jueves, 23 de junio de 2016

Los objetivos del Plan de impuestos de Donald Trump: el por qué desea ser presidente


Mario J. Viera

Uno de mis amigos, partidario ferviente de Donald Trump me exhortó a que consultara el programa político del presumible candidato presidencial republicano que aparece en su página oficial. Acepté el reto y entré en aquella página. El programa político de Trump abarca solo siete puntos: “El pago del Muro”, “Reforma del Cuidado de Salud”, “Reforma del Tratado Comercial de Estados Unidos-China”, “Reforma del Departamento de Asuntos para los Veteranos”. “Defensa de la Segunda Enmienda Constitucional”, Reforma Migratoria” y, finalmente “Reforma Fiscal”.

Prácticamente nada nuevo a lo antes dicho por el magnate en sus concentraciones. La Segunda Enmienda para el proyecto de Trump es, en contradicción con la Primera Enmienda, la primera libertad de Estados Unidos (Second Amendment is America’s first Freedom) y, por supuesto pone como prioritaria la autodefensa ciudadana, ante la imposibilidad de los oficiales del orden de no poder estar en todas partes todo el tiempo (they can’t be everywhere all of the time); la autodefensa con la legitimidad de portar armas, contra agresores con la misma legalidad de portar armas… ¡En fin, esto es lo básico de su propuesta sobre el tema!

Pero, no perderé más tiempo en analizar todos y cada uno de los puntos programáticos de Trump y me concentraré en el tema que de manera más directa afecta a cada habitante de los Estados Unidos: El sistema tributario.

Todos, en Estados Unidos, conocemos que pagamos impuestos sobre nuestros ingresos, pero muchos, tampoco nos introducimos dentro de los temas y términos en que se expresa el Código Tributario de los Estados Unidos. Cuando recibimos el cheque por nuestro empleo ¿cuántos de nosotros prestamos la mínima atención a las deducciones de impuestos que aparecen en nuestro cheque? Tema complejo, conocemos de oídas lo que preparadores de impuestos o comentaristas mediáticos declaran sobre el tema, y se dice que el Código Tributario debiera reformarse pues entre sus deficiencias presenta lagunas jurídicas.

El Código Tributario, ciertamente presenta lagunas y, sobre todo, por su carácter eminentemente técnico es tema de especialistas más que de legos en la materia. Tanto es así que en el proyecto de reforma que propone la campaña de Donald Trump, se adivina la elaboración del mismo, no por Trump sino por sus asesores. ¿Recuerda alguien haber escuchado a Trump, en algunas de sus presentaciones públicas de campaña, hablando sobre “su” plan de reformas al Código Tributario?

Cuando se analizan “sus propuestas” se descubre de inmediato que apenas es un alivio tributario para la clase media y mucho de beneficios para los magnates como el mismo Trump. Veamos cuales son los retos propuestos en el programa de Trump:

1 Alivio de impuestos para la clase media americana. Un buen gancho propagandístico al prometer un aumento en el after-tax wages, es decir, la cantidad de dinero que un individuo o una empresa le queda luego de haber deducido todos los impuestos, federales, estatales y sustracciones del impuesto sobre el ingreso. Esto en conclusión es una mayor reducción de la presión fiscal de Estados Unidos, ya de por sí una de las más bajas entre los países desarrollados en los que la presión fiscal se encuentra en un rango de entre el 30% y hasta el 50% como en países como Suecia. Aclaremos que la presión fiscal viene definida por el total de impuestos (directos e indirectos) que los particulares y empresas aportan efectivamente al Estado, es decir, es el porcentaje del PIB recaudado por el Estado por medio de los impuestos y se mide según el pago efectivo de impuestos y no según el monto nominal que figura en las leyes, de tal modo que, a mayor evasión impositiva menor presión fiscal. Hay que tener en cuenta que toda medida económica produce tanto efectos a mediano como a largo plazo. Lo que a mediano plazo pudiera ser visto como “ventajoso” a largo plazo puede ser realmente desastroso; por lo general con cada disminución de los impuestos directos, es decir, los impuestos sobre los ingresos o patrimoniales, se produce, por compensación, un aumento de los impuestos indirectos que son pagados por el consumidor por productos y servicios.

2 Simplificar el Código Tributario.

3 Hacer crecer la economía de Estados Unidos. Desalentando las inversiones corporativas, punto este muy interesante dirigido a repatriación del capital corporativo por medio de un significativo descuento del 10% de la tasa de impuestos a las empresas corporativas. Pero, ¿qué son las inversiones corporativas? Simplemente, es la relocalización de la sede central de una compañía en el extranjero motivada por el incentivo de mayores ganancias. Ludwig von Mises señala en Planificación para la libertad: que en “los Estados Unidos los salarios son más altos que en otros países porque el capital invertido ‘por cabeza’ es mayor y las fábricas pueden, por lo tanto, utilizar las herramientas y las máquinas más eficientes”, esto en parte es cierto, al menos es cierto en cuanto a Estados Unidos, porque en muchos países aunque el capitalista invierta en máquinas y herramientas más eficientes los salarios se mantienen en un nivel muy inferior a los existentes en Estados Unidos y esto es lo que las empresas corporativas aprovechan; el citado Mises nos aclara diciendo que “un patrón no puede pagar a un empleado más que el equivalente del valor de su trabajo (…) que se otorga a la mercancía”, y este valor está determinado por el “juicio del cliente”; por tanto, si ese patrón “pagara un salario mayor, no recobraría sus gastos; sufriría pérdidas e iría finalmente a la bancarrota”; ¿cuánto mayor no sería su ganancia si invirtiera en salarios que resultan ser significativamente más bajos, como en China, México, India, y Japón, por ejemplo. Así lo ha evidenciado el periodista y analista de política exterior Mariano Aguirre al anotar: “Se cierran fábricas en Chicago donde los salarios son más altos y los sindicatos más fuertes, y se reinstalan en China o México, donde se paga menos y los derechos de los trabajadores están más reprimidos o no existen”. Una simple rebaja del 10% de la tasa impositiva no es suficiente para desestimular la inversión corporativa y motivar su repatriación. El mismo Trump comprende esta realidad y lo ha dado a entender cuando al preguntársele en noviembre de 2015, durante el debate republicano en Milwaukee, si a nivel federal él seguiría los pasos del gobernador de New York, Andrew Cuomo quien había propuesto que a partir del 31 de diciembre del 2015 aumentaría progresivamente el salario mínimo de los empleados públicos estatales hasta los $15 la hora, respondió tajantemente: “Con salarios muy altos no se puede competir con el mundo”. Dijo: “Hemos sido un país grande en todos los frentes, y ahora no ganamos. Los impuestos son muy altos, los salarios son muy altos. No podemos competir con el mundo. La gente tiene que ir ahí fuera y trabajar duro”.  

4 No agregar a nuestra deuda y déficit. Es lo que siempre han proclamado los republicanos, al menos desde que se iniciara la administración Obama. Ya en tiempos de Ronald Reagan, Estados Unidos dejaba de ser una nación acreedora para convertirse en deudora (Gloria M. Delgado. El mundo moderno y contemporáneo). Durante las presidencias de Ronald Reagan y George W. Bush se “establecieron importantes bajadas de impuestos en sus primeros tres años de mandato” con lo cual “el déficit fiscal se incrementó de manera significativa” sin que se produjera un aumento en el Ahorro Privado (Saturnino Aguado Sebastián. Economía de EEUU: Las Tres Últimas Décadas. Instituto Franklin de Estudios Norteamericanos, Universidad de Alcalá)  

Cuando Ronald Reagan llegó a la Casa Blanca la Deuda Pública de Estados Unidos no llegaba a un Billón de Dólares, equivalente a un escaso 32 % del PIB. Al finalizar sus primeros cuatro años de mandato, los grandes déficits fiscales provocados por su irresponsable política fiscal incrementaron la Deuda Pública en otro billón adicional. Cuando abandona la Casa Blanca en 1988, los nuevos déficits fiscales adicionales de su segundo mandato supusieron otro billón más de Deuda Pública. Cuando su sucesor George H. W. Bush abandona la Casa Blanca en 1992, completando así tres presidencias republicanas sucesivas, se vuelve a añadir un tercer billón a la Deuda Pública, acumulándose por entonces la nada despreciable cifra de 4 Billones de dólares, equivalente al 60% del PIB norteamericano, prácticamente el doble del ratio que heredó Ronald Reagan de su predecesor, el Presidente Carter.
Durante la presidencia de Bill Clinton, su política fiscal responsable consiguió ir disminuyendo los déficits e, incluso en sus dos últimos años, conseguir sendos superávits fiscales con los que finalmente se pudo empezar a amortizar Deuda Pública, situándola en menos de 6 billones de dólares, llegando a un ratio del 58%, diez puntos porcentuales por debajo del máximo del 68% alcanzado en 1996.

Posteriormente, la Deuda Pública norteamericana alcanzará un máximo histórico de 12 billones, al final de la presidencia de George W. Bush, fruto de sus continuados y abultados déficits fiscales, con lo que podemos decir que, en términos absolutos, los presidentes republicanos Reagan y Bush (padre) multiplicaron por cuatro la deuda pública, George W. Bush la dobló y, solamente, Bill Clinton, presidente demócrata la incrementó 1,5 veces”. (Fuente, la anterior citada)

Veamos esta Tabla sobre el crecimiento de la Deuda Pública en EEUU (en porcentaje del PIB) durante los gobiernos republicanos desde Reagan a George W. Bush:

1980                                                       32%
1984                                                       40%
1988                                                       50%
1992                                                       60%
1996                                                       68%
2000                                                       58%
2004                                                       62%
2011                                                      90%
_____________________________________________________________
Fuente: Federal Reserve Bank of St. Louis, National Economic Trends, 2012.

Los objetivos que propone alcanzar Plan de impuestos de Donald Trump que, en apariencia alivia la carga impositiva sobre la clase media, es ciertamente atractivo, sobre todo para aquellos a quienes se les propone estar libres del pago de impuestos; así, para los solteros que ganen menos de $25.000 anuales, es decir ingresos mensuales de unos $2.083, y los casados con ingresos menores de los $50.000 anuales, equivalente a $4.166 mensuales, “no deberá ningún impuesto sobre el ingreso”; entonces estos beneficiarios no harán contribución fiscal para la jubilación (FICA para cubrir las prestaciones de la Seguridad Social y Medicare) es como si se estuviera trabajando “por la izquierda”. No les quedará más remedio que abrir una cuenta de ahorros para su jubilación.

Otro de los objetivos del plan de impuestos de Trump propone eliminar entre otras cosas el denominado Impuesto Mínimo Alternativo (AMT, por sus siglas en inglés). Suena bien. Eliminar otro gravamen sobre la renta es magnífico; pero, ¿conocemos, el común de la gente que es el Impuesto Mínimo Alternativo AMT? Haga ahora una pausa y piense. Luego, si Usted es una persona promedio, diga si sabe qué rayos es ese AMT.

El Impuesto Mínimo Alternativo (AMT), es un impuesto que contempla excepciones; no todos son gravados por este impuesto. Los ingresos exentos del gravamen mínimo alternativos, actualmente son:

•$52,800 si es soltero o cabeza de familia.
•$82,100 si está casado presentando en conjunto o es viudo/a calificado. 
•$41,050 si está casado presentando por separado.

Estas exenciones impositivas pudieran quedar sin efecto cuando los ingresos superan los $250.000 anuales y es posible, entonces que se deberá pagar el AMT; en este caso, individuos de la clase media alta que, por supuesto, no es la mayoritaria dentro de la clase media y mucho menos entre las clases de menores ingresos. El origen del impuesto mínimo alternativo surgió como respuesta a aquellos contribuyentes de altísimos ingresos, como es el caso de Donald Trump, que se libraban de pagar impuestos sobre los ingresos sobre la base de deducciones (intereses sobre préstamos para hipotecas personales, intereses sobre préstamos para inversión, contribuciones caritativas) según esta ecuación como ejemplo: Adjusted Gross Income – Deductions = Taxable Income. En fin, el AMT intenta asegurar que algunos individuos que reclaman ciertos beneficios tributarios paguen un monto mínimo de impuestos.

Otro de los objetivos del Plan de reforma tributaria, elaborado por los asesores de Trump, propone que ningún negocio sin importar el tamaño y el monto de capital invertido en su funcionamiento, desde una tienda administrada por “papá y mamá” o un trabajador por cuenta propia (empleado autónomo) hasta una empresa de Fortune 500pagará más del 15% de impuestos sobre sus ingresos en negocios”.

Sobre los trabajadores por cuenta propia o empleado autónomo nos aclara Nicole Whitney, diciendo:

El Servicio de Impuestos Internos impone impuestos como empleado autónomo para contribuir con la seguridad social y los beneficios médicos de una persona que trabaja por su cuenta. Algunos contribuyentes ven este impuesto como una ventaja, porque la cobertura les ofrece beneficios por jubilación, por invalidez y seguro médico, y también paga beneficios a los familiares en caso de fallecimiento del beneficiario. El impuesto como empleado autónomo es del 15,3 por ciento; el 12,4 por ciento de ese impuesto se destina a la seguridad social. La porción de impuesto para el seguro social sólo se paga sobre los primeros US$ 106.800 que obtiene el contribuyente. El Servicio de Impuestos Internos define a un trabajador autónomo como "aquel que lleva a cabo un comercio o una empresa como propietario único o como contratista independiente, miembro de una asociación que lleva a cabo una actividad comercial o una persona que forma parte del mundo de los negocios para su propio beneficio".

Hablemos ahora de las empresas de la lista Fortune 500. Esta lista de empresas es una publicación anual de la revista Fortune, una revista de negocios fundada en febrero de 1930 a raíz de la gran depresión de 1929 como parte de la empresa editorial donde estaban incluidas las publicaciones Time, Life, y Sports Illustrated, y que devendría en el conglomerado editorial Time Warner. Para el criterio de la revista, su alcance se extiende a todo el campo de los negocios incluyendo: personas, tendencias, compañías e ideas que caracterizan los negocios modernos. La lista de Fortune 500 comenzó a publicarse por Fortune en 1955 centrándose en los ingresos brutos (según su volumen de ventas) de las 500 mayores empresas estadounidenses que cotizan en la bolsa de valores.

En total, las compañías Fortune 500 representan dos tercios del PIB de Estados Unidos con $12 trillones en los ingresos, $ 840 billones en ganancias, $17 trillones en valor de mercado y emplean a 27,9 millones de personas en todo el mundo. El Fortune 500 original se limitó a listar las empresas cuyos ingresos procedían de la manufactura, la minería y la exploración energética. Al mismo tiempo, Fortune publicó el compañero "Fortune 50" que enlistaba los 50 bancos comerciales más grandes (alineados por activos), las empresas de servicios públicos (alineadas por activos), las compañías de seguros de vida (alineadas por activos), empresas minoristas (calificados por ingresos brutos) y compañías de transporte (calificadas por ingresos). En 1994 la revista Fortune cambió su metodología para incluir las compañías de servicios. Con el cambio incorporaron 291 nuevos participantes en las listas incluyendo tres entre las diez empresas con más altos ingresos.

En la lista correspondiente al 2016, Fortune 500 ordena las 10 empresas tope de acuerdo a sus ingresos en millones de dólares:

Las 10 empresas topes de Fortune 500       Ingresos en millones
1 Wal-Mart                                                              $482,130
2 Exxon Mobil                                                         $246,204
3 Apple                                                                    $233,715
4 Berkshire Hathaway                                             $210,821
5 McKesson                                                             $181,241
6 UnitedHealth Group                                              $157,107
7 CVS Health                                                            $153,290
8 General Motors                                                      $152,356
9 Ford Motor                                                             $149,558
10 AT&T                                                                    $146,801

Aunque Trump guarda como asunto top secret sus declaraciones de impuestos, muy bien podría aparecer en el listado de Fortune 500, aunque tal vez no entre los 10 primeros topes ya que su fortuna es mucho menor que la que proclama. Trump ha dicho que los impuestos no son buenos indicadores de la riqueza verdadera, además ha señalado que ha sido objeto de la auditoría como ocurre con frecuencia a los súper ricos y a las compañías de Fortune 500. No obstante, la editora adjunta de Fortune Venture, Polina Marinova advirtió en un twitter de 3 de marzo que “Donald Trump no opera ninguna compañía Fortune 500”.

Veamos otra de las propuestas de reforma tributaria del programa de Donald Trump presentada como su cuarto objetivo que, en su redacción textual, dice: “Ninguna familia tendrá que pagar el impuesto de la muerte”. ¿Impuesto de la muerte? Suena tétrico. ¿Acaso hasta para morir hay que pagar impuestos? No, nadie tiene que pagar impuesto por morir; pero si seguimos leyendo el objetivo 4 quizá podamos comprender un poco más eso que los asesores de Trump y él mismo denominan “impuesto de la muerte”. Dice así: “Usted ganó y ahorró ese dinero para su familia, no el gobierno. Usted pagó impuestos en él cuando usted le ganó”. Usted, quiere decir cualquiera que lea las propuestas, desde un humilde empleado de McDonald hasta un magnate como Donald Trump. Un poco más adelante se amplía la idea sobre el impuesto diciendo: “El impuesto de la muerte castiga a las familias por alcanzar el sueño americano”, y ya esto es más serio. Un impuesto que grava el haber alcanzado el “sueño americano”. ¿Hasta dónde esto es cierto? Veamos: Este tétrico impuesto se enmarca dentro del Derecho de Sucesiones y se denomina oficialmente como “Impuesto sobre inmuebles” (estate tax) siendo este una parte del Sistema Unificado de Impuesto sobre Donaciones e Inmuebles (Unified Gift and Estate Tax System). El estate tax puede ser también referido como “impuesto sobre la herencia” (inheritance tax).

Desde que durante la Guerra Civil se instituyera el impuesto sobre la herencia con el propósito de sufragar los gastos generados por el conflicto, en 1862 e incrementados en 1864 y luego eliminados en 1870 muchos debates se han generado al respecto. A partir de 1909 y hasta 1908 muchos estados establecieron impuestos a la herencia. Ya en 1916 se instauró el impuesto gradual federal. Los oponentes al impuesto sobre bienes raíces dados en herencia le denominaron peyorativamente “impuesto de la muerte”, un impuesto que, según el colaborador de los diarios The Wall Street Journal, USA Today y Forbes, John C. Goodman, “es el más odiado de los impuestos por el público general” (Forbes. 27 de abril de 2015). ¿Realmente este impuesto es odiado por el público general o solo es odiado por un público elitista?

Analicemos: El impuesto de inmuebles en los Estados Unidos es un impuesto sobre la transferencia de la propiedad de una persona fallecida. Se aplica a la propiedad que se transfiere a través de un testamento o según las leyes estatales sobre sucesión intestada. Otras transferencias que están sujetas al impuesto pueden incluir las realizadas a través de una sucesión intestada o en depósito, o el pago de ciertos beneficios del seguro de vida o cuenta financiera sumada a los beneficiarios.

Para fijar el monto de la deuda se requiere conocer que:

1 El valor justo de mercado de todas las propiedades transferidas se calcula y se suma antes de aplicar el impuesto a la herencia. Los activos que califican incluyen efectivo, cuentas bancarias, acciones, bienes raíces, seguros y cualquier otro interés comercial relacionado. La suma de los valores de activos se conoce como valor bruto de la propiedad.  

2 El valor neto: El IRS suma todos los ajustes hechos sobre el valor bruto de la propiedad. Los ajustes pueden incluir dinero que el difunto debía, como préstamos, saldos de hipotecas y otros gastos incurridos en la administración de la propiedad heredada. Cualquier propiedad que se deje al cónyuge sobreviviente se considera una deducción marital del valor bruto de la propiedad. El valor neto de la propiedad se determina luego de haber hecho todas las deducciones y ajustes al valor bruto determinado en el punto anterior.

Se requiere que el bien dejado en herencia sea debidamente tasado. La mayoría de los estados requieren que un tasador certificado tase todos los bienes inmuebles para fines de impuesto a la herencia.

Ahora bien, existen grandes exenciones fiscales para la determinación del pago por impuesto sobre bienes raíces dados en herencia y estas exenciones se ajustan anualmente de acuerdo al índice de inflación. Si un activo es dejado a un cónyuge o a una institución de beneficencia reconocida por el gobierno federal, el impuesto generalmente no aplica. Además, hasta cierta cantidad, que varía año tras año, un individuo, antes o después de su muerte, puede ceder, sin incurrir en el impuesto federal por donación o patrimonio: $5.340.000 para inmuebles de personas agonizando en 2014, $5.430.000 para inmuebles de personas agonizando en 2015 y $5.450.000 (en efectivo $ 10,9 millones por pareja casada) para inmuebles de personas agonizando en el año 2016. Esto significa que hasta $ 5,43 millones de los inmuebles de una persona estará exenta de impuesto federal sobre inmuebles, con una tasa de impuesto del 40% aplicada a cualquier exceso sobre la cantidad de la exención.  Por el contrario, los Estados con raíces impuestos normalmente exentos ni mucho menos por raíces de sus impuestos e imponer una tasa máxima del 16%. Como en el sistema federal, legados a un cónyuge son libres de impuestos.

Esto significa que el impuesto federal a la herencia solo afecta al dos por ciento de las personas más adineradas en los Estados Unidos. Por tanto, el denominado “impuesto de la muerte” no representa un castigo a los que han alcanzado el sueño americano, sino a los que han alcanzado más que un sueño, el uno o el dos por ciento de la población de Estados Unidos. Si usted tiene la capacidad de dejar en herencia algún bien inmueble por encima de los 5 millones 430 mil dólares, debe votar por Trump y por su plan de reformas tributarias.

Veamos la siguiente tabla que propone Trump respecto a las ganancias de capital a largo plazo:

Impuesto Ingreso Rate
Ganancias de Cap. largo Plazo/ Dividendos Rate
Soltero
Matrimonio
Cabeza de Familia
0%
                   0%
$0 hasta $25,000
$0 hasta $50,000
$0 hasta $37,500
10%
                   0%
$25,001 hasta $50,000
$50,001hasta $100,000
$37,501 hasta $75,000
20%
                 15%
$50,001 hasta $150,000
$100,001 hasta $300,000
$75,001 hasta $225,000
25%
                 20%
$150,001 y más
$300,001 and up
$225,001 y más


Sobre este tema explica Edwin Thomas (eHOW, Finanzas)

Los impuestos sobre las ganancias al capital son un problema para muchos inversionistas que invierten en el mercado de valores o en bienes raíces, ya que es un impuesto especial disponible para aquellos que reciben un beneficio de este tipo de activos en un período mayor a un año. Por otra parte, las exenciones fiscales a las ganancias al capital son un tema clave para cualquier persona que recibe un beneficio sobre el patrimonio neto al vender su casa. Combinadas, estas consideraciones hacen de este impuesto un problema incluso para los estadounidenses de clase media que deben tener en cuenta estos aspectos.

El capital gains tax es un gravamen impositivo sobre la ganancia obtenida por la venta de un activo (acciones, bonos, metales preciosos y propiedades de bienes raíces) que fuera comprado a un precio inferior que el importe obtenido (ganancia de capital) posteriormente con su venta. Por lo general el impuesto sobre la ganancia de capital está separado de los impuestos sobre los ingresos. Las ganancias de capital a corto plazo, es decir, la utilidad obtenida de los activos mantenidos por menos de un año, están sujetas al impuesto estándar sobre los ingresos.

No obstante, las ganancias de capital a largo plazo, o beneficios de los activos mantenidos por más de un año, se gravan con una tasa especial diseñada para promover las inversiones de largo plazo las que se gravan al 15% para la mayoría de los soportes de impuesto y cero para los dos más bajos. La mayoría de los inversores pueden obtener una importante ventaja con la posesión de existencias por más de un año; sin embargo, las ganancias a corto plazo tributan de acuerdo con el impuesto regular.  Véase la siguiente Tabla de Tasas del Impuesto sobre las Ganancias de Capital.

Soporte de Impuesto
Tasa de Impuesto sobre la Ganancia de Capital
A Corto Plazo
A Largo Plazo
10%
10%
0%
15%
15%
25%
25%
15%
28%
28%
33%
33%
35%
35%
39.6%
39.6%
20%

El proyecto de reforma al Código Tributario propuesto por Donald Trump simplifica los soportes a solo cuatro (0%, 10%, 20% y 25%), sin embargo, nada nuevo establece con respecto a las tasas de impuestos sobre las ganancias a largo plazo. Lo que a Trump le preocupa son los impuestos sobre las ganancias de capital a corto plazo que se gravan como si se trataran del ingreso personal regular. Sus proyectos de bienes raíces son, por lo general ganancias de capital a corto plazo y eso le incurriría en un agravamiento del 39% sobre sus ingresos.

Todo lo previsto en el Proyecto de Reforma del Código Tributario de Donald Trump se dirige a favor de sus propios intereses y nunca en beneficio de la clase media, salvo la demagogia para ganar apoyo, de eximir de pagar impuestos a los solteros con ingresos anuales menores de $25,000 y a los casados con ingresos menores de $50.000 lo que pudiera ser muy beneficioso a corto plazo, sería a mediano y largo plazo en perjuicio para esos contribuyentes a los que se les condona el pago de impuestos.


Si luego de leer este trabajo, Ud. no ha comprendido cuáles son las razones de Donald Trump para aspirar a la presidencia, entonces nada hay qué hacer.  

viernes, 17 de junio de 2016

¡Cuidado con los “hombres fuertes” en el Poder!


Mario J. Viera

“La sociedad de los hombres: es un experimento, así lo enseño yo, una prolongada búsqueda:
¡y busca al hombre de mando!”
Friedrich Nietzsche. Así habló Zaratustra


Los grandes dictadores, que la historia recoge sus hazañas, pensaban en grande, pero en la grandeza de ellos mismos como antípoda de su debilidad. Los grades dictadores, los “hombres fuertes” desde Alejandro hasta Fidel Castro, en su grandeza ocultan una mácula de debilidad que les perseguía desde la niñez, su baja autoestima. Alejandro que sentía el desprecio de su padre; César, humillado por su inferior fortuna con respecto al patriciado y el transcurrir su juventud en las estrecheces del barrio la Subura; Napoleón por su baja estatura; Hitler que sufrió la condición de bastardo de su padre, un simple y humilde agente de Aduana, quien, además, le azotaba con crueldad. La grandeza del hombre fuerte es que para superar su psíquica condición de inferioridad se impone a sí mismo correr en pos de la figura idealizada de la grandeza. Con su fuerza esconde su debilidad, y se alza, con la carga de sentirse débil, y se convierte en líder y caudillo despiadado.

No todos los hombres fuertes fueron o son dictadores; se les pueden encontrar en todas las esferas sociales, potentados poderosos, militares de grandes rangos y políticos. Lo que a todos les iguala son sus grandes ambiciones de colocarse por encima del hombre medio, del mediocre; por encima del conglomerado humano al que Nietzsche calificaba de chusma y populacho. Ponen todas sus energías en pos del poder o de la riqueza, que es otra forma de poder, o de ambos. Líderes natos y sin ningún escrúpulo por los medios que empleen para alcanzar sus fines. Ellos son la encarnación del Superhombre que Friedrich Nietzsche avizoraba en sus obras, Así habló Zaratustra y Ecce Homo. Son los que declaman el verso nietzscheano, “¡Pues yo te amo, oh eternidad!”, los soñadores de la inmortalidad; el sueño milenario de Adolfo Hitler para el Tercer Reich, eco del Zaratustra de Nietzsche: “Nuestro gran Hazar, es decir, nuestro grande y remoto reino del hombre, el reino de Zaratustra de los mil años”.

¡Cuidado con el “hombre fuerte”! El que habla fuerte, energético, que ataca y contra ataca para demoler al adversario, que no se inhibe en “patear el culo” a sus oponentes, que no se cuida del empleo de las palabras y las declaraciones groseras, y que se presenta, se impone como hombre de mando. Tiene la confianza propia en sus pensamientos, nadie tiene a su juicio la lucidez con que expone sus ideas. Lo que él condene debe ser por todos condenados, y mejor si la condena comporta sanciones y descréditos, como aquel senador que en los años de la década de los 50 desde la preminencia de su Comité de Actividades Antiamericanas persiguió y condenó a todo aquel que creyera fuera comunista desatando una cacería de brujas, contra socialistas, nihilistas y librepensadores.

Para el “hombre fuerte”, el de Nietzsche, todo lo que es débil es reprobable, considerando como debilidad la antítesis de la fuerza que emana de su persona. “¿Qué es lo bueno?” ─ se pregunta Nietzsche en El Anticristo, y responde ─ “Todo lo que eleva en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo”, ya esta idea la había expresado en su Zaratustra: “El que no puede mandarse a sí mismo debe obedecer”. Solo con la riqueza, con el puesto de poder, el “hombre fuerte” deja de ser persona obediente para ser el que manda. La riqueza como medio, como presupuesto para imponer la voluntad: “Cuando se es lo bastante rico para permitírselo ─ afirma Nietzsche en Ecce Homo ─, constituye incluso una felicidad el no estar en lo justo”.

Más que las propuestas de Maquiavelo lo que rige y conduce la conducta del “hombre fuerte” son las tesis de Friedrich Nietzsche; porque el ideal de ese portento de fuerza y de violencia que asume el fuerte es superar su condición de hombre, porque “el hombre es un puente y no una meta”, la meta es alcanzar la condición de superhombre que consagra y bendice la ambición de dominio. El superhombre no es simplemente un hombre fuerte que se conforma solo con el poder; el superhombre por medio del poder impone el dominio: “Ambición de dominio: el terremoto que rompe y destruye todo lo putrefacto y carcomido; algo que, avanzando como una avalancha retumbante y castigadora, hace pedazos los sepulcros blanqueados; la interrogación fulminante puesta junto a respuestas prematuras. (…) Ambición de dominio: la terrible maestra del gran desprecio, que predica a la cara de ciudades y de imperios «¡fuera tú!» - hasta que de ellos mismos sale este grito «¡fuera yo!»”. El gran desprecio sobre los débiles, sobre los que están condenados a ser simple muchedumbre, chusma y populacho; el gran desprecio que eleva al superhombre sobre aquellos de condición inferior; es el «You’re fired!» que pronuncia Donald Trump en su reality show “The Apprentice”.

Con seguridad puedo afirmar que Fidel Castro estudió a profundidad El Príncipe de Maquiavelo y aplicó sus propuestas en todos sus actos políticos, pero, y aunque no pueda probarlo, me atrevería a asegurar que no bebió de la fuente nietzscheana. Castro es el nuevo príncipe que aplica retorcidos procedimientos para alcanzar y mantener su poder. ¿Qué decir del aspirante a la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump?

Me atrevo a afirmar que el magnate en bienes raíces, constructor de colosales edificios, Donald Trump, jamás leyó una sola página de El Príncipe de Maquiavelo, que al final de cuentas, nada aporta a un inversionista en bienes raíces, pero, aunque no pueda probarlo y pueda del todo ser descabellado creer que un hombre, cuyo nivel intelectual no es muy prominente como el que caracteriza a Donald Trump, haya leído a Friedrich Nietzsche y estudiado su obra es quizá una osadía. Sin embargo, si para Fidel Castro Maquiavelo es un modelo, para Trump todo parece indicar que Nietzsche sea su mentor.

Y dice Nietzsche en Ecce Homo: “Me parece así mismo que la palabra más grosera, la carta más grosera son mejores, son más educadas que el silencio”; y clama Trump: “No tengo tiempo para lo políticamente correcto”. No, él no se mide, no importa la palabra más grosera, la que hiere en lo profundo y dice de su competidora del mismo partido, Carly Fiorina: "¡Mira esa cara! ¿Acaso alguien votaría por eso? ¿Se imaginan que ese sea el rostro de nuestro próximo presidente?" Él es el superhombre y se puede permitir hacer agravios porque, como dice Nietzsche en Así habló Zaratustra: “¿Qué es el mono para el hombre? Una irrisión o una vergüenza dolorosa. Y justo eso es lo que el hombre debe ser para el superhombre: una irrisión o una vergüenza dolorosa”. Ni hombres como el senador John McCain se escapan de su desprecio, que en misión de vuelo sobre Hanói su avión es derribado y al saltar cae con sus pies fracturados en un lago donde es capturado y llevado a prisión: “No es un héroe de guerra. Solo es un héroe de guerra porque fue capturado. Prefiero a los que no han sido capturados”; McCain es solo una irrisión para el sarcástico Trump que no combatió en Vietnam ni en ninguna otra guerra, que libró de ingresar al Servicio Militar, primero con posposiciones como estudiante y luego por ¡los espolones de sus pies! Y ataca a Jeb Busch quien para él es hombre de “baja energía”. Ataca a los políticos y a los líderes del país, para él son “una irrisión o una vergüenza dolorosa”. Así dice: “Nuestros políticos son maniquíes”, y califica: “Nuestros líderes son incompetentes. Son unos niños”. Ataca a Barack Obama, pero en su ataque ofende a la mayoría que votó por él para su reelección: “No sé cómo somos tan estúpidos y tenemos a un presidente como Barack Obama”. Solo él es el supremo, el hombre fuerte, el superhombre.

Cuando en una ocasión le preguntaron a Trump cuáles eran sus personajes favoritos en la historia de Estados Unidos, no mencionó a Washington ni a Jefferson y ni siquiera le pasó por la mente Lincoln, tampoco mencionó, él, que según sus convencidos seguidores es un experto en economía, a Milton Friedman el profesor de Chicago, premio Nobel y padre de lo que sería conocido en economía como el neoliberalismo ─ Aunque en esto hay que excusarle ya que en economía, o más bien en economía aplicada al real estate, el solo alcanzó el título de Bachelor of Science ─. Sin dudarlo, sin ninguna vacilación mencionó como sus personajes favoritos a Douglas MacArthur y George S. Patton el general “Sangre y Agallas”, por cierto, este último con un carácter muy parecido al propio de Trump su volatilidad y falta de tacto en las relaciones interpersonales y que alimentaba su ego buscando permanentemente el reconocimiento personal. Ambos personajes que no cuadraban dentro del marco de lo que es “una irrisión o una vergüenza dolorosa”.

Trump es belicoso, siempre atacando, siempre “pateando culos”, ¿no es esta característica suya la reafirmación de lo expresado por Nietzsche?: “Por naturaleza soy belicoso. Atacar forma parte de mis instintos. Poder ser enemigo presupone tal vez una naturaleza fuerte; en cualquier caso, es lo que ocurre en toda naturaleza fuerte”. Y Trump saluda a los “hombres fuertes” como lo es Vladimir Putin y lo fueron Sadam Hussein y Muamar Gadafi, dice Trump refiriéndose a Irak y Libia: “A la gente le están cortando la cabeza. Están siendo ahogados. Ahora es mucho peor que jamás bajo Saddam Hussein o Gaddafi (…) esos países estarían menos fracturados si los dos dictadores estuvieran en el poder”. Y alaba a Putin al que considera “un hombre tan respetado dentro de su país y más allá” y dice de él: “Es una persona más agradable que yo" o se expresa en estos términos: “Somos muy diferentes, pero nos llevaríamos muy bien juntos. Él se siente bien cerca de mí. Yo me siento francamente bien con él. Creo que podemos hacer cosas con Rusia que están a nuestro favor. Como un beneficio mutuo”. Son las “naturalezas fuertes” las que reciben amables comentarios de Donald Trump, y dice de Kim Jong-un: “Uno mira a Corea del Norte y ve a este señor, que es un maníaco, pero también hay que darle crédito: cuándo un joven, porque tenía 25 o 26 años cuando murió su padre, se impuso a un grupo de generales tan duros. Es bastante impresionante cuando se analiza. ¿Cómo lo logro? Se hizo cargo, es el jefe. Eliminó a su tío, eliminó a este, al otro. Es increíble. Este hombre no juega a nada y no podemos jugar con él”. 

Cuesta trabajo discrepar con sus arremetidas contra el Estado Islámico (ISIS): “Sin mirar a los diferentes datos de las encuestas, es obvio para cualquiera que este odio va más allá de lo comprensible. De dónde viene ese odio y por qué es algo que tenemos que determinar. Hasta que logremos determinar y comprender este problema y la peligrosa amenaza que plantea, nuestro país no puede ser víctima de horrendos ataques de gente que solo cree en la yihad y que no tiene ningún sentido de la razón o respeto por la vida humana”.

Y Zaratustra, en la obra de Nietzsche, dice: “¿Vosotros decís que la buena causa es la que santifica incluso la guerra? Yo os digo: la buena guerra es la que santifica toda causa (…) La guerra y el valor han hecho más cosas grandes que el amor al prójimo. No vuestra compasión, sino vuestra valentía es la que ha salvado hasta ahora a quienes se hallaban en peligro”.

Y habla Zaratustra: “¡Tan extraños sois a lo grande en vuestra alma que el superhombre os resultará temible en su bondad!” Y habla Trump: “Dicen que tengo a la gente más leal, ¿han visto? Podría pararme en la Quinta Avenida y disparar a alguien y no perdería ningún votante. Es increíble”.

Generalmente los hombres fuertes en el poder tienen procedencia, aunque otros provienen de la oligarquía agraria. Trump es una excepción, no es ni ha sido militar, y tampoco es un oligarca, es simplemente un afortunado hombre de negocios. Los hombres fuertes en el poder tienen como común denominador, aparte de su principal característica que es el ansia de poder, su ignorancia de eso que Carlyle denominara “ciencia lúgubre”, la Economía, con la única excepción hecha de Rafael Correa y de Augusto Pinochet que supo buscar hábiles asesores económicos, los Chicago Boys.

No importa si “el hombre fuerte” se llame Donald Trump, Vladimir Putin, Fidel Castro, Leónidas Trujillo, Hugo Chávez, Augusto Pinochet o Rafael Correa, todos tienen en común el narcisismo; la fantasía de lo grandioso (el Übermensch), la carencia de empatía (Trump no se conmueve ante la masacre de Orlando, le sirve para justificar su política anti musulmana) y el oculto sentimiento de inferioridad que les impulsa a buscar obsesivamente la admiración y el reconocimiento de los demás, seduciendo y manipulando con el propósito de controlar para ascender en posiciones dentro del medio donde se mueven. El narcisista no antagoniza, el polariza; su opinión es la única valedera, no reconoce matices atrincherándose en aquello que él cree la única verdad, la suya.


Cuidado con aquél que conjuga siempre su retórica en primera persona: “Yo os salvaré”; “Yo traeré empleos para todos”; “Yo haré el país grande de nuevo”; “Yo os les advertí…”; “Yo soy el más honesto” … Y ese yoismo es una rememoración de aquel de los monarcas absolutistas: “Yo el Rey”. Cuidado con los “hombres fuertes” en el poder… ¡Siempre han sido un fracaso social! 

jueves, 16 de junio de 2016

ANTAGONISMO Y POLARIDAD


Fernando Mires. Blog POLIS

Este artículo es un mini-estudio de geometría política

Comenzaré con una deducción con la cual he finalizado otros artículos. Esa deducción dice: el centro en la política no está en el medio. Con esto sugiero que la política, así como tiene su propia moral, no deducible de la moral religiosa o de la moral privada, también tiene su propia geometría.

Insistiré: ocupar el centro de la política no significa buscar una posición equidistante entre dos extremos, sino ocupar el espacio de la centralidad. Ese es también el espacio de la hegemonía, tanto con respecto al adversario como con otras fuerzas no adversas pero que representan opciones diferentes. La conclusión que de allí se desliza puede ser decisiva.

Ocupar el espacio de la centralidad política no lleva a eludir los antagonismos. Por el contrario, lleva a situarse en las zonas más conflictivas de lo político. Pues en la geometría política la zona de conflictos no se encuentra en los polos sino en los centros.

Entre el Polo Norte y el Polo Sur ─ para ejemplificarlo de modo (geo) gráfico ─ no hay conflicto. Solo hay – valga la redundancia ─ polaridad. Los conflictos atmosféricos tienden a darse en zonas intermedias (centrales) cuando los aires fríos chocan con los calientes y desde ahí surgen esos fenómenos tan poco simpáticos que todos conocemos: tormentas, tornados, huracanes.

En la política los fenómenos que la irrumpen no son demasiado diferentes. También allí los conflictos no se dan en las zonas polares (o extremas) sino en las zonas centrales.

Las zonas centrales, valga la reiteración, al ser lugares de antagonismo (choque de fuerzas enemigas o adversas) conforman la espacialidad particular de lo político. Pero esa centralidad, a diferencias con la geometría no-política, no ocupa un sitio pre-determinado. Son los propios antagonismos políticos los agentes que originan su centralidad, es decir, sus lugares de confrontación (y diálogo).

La conclusión es la siguiente: La polaridad en política no solo no es sinónimo de antagonismo. Sucede exactamente lo contrario. Mientras más polarizado un conflicto, menor será su proyección antagónica pues el antagonismo se da solo cuando existe la posibilidad de un choque entre dos fuerzas, pero no cuando ellas se encuentran alejadas unas de otras.

Polaridad, en efecto, supone distanciamiento. Antagonismo, en cambio, supone acercamiento y por lo mismo, confrontación.

No saber diferenciar entre polaridad y antagonismo puede llevar a cometer errores irreparables pues el lugar de la política es el del antagonismo, no el de la polaridad. Explicaremos esta afirmación a través de la descripción de una geometría política ya muy conocida. Me refiero a la del cuadrilátero español.

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Podríamos afirmar que la despolarización al llevar al antagonismo es condición ineludible para la práctica política. Dicho a la inversa, la política comienza a desaparecer cuando los antagonismos ceden lugar a la polarización.

Uno de los ejemplos más recurrentes que muestran hasta qué punto la polarización lleva a la destrucción de la plataforma política de una nación lo proporciona la Alemania pre-nazi.

En el hecho Hitler no solo polarizó a la geometría política alemana. En gran medida él fue el resultado de esa polarización. En un polo, el socialismo-nacional representado por los nazis. En el otro, el socialismo internacional representado por los comunistas. En el medio, pero (ojo) no en el centro, la socialdemocracia, más restos dispersos del antiguo liberalismo y del conservatismo monárquico.

Los comunistas tuvieron en sus manos las llaves de la salvación de Alemania. Si hubiesen pactado un frente común con los socialdemócratas habrían construido un centro político inexpugnable al avance del nazismo. Pero la abstrusa política “izquierdista” de Stalin lo impidió.

Hitler ascendió al poder gracias a la división de las izquierdas. Sobre ese punto ya casi no hay discusión. La deducción que se desprende de esa desgracia histórica es simple. Allí donde la política se transforma en pura polarización, termina la política. Eso significa que ninguna nación, aún la más democrática, está libre del peligro de la polarización. Lo vimos recientemente en el caso de una de las democracias más robustas del mundo, la norteamericana. Por muy pocos votos, los EE UU lograron salvarse del impulso polarizador que intentó imponer Donald Trump.

“Clinton-Trump, la elección más polarizada”, tituló El País cuyos redactores como los de casi todos los diarios del mundo desconocen la diferencia entre polaridad y antagonismo. El título correcto debería haber sido “la elección más antagónica”. Hubiera sido la más polarizada si los delegados demócratas hubiesen elegido como candidato al socialista Bernie Sanders. Afortunadamente, aunque por un margen muy estrecho, fue elegida Hillary Clinton. Con ello, tal vez sin darse cuenta, esos delegados demócratas salvaron al país de haber caído en las fosas profundas de la polarización.

Entre Sanders y Trump no había ninguna posibilidad de debate. Una confrontación entre ambos candidatos polares habría sido entre dos monólogos desprendidos el uno del otro. Peor todavía: si hubiera triunfado Sanders entre los demócratas, el triunfo de Trump ya estaría cien por ciento asegurado.

Por cierto, nadie puede decir que Hillary Clinton tiene el triunfo dentro de su cartera. Todo lo contrario, será muy difícil alcanzarlo frente a un candidato capaz de decir e incluso cometer cualquiera barbaridad si se trata de conseguir un par de votos.

La elección presidencial norteamericana será más existencial que nunca. Lo que está en juego es nada menos que la continuidad democrática de la nación. Será también una lucha entre la política antagónica representada por Clinton y la antipolítica polarizada representada por Trump.

Hillary tiene en sus manos la posibilidad de salvar la continuidad democrática.

Pese a su indiscutible sensibilidad social, Sanders era la persona menos apropiada para enfrentar a Trump. Bajo las condiciones polarizadas que habría impuesto su candidatura, no solo los republicanos más democráticos sino, además, los demócratas más conservadores, habrían corrido a buscar refugio bajo el liderazgo de Trump en contra del “socialismo” de Sanders. No ocurrirá así con Clinton.


Precisamente la posición no polarizada asumida por Hillary, le asegurará no solo los votos de los más radicales electores demócratas. Además, el de varios republicanos que ven en Trump un peligro para la estabilidad política de la nación y, por ende, de su propio partido. Si así sucede, la geometría del antagonismo, que es a la vez la geometría de la democracia, logrará imponerse frente a la geometría polarizada que representa la anti-política de Donald Trump. Frente a esa terrible posibilidad, todos los demócratas del mundo seremos “hyllaristas”

martes, 14 de junio de 2016

Donald Trump y la Primera Enmienda Constitucional

Mario J. Viera


Hay musulmanes ─ no sé si son pocos o si son mayoría ─ que están estancados en los siglos XI al XIII cuando se produjeron las cruzadas; y hay musulmanes ─ no sé si pocos o mayoría ─ que suspiran aún por el califato del al-Ándalus perdido en 1492 cuando los reyes católicos derrotaron y expulsaron al sultán Boabdil quien, según la leyenda, lloró contemplando por última vez desde las colinas a su reino y recibió el reclamo de Aixa, su madre, que le dijera, “Lloras como mujer lo que no supiste defender como hombre”.   

Usted puede ser todo lo refractario que sea al Islam; yo también lo soy.

Usted puede considerar como una aberración medioeval la Sharía, el código legal de los países sometidos al Islam; yo también asi lo considero.

Usted, acaso, se sentirá indignado con la segregación de otros cultos religiosos y hasta las persecuciones que se hacen contra cristianos y judíos en los países islámicos y no le faltará razón. A mí eso también me indigna.

Si a Usted o a mí, nos da la gana de criticar los preceptos del Corán, ese es derecho nuestro de opinión y, hacerlo, no representa ofensa hacia el culto musulmán.

Si Usted quiere hacer mofa del profeta Mohammed, yo no lo haré, quizá ofenda los sentimientos religiosos de los musulmanes, pero a nosotros, a Usted o a mí ¿qué nos importa la blasfemia? La blasfemia no es delito, quizá sea “indelicada” pero todos tenemos derecho a blasfemar y hasta ser apóstatas.

Lo que sí ni Usted ni yo tenemos derecho alguno, es prohibir el ejercicio de una religión o perseguir a los que practican cualquier religión, sencillamente porque no podemos practicar los mismos modos que provocan nuestra indignación.  

Hay musulmanes, como hay cristianos, que torcidamente interpretan sus libros sagrados y pretenden que otros se sometan a sus viciosas interpretaciones, y deber de los hombres de conciencia libre es condenarles, sean cristiano, sean musulmanes. Así entre los musulmanes aparece el fenómeno de los grupos terroristas como Al Qaeda, Boko Haram en Nigeria, Al Shabab en Somalia, el Talibán y últimamente el Estado Islámico. Pero entre los cristianos no dejan de aparecer sectas fundamentalistas, tales como los “Discípulos de Cristo” del pastor Jim Jones y su Proyecto agrícola del Templo del Pueblo, primero con sede en San Francisco para luego trasladarse a Jonestown una comunidad fundada en la Guyana. Según se dice en Wikipedia las facultades mentales de Jones comenzaron a fallar, empezó entonces a arengar sobre "traidores", enemigos lejanos que querían destruir su sueño y amenazas de invasión desde "el exterior". Al borde de la paranoia, una o dos veces por mes impulsaba a sus adeptos a realizar, como "pruebas de lealtad", simulacros de suicidios masivos, que incluían la ingesta de falsas pociones de veneno. Las aberraciones de Jones provocaron el asesinato de Leon Ryan. Tras este atentado contra un congresista, Jones preparó un brebaje para que todos los miembros de la comunidad murieran. El total de víctimas fue de 912 incluidos los niños de la comunidad.

En 1959 un grupo disidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día dirigido por Benjamin Roden fundó la secta llamada Rama Davidiana de Adventistas del Séptimo Día, que se estableció cerca de Waco en Texas. En 1990 se hace del liderazgo de la secta Vernon Howel cambiaría legalmente su nombre en mayo de 1990 a David Koresh quien luego se proclamaría a sí mismo como el hijo de Dios, el Cordero que abriría los siete sellos. Los davidianos veían al mundo exterior a su secta como una amenaza y, por tanto, comenzaron a acumular un importante arsenal de armas. Y estar preparados contra el acoso del Mal. En Monte Carmelo, Koresh había reunido junto a él a numerosos adultos y un numeroso grupo de niños, y con unos y otros, se dispuso a convertir en un fortín inexpugnable el rancho Monte Carmelo. El primer encontronazo había tenido lugar el 28 de febrero, cuando las autoridades, tardíamente preocupadas por el cariz que tomaba el asunto, decidieron pasar a la acción, acusando a los davidianos de tenencia masiva de armas y de abusos sexuales para con los niños que mantenían a su lado. Recibidos a tiros, los agentes contestaron de igual manera, produciéndose entonces un primer balance de cuatro agentes muertos y una decena de sectarios abatidos. Monte Carmelo ardió hasta sus cimientos. Cuando las fuerzas del FBI lograron entrar en el lugar encontraron muertos a 69 adultos y 17 menores, muchos de ellos calcinados.

El fundamentalismo impulsa incluso al odio. Se conocen pastores que acosan a los homosexuales señalándoles como satánicos, como degenerados morales y hasta algún que otro ha proclamad que merecen sufrir el castigo de Sodoma.

El fanatismo místico engendra monstruos.

Pero en religión hay matices y no se puede condenar a un grupo religioso porque en su comunidad subsistan bestias. Esto no lo puede ver así Mr. Trump. El enemigo externo e interno que amenaza la tranquilidad y estabilidad de los Estados Unidos son todos los musulmanes sin exclusión. Uno es el principal enemigo, los forajidos del Estado Islámico; ellos como alegan muchos musulmanes no los representan; ellos, los de ISIS, odian a los Estados Unidos y al Occidente; ellos ni siquiera han elaborado una teología particular, su filosofía es el saqueo, el odio, la muerte. Contra ellos hay que dirigir todos los esfuerzos para exterminarles sin piedad, sin darles cuartel. Cuando Trump hace una campaña del temor a los musulmanes, cuando exhorta que a todos los que practican esa fe se les acose, se les hostigue, se estará contribuyendo a justificar al Estado Islámico y a muchos dentro de los musulmanes que dirán “nos odian solo por nuestra religión”. Ese no es el espíritu de América.

Mr. Trump debería revisar lo que dice la Primera Enmienda a la Constitución:


El Congreso no podrá hacer ninguna ley con respecto al establecimiento de la religión, ni prohibiendo el libre ejercicio de la misma; ni impondrá obstáculos a la libertad de expresión o de prensa; ni el derecho a la asamblea pacífica de las personas, ni de solicitar al gobierno la reparación de agravios”.