Fernando Mires Blog POLIS
Conmoción produjo en los medios de comunicación alemana
el hecho de que el Presidente Zelenski de Ucrania no hubiera admitido la
participación del presidente de Alemania, Frank-Walter Steinmeier, en la
comitiva visitante formada por Polonia y los tres países bálticos. El hecho de
que el presidente alemán hubiese sido “irrespetado” desde Kiev, no fue
precisamente – según gran parte de la prensa alemana ─ una demostración de
tacto diplomático. Tampoco las razones aducidas. Steinmeier, afirman los
críticos de Zelenski, ya se había disculpado públicamente de su larga
participación en el proyecto Gasprom-2 que llevaría a Alemania a una ominosa
dependencia estratégica con respecto a la Rusia de Putin.
Nadie puede arrogarse el derecho a repartir
culpabilidades por hechos ocurridos en el pasado, aunque estos hubiesen
incidido en el presente. Nadie sabe tampoco hacia dónde conducirán los sucesos
de hoy. Nadie, en fin, puede ser declarado responsable por lo que no ha
previsto. El camino que conduce al infierno está sembrado de buenas
intenciones, ha demostrado ser un dicho muy sabio.
Por los motivos expuestos, no parece entonces fuera de
órbita pensar en que lo sucedido no fue una consecuencia de la actitud
exageradamente condescendiente que mantuvo el presidente Steinmeier durante más
de veinte años con la Rusia de Putin, sino de razones más recientes. Una pista
nos la dio el mismo Zelenski al señalar que él estaría muy contento de recibir
en Kiev al canciller Scholz. Evidentemente, no se trata de una preferencia
personal de Zelenski por Scholz. O de una animosidad también personal en contra
de Steinmeier. Después de todo, Scholz y Steinmeier pertenecen al mismo
partido. Las implicaciones en los negocios del gas entre Rusia y Alemania
comprometen no solo al actual presidente, también a una cantidad de
funcionarios socialdemócratas y democristianos, comenzado por el propio ex
canciller Gerhard Schöeder (hoy afincado en Moscú) y quizás al mismo Olaf
Scholz. Podemos pensar así que para Zelenski, más gravitantes que los
acontecimientos del pasado, son las actuaciones recientes de la clase política
alemana a la que Steinmeier representa. Y entre ellas, la más grave es
la de no haber apoyado desde un comienzo y de un modo contundente a la lucha de
liberación nacional que libran los patriotas ucranianos en contra del invasor
ruso.
Basta decir que en materia de envío de armas a Ucrania,
Alemania figura en el quinto lugar, posición muy penosa para un país
considerado como la primera potencia de Europa. La ayuda de Alemania,
comparada con la de otros países europeos, ha sido tardía, indecisa, y lenta.
Eso lo dicen abiertamente los políticos europeos. De ahí que, probablemente, al
no aceptar la presencia de Steinmeier y sí la de Scholz, Zelenski intentó hacer
una diferencia simbólica que, evidentemente, no entendió la clase política y
mucho menos la prensa alemana. Esa diferencia deriva de las distintas funciones
que cumplen Steinmeier y Scholz.
Mientras Steinmeier representaría a la autoridad moral
del Estado, Scholz, en tanto canciller, representa a la autoridad política.
Como es obvio, Zelenski está obligado a mantener relaciones políticas con el
gobierno alemán. No así con su representación moral. Traduciendo la simbología
de Zelenski a un lenguaje político, podemos decir que el presidente
ucraniano intentó hacer una separación entre la Alemania moral y la Alemania
política. Hilando más fino, Zelenski habría querido demostrar que, en el
caso de Alemania, la moral y la política no caminan tomadas de la mano o, lo
que es parecido: que hay una disociación entre moral y política no advertida en
los burocratizados círculos de poder alemán.
Esa disociación entre política y moral a la que apunta
Zelenski es grave, y lo es tanto para la política como para la moral. Cerrar
esa disociación es, en consecuencia, uno de los imperativos categóricos para la
realización de una buena política y de una buena moral. Así lo estableció
Immanuel Kant en uno de sus más conocidos y célebres dictámenes. “La verdadera
política” – escribió el gran filósofo- “no puede dar ningún paso sin pagar
tributo a la moral. Y si la política es un arte muy difícil, unir la moral y la
política no es ningún arte pues ambas forman un nudo que no se puede desatar en
tanto ambas (política y moral) no entren en conflicto”. (Paz Perpetua,
1795)
Si seguimos las palabras de Kant, es evidente que
para el presidente de Ucrania existe en Alemania un conflicto entre política y
moral, un conflicto negado desde Alemania por una parte de su clase
política. El argumento de esa negación es que Alemania ha solidarizado
económica y militarmente con Ucrania, aunque no al precio de poner en peligro
su economía o el bienestar de sus habitantes. Como dijo en un foro televisivo
un representante de gobierno: para seguir ayudando a Ucrania y a otras naciones
no podemos arruinar nuestra economía. Desde un punto de vista formal, suena
bien. Y sin duda sería una posición correcta si partiéramos de la premisa de
que se trata solo de ayudar a un país caído en desgracia frente a un brutal
invasor. Sin embargo, esa, como han advertido con vehemencia tres miembros del
partido Verde –Anton Hofreiter, Marieluise Beck y Ralf Fücks- es una falsa
premisa.
No se trata de que, la hecha a Ucrania, sea una agresión
a un país europeo que no es miembro de la NATO ni de la UE, sino a todo el
Occidente político, como no ha tratado de ocultarlo el mismo Putin. En otras
palabras, en Ucrania está teniendo lugar en estos momentos una guerra
en contra de toda la Europa democrática. Los ucranianos están defendiendo a
su país, pero también a todos los acuerdos y leyes nacionales e
internacionales que hicieron posible a la Europa de hoy. Como dijo claramente
Zelenski en un mensaje dirigido a los gobiernos europeos: “nosotros
estamos conteniendo a un enemigo mortal para que ustedes vivan en paz. La ayuda
que exigimos no es solo para nosotros, es también para ustedes”.
En fin, estamos hablando de una guerra que no
solo compromete a Ucrania, las instituciones y gobiernos europeos, sino a todo
el mundo democrático.
No es casualidad que los gobiernos que apoyan a Putin
sean todos autocráticos o dictatoriales. La Rusia de Putin es la
vanguardia mundial de una contrarrevolución antidemocrática que tiene lugar en
diferentes puntos del planeta. Dentro de Rusia, también. No deja de llamar
la atención de que mucho mejor que Alemania lo entendió un país tan alejado de
Europa como Australia que, sin ser miembro de la NATO, supo lo que estaba en juego
y no vaciló en enviar armas a Ucrania.
Ucrania está situada en la primera línea de una batalla
internacional, hay que decirlo de una vez. Son generales ucranianos, no alemanes, los que deben
determinar cuáles y cuantas son las armas que necesitan para combatir al
enemigo invasor. Toda Europa democrática debe ponerse a su disposición
e incluso, si es necesario, bajo sus órdenes. Incluso desde el punto de
vista de la pura razón económica, la que parece ser dominante en la política
alemana, los gobiernos europeos deberían calcular que gastar el máximo posible
en la defensa de Ucrania puede ser un buen precio comparado con lo que toda
Europa tendría que pagar en caso de que Putin logre hacerse de Ucrania. Putin,
que nadie lo dude, apuntará a Moldavia, Rumania, Polonia, Bosnia y Herzegovina,
Finlandia, Estonia, Lituania y Letonia.
La disociación entre política y moral sobre la que
alertaba Kant, ha sido llevada por Putin hacia sus máximos extremos. Putin ya
es la persona más odiada del mundo. Pero eso no le interesa, mientras sea la
más temida. Putin ha perdido todas sus batallas políticas. Eso tampoco le
interesa: su único objetivo es ganar las batallas militares y de ellas,
las más decisivas, tienen lugar en Ucrania.
De nada servirá a Occidente un triunfo moral y político
si pierde la guerra militar. La libertad se defiende, y en este momento con
armas y en Ucrania. Ese y no otro
fue el llamado de atención que quiso estatuir Zelenski: Sacar a Alemania de su
abulia burocrática y economicista para hacerla regresar al mundo real que en
estos momentos no es el de la paz sino el de la guerra.
Al no aceptar la presencia del presidente alemán en Kiev,
Zelenski tuvo sus razones. Alemania debe cerrar de una vez por todas la
brecha entre política y moral (o atar el nudo desatado entre política
y moral, para usar la expresión de Kant) y romper así con la costra
anti-política formada bajo la sombra de Angela Merkel.
Al fin y al cabo, Immanuel Kant era alemán (prusiano). La
ciudad en la que nació y vivió toda su vida, Könisberg, fue anexada por el
imperio ruso en 1946 y hoy lleva el nombre de Kaliningrado.
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