(Un
relato de ficción que tiene mucho de realidad)
Mario
J. Viera
Erase
un muchachito, delgadito, jovencito, en plena pubertad, aunque sí muy valiente,
que había vivido en la zona este de un distrito, que, si quieren, lo pueden
ubicar, por ejemplo, en Hell’s Kitchen. En aquella zona dominaba antes un grupo
de gente mala que se imponía sobre todo y sobre todos.
Resultó
que aquel grupo de gente mala comenzó a tener problemas entre ellos y perdieron
todo el poder que ejercían. Fue la oportunidad del muchachito para cambiar de
zona e irse para la zona oeste. Respiraba feliz; ya no tendría que soportar más
a aquel grupo de gente mala. Sin embargo, aquello no duró por mucho tiempo;
porque en la vieja zona apareció un hombre fuerte, con músculos poderosos y
alto, bien alto, tanto que, si el muchachito se le comparara con aquel hombre
luciría como un verdadero enano.
El
delgado muchachito tenía en su poder una pistola, aunque. claramente, ni
siquiera sabía como usarla. El nuevo hombre que mandaba en la barriada del este
le puso, como condición para poder cambiar de zona, que, por cuestión de
seguridad, le entregara la pistola. El entregó su pistola, pues, en definitiva,
nunca tuvo la intención de hacer uso de ella. No obstante, guardó una cartera
que, uno de los antes hombres malos de la zona este, le había obsequiado, para
que pudiera vivir mejor en la barriada del este.
En
la nueva barriada había también unos hombres fuertes y musculosos, pero, al
mismo tiempo, amables y condescendiente con el muchachito. Quiso él unirse a
aquel nuevo grupo, porque ya el malo de la antigua barriada comenzaba a
hostigarle; pero los hombres fuertes y amables, aunque le sonreían, le dijeron
que todavía tenía que esperar para aceptarle dentro de su círculo de poder. El
nuevo hombre fuerte de la barriada del este lo acosaba y trataba, por todos los
medios posibles apartarle de los fuertes y amables de la barriada del oeste. Un
día se puso firme el muchachito y le dijo claramente al hombre fuerte que lo
acosabas: ¡Contigo, nada quiero!
Ante
esta decisión el matón de barrio del este se incendió en ira, y se fue contra
el muchachito, a plena luz del sol y ante la mirada de todos los hombres
fuertes y amables de la nueva barriada, fue y le arrebató con fuerza la cartera
que ya desde antes poseía el muchachito. Alguna cosa, los hombres amables de la
nueva barriada, le dijeron al ogro de la otra zona; pero no querían buscarse
problemas con él, porque al cinturón llevaba su pistola y había que evitar un
tiroteo.
El
malo del este se sintió inmune ante los del oeste, pensando que estos eran
débiles y le temían. Se plantó entonces provocativo y amenazante ante la misma
puerta del muchachito. Estaba dispuesto a darle una buena paliza y quitarle
todo aquello que poseyera. ¡Qué escándalo entonces se armó! Los amables del
oeste le advirtieron al tipo duro del este. “No te atrevas a atacar al
muchachito”; sin embargo, el duro, el fuerte del barrio este mostró que poseía
pistola. El muchachito les clamaba, “denme, aunque solo sea una estaca para
enfrentar al ogro”. Pero nada, solo le gritaban al perverso, “si atacas al
muchachito, no dejaremos que vuelvas a pisar nuestra barriada”.
Nada
le importó al tipo rudo y se lanzó con toda su fuerza contra el muchachito
valiente, que recibía golpes violentos y solo se defendía con sus puños; pero
el rudo del este soportaba los puños del muchachito valiente. Sus nuevos vecinos
le alentaban diciéndole, “resiste, resiste que tienes nuestras simpatías”.
Gritaba el muchachito que le dieran algo para resistir los golpes del matón,
alguna protección física, y gritaba: “¡aunque sea una estaca!”. “¡Sí ─ le
alentaban sus vecinos ─, pero tenemos que ponernos de acuerdo para ver qué tipo
de estaca debemos conseguirte!”
Cuando
por fin, los hombres fuertes y amables se pusieron de acuerdo para darle la
estaca que el muchachito valiente les pedía, ya fue tarde, estaba sangrando y
desmayado. Y los hombres fuertes y amables vieron con decepción como el tipo
rudo de la barriada del este lo llevaba arrastrándole para su barrio. Entonces
el abusador les gritó a los amables de la barriada del occidente: “¡El me
pertenece, y ahora voy por otros muchachitos valientes que se mudaron de
barriada!”
La
moraleja de este relato se las dejo a ustedes.
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