Mario
J. Viera
Son
muchas las lecciones que nos ha dado la explosión del 11 J, y muchas las
enseñanzas que, de ellas, pudiéramos extraer. La primera de todas, es que
podemos alcanzar la liberación por nuestros propios medios, sin necesidad
imperiosa de injerencias de poderes externos.
La
principal característica de las multitudinarias manifestaciones del 11 J ha
sido su carácter inusitado, al margen e independiente del concurso y la
dirección de organizaciones internas, que no han podido superar su estadio de
disidencia para convertirse en verdaderas organizaciones políticas de
oposición; y este carácter inusitado significa que, existe y se manifiesta
dentro de la gran masa de la población, la conciencia de la necesidad del
cambio y la voluntad para producir el cambio. Estos dos factores son los que,
necesariamente tienen que estar presentes en la conciencia social ─ necesidad
del cambio y voluntad para producir el cambio ─ para producir una revolución.
Tiene
razón la economista Rafaela Cruz cuando señala ─ en Diario de Cuba ─ que la
debilidad de la oposición (yo preferiría decir “disidencia’) se hizo manifiesta
en las protestas del 11 de julio, “cuando ningún movimiento o líder logró
fusionar y encausar el descontento”. Muchos, desde largo tiempo,
hemos estado abogando para que los grupos disidentes se vuelvan más hacia lo
interno que hacia el exterior, actuando dentro del pueblo, haciendo labor de
proselitismo de manera directa, para darle cauce a la indignación popular. Se
trata de ejercer el liderazgo para impulsar el cambio cuando existe “una
masa lista, como propone Cruz, para estallar cuando el liderazgo
correcto los invoque”. Es decir, enfocarse en el fortalecimiento, tal como
aconseja Gene Sharp, de la “población oprimida en su determinación de
luchar, en la confianza en sí misma y en sus aptitudes para resistir”. Esto
quedó determinado en los sucesos del 11J, la existencia de una masa lista para
producir el estallido, confiada en sí misma por la identificación del conjunto
que eleva el grito de Patria y Vida. Pero faltó algo importante, por la desidia
de los grupos disidentes al interior de la isla, la necesidad ─ que Sharp
propone ─ de “desarrollar un amplio y concienzudo plan estratégico global
para la liberación, y ejecutarlo con destreza”. Sin un plan, sin una
estrategia elaborada sobre realidades, no existe un movimiento de resistencia
que logre el éxito. Factor este, sobre el cual tantos hemos insistido.
En
su espontaneidad, sin la presencia de líderes conductores, aparecieron, diversas
personas actuando como verdaderos agitadores políticos, quienes proponían
consignas y determinadas acciones; como ocurrió en San Antonio de los Baños,
cuando, al inicio de la protesta en un punto de la ciudad, algunos propusieron
desfilar hasta la sede del Comité Municipal del Partido Comunista, en una forma
de liderazgo horizontal con iniciativas no limitadas por un liderazgo vertical.
Este
estallido social, el profesor Fernando Mires, lo identifica como la expresión
de “un colectivo deseo de vida, de un grito desesperado por ser, de una
expresión masiva por la libertad”; un movimiento, más que político, “fue
un movimiento existencial”. Mires rechaza catalogar el grito del 11 J como
“espontáneo”. “Una cosa ─ explica Mires ─ es que un
movimiento no tenga líderes ni partido y otra es que sea espontáneo. Espontáneo,
en el léxico político, significa un estallido anárquico y desorganizado”. Y
esto para Mires no es lo que sucedió en Cuba., dado el hecho de que la protesta
“se expandiera tan rápidamente desde los poblados más lejanos hacia las
grandes ciudades y que en todos los lugares fueran coreadas las
mismas consignas y que sus participantes hubiesen decidido poner término
a todas las manifestaciones a la misma hora” evidencia que hubo “un alto
grado de sincronía, de intensiva comunicación (digital)
interna”. Esto, visto así, es cierto. Una coordinación que tuvo su
antecedente en la sincronización comunicacional que estuvo presente para llevar
a cabo la plantada frente al Ministerio de Cultura el 27 de noviembre del
pasado año; una acción esta de desobediencia civil que tomó por sorpresa, igual
que ahora, a los servicios de inteligencia de la dictadura.
Lo
espontáneo, dentro de los hechos del 11 J, estuvo solo presente en la táctica
empleada, sin ajustarla a una estrategia consensuada para impulsar una
verdadera resistencia noviolenta; aunque, de modo instintivo, se pudo
consolidar el número crítico de participantes que se requieren en un proceso de
resistencia noviolenta, en una masa multigeneracional y de géneros. Fue
significativa la participación de las mujeres lanzando el grito de “no tenemos
miedo”. Hay pueblo, solo se requiere que los disidentes conviertan el
movimiento en uno de tipo político, con demandas políticas, y, como propone,
muy acertadamente, Rafaela Cruz, “haciendo propuestas mínimas, básicas,
pocas, cortoplacistas y comprensibles, teniendo en cuenta que el pueblo no
rechaza todo del castrismo — los sistemas de salud y educación estatales son
intocables —, solo quiere vivir mejor. Hay que definir qué es "vivir
mejor" y ofrecerlo ya, ahora”.
¿Qué
se buscaba alcanzar con las manifestaciones del pasado 11 de julio? ¿La toma
del poder político? Ese no era el objetivo de los manifestantes. Lo que se
pretendía era lanzar un reto al poder y mostrar el descontento que existe en
toda la sociedad cubana por las reformas económicas que últimamente ha venido
implementando el PCC y el gobierno de Díaz-Canel; por los métodos incorrectos
empleados por el gobierno para enfrentar la pandemia del COVID-19 que han
provocado el colapso de las capacidades hospitalarias, especialmente en
Matanzas; y por la crisis de desabastecimiento agudizada con la aparición de
las tiendas que comercian en dólares y a sobreprecio de los productos
esenciales.
He
aquí donde fallan los grupos disidentes de Cuba, cuando solo se centran en
problemas puntuales, en la elaboración de proyectos inocuos de reformas, como
el tan mentado Proyecto Varela o la idílica Plataforma 18 de participación en
el proceso electoral de Cuba; y en la búsqueda de apoyo externo, sin plantear
como objetivo básico la toma del poder político a partir de un poderoso
movimiento interno de resistencia. La disidencia descuidó el trabajo de captar
pueblo; y pueblo había para impulsar ese movimiento de resistencia interna,
como ha quedado demostrado en este accionar del 11 J.
Como
bien se afirma en Los 50 puntos cruciales de la lucha no violenta de los
autores Srdja Popovic, Andrej Milivojevic y Slobodan Djinovic, no se puede
cambiar una sociedad si no se alcanza el poder político para la implementación
de las reformas que esa sociedad requiere. No se trata solamente de plantear
una lucha por ideales, por el respeto de los derechos políticos, civiles,
sociales y humanos de los ciudadanos; sino la lucha por y para la toma del
poder político. Solamente contando con el poder político se pueden implementar
las necesarias reformas para la transición hacia un estado de derecho.
De
hecho, el poder político en una sociedad proviene de la obediencia de las personas
y el 11 J fue un desacato, un reto, una manifestación de desobediencia al poder
político que usurpa en Cuba el PCC; y esto implica que el régimen actúe para
reprimir la desobediencia. Este es el mérito histórico del 11 J, el primer acto
multitudinario de desobediencia civil en 62 años de poder autoritario. Así como
expone Mires: “La posibilidad de que la represión logre desmembrarlo,
debe ser considerada. El aparato policial y militar cubano está
hecho para reprimir a su propio pueblo. Pero que eso no suceda, depende
también de las formas que asumirá en el movimiento en el futuro”.
La
reacción primaria de la dictadura, ante un hecho considerado improbable, fue la
indecisión, pero cuando las manifestaciones llegaron hasta la misma capital de
la nación, centro de toda la atención internacional, tuvo que decidir y actuar.
Movilizó a las fuerzas especiales del Ministerio del Interior, las “Avispas
Negras”, a los efectivos de la Policía Nacional Revolucionaria y de la
Seguridad del Estado, y, al mismo tiempo, demostrar que contaba con apoyo
popular frete al reto de grupos calificados como marginales que quebraban el
mito de “la unidad del pueblo en torno al partido comunista y al gobierno”. No
se podía “admitir que ningún contrarrevolucionario, ningún mercenario,
ningún vendido al gobierno de EE.UU., vendido al imperio, recibiendo dinero de
las agencias, dejándose llevar por todas estrategias de subversión ideológica
van a crear desestabilización en nuestro país", como clamó el
sustituto de Raúl Castro al frente del gobierno. Entonces convoca: "a
todos los revolucionarios del país, a todos los comunistas, a que salgan a las
calles y vayan a los lugares donde vayan a ocurrir estas provocaciones".
El
gobierno moviliza de inmediato a los esquiroles de la respuesta rápida que tan
bien actuaron en la represión de las manifestaciones del 5 de agosto de 1994,
conocidas popularmente como el “maleconazo”, junto a efectivos militares
vestidos de civil y armados con garrotes; pero se cuida especialmente de no
ametrallar a la población inerme; eso sería fatal para su imagen pública
internacionalmente. No se reproducen los actos de violencia policial ocurridos
en Chile y Colombia, ni el fusilamiento de manifestantes por efectivos
militares como los ocurrido en Birmania, ni los asesinatos indiscriminados que
el gobierno de Daniel Ortega cometió contra las manifestaciones de protestas en
Nicaragua, no se lanzaron bombas de gases lacrimógenos para dispersar a las
multitudes, como ocurriera en Estados Unidos durante las protestas del
movimiento BLM.
Aunque
muchos de la diáspora cubana vean la represión que, en Cuba, produjo cientos de
detenidos, golpizas, asaltos a domicilios y hasta la muerte, reconocida
oficialmente, de uno de los manifestantes, como una “represión bestial”, lo
cierto es que no se llegó a tal extremo; lo que no implica, precisamente, que,
en el futuro, ante un movimiento consolidado de resistencia no violenta, el
régimen se inhiba de recurrir a la represión bestial indiscriminada.
Ante
esta situación el periodista e historiador y exprofesor de la Facultad de
Periodismo de la Universidad de La Habana, Roberto Álvarez Quiñones, en
artículo para Diario de Cuba, conceptuó al movimiento del 11 de julio como “una
monumental rebelión política”, aunque, erróneamente e inexactamente,
consideró que los “manifestantes apuntaron al poder, la fuente primaria de la
desgracia cubana y no a sus consecuencias sociales (hambre,
escasez de todo, pobreza, etc.)”. Fue, precisamente esas condiciones
sociales ─ hambre, escasez de todo, pobreza, etc. ─ la causa eficiente para la
protesta, sin importar que se gritara reclamando libertad y la renuncia de
Miguel Díaz-Canel a la presidencia del país.
El
muy distinguido comentarista considera, también de modo incorrecto, que, “el
derrumbe del comunismo en Cuba se logrará con la acción de fuerzas
combinadas de una insoportable presión político-social interna y otra
presión venida de fuera, para que ambas produzcan una fractura en la cúpula
del poder que dé al traste con el régimen”. Aboga también por reclamarle al
“presidente de la mayor potencia mundial” que le exija a la dictadura
cubana que ponga “fin a la bestial represión, liberen
a todos los detenidos y los presos políticos, que aparezcan los
desaparecidos y se restauren las libertades ciudadanas, o ‘habrá
consecuencias’". Y esas consecuencias, por supuesto, serían
“echar abajo el mito de que solo hablar de una intervención humanitaria-militar favorece a la tiranía
porque esta puede reavivar el nacionalismo ‘revolucionario’". Aparte
de que estas declaraciones tienen el tinte propio de una mentalidad plattista,
son también manifestación de la desconfianza de alguien en las capacidades de
los cubanos de alcanzar su propia liberación.
Sobre
este aspecto, el Dr. Gene Sharp he expresado: “Muchas personas que
actualmente están padeciendo bajo una dictadura, o que han tenido que exilarse
para escapar de sus garras, no creen que los oprimidos puedan liberarse por
sí mismos. Ellos no esperan que su pueblo pueda ser liberado sino por la
acción de otros. Ponen su confianza en las fuerzas extranjeras. Creen
que sólo una ayuda internacional puede ser lo bastante fuerte como para
derribar a los dictadores. (…) Esa
confianza puede estar puesta en un factor totalmente errado. Por lo general,
no van a llegar salvadores extranjeros”. Y agrega Sharp: “Los
estados extranjeros podrían involucrarse activamente para fines positivos sólo
cuando hubiere un movimiento interno que ya haya comenzado a sacudir la
dictadura y logrado que la atención internacional se enfoque sobre la
índole brutal del gobierno”.
Refiriéndose
Sharp a las acciones internacionales, señala: “Aunque las acciones
internacionales pueden beneficiar, o de alguna manera debilitar a las
dictaduras, la continuación de éstas depende primordialmente de factores
internos. (…) el boicot económico internacional, los embargos, la
ruptura de relaciones diplomáticas, la expulsión del gobierno de organizaciones
internacionales, la condena del mismo por alguno de los cuerpos de las Naciones
Unidas y otros pasos semejantes, pueden contribuir grandemente. A pesar de
todo, si no existe un fuerte movimiento de resistencia interna, tales acciones
por parte de otros es poco probable que se den”.
Hoy
en Estados Unidos, las manifestaciones de la diáspora cubana en apoyo al 11 J,
parecen estar dirigidas más en contra de la administración demócrata que contra
la dictadura del PCC. A impulsos del sector de la extrema derecha del Partido
Republicano y de sus acólitos en algunas de las principales organizaciones del
exilio, se alienta la mentalidad plattista que tanto daño ha hecho al
crecimiento opositor al interior de la isla, con el reclamo y la exigencia de que
Biden haga esto o no haga esto otro. Es legítima la intolerancia ante la
intolerancia de la dictadura del PCC; pero ¿hasta dónde debe ser llevada?;
hasta el punto dónde no perdamos la opinión pública internacional. ¿Se gana a
la opinión internacional cuando se aboga por intervenciones militares de
Estados Unidos y de la OTAN en Cuba, como la propuesta de un tal Léo
Juvier-Hendrickx patrocinada además por Zoé Valdés y la suscripción de 50 mil
firmas? Intervención militar que otros denominan eufemísticamente como
“intervención humanitaria-militar”. Así no se gana el apoyo de la opinión
pública internacional.
El
11 J debe convertirse en un movimiento consolidado, dejando a un lado todo el
histerismo político miamense. La disidencia interna tiene ahora la oportunidad,
el ejemplo lo dieron los miles de manifestantes que tomaron las calles de
ciudades y pueblos en toda la isla. Ahora, lo que importa, como propone Mires,
es preservar la existencia física del movimiento y a partir de ahí, asegurar
su existencia política. “Por el momento, lo que más requiere es
mantener continuidad. En otras palabras, que el régimen se vea obligado
a reconocer al 11-J no solo como un enemigo externo sino como una oposición
interna”, y esto es en lo que se debe concentrar la resistencia
interna, sin pensar en invasiones militares de una potencia externa con la
misión de “rescatar la libertad de Cuba”, lo que conduce a una paralización de
la voluntad de resistencia con la esperanza puesta en una invasión militar que
nunca se producirá; debe concentrarse en la elaboración de una estrategia
cohesionada de lucha política no violenta y en la elaboración de un proyecto de
nación, sin fantasías. Unir en un mismo empeño a todos los cubanos, ¡A todos!
Más que buscar apoyos de gobiernos extranjeros, se debe buscar el apoyo de la
opinión internacional, la opinión de las masas latinoamericanas, de las masas
europeas. Hay que ganar para la causa de la liberación nacional las simpatías populares
y de intelectuales y artistas de América Latina, de Estados Unidos, ¡De todo el
mundo! Y tener muy presente las opiniones de Mires cuando señala: “Sin
disidencias, sin trizaduras internas [dentro del mismo régimen], ningún
régimen se viene abajo. Eso significa, para el movimiento que recién
nace, mantenerse atento a cualquiera posibilidad de comunicación con los
personeros del régimen. Nunca cerrar todas las puertas. (…) En
no pocas experiencias históricas hemos visto a miembros de regímenes
dictatoriales que terminan por disentir. Nunca faltan los que se dan
cuenta de que seguir manteniendo a gobiernos ilegítimos lleva a callejones sin
salida. Hay quienes también no quieren pasar a la historia como verdugos
de sus pueblos. No hay transiciones sin deserciones”.
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