Mario J. Viera
Recientemente
se cumplieron 59 años de aquel 3 de febrero, cuando John F Kennedy firma, en
1962, la ya casi olvidada Proclamación 3447, imponiendo el embargo comercial a
Cuba porque su gobierno era
“incompatible con los principios y objetivos del sistema interamericano”, dada
─ en aquel entonces ─, “la ofensiva subversiva del comunismo sino-soviético con
la que el Gobierno de Cuba está alineado públicamente”.
Con base sobre la Ley de Asistencia Exterior de 1961, por
la cual se autorizaba al presidente a “establecer
y mantener un embargo sobre todo el comercio entre los Estados Unidos y Cuba”, Kennedy,
en su proclama, decretó la prohibición de importar a los Estados Unidos “todas las mercancías
de origen cubano y todas las mercancías importadas desde o a través de Cuba”,
lo cual sería efectivo a partir del 7 de febrero de 1962. Además, Kennedy
extendió la prohibición, dictada el 19 de octubre de 1960, durante la
administración Eisenhower, “de todas las exportaciones de los Estados Unidos a
Cuba”.
Todo el propósito del embargo estaba dirigido al
aislamiento del gobierno castrista ─ todo el sistema interamericano rompió
relaciones comerciales y diplomáticas con Cuba, con la excepción de México y
Canadá ─ para obligarle a romper sus vínculos con la Unión Soviética, lo cual,
constituía una verdadera amenaza a la seguridad de los Estados Unidos. El
embargo no logró cumplir sus objetivos, en contrario, el régimen castrista
fortaleció su alianza con todo el bloque soviético y con China. Ocho meses
después se produciría la operación soviética “Anadir” que, al dotar a Cuba con armamentos
ofensivos de misiles de mediano y largo alcance, originaría la conocida crisis
de los misiles o crisis de octubre. Con el tiempo, todos los países de América
Latina reestablecieron sus relaciones diplomáticas y comerciales con la isla, quedando
Estados Unidos aislado como el único país con un embargo comercial contra Cuba
y sin relaciones diplomáticas con su gobierno.
Con la caída del bloque soviético en 1990, muchos ilusos
creyeron que el gobierno castrista también sucumbiría; sin embargo, los que
conocíamos el ortodoxismo del castrismo, comprendíamos que Cuba no sería la
última ficha del efecto dominó originado en la Europa oriental. El régimen
cubano, con la pérdida de los subsidios y el comercio soviéticos entró en una
crisis económica que ponía en peligro su estabilidad; para lo cual, en aras de
su subsistencia, impuso un periodo de extrema austeridad económica cuyos
efectos recayeron sobre las espaldas del pueblo. Ni siquiera entonces, el
embargo logró mellar el poder de la dictadura castrista.
Entusiasmados con la crisis del denominado “periodo
especial en tiempos de paz”, que sometía al país a grandes trastornos sociales,
legisladores demócratas impulsaron una ley que incorporaba nuevas disposiciones
para hacer más restrictivos los postulados del embargo: la Ley para la Democracia en Cuba,
de 1992, conocida también como Ley Torricelli. Esta norma legal
prohibía a las filiales de empresas estadounidenses
establecer relaciones comerciales con Cuba; prohibía también que los ciudadanos
estadounidenses viajaran a Cuba, y el envío de remesas de dinero a Cuba. Entre los objetivos de la Torricelli
estaba el “tratar de conseguir una
transición pacífica a la democracia y la reanudación del crecimiento económico
de Cuba mediante la aplicación cuidadosa de sanciones contra el gobierno de
Castro y apoyo al pueblo cubano”; al mismo tiempo, buscaba “alentar a los gobiernos de otros países que
mantienen relaciones comerciales con Cuba a restringir sus actividades de comercio y crédito”; para ello
contemplaba aplicar “sanciones a
cualquier país que preste ayuda a Cuba”. Entre sus postulados
extraterritoriales se disponía que, cualquier nave que hubiera entrado en Cuba
para comerciar con productos o servicios, estaría prohibida de cargar o
descargar en puertos estadounidenses por un periodo de 180 días.
Aunque
la Ley Torricelli reconocía la posibilidad de envíos humanitarios a Cuba de
alimentos, medicamentos y suministros médicos, se requería, para ello, que el
gobierno cubano hubiera cambiado luego de la realización de elecciones libres y
justas. La Torricelli solo constituyó una pompa de jabón, elaborada por el
Congreso de Estados Unidos.
Un
nuevo intento de endurecimiento del embargo surgió por inspiración del
congresista republicano Lincoln Díaz-Balart que dio como resultado la Ley para la Libertad y la Solidaridad Democrática Cubanas de 1996,
más conocida como Ley Helms-Burton por el nombre de sus patrocinadores, los
congresistas republicanos, el senador Jesse Helms y el representante Dan
Burton. Cumbre y máximo en la codificación de la legislación del embargo
comercial contra Cuba. Este íncubo legal consta de cuatro títulos. El título I,
“Fortalecimiento de las sanciones
internacionales contra el gobierno de Castro”; el título II, “Ayuda a una Cuba libre e independiente”;
el título III, “Protección de los
derechos de propiedad de los nacionales estadounidenses”, y el título IV, “Exclusión de determinados extranjeros”.
La Helms-Burton hizo más agudo el carácter extraterritorial que estaba presente
en la Torricelli. Los alcances de la Helms-Burton reforzaron la coartada del
régimen que sustenta el Partido Comunista de Cuba (PCC) facilitándole cargar la
culpa de su mala administración sobre la acción “criminal” del “imperialismo
yanqui”, y justificarse, ante la comunidad internacional, por sus
procedimientos represivos contra el movimiento opositor pacífico de la isla,
presentando a sus activistas como mercenarios al servicio de una potencia
extranjera.
La
respuesta del régimen del PCC a la Helms-Burton fue la promulgación de la Ley No. 88, de protección de la
independencia nacional y la economía de Cuba, de 16 de febrero de 1999, por
la cual 75 disidentes, entra activistas y periodistas independientes fueron
condenados a largas penas de prisión en el 2003, y todavía sigue vigente cual
una espada de Damocles sobre las cabezas de los opositores al régimen.
Un
intento de relajamiento del embargo hacia Cuba fue impulsado por Barack Obama, a
partir del 2009, levantando las restricciones a los viajes familiares y a los
envíos de remesas a Cuba, y flexibilizando las visitas de estadounidenses a la
isla, para concluir el 17 de diciembre de 2014 con el anuncio de la apertura
para la normalización de las relaciones diplomáticas con Cuba, interrumpidas
desde el 3 de enero de 1961. Con la llegada de Donald Trump a la presidencia,
muchas de las medidas de relajamiento implementadas por Obama fueron
restringidas y se impusieron nuevas sanciones económicas a la isla, así como la
implementación del título II de la Helms-Burton cuya vigencia se había
suspendido por los presidentes Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama. Además,
Trump canceló el programa de reunificación familiar; suspendió vuelos directos
desde Estados Unidos a las provincias cubanas y hasta restringió el envío de
remesas para los familiares en Cuba.
El
embargo, ciertamente es un espinoso tema, que ha dividido la comunidad cubana
de emigrados y exiliados. Unos, exigiendo que se aprieten al máximo las tuercas
del embargo, sin importar los daños colaterales que se presente entre los
cubanos que viven en Cuba, con proclamas de “parones” y hasta pidiendo, con
mucha pasión, un desembarque de marines en tierra cubana. La mayoría de los
exiliados cubanos son partidarios de estas medidas, sin ninguna otra opción, y
siguen, sin análisis críticos, las políticas del expresidente Trump. Otros, en
cambio, una mayoría entre los emigrantes, son partidarios de aflojar las
tuercas de las sanciones económicas, y se identifican con las propuestas
adelantadas por Carlos Lazo de permitir la liberación de las remesas y de los
viajes a Cuba, de la reimplantación del programa de reunificación familiar, la restauración de los vuelos a las provincias
cubanas y reabrir la embajada de Estados Unidos en La Habana para facilitar las
solicitudes de visado para aquellos que quieran visitar a sus familiares en
Estados Unidos; y hay hasta los que se pronuncian por la anulación de un
plumazo del embargo.
Así,
muchos se unieron para participar en las caravanas de “Puentes de Amor Por la
Familia Cubana”, un extraordinario desfile en bicicletas y autos que circularon
en ciudades como Miami, New York, Los Ángeles y Seattle, convocadas, en primer
lugar, por el profesor Carlos Lazo, residente en Seattle, Washington. Y si los
de la línea dura se iban a favor de Trump, estos que ahora se van a favor de
tender “puentes de amor”, reclaman y le exigen al actual presidente, Joe Biden,
“Mr. Biden, please. End the Embargo on
Cuba”, y lo hacen, porque dicen que les dieron su voto en las
elecciones pasadas; y quieren enviar, según sus propias palabras, un mensaje
bien claro al presidente de Estados Unidos: “Elevaremos nuestras voces para que el presidente Biden levante las
sanciones que pesan sobre nuestras familias y sobre el pueblo cubano”.
Sin
embargo, el tema del embargo tiene muchas aristas. En primer lugar, es una
reminiscencia de la guerra fría mantenido a contracorriente de la realidad
actual. Cuba ya no es la amenaza que pendía sobre la seguridad interna de
Estados Unidos desde la década de los 60 y hasta la de los 90. Hoy por hoy
levantar el embargo de un solo plumazo, sin nada a cambio, constituiría una
victoria política para los regentes del PCC. Si se mantiene el embargo, el
régimen no hará cambios, buscará alianzas con enemigos de Estados Unidos para
sobrevivir y los efectos lo sufriría el cubano de a pie. Si se levanta el
embargo, el cubano seguirá siendo el mismo gallo desplumado que antes, aunque
recibiendo un poco más de maíz. Todo un círculo vicioso. Para levantar el
embargo se requerirá una ley que derogue tanto a la proclamación 3447, como a
las leyes Torricelli y Helms-Burton. ¿Puede esto ser alcanzado por el gobierno
Biden-Harris? Con la exigua mayoría con la que cuentan los demócratas en el
Congreso, y la evidente posición polarizada de los congresistas republicanos,
es improbable que tal propósito pueda ser cumplido. Para ello se requiere que,
en 2022, los demócratas puedan ganar más escaños en ambas cámaras
congresionales que les aseguren una clara mayoría legislativa.
Las
caravanas para tender puentes de amor estaban motivadas por buenas intenciones,
pero como bien dice el tan trillado dicho, que de buenas intenciones está
empedrado el camino al Infierno, ahora han sido aplaudidas desde CubaDebate en
su edición del 31 de enero. “Ciudades de
Estados Unidos realizan este 31 de enero una protesta en una caravana de
bicicletas y autos contra el bloqueo a Cuba y a favor de que se tiendan
‘puentes de amor’ entre ambos países”, se puede leer en esa edición; y hasta Lazo se convierte para el PCC en
una figura respetable: “El profesor
cubanoamericano Carlos Lazo ─ se destaca en CubaDebate ─ hoy en Miami durante la Caravana
#PuentesDeAmor contra el bloqueo a #Cuba. Cerca de 500 cubanos residentes en
EE.UU y amigos de la solidaridad realizaron una caravana en Miami, New York,
Seattle y Los Ángeles. #NoMasBloqueo #UnblockCuba”. Hasta Miguel Díaz-Canel
agradeció desde su cuenta en Twitter, el gesto de la caravana a los emigrados
cubanos en Estados Unidos. “Los patriotas
cubanos, vivan donde vivan, entienden que el bloqueo es un crimen contra su
pueblo”, Tele Sur también se hizo eco de la caravana, bajo el titular “Así
fue la Caravana "Puentes de amor" en solidaridad con Cuba”.
Existe una sutileza, más política que semántica, al identificar “embargo” con “bloqueo”. Dicho en correcto castellano “bloquear” significa: “Interceptar, obstruir o cerrar el paso; realizar una operación militar o naval consistente en cortar las comunicaciones de una plaza, de un puerto, de un territorio o de un ejército”; esto precisamente fue lo que impuso el gobierno de Kennedy tratando de evitar el arribo por mar de armamentos ofensivos soviéticos a puertos cubanos durante la crisis de los misiles, bajo el eufemismo de “cuarentena”. Y, por extensión, y dicho de una autoridad competente, bloquear es “inmovilizar una cantidad o un crédito, privando a su dueño de disponer de ellos total o parcialmente por cierto tiempo”, lo que para nada se corresponde con el acto de embargo que es la “prohibición del comercio y transporte de armas u otros efectos útiles para la guerra, decretada por un Gobierno”; además, embargar significa, “dificultar, impedir, detener”; “retener, en virtud de mandamiento judicial, un bien que queda sujeto a las resultas de un procedimiento o juicio”.
Faltaba en el logo de la caravana un anexo, donde
quedara claro: “Caravana para tender
lazos de amor, no con la dictadura, con la familia cubana”. Sobraba
el propósito de influir en la política exterior de los Estados Unidos como por
décadas lo ha hecho el denominado exilio histórico. Ese sector, el histórico,
poco a poco irá perdiendo influencia de cabildeo ante los gobiernos
estadounidenses, ¿Será sustituido por el cabildeo de los moderados, de los bien
intencionados y hasta pueriles partidarios de los “puentes de amor”?
El plattismo asume diferentes facetas, una de signo
duro, otra de rostro moderado, pero en definitiva es la misma mentalidad, la
que ve a los Estados Unidos como los redentores de Cuba, la del reclamo a Trump
─ ”cuatro años más de su presidencia y se acaba el comunismo” ─, la del auxilio
de Biden ─ “Biden, Cuba te necesita” ─. Muy buenos son los reclamos de
facilitar el encuentro de cubanos con cubanos, de reunificación familiar, de
envío de remesas; pero hay que saber separar la paja del trigo, con la familia
cubana, todo; con la dictadura, nada. Los cubanos tenemos que aprender a no
depender de otros para alcanzar nuestros propósitos de liberación, con embargos
o sin embargos, con nuestros propios medios, con nuestra firme voluntad de
derrocar a la dictadura. No nos engañemos, ningún presidente sea de España o de
Estados Unidos conquistará para nosotros la democracia, ni Clinton, ni Bush, ni
Obama, ni Trump, ni Biden.
De acuerdo con la vocera de la Casa Blanca, Jen
Psaki, la política que seguirá Biden sobre Cuba, estará "comandada por dos principios: el primero el
apoyo a la democracia y los derechos humanos, que va a ser el eje, y el
segundo es que los estadounidenses de origen cubano son los mejores embajadores
de la libertad en Cuba”; agregó además, Psaki: "Estamos revisando las políticas del gobierno
de Trump en varios temas de
seguridad nacional para asegurarnos que nuestra visión se ajusta a eso. Vamos
a marcar nuestro propio camino", lo cual implica todas las
demandas de los “puentes de amor”. Biden lo expresó de manera enfática cuando
dijo: "Se necesita una nueva
política hacia Cuba", y recalcó que luego de la salida de Trump, Cuba,
"no está más cerca de la libertad y
la democracia que hace cuatro años". Es más, durante su periodo de
campaña electoral, Biden declaró en entrevista para CiberCuba: “La situación de
hoy en Cuba no es igual a la situación hace cuatro años y yo seguiré políticas
que reconozcan el ambiente de hoy, empezando con la eliminación de las
restricciones de Trump a las remesas y los viajes, las cuales perjudican al
pueblo cubano y mantiene a las familias separadas. También abordaré el atraso
de más de 20,000 visas que ha aumentado bajo la administración Trump, exigiré
la liberación de los presos políticos y defenderé los derechos humanos en Cuba,
tal como lo hice cuando era vicepresidente”. Si esto es así, si los moderados de la
comunidad cubana votaron por esto, cuando votaron por Biden, ¿a qué vienen pues
las mediáticas caravanas de bicicletas y autos de los “puentes de amor”, que
tanto han aplaudido los voceros del PCC?
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