jueves, 4 de octubre de 2012

¿Por qué siempre la muerte?


Luis Cino Álvarez. Blog CIRCULO CINICO

Hace unos meses, el candidato republicano Mitt Romney, de visita en Miami y en plan de hacerse el duro respecto a Cuba y Venezuela,  cometió la pifia ─ no sé si  porque se lo contó Sarah Palin o porque como de costumbre, no sabía bien de qué coño hablaba ─ de decir que Hugo Chávez había plagiado “de una Cuba libre” la consigna “¡Patria o muerte, venceremos!”

Se imaginarán como reaccionaron los exiliados que oyeron el disparate de atribuir a “una Cuba libre” la puñetera consiga, que fue pronunciada por primera vez por Fidel Castro en 1960, durante el sepelio de las víctimas de la explosión de La Coubre, un barco belga cargado de armamentos para el régimen cubano, que no se sabe bien si fue volado por la CIA o si lo volaron por carambola los rebeldes argelinos, que confundieron el destino de las armas y pensaron que iban destinadas al ejército francés.

El caso es que el ¡patria o muerte! fue sustituido ─ en los días en que con el derrumbe del imperio soviético, el color rojo se borraba de los mapas ─ por otra consigna más tremebunda todavía: ¡socialismo o muerte!

Resultaba escalofriante, además de una redundancia, condicionar la vida de una nación a la supervivencia de una ideología que  de todos modos  mata ─ y al final muere ─ de tanta miseria, frustración y desesperanza.

En lo personal, ambas consignas con la muerte al final siempre me evocaron aquella  canción – tan tenebrosa y picúa como el castrismo ─ del viejo enterrador de la comarca abrazado al rígido esqueleto de su amada.

Afortunadamente, luego de la sucesión,  las dos consignas ya casi no se escuchan. Y es un alivio, porque le ronca que nos machuquen a toda hora, tan gozadores de la vida como somos los cubanos, con frasecitas que tienen la muerte como única alternativa. ¡Dígame usted si la inmolación es por el enfermizo apego al poder de una elite intolerante y egoísta!

La reiteración durante demasiado tiempo de los himnos guerreros y las consignas terminadas en muerte han  provocado profundos daños sicológicos en los cubanos. Sólo eso puede explicar lo frecuentes que se han hecho, luego del martirologio de Orlando Zapata, las huelgas de hambre  entre  los opositores al régimen.

Lo digo una vez más: me parecen actos desesperados, absurdos, una barbaridad,  que en el mejor de los casos, dejarán secuelas irreversibles en la salud. En el caso de los presos, totalmente desamparados frente a una maquinaria monstruosa que los tritura, la huelga de hambre puede ser un recurso extremo para hacerse escuchar por los cancerberos.  Pero un opositor, aun en la precaria libertad que permite la vigilancia y el acoso de Seguridad del Estado, tiene muchas más opciones para hacerse sentir.

Alguien dijo una vez que lo  más importante en el triunfo de las ideas no es morir por ellas, sino haber logrado sobrevivirlas.

Los cubanos hemos acuñado frases como “primero muertos que desprestigiados”.  La honra nos es muy cara y la mantenemos a toda costa, pero agotamos todos los recursos antes de morir por ella.  El suicidio no es una vocación nacional, por mucho que haya aumentado en los últimos años el número de paisanos desesperados que se quitan la vida.

Con tanto recurrir a las huelgas de hambre puede que se  banalicen y  llegue un momento en que el mundo,  cínico como se ha vuelto, se resigne a aceptar que la muerte  de disidentes cubanos  es algo tan “natural” como los muertes por las inundaciones en Bangla Desh o por el hambre y las enfermedades en el África Sub-Sahariana.

Y eso, al final, será conveniente para el régimen. Es proverbial su intransigencia ante las huelgas de hambre. Cuando hacen algún caso a los huelguistas es solo para intentar doblegarlos y desacreditarlos. Entonces, ¿para qué insistir en las barbaridades?   ¿La genética castrista  logrará finalmente transformarnos en kamikazes?

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