Mario J. Viera
Este es un artículo del 5 de abril de 2000,
que redacté desde La Habana para Cubanet. Ahora lo reproduzco porque, de cierto
modo mantiene actualidad.
El tema del racismo en Cuba o del prejuicio racial
es uno de los más escabrosos en el actual contexto sociológico del país. El
gobierno socialista afirma rotundamente que la discriminación racial ha sido
definitivamente suprimida por la aplicación de su política de igualdad.
Dentro del ordenamiento jurídico del socialismo
cubano el racismo, o más bien su manifestación como acto discriminatorio,
constituye un hecho delictivo. El artículo 42 de la ley suprema del Estado
socialista declara: "La discriminación por motivo de raza, color de la
piel, sexo, origen nacional, creencia religiosa y cualquier otra lesiva a la
dignidad humana, está proscrita y es sancionada por la ley"
(Constitución de 1976).
Por otra parte, el Código Penal o Ley 62 establece
en su artículo 295 una sanción de seis meses a dos años de privación de
libertad o multa de 200 a 500 cuotas, o ambas, al que discrimine a otra persona
o incite a la discriminación o difunda ideas basadas en la superioridad u odio
racial o cometa actos de violencia o incite a cometerlos contra cualquier raza
o grupo de personas de otro color u origen étnico. Sanción ésta, no obstante,
muy benévola si se la compara con la prevista para el muy sui generis delito de
"propaganda enemiga" sancionado hasta con ocho años de privación de
libertad; o con la de hasta tres años de prisión por el denominado delito de
desacato al presidente del Consejo de Estado, al presidente de la Asamblea
Nacional y a los miembros de los Consejos de Estado y de Ministros o a los
diputados de la Asamblea Nacional.
Estas previsiones jurídicas sobre el problema de la
discriminación racial o étnica aparentemente constituyen un progreso dentro de
la tradición jurídica cubana. Si bien es cierto que la Constitución Republicana
de 1940 declaró punible en su artículo 20 “toda discriminación por motivo de
sexo, raza, color o clase y cualquiera otra lesiva a la dignidad humana”,
también es cierto que, en su ley penal objetiva, el Código de Defensa Social,
no se recogió ninguna norma semejante a la del artículo 295 del Código Penal,
actualmente en vigencia. Sin embargo, ¿se puede negar objetivamente y con pleno
ajuste a la realidad social que en Cuba no haya manifestaciones de racismo y
discriminación racial o prejuicios raciales?
La respuesta a esta interrogante conlleva cierta
complejidad. Cuba es un país en el que predominan casi exclusivamente dos
etnias: la raza europoide y la negra, originada en el África y establecida en
el país por la trata negrera que mantuvo la esclavitud hasta muy avanzado el
siglo XIX. La convivencia de ambos grupos raciales atravesó por diferentes etapas
que no son materia de este artículo, y marcaron las relaciones de aceptación y
rechazo entre un grupo y otro. Sin embargo, desde las guerras de independencia
hasta la fecha, Cuba no se caracterizó por ser un país racista como pudo ser el
Sur profundo de los Estados Unidos o la Suráfrica del apartheid.
Cuando es derrocado el gobierno de Fulgencio
Batista, un mulato de origen humilde que llegó a ser jefe del ejército,
presidente constitucional y tirano, el gobierno que asumió entonces la
dirección del país, manipuló exageradamente el tema de la discriminación racial
para apoyar sus proyecciones populistas y ganarse el apoyo incondicional de los
negros cubanos con el fin de reforzar sus posiciones frente a las clases cultas
y acomodadas del país.
Cuarenta años después muchos negros se consideran
discriminados. Pero cuando se les pide argumentos que demuestren la certeza de
su discriminación, sólo pueden referirse a situaciones excepcionales aisladas o
a criterios muy subjetivos. No obstante, la población penal en Cuba es
mayoritariamente negra, y en el gabinete cubano hay menos negros que en el de
los Estados Unidos. Son pocos también los negros presentes en los niveles más
altos del partido gobernante, y su presencia es escasa entre los secretarios
generales de las organizaciones provinciales de ese partido. Este es un
fenómeno al que muchos se han referido; sin embargo, por sí sólo no es una
prueba irrefutable de la existencia de la discriminación oficial del negro.
El racismo es un fenómeno cultural, forma parte de
la ideología. Su componente subjetivo es la etnofobia, el rechazo a los
miembros de todo aquel que no pertenezca a la propia etnia, y esta clase de
racismo existe en Cuba, de blancos hacia negros y de negros hacia blancos. Y es
un fenómeno de reciente resurgimiento en Cuba o de formación nueva adoptando
formas que no se conocieron en la época republicana.
Manipulando al negro, el gobierno exageró el racismo
de la República y se presentó como si fuera el emancipador de los negros de toda
discriminación. La insistencia en el tema de la discriminación racial presentó
como a culpables a los blancos ante los ojos de toda la población negra: si los
negros habían sido discriminados la conclusión lógica sería porque los blancos
los habían discriminados. La concatenación de ideas llevaría a provocar la
desconfianza de los negros hacia los blancos, considerados como antiguos
racistas y enemigos de la gente no blanca.
Esta situación ha generado tensiones entre las dos
etnias básicas de la población cubana y echado por el suelo el ideal de
instauración de una verdadera sociedad daltónica. El negro “liberado” del
socialismo ha servido como propaganda de uso externo, y de ahí, la palpable
discriminación de los no negros en los equipos deportivos nacionales. Se
necesitan las “morenas del Caribe”, a los balompedistas y jugadores de basket
negros, para consumo del África que siempre aporta sus votos a favor del
régimen de La Habana.
A la pregunta ¿hay racismo en Cuba? no se puede dar
respuesta en circunloquios ni esquivarla, sino contestar llanamente: Sí, en
Cuba hay racismo. Al menos esa parte psicológica que hemos dado en llamar
etnofobia. Este racismo presente en Cuba tiene componentes muy diferentes al
tipo que existía antes de 1959, que se manifestaba preponderantemente dentro de
algunos sectores sociales y en determinados estratos de la clase media y de la
élite social. Ahora la etnofobia es acción y reacción. Un doble vector que
apunta hacia un grupo y otro. Es un choque silencioso entre las dos razas con
matices gregarios; por lo general, los negros prefieren asociarse entre sí,
aislándose de los blancos en actividades sociales comunes, en fiestas,
reuniones de amigos, en el intercambio de tragos; y lo mismo se manifiesta
entre los blancos. Cada uno por separado, pero sin llegar a una definida
segregación al estilo de Atlanta año 1950. El racismo en Cuba no va más allá de
un agudo prejuicio racial planteado en términos del “somos distintos”.
Sin embargo, negros y blancos sufren una idéntica
discriminación de carácter étnica y que les coloca socialmente por debajo de
las prerrogativas que gozan los extranjeros en el país. Ambos grupos están
privados por igual del acceso a los mejores hoteles, al disfrute de las mejores
playas y balnearios, a la interdicción territorial de lugares exclusivos para
los extranjeros como los cayos Coco y Largo, y esta es una humillante realidad,
una, que sufren, tanto los negros como los blancos cubanos: la discriminación
de todo un pueblo.
El cubano es un pueblo apasionado, ardiente, a veces
intolerante, pero es un pueblo que se quiere a sí mismo, que es capaz de
llamarse uno a otro como hermano, que no se deja arrastrar por el fanatismo y
el odio, y que es una verdadera mezcla de razas y culturas. Es un pueblo que es
capaz de apretarse en un fuerte abrazo sin importar la raza o el color de la
piel, y un día, cuando se le eduque verdaderamente en la cultura de la
democracia, ya no habrá cabida en este país para los prejuicios raciales. Cuba
algún día será, sin hipocresías ni tartufismos, una verdadera sociedad
daltónica incapaz de distinguir colores.
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