Mario J. Viera
Aquel impulso del 27 de noviembre
del pasado año, iniciado con la plantada de más de 300 jóvenes artistas e
intelectuales frente a la sede del Ministerio de Cultura de Cuba, generó el
renacer de una esperanza, ya casi perdida por décadas de la intolerancia
política de la alta dirección del Partido Comunista de Cuba (PCC).
El 27 de noviembre fue, como el retorno
a los inicios de la lucha en Cuba en pro de los derechos humanos iniciada por
el Comité Cubano Pro Derechos Humanos, fundado por Ricardo Bofill, y dirigido a
una confrontación al régimen, civilista y noviolenta. Ayer, como hoy lo
proclama el movimiento 27 de Noviembre, fue la expresión de una voluntad de
participación, en aquel presente, y en el futuro de Cuba.
El pasado 12 de abril, el N27 hizo
público un manifiesto pletórico de idealismo y buenas intenciones, donde, de
manera sucinta, exponía sus lineamientos y fundamentos generales, tales como,
la búsqueda de “un país inclusivo, democrático, soberano, próspero, equitativo
y transnacional”; la libre expresión que “no
constituya un acto de valentía, sino que sea una consecuencia natural del pensamiento
autónomo”; alcanzar una sociedad “donde
no exista el odio político, la violencia policial, la represión, la censura, la
manipulación mediática, la violación de la privacidad, los actos de
repudio; en fin, las prácticas abusivas de poder ejercidas por una dirección
política centralizada, militar y partidista, que discrimina y anula a quienes
disienten, violando sus derechos humanos”; es decir, “construir un país más
digno y justo para todos los cubanos”.
Como sus fundamentos básicos, el
Manifiesto del 12 de abril, expone: 1.- comunidad abierta, diversa, impulsada
principalmente por jóvenes artistas e intelectuales. 2.- rechazo al “verticalismo
de liderazgos tradicionales” a favor del liderazgo horizontal. 3.- movimiento
no político, sino cívico. 4.- Actuar de manera pública: “No actuamos en secreto pues nada ilegal hacemos”. 5.- accionar “cívico,
pacífico, solidario, dialogante”. 6.- No existen fines de lucro ni influencia
de intereses extranjeros u organizaciones políticas”. 7.- Ajustados en el “principio político y jurídico, recogido
en la Carta Internacional de Derechos Humanos, así como en la Constitución de la República de Cuba aprobada el 19 de abril del
2019”,
Vistos estos pronunciamientos de
manera superficial, atraen, resultan hasta simpáticos; pero cuando se analizan,
de modo más profundo, se puede llegar a otras conclusiones de carácter
pragmático, que no coincidirán necesariamente con los pronunciamientos del
Manifiesto N27. Primero, ¿existe una total contradicción entre propuestas
cívicas y accionar político? Es posible que algunas propuestas cívicas, que
aspiren a la formación de “un país inclusivo, democrático, soberano, próspero,
equitativo, donde no exista el odio político”, pudiera alcanzarse por medio del
diálogo abierto entre la población, con educación y cultura de civilidad, con
llamados de consejos a un gobierno electo democráticamente, con propuestas de
reformas; pero, si además se aspira a suprimir “la violencia policial, la represión,
la censura, la manipulación mediática, la violación de la privacidad, los actos
de repudio; las prácticas abusivas de poder ejercidas por una dirección
política centralizada, militar y partidista, que discrimina y anula a quienes
disienten, violando sus derechos humanos”, ¿solo con métodos exclusivamente
cívicos se puede alcanzar este propósito?
Cuando se trata del poder de una
dirección política centralizada, militar y partidista, como es el Partido
Comunista de Cuba; cuando se trata de un gobierno cerrado a todo concepto de
civilidad, como es el existente en Cuba, bajo el régimen del PCC, ya el tema es
completamente diferente. Se trata de hechos eminentemente políticos que deben
ser resueltos por medios políticos, pero no por los medios políticos
tradicionales, propios de sociedades democráticas, de luchas parlamentarias, de
campañas mediáticas y electorales. Un sistema totalitario no admite diálogos,
ni aperturas democráticas de libre expresión, y libertad de prensa, solo exige
obediencia, fidelidad y unidad en torno a su poder. El Partido Comunista no
admite quiebras en su muro de poder. ¿Reformas? Solo las que nacen de sus
propios congresos dirigidas a mantener su poder monolítico.
Estas propuestas del 27N son una
simple manifestación de idealismo y de puerilidad política. Para alcanzar reformas
democráticas frente al despotismo del PCC se requiere primero demoler su
régimen y alcanzar el poder político.
¿Qué más? El M27 se propone como una
comunidad abierta y diversa, lo que no está mal, y lo que debieran proponerse
todos los grupos y todas las organizaciones opositoras y disidentes al interior
de Cuba, para que, en las mismas, pueda “formar parte cualquier ciudadano
cubano, independientemente de su ideología, ocupación, lugar de residencia,
etc., siempre que lo acompañe la honestidad, el civismo y el respeto hacia la
libertad de expresión”.
Muy bien también es su propuesta de
no perseguir fines de lucro y de no admitir “influencia de intereses extranjeros
u organizaciones políticas”, un rechazo implícito al plattismo, a los que viven
de los subsidios federales concedidos a organizaciones “sin fines de lucro” del
exilio, y a la manipulación por parte de las organizaciones de derecha radical
del exilio.
Muy adecuado el rechazo que hacen al
“verticalismo de liderazgos tradicionales”, lo que significa ser partidarios del
liderazgo horizontal. Concepto este válido y correcto. No obstante, existe un
error de interpretación en estos dos conceptos. Y lo explico. Todo movimiento,
sea este cívico, político, ambientalista, el que sea, requiere de un centro de
dirección, que organice, coordine e impulse las acciones de ese movimiento. Sin
ese centro de dirección, no existe organización. El liderazgo horizontal
conlleva la posibilidad de que, los núcleos de activistas, no estén impedidos
de tomar iniciativas, acordes con las condiciones presentes en determinados
momentos y lugares, pero siempre, y en todo caso, esas iniciativas no pueden
colidir con los lineamientos básicos de la organización. Un ejército en combate
cuenta con un Estado Mayor que elabora la estrategia de acción, dirige las
operaciones y coordina con los mandos inferiores. Esos mandos inferiores, actúan
de acuerdo a la estrategia establecida; sin embargo, durante las operaciones de
combate, los oficiales a cargo, en la primera línea, puede acometer iniciativas
dirigidas a detener la ofensiva enemiga o reaccionar ante una situación
inesperada. Eso es, liderazgo horizontal.
Desconocer el principio básico de un
centro de dirección a favor del debate y la generación de consensos, respondiendo
a la diversidad de la membresía, sin el control de un órgano superior, no precisamente
propicia “prácticas más democráticas”, sino un verdadero embrollo para la toma de
decisiones en colectivo, dentro de los diversos grupos de trabajo, sin importar
que se realicen “bajo una dialéctica constante”, o lo que es lo mismo, bajo un
mecanismo “constante” de dialogar y discutir para llegar a acuerdos. Todo un divertimento
intelectualista.
Por último, el Manifiesto pone su
basamento en un “principio político y jurídico basado en dos fuentes de derecho;
una de estas fuentes es la Carta Internacional de Derechos Humanos. Ahora bien,
la segunda fuente de derecho a la que hacen alusión directa, constituye un
verdadero suicidio político, la Constitución originada, redactada y aprobada
dentro del Buró Político del PCC y ratificada por medio de un referendo amañado
y puesta en vigor el 19 de abril de 2019. De hecho, el 27N legitima esa
Constitución y se ve compelido a aceptar todos sus postulados, incluyendo lo
dispuesto en sus artículos 4 y 5.
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