jueves, 25 de abril de 2013

Nadie quiere ser fascista


Joan Antoni Guerrero Vall. MARTINOTICIAS

Sin lugar a dudas las elecciones en Venezuela han revolucionado el panorama de conceptos ideológicos. El que es fascista no se reconoce en ese epíteto y lo emplea sistemáticamente contra su opositor. De hecho, entre Venezuela y Cuba se va a conseguir un logro global y mundial: nuestros opositores, sean quienes sean, ya no serán opositores, serán simplemente fascistas. Venezuela y Cuba, que en estos momentos están en manos de regímenes intransigentes, son hoy los padres de la crispación en muchos rincones del mundo, incluso en aquellos donde pensábamos que se había alcanzado una democracia y que ésta permanecería inalterada, perenne. Pero no es así. Hay amenazas. Con esto se está pagando una factura: la factura de los aplausos que se le han dedicado a Fidel Castro y a la Revolución cubana en el último medio siglo, las condecoraciones otorgadas al sátrapa sin que nadie se haya sonrojado ni por una milésima de segundo.

En España los diferentes gobiernos, de derechas o de izquierdas, han estado siempre más preocupados en discutir si ponían o sacaban horas de religión de nuestros colegios, que no por hacer pedagogía sobre la importancia de apegarse a los valores de la democracia, el respeto a la diferencia y la importancia de ser libres.

Tampoco se ha hecho pedagogía sobre la necesidad de que las leyes se respeten y por eso ahora este país está ofreciendo un espectáculo de corrupción imparable que mina la credibilidad de partidos políticos y lanza a millones de ciudadanos hacia los extremismos ideológicos. La rabia se reparte en dos bandos afilados: una izquierda radical y dogmática y una derecha carpetovetónica. Los dos extremos desvarían. Un lado y el otro comparten algunos rasgos y entre éstos, fundamentalmente su promoción del odio hacia el otro y el autoerigirse en salvadores del mundo. No les valen las medias tintas, consideran flojos a los que claman por la conciliación y la construcción de un espacio común, de convivencia. Someter a los demás a sus ideas es la única posibilidad que ellos parecen tener para alcanzar su propia paz espiritual. Para eso necesitarán construir muchas cárceles, dar muchos palos, encerrarnos a muchos tras los barrotes.

En este contexto se crean situaciones realmente contradictorias y extrañas. Es por ejemplo el caso de las víctimas de la dictadura castrista que, cuando se presentan en sociedades democráticas, generan invariablemente una reacción virulenta contra ellas, algo que, por supuesto, no sucedería si, en lugar de ser víctimas de Fidel Castro, lo fueran de Augusto Pinochet. Ambos dictadores, ambos resultaron letales para sus compatriotas, ambos fueron enemigos de la libertad. La dictadura castrista sigue bien engrasada a nivel de propaganda y tiene las suficientes alianzas para seguir generando todo tipo de boicots, manipulando movimientos sociales en Europa, llevándolos a trabajar en beneficio de sus propios intereses. Unos intereses que pasan por radicalizar posiciones, barrer la escena de cualquier posibilidad de diálogo, llenar el espacio de consignas que diluyan cualquier argumento en un magma ideológico que obligue al individuo a alinearse a un lado o al otro, sin opción al debate.

Al fin y al cabo, nadie quiere ser fascista. El régimen cubano lo sabe y promueve el uso de este calificativo contra todos sus opositores, sea cual sea su orientación ideológica. El terror que causa en muchos la posibilidad que le puedan calificar como fascista hace que caigan en la trampa de arremolinarse en el bando que se presenta como abanderado de lo contrario. El caso es que, en cuanto al caso cubano, no sé está discutiendo la futura orientación socialista o conservadora de un gobierno.

Tampoco se puede equiparar conservadurismo a fascismo, como pretenden los castristas. Los que cuestionan al régimen cubano, sea cual sea su orientación política, lo hacen mayoritariamente para defender el triunfo de los valores de la democracia, en la que cualquiera tiene el derecho a existir, incluso el radical, siempre que su objetivo no sea el de someter a los demás. Y sería deseable que en la Cuba del futuro no haya que construir armarios para guardar ideologías.

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