas 10: 30 – 37)

En Juan 3: 16, se dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Esto dicho así, podría implicar que Jesús va al sacrificio para salvar a los humanos de un merecido castigo de Dios. Pero, ¿merecía acaso el hombre ser liquidado por causa de su hamartia, de su accionar erróneo, consciente o inconsciente, de violar toda norma moral, inspirado por pasiones exageradas y rechazando a Dios? ¿Acaso no dio Dios a toda la evolución surgida de su aliento, la libertad de elección? ¿Era por tanto necesario que Jesús cargara en la cruz con todos los errores y desvíos de los hombres, para abrirle un camino de salvación? “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”, dijo Jesús (Juan 11:25 y 26). Creer en él, es decir, seguir sus enseñanzas por el entendimiento, por la moderación de las pasiones, que ennegrecen el alma y nacen del instinto de conservación del cuerpo material. Y Tomás le pregunta, “Si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?” Y Jesús le contesta: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14: 5 y 6). Lo espiritual está por encima de lo material, ese es el camino. Entonces, el que muera vivirá, bien recorriendo nuevos ciclos de vida o alcanzando la dimensión de la eternidad, donde no se envejece, no hay dolores ni enfermedades y no se vive en cuerpo material, sino en cuerpo nuevo, semejante al de los ángeles, en cuerpo astral.

Jesús no resucitó en cuerpo físico, sino en cuerpo astral. Un cuerpo formado por una materia muy sutil, energía y fotones. María, de haber el Maestro resucitado en cuerpo físico le hubiera reconocido desde el primer momento en que le viera, en el huerto. En Juan 16: 14 y 15, se relata que cuando María va al sepulcro y le encuentra vacío, se vuelve, “y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús” ¡María le confunde con el hortelano! No le reconoce cuando Jesús le pregunta: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” Ella, mirando de cerca al que creía ser un hortelano, le implora: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré”. En Lucas 24:13-18, 28-31; se cuenta que dos discípulos de Jesús que se dirigían a la aldea de Emaús, conversaban sobre todo lo que había acontecido en Jerusalén, cuando Jesús se les unió en el camino: “Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos. Mas los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen”. Cuando Jesús les preguntara de que ellos estaban comentando, Cleofás, un discípulo que, entre otras cosas, era pariente de Jesús, le dice: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?” Y continuaron su camino, mientras Jesús les hablaba sobre la muerte y resurrección, y seguían los dos discípulos sin reconocerle. “Llegaron a la aldea adonde iban, y él hizo como que iba más lejos. Mas ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos. Y aconteció que, estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista”. Jesús no es reconocido por dos discípulos que van caminando con él por varias millas y, cuando al fin, pudieron reconocerle, Jesús se desapareció ante la mirada atónita de ambos discípulos.

También en Lucas 24, en los versículos del 36 al 43, se relata la aparición de Jesús dentro del aposento cerrado donde se refugiaban los acobardados apóstoles. “Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu. Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y él lo tomó, y comió delante de ellos”. Los siguientes versículos hasta el 49, Lucas los tomó del evangelio judeizante de Mateo (Mt. 28.16-20), que pretendía que la predicación de Jesús se amoldaba a los presupuestos de la Tanaj.

Un cuerpo físico no puede penetrar dentro de una habitación con las puertas cerradas, esto solo es posible para cuerpos astrales, semejante al de los ángeles. Existe un libro que estaba recogido en la Septuaginta, y formando parte del Antiguo Testamento de la Biblia católica, pero rechazado por los protestantes, titulado Tobit o Tobías, donde se relata la relación entre el joven Tobías y el arcángel Rafael quien aparentaba ser un criado contratado por Tobit. En el Capítulo 12, último de este libro, Rafael se identifica ante Tobit y su hijo Tobías, diciendo en el versículo 5: “. Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están delante de la gloria del Señor y tienen acceso a su presencia"; y les explica la razón de haber estado él acompañando a Tobías: (18) “Cuando yo estaba con ustedes, no era por mi propia iniciativa, sino por voluntad de Dios. Es a él al que deben bendecir y cantar todos los días”. Luego, les aclara: (19) “Aunque ustedes me veían comer, eso no era más que una apariencia". Esto vale también para explicar que Jesús comió, “delante de ellos” una “parte de un pez asado, y un panal de miel”; “eso no era más que una apariencia”.

Para los gnósticos, Jesús no murió en la cruz por las transgresiones de la humanidad. En la cruz, murió su cuerpo. Su sacrificio no era por la redención del hombre, sino para mostrar el camino: ¡Nadie muere en realidad, porque subsiste el alma! Y él es la resurrección y la vida, y la resurrección es el abandono del cuerpo material para alcanzar el cuerpo astral. Jesús es el ejemplo, morir para resucitar, sin importar que tipo de muerte se reciba. Él es el camino, el que todo humano ha de seguir, la disposición a defender la Verdad aún al precio de la propia vida material, es la victoria sobre el karma negativo que el humano carga por sus errores; es la esperanza de alcanzar la dimensión de la eternidad en el Tiempo y en el Espacio. Vencer el temor, porque, hasta él mismo tuvo que sobreponerse al instinto de conservación. Ha sentido temor: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras” (Mateo 26:39) (Lucas 22: 41 y 42) Conocía a lo que se exponía: “Y estando en agonía, oraba con mucho fervor; y su sudor se volvió como gruesas gotas de sangre, que caían sobre la tierra” (Lucas 22: 44). Es el hombre que, por un momento, duda; pero se sobrepone. Se enfrenta a los tormentos, a las vejaciones y a una muerte indigna.

El concepto de la resurrección al final de los tiempos, en cuerpo físico para vivir una existencia física, es rechazada por los actuales gnósticos. Jorge Eduardo Medina Barranco, Maestro Gnóstico Cristiano, dice al respecto: “...si no comprendes el mensaje trascendental de Jesús y lo vives en tu propia vida, regresarás en un nuevo cuerpo, naciendo una y otra vez en un proceso de reencarnación (retorno y recurrencia) hasta que comprendas que no es un cuerpo físico, sino que eres espiritual igual que Cristo, uno con Dios, como Jesús, y no será ya necesario ese ciclo de retornos y recurrencias. Y eso ocurrirá independientemente del credo religiosos que poseas. Como afirmaron nuestros maestros, de qué sirve que Jesús haya nacido en Belén si Cristo no nace en el corazón de cada humano[4]

Y desde la cruz donde ha sido fijado ve los rostros de los fariseos y saduceos que hacen burla de él y a la soldadesca romana que se reparten sus vestiduras... ¿Es posible que haya orado al Padre para que les perdone por no saber lo que estaban haciendo? (Lucas 23:34) Esta cita de Lucas, que no fue testigo presencial de la agonía de Jesús, se ha puesto en dudas por algunos estudiosos. El Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica, Antonio Piñero, anota en su blog Cristianismo e Historia: “El principal problema de este pasaje es que no se halla en los principales manuscritos del Nuevo Testamento: el Papiro 75, los códices Sinaítico, Vaticano, Claromontano, Freeriano, etc. Ya sólo este hecho lo hace sospechoso. Por ello, la edición usual, científica, del Nuevo Testamento griego (Nestle-Aland, edición 27 lo edita entre dos paréntesis cuadrados, lo que indica que los editores dudan mucho de su autenticidad). Otro argumento en contra es que, si se elimina el texto, el pasaje de Lucas fluye con toda naturalidad. Con otras palabras: parece un añadido prescindible”.

En el Códice Sinaítico, en Lucas 23:34 (Y Jesús decía: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen), la frase fue incluida por un primer escriba; el primer corrector del Códice la marca como dudosa, pero el tercer corrector la borró del texto.

Lucas 23:33 – 35: Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes. Y el pueblo estaba mirando; y aun los gobernantes se burlaban de él, diciendo: A otros salvó; sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios.

Comparar: “Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. (...)Y el pueblo estaba mirando; y aun los gobernantes se burlaban de él, diciendo: A otros salvó; sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios”.

Ni Juan, ni Marcos, ni Mateo citan la frase de marras.

Ya entregado al martirio, todavía Jesús, siente no poder soportar más los sufrimientos que se le infligen y clama desesperado en su lengua: Elí, Elí, ¿lama sabactani?, que quiere decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:6)

Cuando nos percatamos de tantas modificaciones, agregados y supresiones que a los libros básicos del cristianismo se les ha hecho, ¿podemos asegurar que el cristianismo, tal como hoy se practica, es el original, el puro, o se trata de un cristianismo adulterado con los años, con numerosas revisiones para ajustarle a los cambios políticos que se iban produciendo durante los primeros siglos de su existencia? Como afirma, el ya citado Medina Barranco, la “iglesia surgida del Imperio Romano subvirtió el cristianismo, volviendo la espalda al mensaje de sus fundadores y se dejó corromper por el poder y el dinero. La novedad profunda del mensaje de Cristo cayó en el olvido e incluso se transformó en su opuesto”. La nueva religión organizada como Iglesia nacida en Antioquía, no en Jerusalén, de perseguida, luego del Concilio de Nicea, se convirtió en perseguidora, persiguió y asesinó a los paganos y ocupó sus templos que no habían sido destruidos; persiguió a todos los cristianos que no seguían sus dogmas, principalmente a los gnósticos, a los ebionitas, a los arrianistas, al marcionismo, a los ilusionistas del docetismo y fue despiadada con los judíos de la diáspora.

Es Saulo (Pablo) de Tarso quien le dio cuerpo al nuevo cristianismo, haciendo olvido de los apóstoles que seguían a Jesús y bebían directamente sus enseñanzas; porque Pablo se creía un elegido. Así lo dice a un grupo de judíos que en Antioquía de Pisidia “blasfemaban” contra él y Bernabé: “...así nos ha mandado el Señor: Yo te puse por lumbrera de las naciones a fin de que seas para salvación hasta los términos de la tierra” (Hechos 13:47). En Gálatas 2: 2,6 se muestra como por encima de los apóstoles: “Pero subí según una revelación, y para no correr o haber corrido en vano, expuse en privado a los que tenían cierta reputación el evangelio que predico entre los gentiles. (...) Y de aquellos que tenían reputación de ser algo (lo que eran, nada me importa; Dios no hace acepción de personas), pues bien, los que tenían reputación, nada me enseñaron”.

Pablo era un fariseo helenizado muy culto, “instruido a los pies de Gamaliel”, este, un reconocido fariseo y doctor de la ley que había sido miembro del Sanedrín. En Pablo se mezclaban la cultura farisea y la cultura griega. Muy influenciado por las doctrinas de los filósofos estoicos que se reflejaría en muchas de la cartas o epístolas que se atribuyen redactadas por él, como Romanos 2: 14 y 15: “En efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza”. Según Otoniel Duque[5], Pablo estaría haciendo referencia a la ley physei (lo que surge espontáneamente, lo primerio, lo original, lo auténtico), por naturaleza, principio de un derecho natural común a toda la humanidad, de grandes implicaciones dentro de las doctrinas estoicas. También ─ agrega Duque ─ se ha hecho exégesis estoica en Romanos VIII 16-17, donde se establece un vínculo con la doctrina de la ciudad compartida por hombres y dioses. “El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados”.

Esta influencia del estoicismo en la filosofía teológica de Pablo de Tarso también la considera Mario Margulis[6]. Así lo expone: “En los primeros años del desarrollo de la Iglesia cristiana, particularmente en los escritos de San Pablo y sus seguidores, se advierte la fuerte influencia de la filosofía estoica. Junto con la codificación de los actos prohibidos, que entraban en una categoría, que él denominaba ‘los pecados de la carne’, San Pablo, que no era favorable a la procreación (estaba convencido de la inminencia del fin del mundo), se oponía a la sexualidad aún dentro del matrimonio y propicia la virginidad masculina y femenina”.

La conversión de Saulo (Pablo) de Tarso, se ha relatado como un cuento del realismo mágico, según lo escrito por su discípulo Lucas. Es posible que ya antes de su viaje a Damasco, Pablo tenía dudas sobre la utilidad de la Ley de Moisés y hasta se opone a la práctica de la circuncisión. "Nosotros somos los verdaderos circuncidados, pues servimos a Dios en espíritu y confiamos no en cosas humanas, sino en Cristo Jesús" (Filipenses, 3:3)

Según el relato en Hechos y en lo anotado por Pablo, él había recibido cartas de los sacerdotes para perseguir a la comunidad judeocristiana que existía en Damasco. Y allá se dirigió, dice, con más celo por las tradiciones que sus propios padres. En Damasco existía una comunidad judeocristiana que probablemente, como señala Frederick F. Bruce[7], eran procedentes de Galilea por el hecho de que Galilea estaba muy cerca de Damasco y de las otras ciudades de la Decápolis[8]. Según el discípulo de Pablo, Lucas en Hechos 9: 3 -5: Mientras [Pablo] iba de camino, ya cerca de Damasco, le envolvió de repente una luz que venía del cielo. Cayó al suelo (Conviene aquí recordar que los viajes en esa época se hacían a pie, por lo que la famosa imagen de Pablo cayendo “del caballo” que tanto hemos visto en cuadros y pinturas, no corresponde a la realidad. Ariel Alvarez Valdés) y oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Preguntó él: ¿Quién eres tú, Señor? Y él respondió: Yo soy Jesús, a quien tú persigues”.  ¿Fue esto así, en realidad? En ninguna de sus cartas Pablo menciona la experiencia del Camino de Damasco. En Gálatas 1: 11 y 12, Pablo solo menciona que el evangelio de Jesús lo recibió directamente de este: “Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo”. Y en los versículos del 15 – 19, Pablo agrega: “Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre, ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco. Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para ver a Pedro, y permanecí con él quince días; pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino a Jacobo el hermano del Señor”.

Ese es el cristianismo de Pablo, un evangelio que, supuestamente le fuera revelado por el mismo Jesús. No lo recibió de la boca de los discípulos que seguían a Jesús, que le escuchaban hablar, a quienes les explicaba sus parábolas. Si Jesús le reveló a un hombre, a solo un hombre, que por demás era un fariseo helenizado, todo su evangelio, entonces, ¿por qué eligió a doce de sus discípulos como apóstoles, si toda su prédica, toda su enseñanza podía transmitirla por inspiración divina a cualquier hombre, dispuesto a dedicarse a la predicación? ¿Acaso los apóstoles de Jesús, solo le servirían a él como simples testigos oculares de su resurrección? De acuerdo con Lucas, esto parece ser la intención de Jesús, así lo redacta en Hechos 1: 8, cuando le atribuye a Jesús resucitado, diciéndole a todos sus discípulos, poco antes de su ascensión a los cielos: “...me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. Lucas que no fue testigo de la resurrección de Jesús, ni de su ascensión, es el único que cita estas palabras supuestamente dichas por Jesús.

En Corintios 9:1, Pablo solo hace una breve referencia a la revelación de Jesús, al mismo tiempo que reclama su condición de “apóstol”: “¿No soy apóstol? ¿No soy libre? ¿No he visto a Jesús el Señor nuestro?” En el Capítulo 15 de esa misma epístola Pablo, en los versículos 5 – 10, recalca sobre las milagrosas apariciones de Jesús, e insiste en su condición de “apóstol”: “[Jesús] ...apareció a Cefas [Pedro], y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos...”

Todo el relato de la conversión de Saulo, tal como se relata en Hechos de los Apóstoles, resulta sospechosa, y mucho más venido de la mano de un gentil converso, discípulo de Pablo, que por demás fue uno de sus mejores servidores. ¿Habría mentido Lucas novelando la anécdota del camino a Damasco, para hacerla más interesante, más dentro de lo real maravilloso? Es muy posible, toda novela tiene su propia verdad. Es que Hechos es toda una historia novelada, más que el relato de un cronista o de un historiador. Lucas hace gala de imaginación citando el discurso pronunciado por Pedro en Pentecostés en el Capítulo 2, abarcando 22 versículos, y luego, en el Capítulo 3, cita otro discurso de Pedro, esta vez pronunciado en el pórtico de Salomón, desde el versículo 12 al 26. Todo un poema es el discurso de Esteban frente a sus asesinos, que cita en el Capítulo 7 entre los versículos 2 al 56. ¿Cómo es posible que Lucas reproduzca tales discursos espontáneos de Pedro y Esteban? Esos discursos, que él no había escuchado, y sobre todo el de Esteban ─ evidentemente ─ no fueron redactados previo antes de ser pronunciados. En ese tiempo no existían grabadoras. Todos los escritores hacen gala de su florida imaginación. La imaginación de un novelista es potro bravío, que, en ocasiones, se desboca en desesperada carrera sin hacer caso de riendas y freno.

Pero Lucas, siguiendo la prédica de Pablo, hace de esos discursos toda una predicación del Antiguo Testamento, citando a Moisés, a David y los profetas. En esos discursos, que cita y elabora Lucas, apenas se hace una escueta referencia a Jesús.

En su afán de ser reconocido como apóstol ¿Mintió acaso Pablo, para alcanzar ese reconocimiento? En Romanos 3: 7, Pablo parece aceptar haber mentido, sin decir cuándo ni en qué caso. Pero adorna su mentira como necesaria para la gloria de Dios, lo que no puede hacerle pecador: “Pero si por mi mentira la verdad de Dios abundó para su gloria, ¿por qué aún soy juzgado como pecador? 

Para justificar su apostolado, Pablo no dejaba de asegurar que Jesús directamente le comunicaba mandatos y la hacía revelaciones. ¿Mentía Pablo? No mentía en cuanto él daba por cierto todas sus alucinaciones. Y en la época de su predicación lo real maravilloso marcaba la vida de todos. La gente le creía, y él mismo se creía. Estas alucinaciones paulistas han sido consideradas por diversos autores como originadas por una especie de epilepsia del lóbulo temporal, que, en determinado momento, puede presentar un cuadro de crisis focal con alteración de la conciencia. Pablo se ha referido a sus condiciones de salud en varias ocasiones. En una página católica se ha dicho: “Pablo tenía una enfermedad crónica que le limitaba muchísimo en sus viajes apostólicos. No sabemos muy bien de qué se trataba. Esta enfermedad se manifestaba en ataques agudos que lo incapacitaban[9].

En Gálatas 4:13 y 14, Pablo señala: “Pues vosotros sabéis que a causa de una enfermedad del cuerpo os anuncié el evangelio al principio; y no me despreciasteis ni desechasteis por la prueba que tenía en mi cuerpo, antes bien me recibisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús”. ¿Se trataba de una afección vergonzosa? Algunos identifican “la prueba que había en el cuerpo” como máculas de una tara sifilítica heredada. En 2 Corintios 12:7 y 8, Pablo habla de una espina clavada en su carne: “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera”. Esto último, dicho por Pablo, hace pensar en los síntomas propios de la epilepsia del lóbulo temporal, que provoca alucinaciones de déjà vu y dolores en el cuerpo y desconocimiento de haber tenido una convulsión. Así pues, es probable que la dramatización literaria de la conversión de Saulo en el camino a Damasco que se ilustra en Hechos de los Apóstoles, tenga una base de verdad.

Es posible que Pablo le haya comunicado a Lucas haber tenido un desvanecimiento y fuera llevado al mesón de un tal Judas en Damasco. Allí le habría ido a visitar uno de los discípulos de Jesús de nombre Ananías, quien le habría auxiliado para su recuperación. En algún momento, tal vez, Ananías le hubiera reclamado a Saulo diciéndole: “¡Saulo, Saulo!, ¿por qué nos persigues?”, y puede ser que este Ananías le hubiera predicado a Saulo en su lecho de convaleciente la palabra de Jesús. Pero todo esto solo puede ser hipotético.

Pablo, en toda su prédica no cita textualmente alguna frase atribuida a Jesús, solo las citas que emplea de apoyo a sus argumentos, son tomadas del Antiguo Testamento de acuerdo con la traducción griega de la Septuaginta, y no ─ como expresa Duque ─ según las escrituras originales hebreas. Es claro que no puede citar a Jesús, porque no le conoció y todavía no se habían redactado los evangelios. A pesar de todo, Pablo creía lo que decía, creía sinceramente que Jesús era el Cristo, como creyó también en su resurrección. Y convencido de todo ello, no dudó en entrega la vida por sus creencias. Nadie está dispuesto a morir defendiendo una mentira que haya formulado.

En el epistolario de Pablo, se reconocen como escritas por él, las siguientes: Epístola a los romanos, Primera y Segunda epístola a los corintios, Epístola a los gálatas, Epístola a los filipenses, Primera epístola a los tesalonicenses y Epístola a Filemón. Existen además varias que se le atribuyen a Pablo erróneamente, ya que fueron redactada por otros autores, quizá discípulos suyos que asumieron el nombre de Pablo para darles autoridad. Estas son las denominadas, epístolas paulinas pseudoepigráficas o epístolas deuteropaulinas, es decir, posteriores a Paulo. En este grupo se encuentran las siguientes epístolas: Segunda epístola a los tesalonicenses; Epístola a los colosenses; Epístola a los efesios; Primera epístola a Timoteo; Segunda epístola a Timoteo; Epístola a Tito, y muy en especial, la Epístola a los hebreos, considerada por la mayoría de los estudiosos, como una carta apócrifa de Paulo. Martin Lutero, consideró que la carta a los hebreos fue escrita por Apolo un discípulo de Filón.

En esas sus cartas, todo es un cántico a la doctrina judía, Comenzando por Adán, supuestamente el primer humano, por quien entró la muerte y Jesús el que cerraría la puerta de la muerte abierta por Adán (Romanos 5:15). Continuando con Abraham, padre de todos los creyentes (Romanos 4:11) La doctrina de Pablo es la del vino nuevo guardado en odre viejo.


Pablo, evidentemente era un hombre muy culto. Dominaba el griego Koiné a la perfección y hasta pudo crear un neologismo que sería básico en todo el desarrollo de la doctrina paulista, el concepto de fe. Pablo necesitaba encontrar una palabra que en sí misma concretara las ideas de verdad. confianza y fidelidad, que en hebreo se dice emunah (אֱמוּנָה,); una palabra que además de estos conceptos generara la idea de adoración a Dios y que confirme la Ley (Romanos 3:31). Y encontró la palabra que respondía perfectamente a esos significados: Pistis (Πίστις). El nombre de una deidad griega que representaba todo eso que Paulo quería expresar. Ese neologismo es la palabra que en español se dice Fe. La idea es captada por el autor de la carta a los hebreos, que ciertamente no fue Pablo, cuando define: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11: 1). Pistis, en la mitología griega era el daimon o espíritu de la confianza y la fiabilidad que era adorado junto a la diosa Themis (Θεμις), la del buen consejo, hija de Gea y Urano, deidad de la justicia. Cuando Jerónimo de Estridón, comenzó a traducir el Nuevo Testamento al latín (382 de la era cristiana), debió haberse encontrado un gran problema para traducir al latín la palabra pistis, como equivalente a fe, no existiendo entonces tal palabra. No le quedó más remedio que, en lugar de la deidad griega, buscara una deidad equivalente en la cultura romana, y la encontró en Fides la diosa de la confianza, hija de Saturno y Virtus. Y del nombre de tal deidad se derivó la palabra fe en español. Y fe (Pistis) fue el elemento más importante en la doctrina paulista y el más significativo en el nuevo culto cristiano que Pablo iniciaba.   

En Pablo la doctrina de Cristo, resumida para él en solo su crucifixión y resurrección, es una mezcla abigarrada de tesis del Antiguo Testamento desde el punto de vista de un fariseo, y un ideal influido por el estoicismo. Él reinventa al cristianismo, lo convierte en religión, lo aparta de todo lo que proclamaban las comunidades cristianas, ya formadas antes de que él iniciara su predicación. Pablo funda una iglesia, la de los cristianos paulistas. La labor de los discípulos directos de Jesús, se desconoce, en Hechos no se recoge su actividad predicadora. Lo que se conoce de ellos, solo son leyendas. Hechos de los Apóstoles los borraron de la historia. Sin embargo, si Pablo no hubiera existido, el cristianismo, posiblemente hubiera quedado como una nueva filosofía dividida en diferentes escuelas, entre las que resaltaban lo gnósticos.

La enseñanza de Cristo luego fue adulterándose por medio de los numerosos concilios que la denominada Iglesia Universal desarrolló a lo largo de los siglos. Tanto se ha desfigurado a Jesús que hasta físicamente lo presentan como si fuera un noruego de ojos claros y cabellera rubia. ¿Reencontraremos a Jesús finalmente, al verdadero Maestro? 


[1] El Evangelio de Tomás es el único redactado en arameo, la lengua que practicaban Jesús y sus discípulos. Aunque el encontrado en Nag Hammadi estaba escrito en copto. Para muchos estudiosos la fecha de su redacción primera habría sido alrededor del año 50, incluso antes que el Evangelio de Marcos. Posiblemente estaba directamente relacionado con el supuesto documento Q.


[2] Los ancianos eran funcionarios de las sinagogas judías que tenían a su cargo los asuntos de la congregación, contaban con un grupo de funcionarios para atender asuntos concretos, entre los que siempre tenía que haber: el archisinagogo (o presidente de la sinagoga)
[3] Douglas Tenney. Galilea. Bibliatodo Diccionario
[4] Jorge Eduardo Medina Barranco. El Cristo gnóstico. Escuela gnóstica
[5] Otoniel Duque. Influencia del cosmopolitismo griego en el pensamiento ecuménico de San Pablo y San Agustín. Universidad de los Andes.
[6] Mario Margulis, Juventud, cultura, sexualidad. Editorial Biblos. Buenos Aires, 2003
[7] Frederick F. Bruce. Pablo, apóstol del corazón liberado. Colección Biografía Bíblicas. Editorial CLIE, Barcelona, 2012
[8] Las diez ciudades griegas que formaban la Decápolis y el territorio actual donde se encuentran
Canatá en Siria. Damasco, actual capital de Siria; Escitópolis, en Israel, la única ciudad al oeste del río Jordán; Hipo, en Israel; Capitolias o Dión en Jordania; Filadelfia, hoy en día Ammán, la capital de Jordania; Gádara, en Jordania; Gerasa, en Jordania; Pela, en Jordania; Ráfana, en Jordania.
[9] Mercabá Enciclopedia Hispano-católica Universal