Mario
J. Viera
En
un artículo que antes redactara, califico al actual gobierno que rige en Cuba,
como un Estado policiaco altamente militarizado, donde el poder real descansa
en los altos mandos de las fuerzas armadas que controlan al gobierno monigote
de Miguel Díaz-Canel y a las altas instancias del Partido Comunista de Cuba. Su
esencia policiaca y militarizada se hace evidente cada vez más a partir de las
demostraciones del disgusto de la población del 11 de julio del pasado año.
Tomados
todos por sorpresa, tanto la dictadura como la oposición, el régimen se sintió
desconcertado y temeroso; las masas, que siempre había sabido manipular, ahora
se viraban en su contra. Se estaba perdiendo el miedo ─ el arma más poderosa
con la que cuenta el poder ─ y se hizo necesario imponer con más fuerza el
temor; para ello cuenta con su sistema penal y con los tribunales; con los
antisociales de las brigadas de respuesta rápida, con el Departamento de la
Seguridad del Estado, con la policía, con las tropas especiales del ministerio
del Interior y, si fuera preciso, con las fuerzas armadas. Cientos son
violentamente detenidos, muchos el mismo día de las protestas, otros a
posteriori en sus propias casas. En un inicio los cargos que se imputan a los
detenidos son los de “desórdenes públicos”; pero se produce la convocatoria
pública del grupo Archipiélago de llevar a cabo una marcha cívica en todo el
país en reclamo de la liberación de todos los presos políticos; inicialmente
propuesta para el 20 de noviembre. Una convocatoria que, de manera cándida, se
hizo pública y presentada en carta pública al gobierno de Díaz-Canel. Sus
principales impulsores se mostraban ante el mundo con sus propios nombres. La dictadura
toma nota y ordena la celebración de tres jornadas de ejercicios militares y la
celebración, para el mismo día 20, del Día Nacional de la Defensa, con lo cual
el régimen ponía en marcha los postulados de la Ley 75 de Defensa Nacional del
21 de diciembre de 1994, y la activación de los Consejos de Defensa y del
estado de emergencia.
Ante
tal coyuntura, el colectivo de Archipiélago adelantó en cinco días la fecha de
la convocatoria, cayendo nuevamente en la misma candidez de hacerla pública y
de informar a la Asamblea Nacional del Poder Popular del cambio propuesto y de
creer que el régimen del PCC se ajustaría al respeto del artículo 56 de la
gatopardista Constitución vigente, por el cual formalmente se establece: “Los
derechos de reunión, manifestación y asociación, con fines lícitos y pacíficos,
se reconocen por el Estado siempre que se ejerzan con respeto al orden público
y el acatamiento a las preceptivas establecidas en la ley”.
Archipiélago parece no haber tomado en cuenta la última línea del precepto de
est artículo,
El
acoso de los agentes de la seguridad del Estado y de las brigadas de acción
rápida se descarga sobre los miembros del 27 N, de lo que restaba del
Movimiento San Isidro y de la inoperante UNPACU; y de los promotores del 15 N,
principalmente en contra de quien era la figura más conocida del grupo
Archipiélago, Yunior García quien se viera obligado a ponerse a salvo en
España, prácticamente desmanteló a lo poco que quedaba de la oposición interna.
Como
muchos comentaristas han evidenciado, tras el fracaso del 15 N, el régimen
cambió los cargos iniciales de “desórdenes públicos:” contra los encartados por
los sucesos del 11 J, para imponerles cargos de sedición; sin importar que,
hasta el momento, como hiciera evidente Lucía Alfonso Mirabal, del Diario de
Cuba, “no se ha podido probar que existiera concierto explícito o tácito
entre los manifestantes [elemento básico para la imputación del delito de
sedición] … El régimen no ha podido mostrar una sola prueba de que las
manifestaciones hayan sido lideradas u organizadas por alguien”. Lo que
se busca con los cargos de sedición que comportan hasta pena de 30 años de
prisión es volver a imponer la obediencia por medio del temor y desalentar la
realización de cualquier manifestación pública de descontento.
Las
nuevas generaciones de opositores cubano no han sido capaces de recoger las
experiencias acumuladas de los iniciadore de la oposición pacífica de Cuba y la
de sus continuadores hasta el 2003. Las mismas faltas de expectativas
adolecidas en el periodo posterior a Concilio Cubano, están presentes dentro de
la nueva oposición.
Años
llevamos advirtiéndole a la nueva oposición de ser cautos como las palomas y
astutos como las serpientes; que el material de trabajo está en lo interno del
país, con proselitismo directo dentro de las masas populares, sin hacerles
concesiones a las organizaciones de la ultraderecha del exilio, abriéndose
hacia todas las corrientes democráticas que se oponen a la dictadura del PCC,
ya sean las de derecha como las de izquierda. Sin embargo, lo que más
caracteriza a la oposición interna es la actual carencia aguda de liderazgo, de
un liderazgo que no puede ser vertical, sino horizontal.
Hoy
prima el desconsuelo, la falta de esperanzas y el derrotismo. Pero no todo se
ha perdido, como lo demuestran esos batallones de un solo hombre que están
haciendo pintadas antigubernamentales sin formar parte de ningún grupo
opositor. Ante la arremetida gubernamental y el desarme de prácticamente toda
la oposición cubana, como bien lo dice el periodista Carlos Cabrera Pérez, en
un interesante artículo redactado para CiberCuba, “está obligada a reinventarse”.
En
la parte III de estos comentarios haré un análisis sobre el artículo de Cabrera
Pérez, “Orfandad de liderazgo en Cuba”.
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