martes, 30 de marzo de 2021

Sobre la hoja de ruta del Diario de Cuba

 Mario J. Viera

 


En ocasiones, cuando los intelectuales analizan problemas complejos, se elevan tanto en sus pensamientos, que terminan con sus cabezas en las nubes, pero con sus pies bien distantes de la tierra. Así, muchos intelectuales confunden lo ideal con lo real, lo que debiera ser con lo que realmente es, sin distinguir la realidad de la fantasía. Algo de todo esto se enmarca en la propuesta de hoja de ruta ideal hacia la democracia, que propone el Licenciado en Ciencias Políticas y especialista en Estudios Bíblicos y Teológicos, Dimas Castellanos, aparecida en la edición del 28 de marzo del Diario de Cuba.

 

Dimas Castellanos es un intelectual que expresa con franqueza sus opiniones, sin caer en la sacralización de los dirigentes de los grupos opositores al interior de la isla y de los males que afectan a esos grupos. En una entrevista que le concediera a Cubaencuentro. com, con fecha 8 de mayo de 2020, declaró: “El caudillismo es un mal que nos toca, los líderes de esas organizaciones quieren ser protagonistas y centro, cambian constantemente por diferencias internas; cuando llega, por ejemplo, una ayuda del exterior la miseria trae consigo la corrupción: los tres centavos recibidos son motivos de discrepancia. Hay carencia de democracia en algunas de esas organizaciones”.

 

Bien expresado, contrastado con lo que ahora analiza sobre el camino hacia la democracia en Cuba, y que él mismo califica como ideal. Tomando como argumento la experiencia histórica de Cuba, Castellanos señala los males que deben ser descartados de su ideal hoja de ruta, empleo de la arraigada violencia en la cultura política; los "mesías", que generalmente terminan concentrando más poder que los sucesores; y las “elecciones inmediatas” que “no deben realizarse sin las condiciones y garantías inexistentes en el actual escenario para poder ejercer el derecho al sufragio libre”.

 

Es honesto cuando se muestra partidario de la solución de conflictos por medio del diálogo; pero el diálogo en el cual cree es uno de “dos dimensiones”; un diálogo entre cubanos para “consensuar las condiciones mínimas para sacar al país de la crisis; lo cual evidenciaría “que hay cubanos dispuestos y preparados para participar como sujetos activos en la solución de la crisis”, quedando implícito en el enunciado, que no se trata de un diálogo donde tenga voz el cubano común y corriente, sino un diálogo entre las élites desde los espacios virtuales, con todo ese embrollo de conclusiones intelectuales atiborradas de citas bibliográficas, donde cada cual pretenda demostrar su capacidad intelectual. Platón, por supuesto, lo aplaudiría.

 

La otra dimensión del diálogo es la conformada “entre el pueblo y el Gobierno”. ¿El pueblo dialogando con el Gobierno? Bueno, la ekklesía (Asamblea) de Atenas, hace buen rato dejó de ser apropiada. Para que el pueblo pudiera dialogar con el gobierno sería necesario, que el mismo pueblo eligiera a sus representantes para dialogar con el Gobierno, y, por supuesto, con una agenda que recogiera las demandas populares. Digo, y eso es si el Gobierno se decidiera a dialogar con el pueblo.

 

Luego Castellanos se embarca en una subjetiva apreciación, de que el Gobierno del PCC ya perdió “las condiciones que le permitieron permanecer anclado”. Ya que, considera idealmente Castellanos, el régimen o el gobierno “carece de suficiente fuerza para impedir el cambio”; sí, porque perdió sus “padrinos ideológicos” ─ en 1991, el Gobierno también había perdido sus “padrinos ideológicos” con la caída de todo el campo del socialismo real ─. Sí, porque le resulta imposible “lograr el nivel mínimo de inversión”; sí, por su “incapacidad para cumplir sus compromisos con los acreedores”; sí, por “la toma gradual de conciencia del pueblo manifestada en las crecientes protestas”. ¿Crecientes protestas? Protestas son las que han ocurrido en Bielorrusia, en Birmania y Tailandia, nada que se asemeje en Cuba; ¿los trecientos plantado ante el Ministerio de Cultura el 27 de noviembre de 2020? ¿La pérdida del monopolio de la información con las redes sociales? ¡Hace buen rato que el régimen ha perdido el monopolio informativo y la credibilidad de esos sus órganos “informativos”!; sí, por su “deficiente manejo del Covid-19”. Bueno en Brasil se ha manejado de manera más ineficiente el Covid-19; y México y hasta España. Sí, por los fracasos que está cosechando con la Tarea Ordenamiento y el aumento de la represión”. La represión ha sido siempre consustancial con el régimen y, hasta hubo momentos donde impuso el terrorismo de estado, sobre todo entre 1960 y 1963.

 

Analicemos la tesis planteada por Castellanos, “el régimen carece de suficiente fuerza para impedir el cambio” y formulemos, en contrario una antítesis: “El régimen mantiene sus principales pilares de apoyo, tales como, 1) la policía, el ejército, los órganos de inteligencia, las milicias populares, las brigadas de respuesta rápida; 2) los tribunales; 3) las estructuras del PCC en todos los niveles, local, municipal, provincial y nacional, fundados sobre el principio de la disciplina férrea; 4) las denominadas organizaciones “de masas”, destacándose entre ellas la UNEAC; y además, el control del sindicalismo; 5) los medios y aquellos que manejan la difusión de información al público. La síntesis, por tanto, puede ser formulada del siguiente modo: “el régimen todavía tiene suficiente fuerza para impedir el cambio”.

 

Ante todas las dificultades económicas y sociales, actualmente presentes en la sociedad cubana, Miguel Díaz-Canel, declaró el 20 de marzo: “Es un llamado, una vez más, a la heroicidad, a la resistencia, brindando luces”, lo que en breve significa: el pueblo debe resistir, como lo hiciera durante el periodo especial de 1991. Por otra parte, el jefe del Departamento Ideológico del Comité Central del PCC, Víctor Gaute López, y de acuerdo con el Granma, reconoció “la influencia del nuevo contexto comunicacional, en particular las redes sociales, y el desafío que entraña enfrentar las arremetidas de los enemigos de la Revolución a través de estas plataformas, con el marcado propósito de influir, sobre todo, en los jóvenes”.  

 

Aceptemos hipotéticamente, que el gobierno cubano, en un arranque de intenciones democratizantes se decidiera, de por sí, aceptar un diálogo, el cual dentro de las condiciones que ha descrito Castellanos, implica su participación “bajo el compromiso de implementar dos grandes medidas en una primera etapa: las libertades económicas”, y la libertad de expresión a continuación, “de manera que a la vez que la economía avance, se desarrolle la labor de formación ciudadana que faltó en la República”. 

 

El gran error de estas concepciones, como otras de igual calibre, es que colocan en primer lugar, lo económico, dejando en segundo lugar lo político; terreno este que el régimen no está dispuesto a ceder ni un milímetro; por otra parte, el texto da a entender que, en Cuba, a lo largo de toda su historia republicana no existía libertad de expresión que coadyuvara a desarrollar “la labor de formación ciudadana”. En La Habana, según mostrara el oficialista Juan Marrero en su libro “Dos siglos de periodismo en Cuba”, se producían veintiún periódicosdoce noticieros de radio y veintiocho revistas, además de tres noticieros de televisión y tres noticieros cinematográficos. Como refirió la revista venezolana El Nacional, que cita Radio Martí, ningún país de América Latina tenía tantas publicaciones per cápita: eran más de 70 en una isla de 6 millones de habitantes.

 

En Cuba prerrevolucionaria, existía un amplio uso de la libertad de expresión que, consagrada por la constitución de 1940, ni siquiera el régimen de Fulgencio Batista pudo acallar, como se demuestra en la sección En Cuba, de la revista Bohemia o en el semanario satírico Zig Zag. No, la labor de formación ciudadana no faltó en la República. Esta es la misma tesis que Fidel Castro argüía, negando la libertad de expresión en la República. No faltó la formación ciudadana, formación que se degradó debido al populismo de izquierda que impulsaba Fidel Castro, causa similar a lo producido en Estados Unidos con el populismo de derecha de Donald Trump, con independencia de la gran libertad de expresión que existe en Estados Unidos, la ciudadanía transformada en masas fanatizadas.

 

Aclaremos algo. La principal contradicción en Cuba, en estos momentos, es la que, como apuntaba Hegel, distingue lo aparente de la cosa que se percibe de su auténtica especie. Lo aparente en Cuba, es lo económico, visto desde el punto de vista que se concentra en los caóticos resultados de su economía; pero la auténtica contradicción presente es la política, que genera el modo de conducir lo económico. La paradoja del análisis de Castellanos queda demostrada cuando él mismo reconoce que el “mercado no es capitalista ni socialista”, sino que lo digan los chinos, que disfrutan de una economía de mercado y, al mismo tiempo, sufren un sistema de opresión totalitario. Quizá, en acto desesperado el régimen del PCC, sin consultar con nadie, sino con ellos mismos, se decida, por razones de sobrevivencia, abrirse a un sistema de mercado, pero nunca permitirá la libertad de expresión; por tanto, no se trata de economía, hay que demoler al régimen en lo político para garantizar a posteriori una libertad económica.

 

Pero la fórmula mágica de Castellanos: libertad económica + libertad de expresión, conducirá a otros improbables probables, como la libertad de asociación y “la convocatoria a una Asamblea Constituyente con delegados elegidos libremente por el pueblo, la conformación de una Constitución resultado de un nuevo consenso nacional y la instauración de un Estado de derecho, que sería la meta”. Al final, el régimen del PCC, acepta de buena gana un diálogo para entregar el poder a un Gobierno de transición. Esto, algo así como poner la carreta delante de los bueyes, primero Constituyente y luego Gobierno de transición. ¡Ah, pero falta lo ideal! Así nos alecciona Castellanos diciendo: “Lo ideal, en ese Gobierno de transición, resultado del diálogo, sería la conformación de un Gobierno colegiado”; ¡Claro que sí, porque “uno de nuestros grandes males políticos ha sido el personalismo, (y) no se debería comenzar por un gobierno personal, sino colegiado, comprometido con el cambio planteado”! ¡Vaya, algo así como reeditar la experiencia del 5 de septiembre de 1933 cuando se integró el gobierno colegiado denominado oficialmente como Comisión Ejecutiva del Gobierno Provisional de Cuba, pero que pasó a la historia conocido como el gobierno de la Pentarquía conformado por cinco mandatarios, en igualdad de facultades y cada uno con sus propios egos y sus propias opiniones, Guillermo Portela Möller, Sergio Carbó Morera, Porfirio Franca Álvarez de la Campa, José Miguel Irisarri Gamio y Ramón Grau San Martín. El experimento solo duró cinco días.

 

Pero por supuesto, en la propuesta de hoja de ruta no dejaría de asomar la nariz el plattismo nuestro de cada día: “Por ello la normalización de las relaciones [Cuba-Estados Unidos] constituye una necesidad vital para CubaAsí de manera tan simple, Cuba transitaría hacia un estado de derecho y hacia la democracia, ¡Vamos que no se requiere lanzar en las calles un movimiento de resistencia que obligue al régimen dimitir! Solo convenciéndole de aceptar un diálogo todo quedaría resuelto.  

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