Mario J. Viera
Cual un tornado que se precipitara inesperadamente sobre
un territorio, así han sido las olas de protestas masivas que se han producido
a todo lo largo y ancho de Cuba, tomando desprevenidos, no solo al régimen
dictatorial del PCC sino, incluso, al propio movimiento opositor interno en la
isla. El pueblo ha alzado su voz. La resistencia noviolenta crece imparable. El
pueblo, al que muchos acusaban de indolente, se ha lanzado a las calles
reclamando libertad y el cese del gobierno usurpador de Miguel Díaz-Canel.
A lo largo de más de seis décadas el pueblo cubano ha
estado a merced y al arbitrio de un régimen totalitario; régimen intransigente,
represor e inepto en la conducción del Estado. Suprimidas las libertades
fundamentales a las cuales todo ser humano tiene derecho, el disenso
criminalizado y deshumanizado el disidente hasta presentarle como sabandija,
gusano o cucaracha que hay que aplastar, destruir, eliminar. Y, para ello, en
1991, el régimen crea sus brigadas parapoliciales de respuesta rápida que no se
inhiben ni siquiera ante el asesinato. El cubano se tragaba sus frustraciones,
aguantaba. Sus agravios los liberaba huyendo del país, hasta arriesgando la
vida en intentos de cruzar el Estrecho de la Florida en embarcaciones endebles.
No había otro modo, Cuba se convirtió en una gigantesca cárcel donde todos era
vigilados y acechados. Se produce el asalto a la embajada del Perú. Cientos de
cubanos penetran en aquella sede en busca de un escape, llega el Mariel y luego
la crisis de los balseros de 1994.
¿Qué quedaba de aquel cubano rebelde y arisco que se
levantaba con furia frente a sus opresores? “Ni los
palmacristazos del machadato, ni los ajusticiamientos extrajudiciales del batistato
conducidos por verdugos con uniformes militares, como Ventura Novo, Masferrer o
Carratalá representaron la merma total de los derechos como sucede en la Cuba
de hoy”, como un día escribí comentando sobre la postergada rebelión cubana.
Sorprendía la falta de energía que aquejaba al cubano, hasta tal punto que no
concordaba con aquel levantisco que se rebeló contra los abusos del coloniaje
español, que arma en mano, en manifestaciones públicas, en actos de desobediencia
civil y de huelgas echó por tierra al gobierno tiránico de Machado y supo
enfrentarse a los matarifes de Fulgencio Batista. Aquel cubano colectivo que
apoyó la revolución auténtica de 1933 retando la amenaza de los barcos de
guerra americanos fondeados frente a la bahía de La Habana. Aquel cubano ¿Dónde
había quedado relegado? Sin embargo, todo tiene un límite, incluso hasta para
el miedo. El miedo se pierde en el conjunto unido, unos a otros contagian el
valor. Entonces se producen conatos de resistencia
El
primero de julio de 1993 se produce el amotinamiento de Claro de Luna en
Cojímar, donde, prácticamente todo el pueblo se levantó frente a la dictadura;
el 5 de septiembre de 1994 con el
"maleconazo"; la clarinada del 27 de noviembre de 2020 con la
plantada frente al Ministerio de Cultura. Hechos estos que han marcado hitos
históricos de la postergada rebelión cubana, para culminar con estas últimas
manifestaciones de rebeldía nacional que se iniciaron el 11 de julio en la
apacible ciudad de San Antonio de los Baños, para luego extenderse por contagio
a otras localidades en todo el territorio nacional.
Manifestaciones estas que son excepcionales, gigantescas,
aunque idénticas a las anteriores por su espontaneidad, no organizadas, no
planeadas. Representan un despertar, una demostración de que el miedo se está
perdiendo, pero la espontaneidad, si no se le conduce, a la larga se apaga. Ahí
es donde hay que trabajar: ¡Hay pueblo! Solo se requiere organizar las
protestas aplicando una estrategia inteligente de lucha y movilización.
Estas
de ahora, son el rostro verdadero del cubano que ha perdido el miedo, que se
busca a sí mismo y se une y levanta su voz, al grito de "Patria y
Vida" y "No tenemos miedo". Pero la espontaneidad, en política,
es frágil, por eso lo que se requiere es la organización y el plan estratégico
de lucha noviolenta para que no se apaguen las protestas. Ahí está la masa para
hacer la obra, solo se necesita la voluntad de trabajar en ese empeño.
La
tiranía tomada inicialmente de sorpresa, de inmediato reacciona. El fantoche de
Raúl Castro colocado si consenso nacional al frente del Gobierno, Miguel
Díaz-Canel lanza un llamado desde la televisión a la violencia, a la guerra
entre cubanos: “Estamos
convocando a todos los revolucionarios de nuestro país, a todos los comunistas,
a que salgan a las calles en cualquiera de los lugares donde se vayan a
producir estas provocaciones hoy, desde ahora y en todos estos días”; y
ratifica que las calles son de los “revolucionarios”, de esos que han vendido
sus almas a la mentira y al deshonor; de esos que son los únicos que la
dictadura reconoce como cubanos. Y agrega el usurpador Díaz-Canel: “Somos
muchos los revolucionarios en este pueblo que estamos dispuestos a dar la vida
y eso no es por consigna, es por convicción. Tienen que pasar por encima de
nuestros cadáveres si quieren enfrentar la Revolución, y estamos
dispuestos a todo y estaremos en las calles combatiendo”. Magníficas
declaraciones que hubiera querido pronunciar Augusto Pinochet.
Ya
se ven los resultados. La represión brutal de una jauría de sicarios ─ que
debieran considerarse como traidores a la patria donde nacieron ─ contra un
pueblo que la única arma que blandía era su indignación y su coraje. Violencias
desmedidas que dejan pequeñas las de la dictadura de Fulgencio Batista.
Entonces
el exilio cubano en Miami reacciona. Un fuerte apoyo al pueblo que en las
calles de Cuba se enfrenta a la tiranía. Bueno es apoyar al hermano que lucha
en condiciones desiguales con sus opresores. Pero algunos, van más allá del
simple apoyo moral, quizá para aplacar sus cobardías cuando vivían en Cuba, y
reclaman una intervención del ejército de Estados Unidos en la isla,
intervención militar que denominan “humanitaria” como si las bombas, los
misiles, los cañonazos lanzados desde destructores atracados frente a la Bahía
de La Habana pudieran tener carácter humanitario. Y se van en caravana a
Washington D.C, para reclamar, para exigir al presidente de los estadounidenses,
al mismo que muchos de los que van en la caravana han acusado de comunista y de
haber cometido fraude electoral, que movilice al cuerpo de marines para lanzar
la humanitaria intervención militar en Cuba. Se olvidan de algo esencial, que
Estados Unidos, como lo declaró el senador demócrata Bob Menéndez y el senador
republicano Marco Rubio, no invadirá militarmente a Cuba. Se olvidan de algo elemental,
que la liberación cubana solo puede alcanzarse en cuba por los cubanos por
medio de la resistencia armada o la resistencia noviolenta o por una mezcla de
ambos métodos de resistencia.
El momento ahora, no es pedir cobardemente que otros nos
conquisten la libertad con sus fuerzas armadas; el de ahora es momento de
estricto apoyo al pueblo cubano, a su resistencia; el momento de ahora es
denunciar en todos los foros internacionales; el momento de ahora es sentar al
gobierno usurpador de Cuba en el banquillo de los acusados en el Consejo de
Derechos Humanos. El momento de ahora es dejar a un lado las banderías que
dividen al exilio, sin poses de libertadores. La explosión social está a las
puertas y el régimen, asustado, como hacen las fieras, morderá y lanzará
zarpazos. Ahora hay que mantener la vigilancia frente a las acciones represivas
del gobierno usurpador. No es momento para aflojar las medidas económicas que
acorralan al régimen, porque el pueblo está en las calles. La acción criminal
de la tiranía en contra de los que reclaman libertad, ha
anulado cualquier intento de mejorar relaciones diplomáticas y de tender esos
supuestos "puentes de amor" que algunos ingenuos promueven.
Se
requiere ahora reagrupar las fuerzas, elaborar una estrategia de lucha
inteligentemente elaborada, formar comités cívicos de apoyo a la resistencia y
organizar las movilizaciones, dirigirlas para alcanzar los objetivos que se
persiguen. Hay que captar a los mandos intermedios de las fuerzas armadas
cubanas y de la policía, para que apoyen al pueblo o para que no tomen parte en
los actos represivos.
Lamentablemente los comunistas no se van a ir pacíficamente, solamente con la fuerza de las armas podrán ser echados; pero en una dictadura en que la simple posesión de un arma de fuego significa el paredón, ¿quién va tomar las armas?. Únicamente si algunos miembros de las fuerzas armadas a los que les quede algo de dignidad y vergüenza se deciden a deponer a la tiranía, Cuba alcanzará la ansiada libertad. PATRIA Y VIDA.
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