Mario
J. Viera
Luiz
Inácio Lula da Silva, este distinguido personaje que actualmente es presidente
del Brasil; éste, al que muchos le otorgan el apelativo de “progresista” o lo
reconocen como uno de los principales líderes de la izquierda iberoamericana,
le ha salido su vocación de “pacificador”. No sé hasta qué punto da Silva sea
progresista; tal vez al interior de su país pueda otorgársele tal condición.
Eso es asunto a definir por los brasileños; pero en el plano internacional, en
su política exterior dudo que se le pueda considerar como progresista.
¿Cuán
progresista pueda ser considerado un líder político que mantenga estrechas
relaciones de “amistad y cooperación” con regímenes reaccionarios y decadentes
como el que rige en Cuba, primero bajo la estricta hegemonía de Fidel Castro y
posteriormente por la tan estricta del PCC? ¿Qué decir sobre el progresismo de
alguien que, como Lula da Silva, tan solo llegar a la presidencia de su país se
apure para retomar la amistad y la colaboración con la dictadura de Nicolás
Maduro, de Venezuela? ¿Hasta dónde se puede considerar como progresista un jefe
de Gobierno que rechaza firmar una resolución de la ONU condenando los abusos
de los derechos humanos en Nicaragua? Ciertamente, más tarde, el gobierno de
Lula expresó que estaba “extremadamente preocupado” por las denuncias
procedentes de Nicaragua y prometió acoger en Brasil a aquellos refugiados
nicaragüenses a los cuales el régimen de Ortega les despojó de su nacionalidad.
Solo extremadamente preocupado; pero sin emitir un rechazo a la dictadura
Ortega-Murillo.
Brasil
forma parte del grupo de países organizados bajo el acrónimo BRIC, es decir
Brasil, Rusia, India y China, fundado en 2006, durante el primer periodo
presidencial de Lula da Silva y bajo la sombra protectora del canciller de
Putin, Serguéi Lavrov. Ahora Brasil retoma su papel dentro del BRIC y es tan
alentador este, que, en la gira latinoamericana del “compañero” Lavrov, fuera
Brasil el primero en la lista del canciller del imperio ruso, entre los que se
encontraban Venezuela, Nicaragua y Cuba. El propósito aparente de tal visita es
la de estrechar los lazos diplomáticos entre esos países y la Rusia de Putin,
aunque lo real es fortalecer el apoyo que estos cuatro países le brindan, tanto
de manera enfática (Venezuela, Nicaragua, Cuba) o disimulada (Brasil de Lula) a
los intereses de Putin en su guerra contra Ucrania.
Ya
se había producido la visita de Lula da Silva a la China comunista de Xi Jinping,
y ya había anunciado su misión pacificadora, en sintonía con el proyecto de paz
chino, y tan elegantemente expuesta, que Lavrov, no se midió en su visita al
Brasil para declarar sin tapujos: “La guerra que intentamos detener fue
lanzada contra nosotros, utilizando a la población ucraniana”. Ahora bien,
¿qué tipo de paz propone Lula? Ya antes de su visita a China Lula había sido
bien claro cuando rechazó enviar armas a Ucrania para su defensa frente a la
invasión rusa: “Si mando munición ─ dijo ─, entro en la guerra y yo
lo que quiero es acabar con la guerra”. ¿Parece lógico? Sí, pero hasta
cierto punto, porque sin el suministro de municiones a Ucrania es posible que
se acabe la guerra, pero al precio de la derrota militar de Ucrania.
Luego
de su visita a China, Lula viajó a Emiratos
Árabes Unidos y se entrevistó con el jeque Mohammed ben Zayed al Nahyan. Antes
de regresar a Brasil le declararía a una rueda de periodistas: "Ayer
hablé con el jeque sobre la guerra. Hablé con Xi Jinping sobre la
paz. Y creo que estamos encontrando un conjunto de personas que prefiere hablar
de paz que de guerra. Creo que tendremos éxito”. Entonces introduce el
prólogo de su propuesta como mediador en la guerra en Europa: "El
presidente ruso, Vladímir Putin, no toma la iniciativa de parar, el presidente
ucraniano, Volodímir Zelenski, no toma la iniciativa de parar. Europa y Estado.
Unidos siguen contribuyendo a la continuidad de esa guerra. Tenemos que
sentarlos en la mesa y decirles 'ya basta'". Sentenció entonces: “La
decisión de la guerra la tomaron dos países”.
Habría
que aclararle al pacificador, diciéndole: “No, Sr. Lula da Silva, la decisión
de la guerra la tomó solo el dictador ruso; a Ucrania solo le quedó la decisión
de defenderse de la agresión. Sr. Lula, no se puede igualar a Ucrania con
Rusia. No se puede igualar al agredido con el agresor. Y agrega Lula diciendo
sibilinamente: “Y ahora lo que estamos tratando de construir es un grupo de
países que no tienen nada que ver con la guerra, que no quieren la guerra, que
quieren construir la paz en el mundo ─ ¿Acaso como Cuba, Venezuela, o
Nicaragua? ─, para que podamos hablar tanto con Rusia como con Ucrania”.
¿Hablar con Ucrania, Sr Lula? Nada hay que hablar con Ucrania; con quien
hay que hablar, y en términos fuertes, es con Rusia. Ucrania no atentó contra
la seguridad de Rusia; Ucrania quería solo fundirse en el europeísmo,
mantenerse independiente y soberana.
Y
dijo Lula: “Europa y Estados Unidos acaban contribuyendo a la continuación
de esta guerra”. ¿Por qué, por el suministro de armas a Ucrania? Lo que
pretende el Sr. Lula es dejar desarmada
a Ucrania frente al agresor; es dejar, que una nación quede a merced del
poderío de otra más poderosa, de aquella que cuenta con más recursos militares,
que cuenta hasta con un arsenal atómico. Las declaraciones de Lula o son
estúpidas o son simple, llana, y tajantemente sínicas. “Creo que tenemos que
sentarnos en la mesa y decir: basta ya”, ¡correcto, hay que decir basta ya!
Pero no como lo ve Lula y como desea que otros lo vean. Hay que decirle a Putin
“basta ya”; y basta ya porque él es el agresor; porque en sus delirios
nacionalistas no puede concebir que Ucrania sea un país verdadero; basta ya,
porque tiene que detener el desastre humanitario que ha generado en Ucrania; y
decirle, o basta ya, o todos los países democráticos del mundo echaremos a
Rusia al tanque de los desperdicios, a su total aislamiento internacional.
Y
vuelve al asalto, este sábado 22 de abril, Luiz Inácio Lula da Silva diciendo
que está dedicado a la labor de restablecer la paz entre Rusia (la agresora) y
Ucrania (la agredida), buscando a un grupo de países que faciliten las
negociaciones, y lo cree así porque “es mejor encontrar una salida en una
mesa que intentar encontrar una salida en el campo de batalla”.
La
única salida, no es una mesa de negociaciones entre agresores y agredidos. Para
detener la guerra imperialista que Putin ha lanzado contra un país soberano, es,
en primer lugar, condenar la agresión sin hacerle concesiones a Rusia a cambio
de intercambios comerciales con el imperio ruso, de lo contrario, la salida se
encuentra fatal y necesariamente en el campo de batalla con la derrota de los
invasores por Ucrania.
“La
idea ─ afirma el carioca ─ es que pare la guerra, se sienten a negociar
y conversen” ¡Vaya propuesta esta! ¿Qué tiene que negociar Ucrania con
Rusia? ¡Nada! Exigir es lo que le corresponde a Ucrania, con todo el apoyo del
mundo democrático, incluido Brasil, de que las tropas rusas abandonen el
territorio ocupado en Ucrania, el acatamiento de sus fronteras y el reintegro
del territorio de Crimea ─ anexado por la fuerza por Rusia─ a la soberanía del
Estado Ucraniano. Otra cosa en contrario es tartufismo político de la peor
especie.