Mario
J. Viera
Mientras
la oposición interna, víctima no solo de la represión sino también de su
carencia de estrategia política, se desmorona, los militantes del Partido
Comunista de Cuba insertos dentro del denominado sistema judicial, Yamila Peña Ojeda, fiscal general de la
República y Rubén Remigio Ferro, presidente
del Tribunal Supremo Popular se sienten eufóricos y felices por las palabras
que, el Secretario General del PCC y diz que Presidente de la República,
Díaz-Canel, expresara en una reunión con dirigentes de la Fiscalía General de
la República, para hacer un reconocimiento de la adecuada actuación de la
Fiscalía General y del sistema judicial ante los hechos del 11 de julio.
“El
2021, fue un año retador, difícil. Cuba estuvo sometida a situaciones de
envergadura que nos demandaron trabajar de una manera distinta debido a
varios factores, en primer lugar, un bloqueo recrudecido y una tremenda
atmósfera de agresividad imperial, tanto de inteligencia como de
campañas de comunicación calumniosas, perversas”. Sí, claro, porque han
sido “acciones dirigidas a provocar el estallido social, a fracturar
la unidad en torno a la Revolución, a socavar la confianza de la población,
como parte de una guerra no convencional, y a aplicar el llamado ‘golpe
suave’, y todo ello aprovechando las condiciones impuestas por la COVID-19”.
Sí,
porque de esa manera distinta de trabajar, llevada con éxito plausible por la
Fiscal General y por el presidente del Tribunal Supremo; ya se ven sus
resultados; si es que el pasado 14 de febrero, por ejemplo, el Tribunal
Provincial de Holguín ─ como reportó Diario de Cuba ─ condenó a 20
manifestantes del 11J por el delito de sedición, entre ellos cinco
menores de edad, dos condenados a 20 años de prisión; tres a 18 años; dos a
17; uno a 15; dos a 14; dos a 12 y dos a siete. Por dicho delito fueron
imputadas al menos 158 personas, de las cuales 14 eran menores de edad que,
al momento de la detención, tenían entre 16 y 17 años. Otros 37 tenían entre 18
y 20 años de edad.
Por
supuesto es que Díaz-Canel se frota las manos con satisfacción, porque ha
podido demostrarle al jefe, a Raúl Castro, que contra él no cabe eso que llaman
“Golpe suave”. El conoce muy bien que las manifestaciones del 11 J
fueron totalmente espontáneas; y la Yamila Peña Ojeda y el Rubén Remigio Ferro saben
muy bien, que esas manifestaciones no pretendían dar el golpe suave, que no
existía un concierto explícito o tácito para impulsarlas, aunque no lo expresen,
pues para ello es que se les paga. Lo que le preocupa a Díaz-Canel no es el tal
“golpe suave”, sino el “golpe duro” que está a las puertas; que Raúl Castro lo
vigila y que Raúl controla al generalato que le mira a él con desprecio; por
algo si no, ahí está Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, colocado dentro del
Buró Político del PCC, y quien, por demás, ha sido ascendido al grado de General
de Brigada de las Fuerzas Armadas.
El
régimen y sus aliados ven como golpe blando la aplicación de los métodos
y técnicas de resistencia no violenta propuestos por Gene Sharp en su “De la
dictadura a la democracia”. Técnicas estas que la oposición interna no ha
sido capaz de, o no ha querido, aplicar, como tácticas políticas de resistencia
no violenta frente a una dictadura. El término “golpe blando”, por otra
parte, es inexacto y expresado con el propósito de desnaturalizar al movimiento
de oposición no violenta de Cuba. No se trata de un “golpe”, se trata de una
verdadera revolución democrática no violenta en contra del gobierno
contrarrevolucionario antidemocrático de Díaz-Canel y del dominio del
stalinista Partido Comunista de Cuba (PCC).
Las
protestas masivas del 11 de julio tomaron de sorpresa a la oposición interna;
no las vieron llegar; no las motivaron, no las organizaron, fueron resultado de
la iniciativa de un pequeño grupo en San Antonio de los Baños, que luego, por
contagio se fueron replicando en numerosos pueblos y ciudades a lo largo de
todo el país. La inmensa mayoría de los manifestantes no estaban vinculados con
los grupos opositores.
Tiempo
precioso, tal vez irrecuperable, perdieron los grupos de oposición interna
centrados solo, como lo señala el periodista Carlos Cabrera Pérez, “en el
diagnóstico y la denuncia”, y, yo agregaría, en el mensaje hacia el exterior y
en la ilusión de que un Donald Trump colocaría al régimen en bancarrota para
propiciar ilusorias reformas por la vía del diálogo, o su caída. Pero estaba la
masa en el fermento de sus frustraciones que, siguiendo a Cabrera Pérez, reclama
“una oferta alternativa de gobierno para saber cómo manejarán los
asuntos que incumben a todos como la libertad, el empobrecimiento y la
desigualdad, agravados por la hiperinflación y la dependencia del dólar
norteamericano, el deterioro de la salud, la educación y las viviendas, el
envejecimiento de la población, la violencia machista y la siniestralidad vial
y laboral entre otros muchos males acumulados”. Una oferta alternativa con
propuestas concretas más que abstractas; así lo hemos insistido por años.
Un
accionar de manera directa ─ no a través de los medios sociales de internet ─
dentro del mismo seno del pueblo. No en pedir ilusos referendos vinculantes, ni
estar proclamando la sonsera de que “los cubanos tienen derecho a los
derechos” sino que los derechos se ganan con la resistencia al poder; no
promover desde internet supuestas revoluciones de girasoles, que nadie secunda,
salvo sus proponentes y la derecha republicana del exilio cubano; ni hacer
labor caritativa entre menesterosos, sino haciendo labor política dentro de las
masas populares, acciones de movilización y organización de acuerdo a un
proyecto de estrategia de resistencia, inteligente y realista para impulsar la
revolución democrática.
Pero
para ejecutar este trabajo se requiere liderazgo, salir del estadio que Cabrera
Pérez identifica como “orfandad de liderazgo”. “Una vez
desterrados varios de los protagonistas del 27N, 11J y 15N ─
constata Cabrera Pérez ─ y a la espera de lo que ocurra finalmente con los
principales líderes del Movimiento San Isidro, ahora encarcelados, la oposición cubana está obligada a reinventarse para
salvar la espuria distancia que la represión totalitaria establece entre ellos
y el resto de los dolientes, que son inmensidad”. No sé si el término
correcto sea el de “reinventarse”, aunque prefiero mejor emplear el termino de
“renovarse”, que el mismo autor emplea en su artículo, lo cual considero más
exacto.
Renovarse
es dejar atrás los métodos pasados de trabajar en aislamiento, encerrados
dentro de una mentalidad de cacicazgo o tribal, para conducirse por nuevas vías
de acción política, no violenta y movilizadora. Es establecer nuevos métodos de
organización, tal vez creando, de manera anónima, pequeñas células en todos los
municipios y barriadas; organizando células de apoyo cívico entre aquellos de
la población que, opuestos a la dictadura, prefieren colaborar a la callada,
pero útiles para la propagación de la propaganda, para obtener informaciones y
recibir sustento y ayuda.
No
yerra Cabrera Pérez cuando plantea: “Los cubanos debemos aprender a
pensar como país y la oposición, incluida la exiliada, debe
comunicarse con el pueblo, que es su público objetivo,
con el objetivo de promover la identificación de la ciudadanía con su
ideario y acción para cambiar el viejo e injusto orden impuesto y
tambaleante”. Para ello se requiere trabajo directo de proselitismo y
preparar activistas aptos para la actividad de agitación política. Para esto se
requiere que el exilio apoye y secunde a la oposición interna, pero sin
pretensiones de asumir el liderazgo desde la distancia o de controlar a la
oposición interna. Y ciertamente hay que pensar como país sin compromisos con
este o aquel partido político de Estados Unidos o con sus confrontaciones
políticas internas.
Definir
prioridades y objetivos es lo primario. La oposición no debe abandonar la labor
de denuncias de las violaciones de derechos humanos, que acomete el régimen;
esa es una labor siempre prioritaria. Objetivos principales, captar la voluntad
cívica de las nuevas generaciones, de los trabajadores, de las amas de casa. Se
deberá dejar bien definido que la política de recuperación nacional no comporta
revanchismo, ni contra las fuerzas armadas, ni contra los efectivos de la
policía, ni contra los militantes de fila del PCC o de la UJC; solo los grandes
culpables de las miserias nacionales y de los abusos de poder deberán sentirse
temerosos de la justicia que, más tarde o más temprano, los juzgará. Todo esto
bajo los presupuestos de un programa de acción política adecuado al momento. Si
no se capta la voluntad popular, la oposición democrática está condenada al
ostracismo; y esa voluntad se logra actuando directamente dentro del pueblo,
dentro de las universidades, dentro de los sindicatos, en cada barrio, en cada
municipio. No será fácil hacerlo, se requiere inteligencia, entusiasmo,
convencimiento y disciplina; pero es posible.
La
masa fermenta y solo necesita organización. De acuerdo con los marxistas, una
revolución solo es posible cuando están presentes las condiciones objetivas
y subjetivas. Siguiendo el razonamiento marxista, las condiciones
objetivas están presentes en Cuba: ruina de la economía; crecimiento de las
condiciones de pobreza dentro de la población; elevadas tasas de inflación y
desabastecimiento, que hacen más dura la vida del ciudadano común; deterioro de
la salud, la educación y las viviendas; represión en contra del disenso, poder
de solo un partido político; ausencia de libertades públicas de opinión,
expresión y manifestación. Por condiciones subjetivas, se entiende como el
crecimiento de la necesidad del cambio en la conciencia de la gran mayoría del
pueblo; ejemplo de ello fueron las manifestaciones del 11 J; el salto a favor
de los cambios en un importante número de intelectuales y artistas mayoritariamente
jóvenes, como pueden ser el movimiento del 27 N y Archipiélago y, en menor
cuantía, en las protestas del Movimiento San Isidro. He ahí donde se centra el
punto, el público objetivo ─ como lo denomina Cabrera Pérez ─ al que
debe dirigirse la oposición interna.
Se
debe entender por todos que la democratización del país no vendrá de la mano de
una potencia extranjera; que la vía hacia un sistema democrático la abre
nuestro propio esfuerzo y solo nuestro propio esfuerzo. Y junto a esta ardua
labor de lucha no violenta frente a un régimen totalitario, hay que ganarse el
favor de la opinión pública internacional, de la derecha, del centro y de la
izquierda. La palabra de orden ahora es: ¡Revolución de Patria y Vida!
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