jueves, 11 de febrero de 2021

NO ES EL EMBARGO, ESTUPIDO, ES LA POLITICA

Manuel Cuesta Morúa


 

Excepciones aparte, los economistas cubanos, a ambos lados del pasillo, insisten en que el problema de Cuba es económico. Con rigurosidad histórica, nunca lo ha sido. Ni siquiera en tiempos de guerra, como bien saben los mejores historiadores de la economía cubana. No lo fue ni antes ni después de 1959.

 

Porqué eluden la política, es una pregunta obligada para ellos si pretenden entender el origen de su propia ciencia, solo posible desprendida de cualquier visión medioeval.

 

Maynard Keynes tenía razón cuando sugería no confiar el destino de un país a los economistas. Su gastada frase: “a la larga todos estamos muertos” tenía mucho que ver con la conversación en torno a su papel en la sociedad.

 

Que si tomas tal medida, que si liberalizas más cual sector, que si autorizas aquella actividad, que si inviertes en estas áreas, que si Estados Unidos levanta el embargo y un largo menú de modelos y análisis estadísticos en torno a políticas fiscales o de precios forman parte del vademécum que ha dominado la conversación al menos desde los años ochenta del siglo pasado. Casi el mismo tiempo que le ha tomado a Irlanda del Norte subirse a la plataforma de las economías desarrolladas.

 

Todo ello como poesía alternativa a la realidad prosaica: Cuba se desplaza a la cuarta periferia de la economía mundial: más allá de Venezuela y de Haití: esta última con una vigorosa economía al detalle que hace la envidia de las mulas cubanas.

 

El problema de Cuba es político. Y solo político. Lo fue en 1953, en 1959 y lo es ahora en el 2021. El gobierno lo sabe. Por eso solo liberaliza un tipo de economía de sastre hecha para usuarios, no para clientes cubanos.

 

Lo interesante es que la cantidad de actividades liberalizadas, dicen que más de 2000, refleja exactamente el problema de toda economía moderna: no se trata del cuánto, sino del qué. Qué no se puede hacer en cuantas actividades económicas pueda practicar.

 

Mi sugerencia es que lo entendamos: Cuba se cierra, hasta nuevo aviso, tanto a la economía moderna como a la modernización económica que, en el nivel de conocimiento y de tecnología actuales, dependen mucho de las 124 zonas prohibidas.

 

Lo que nos dice, directa o indirectamente, que el embargo de Estados Unidos nada tiene que ver con la deliberada trayectoria cubana hacia el subdesarrollo.

 

Yo, que como otros tantos empezamos a oponernos a él por allá por 1992, antes que el gobierno cubano comenzara a gemir en las Naciones Unidas, entiendo que el embargo es la mejor contribución del gobierno norteamericano a la plaza sitiada de la política, no a las carencias de nuestras mesas. Por eso, y solo por eso, abogo por su levantamiento.

 

Los que aducen razones éticas para exigir su levantamiento están desplazando la responsabilidad moral por el hambre cubana.

 

No es el embargo, estúpido; parafraseando a alguien. Es la política. Desde donde se bloquea, hacia dentro, las magníficas posibilidades de Cuba.

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