miércoles, 3 de octubre de 2012

¡Fuerza, Venezuela!


Pedro X. Valverde Rivera. EL UNIVERSO

Acababa de cumplir 16 años cuando aterricé por primera vez en Caracas.

Llegué a casa de mi querido tío Carlos, en un condominio de Quinta Crespo, un barrio de clase media, en el que se respiraba la energía del pueblo venezolano. Mucha gente en la calle, gritos por todos lados, el comercio popular en todo su esplendor.

Las tiendas abarrotadas de amigos, vecinos, quejándose del político de turno, llenando la quiniela del fútbol español. En la esquina, el carrito de chicha fresca y a media cuadra, los gallegos “engordando el becerro”.

No puedo asegurar que la gente era feliz, pero se respiraba paz y buena vibra en el aire.

Me conecté de inmediato; me sentí como en mi hogar, y a lo mejor, mucho mejor. El espíritu franco y alegre del caraqueño se parecía tanto al del guayaco.

Capítulo especial merece mi primer encuentro con la divina arepa; a mi gusto, uno de los más grandes tesoros de la comida latinoamericana, especialmente la de carne mechada.

Como parte de esa rutina casi religiosa de devorar todos los programas televisivos, tan deslumbrantes para un forastero como yo, noté que el himno nacional se cantaba varias veces al día, en todos los canales de TV. Y bueno, de tanto escucharlo, se incrustó en mi memoria para siempre. Al día de hoy, lo repito de memoria.

24 años más tarde regresé a Caracas y todo fue tan diferente. A la entrada, la foto del supremo Chávez, de rojo revolucionario, como recordándonos que estábamos entrando en sus dominios.

Desde el taxista, pasando por el mensajero del hotel y el salonero del restaurante, todos desbordaban angustia, frustración, desidia.

Cada uno con su historia de injusticia, de violencia y de maltrato.

Me sentí en una suerte de ciudad fantasma. Las calles, otra vez, repletas de gente, pero no había el brillo que vi la primera vez. Caminaban, hablaban, deambulaban cual almas errantes esperando el milagro del perdón.

Realmente entendí lo que le puede suceder a una nación que cae en manos de quien se les roba la voluntad y la esperanza.

Hoy celebro con júbilo el resurgir de la Venezuela pujante; del alma llanera encarnada en un valiente Capriles, que decidió liderar a su pueblo a una nueva independencia.

Las elecciones presidenciales de este fin de semana en Venezuela tienen particular relevancia para el continente entero, porque puede encender la llama del retorno a la democracia.

Como dice el verso final de la tercera estrofa del himno nacional venezolano:

… y si el despotismo

levanta la voz

seguid el ejemplo

que Caracas dio…

Desde esta columna, rendimos homenaje a los millones de venezolanos que han vencido el miedo opresor y luchan a brazo partido por erradicar la tragedia, por el futuro de sus hijos, por la memoria de quienes entregaron sus vidas para heredarles una patria libre.

Ya falta poco, bravo pueblo…

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