Mario J. Viera
Según el Diccionario de la RAE, una
palabra malsonante es aquella que ofende al pudor, al buen gusto o a la
religiosidad. Es lo mismo que una “palabra gruesa”, un dicho inconveniente u obsceno;
sí porque lo obsceno es lo que resulta ofensivo al pudor. De este modo decirle
“hijo de puta” a un hijo de punta es emplear una palabra malsonante que ofende
al pudor de ese hijo de puta. Pero, ¡Hombre! ¿de qué pudor puede blasonar un
hijo de puta, cuando el diccionario de la que limpia y pule, lo define como
“mala persona”?
¿Qué decir del lenguaje soez? Se trata de
uno de corte bajo y grosero. Para los puritanos de todos los matices, decir
palabras soeces, gruesas, picantes, malsonantes, es algo que debe ser evitado,
en todas las circunstancias, por ser propias de personas carentes de educación
o delicadeza. Entonces el purista exige llamar al hijo de puta de un modo más
delicado, y decirle “¡Canalla!”; o hacer uso de una antífrasis para no recurrir
al potente “¡Hijo de puta!”, y llamarle de este modo: “¡El buen hijo de su
madre!” No suena mal ¿verdad?
No me digas que alguna vez, cuando te
hayas machucado un dedo con un martillo, no soltaste una de tantas palabras
gruesas y malsonantes, de las que tanto abundan en nuestra lengua castiza. Eso
ocurre. Es que el empleo de palabras soeces, se nos sale, así, de repente, como
una reacción espontánea, cuando ya no hay cabida para palabras mesuradas,
suaves, cultas… Cuando te irritas, pero bien irritado, por algo o alguien que
te molesta, por muy culto e intelectual que seas, seguro soltarás algún que
otro taco soez, obsceno y hasta ofensivo. Entonces ¿de qué te asombra que gente,
que no es intelectual ni posee títulos académicos le espete un epíteto mal
sonante a un bellaco, hijo de su madre, en puestos gubernamentales?
La gente se cansa de los abusos, de los
maltratos, de ser tomados por tontos de capirote y cuando ve la injusticia, no
lanza frases olorosas, no. Recurren a la palabra más altisonante, más ofensiva,
que le venga a la mente, para calificar a quienes hacen gala de sus poderes. Y
esos epítetos populares no son suaves o aterciopelados y puede que le griten a
un gobernante deshonesto, el calificativo soez, procaz, contrario al pudor, de “singa’o”,
que suena feo, que hay que taparles los oídos a las niñitas para que no lo
escuchen.
¿Qué es peor, lanzar epítetos malsonantes
contra una turba de energúmenos que te acosen y rodeen tu casa, o las piedras
lanzadas por esas turbas contra una vivienda donde moran niños? Entonces, ¡al
carajo!, las palabras “malsonantes”, a veces suenan muy bien.
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