domingo, 28 de abril de 2013

La vida de Capriles y el poder de Maduro penden de un hilo


Carlos Alberto Montaner. FIRMASPRESS

En Venezuela, Iris Varela, Ministra de Asuntos Penitenciarios, una joven y rolliza abogada de mirada fiera y verbo incendiario, ha advertido que ya tiene preparada la celda para encerrar a Henrique Capriles. Se lo creo a pie juntillas.

No contenta con maltratar a la cabeza de la oposición venezolana, a quien acusó sin pruebas de consumir alucinógenos y ser el autor intelectual de los nueve asesinatos y 78 heridos, entre ellos el diputado antimaduro William Dávila, severamente lesionado dentro del propio parlamento por los chavistas, de paso maltrató el idioma alegando que el líder de los demócratas tiene ojos “puyúos”.

No tengo la menor idea de lo que es un ojo “puyúo”, pero supongo que debe ser algo tan terrorífico como la propia mirada de la señora Varela mientras hace sus acusaciones. Invito a los lectores de esta columna a que busquen su intervención en YouTube. Es como la niña del exorcista, pero notablemente crecidita en todas las direcciones.

De acuerdo con la amenaza de la Ministra, el primer paso es meter en la cárcel a Henrique Capriles por pedir el recuento electoral. ¿A quién se le ocurre sospechar de ese gobierno respetuoso de la ley? Imperdonable.

Me imagino que el segundo paso será que otro preso lo asesine en medio de una de las reyertas tan comunes en los predios de la señora Varela. Ya se sabe que en las calles de Caracas la vida vale muy poco, pero dentro de las cárceles venezolanas no vale absolutamente nada.

¿Por qué el acoso a Capriles y, en general, a los dirigentes de la Mesa de Unidad Democrática (MUD)? Es muy sencillo: en Venezuela todos, gobierno y oposición, saben que Henrique Capriles ganó las elecciones por un clarísimo margen, luego vulnerado descaradamente por las manipulaciones electrónicas, como suponen algunos, o por el simple “arrebatón” clásico de la peor tradición latinoamericana, como alegan otros.

En todo caso, lo que es obvio es que Nicolás Maduro perdió. Y perdió, entre otras razones, porque es muy difícil que la mayoría de cualquier sociedad respalde a un grandullón medio bobo que habla con los pajaritos y hace campaña con un nido en la cabeza. Es verdad que la Venezuela parida por Chávez es como un gran circo, pero no tanto.

La reacción de la señora Varela, de Diosdado Cabello, del Almirante Diego Molero y del resto de la banda, es la del ladrón sorprendido robando dentro de la casa: tiene que matar para poder escapar. No era ése su propósito inicial, pero debe cometer un crimen mayor para borrar las huellas de otro delito de menor entidad.

Por eso Henrique Capriles y su estado mayor cancelaron la marcha del 17 de abril. No querían darle la oportunidad al gobierno de salir a asesinar, acusar de ello a la oposición, y decretar un estado de conmoción social que le serviría de coartada para eliminar las ya raquíticas protecciones constitucionales que subsisten en el magullado ordenamiento jurídico del país.

Capriles y su entorno temían lo que se conoce como “la estrategia Reichstag”. El 27 de febrero de 1933 ardió el parlamento alemán y Hitler, tras acusar sin pruebas a los comunistas y lanzar infundios sobre los judíos, pidió suspender las garantías constitucionales y exigió un decreto que le permitiera gobernar a su antojo. A partir de ese punto el nazismo se puso en marcha de manera imparable.

“El Flaco” ha hecho bien en renunciar a la falsa auditoría que deseaban imponerle. El camino de la impugnación total de las elecciones tiene pocas probabilidades de llegar a buen puerto, pero puede mantener la vigencia de la protesta por más tiempo. Ya hay unos análisis estadísticos que demuestran el fraude fehacientemente. Hay que divulgar lo que realmente ocurrió.

Es posible, claro, que los ladrones, atrapados con las manos en la masa, si no pueden matar, traten de pactar una salida que les garantice la bolsa y la vida. Dice el periodista Rafael Poleo, siempre muy bien informado, que el hombre para gestar ese arreglo es José Vicente Rangel. No lo sé, pero el ilegítimo gobierno de Nicolás Maduro pende de un hilo. Como la vida de Henrique Capriles.

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