Mario J. Viera
En ocasiones, cuando los intelectuales
analizan problemas complejos, se elevan tanto en sus pensamientos, que terminan
con sus cabezas en las nubes, pero con sus pies bien distantes de la tierra.
Así, muchos intelectuales confunden lo ideal con lo real, lo que debiera ser
con lo que realmente es, sin distinguir la realidad de la fantasía. Algo de
todo esto se enmarca en la propuesta de hoja de ruta ideal hacia la
democracia, que propone el Licenciado en Ciencias Políticas y especialista en
Estudios Bíblicos y Teológicos, Dimas Castellanos, aparecida en la edición del 28
de marzo del Diario de Cuba.
Dimas Castellanos es un intelectual que
expresa con franqueza sus opiniones, sin caer en la sacralización de los
dirigentes de los grupos opositores al interior de la isla y de los males que
afectan a esos grupos. En una entrevista que le concediera a Cubaencuentro. com, con fecha 8 de mayo de 2020, declaró: “El caudillismo es un mal que nos toca, los líderes de esas
organizaciones quieren ser protagonistas y centro, cambian constantemente por
diferencias internas; cuando llega, por ejemplo, una ayuda del exterior la
miseria trae consigo la corrupción: los tres centavos recibidos son motivos de
discrepancia. Hay carencia de democracia en algunas de esas organizaciones”.
Bien expresado, contrastado con lo que
ahora analiza sobre el camino hacia la democracia en Cuba, y que él mismo
califica como ideal. Tomando como argumento la experiencia histórica de Cuba,
Castellanos señala los males que deben ser descartados de su ideal hoja de ruta,
empleo de la arraigada violencia en la cultura política; los
"mesías", que generalmente terminan concentrando más poder que los
sucesores; y las “elecciones inmediatas” que “no deben realizarse sin las condiciones y garantías
inexistentes en el actual escenario para poder ejercer el derecho al
sufragio libre”.
Es honesto cuando se muestra partidario de
la solución de conflictos por medio del diálogo; pero el diálogo en el cual
cree es uno de “dos dimensiones”; un diálogo entre cubanos para “consensuar las
condiciones mínimas para sacar al país de la crisis”; lo cual
evidenciaría “que hay cubanos dispuestos
y preparados para participar como sujetos activos en la solución de la
crisis”, quedando implícito en el enunciado, que no se trata de un diálogo
donde tenga voz el cubano común y corriente, sino un diálogo entre las élites
desde los espacios virtuales, con todo ese embrollo de conclusiones
intelectuales atiborradas de citas bibliográficas, donde cada cual pretenda
demostrar su capacidad intelectual. Platón, por supuesto, lo aplaudiría.
La otra dimensión del diálogo es la
conformada “entre el pueblo y el Gobierno”. ¿El pueblo dialogando con el
Gobierno? Bueno, la ekklesía (Asamblea)
de Atenas, hace buen rato dejó de ser apropiada. Para que el pueblo pudiera
dialogar con el gobierno sería necesario, que el mismo pueblo eligiera a sus
representantes para dialogar con el Gobierno, y, por supuesto, con una agenda
que recogiera las demandas populares. Digo, y eso es si el Gobierno se
decidiera a dialogar con el pueblo.
Luego Castellanos se embarca en una
subjetiva apreciación, de que el Gobierno del PCC ya perdió “las condiciones
que le permitieron permanecer anclado”. Ya que, considera idealmente
Castellanos, el régimen o el gobierno “carece de suficiente fuerza para impedir
el cambio”; sí, porque perdió sus “padrinos ideológicos” ─ en 1991, el Gobierno
también había perdido sus “padrinos ideológicos” con la caída de todo el campo
del socialismo real ─. Sí, porque le resulta imposible “lograr el nivel mínimo
de inversión”; sí, por su “incapacidad para cumplir sus compromisos con los
acreedores”; sí, por “la toma gradual de conciencia del pueblo manifestada en
las crecientes protestas”. ¿Crecientes protestas? Protestas son las que han
ocurrido en Bielorrusia, en Birmania y Tailandia, nada que se asemeje en Cuba;
¿los trecientos plantado ante el Ministerio de Cultura el 27 de noviembre de
2020? ¿La pérdida del monopolio de la información con las redes sociales? ¡Hace
buen rato que el régimen ha perdido el monopolio informativo y la credibilidad
de esos sus órganos “informativos”!; sí, por su “deficiente manejo del Covid-19”.
Bueno en Brasil se ha manejado de manera más ineficiente el Covid-19; y México
y hasta España. Sí, por los fracasos que está cosechando con la Tarea
Ordenamiento y el aumento de la represión”. La represión ha sido siempre
consustancial con el régimen y, hasta hubo momentos donde impuso el terrorismo
de estado, sobre todo entre 1960 y 1963.
Analicemos la tesis planteada por
Castellanos, “el régimen carece de suficiente fuerza para impedir el cambio” y
formulemos, en contrario una antítesis: “El régimen mantiene sus principales
pilares de apoyo, tales como, 1) la policía, el ejército, los órganos de
inteligencia, las milicias populares, las brigadas de respuesta rápida; 2) los
tribunales; 3) las estructuras del PCC en todos los niveles, local, municipal,
provincial y nacional, fundados sobre el principio de la disciplina férrea; 4)
las denominadas organizaciones “de masas”, destacándose entre ellas la UNEAC; y
además, el control del sindicalismo; 5) los medios y aquellos que manejan la
difusión de información al público. La síntesis, por tanto, puede ser formulada
del siguiente modo: “el régimen todavía tiene suficiente fuerza para impedir el
cambio”.
Ante todas las dificultades económicas y
sociales, actualmente presentes en la sociedad cubana, Miguel Díaz-Canel,
declaró el 20 de marzo: “Es un llamado,
una vez más, a la heroicidad, a la resistencia, brindando
luces”, lo que en breve significa: el pueblo debe resistir, como lo hiciera
durante el periodo especial de 1991. Por otra parte, el jefe del Departamento
Ideológico del Comité Central del PCC, Víctor Gaute López, y de acuerdo con el
Granma, reconoció “la influencia del nuevo contexto comunicacional, en particular las redes sociales, y el desafío que entraña enfrentar las
arremetidas de los enemigos de la Revolución a través de estas plataformas,
con el marcado propósito de influir, sobre todo, en los jóvenes”.
Aceptemos hipotéticamente, que el gobierno
cubano, en un arranque de intenciones democratizantes se decidiera, de por sí,
aceptar un diálogo, el cual dentro de las condiciones que ha descrito
Castellanos, implica su participación “bajo el compromiso de implementar dos
grandes medidas en una primera etapa: las
libertades económicas”, y la libertad de expresión a continuación, “de manera que a la vez que la economía
avance, se desarrolle la labor de
formación ciudadana que faltó en la República”.
El gran error de estas concepciones, como
otras de igual calibre, es que colocan en primer lugar, lo económico, dejando
en segundo lugar lo político; terreno este que el régimen no está dispuesto a
ceder ni un milímetro; por otra parte, el texto da a entender que, en Cuba, a
lo largo de toda su historia republicana no existía libertad de expresión que
coadyuvara a desarrollar “la labor de
formación ciudadana”. En La Habana, según mostrara el oficialista Juan
Marrero en su libro “Dos siglos de periodismo en Cuba”, se producían veintiún periódicos, doce noticieros de radio y veintiocho revistas, además de tres
noticieros de televisión y tres noticieros cinematográficos. Como refirió la
revista venezolana El Nacional, que cita Radio Martí, ningún país de América
Latina tenía tantas publicaciones per cápita: eran más de 70 en una isla de 6 millones
de habitantes.
En Cuba prerrevolucionaria, existía un
amplio uso de la libertad de expresión que, consagrada por la constitución de
1940, ni siquiera el régimen de Fulgencio Batista pudo acallar, como se
demuestra en la sección En Cuba, de
la revista Bohemia o en el semanario satírico Zig Zag. No, la labor de formación ciudadana no faltó en la
República. Esta es la misma tesis que Fidel Castro argüía, negando la libertad
de expresión en la República. No faltó la formación ciudadana, formación que se
degradó debido al populismo de izquierda que impulsaba Fidel Castro, causa
similar a lo producido en Estados Unidos con el populismo de derecha de Donald
Trump, con independencia de la gran libertad de expresión que existe en Estados
Unidos, la ciudadanía transformada en masas fanatizadas.
Aclaremos algo. La principal contradicción
en Cuba, en estos momentos, es la que, como apuntaba Hegel, distingue lo
aparente de la cosa que se percibe de su auténtica especie. Lo aparente en
Cuba, es lo económico, visto desde el punto de vista que se concentra en los
caóticos resultados de su economía; pero la auténtica contradicción presente es
la política, que genera el modo de conducir lo económico. La paradoja del
análisis de Castellanos queda demostrada cuando él mismo reconoce que el “mercado
no es capitalista ni socialista”, sino que lo digan los chinos, que disfrutan
de una economía de mercado y, al mismo tiempo, sufren un sistema de opresión
totalitario. Quizá, en acto desesperado el régimen del PCC, sin consultar con
nadie, sino con ellos mismos, se decida, por razones de sobrevivencia, abrirse
a un sistema de mercado, pero nunca permitirá la libertad de expresión; por
tanto, no se trata de economía, hay que demoler al régimen en lo político para
garantizar a posteriori una libertad económica.
Pero la fórmula mágica de Castellanos:
libertad económica + libertad de expresión, conducirá a otros improbables
probables, como la libertad de asociación y “la convocatoria a una Asamblea Constituyente con delegados elegidos
libremente por el pueblo, la conformación de una Constitución resultado de un
nuevo consenso nacional y la instauración de un Estado de derecho, que sería la
meta”. Al final, el régimen del PCC, acepta de buena gana un diálogo para
entregar el poder a un Gobierno de transición. Esto, algo así como poner la
carreta delante de los bueyes, primero Constituyente y luego Gobierno de
transición. ¡Ah, pero falta lo ideal! Así nos alecciona Castellanos diciendo: “Lo ideal, en ese Gobierno de transición,
resultado del diálogo, sería la conformación de un Gobierno colegiado”; ¡Claro
que sí, porque “uno de nuestros grandes
males políticos ha sido el personalismo, (y) no se debería comenzar por un gobierno personal, sino colegiado,
comprometido con el cambio planteado”! ¡Vaya, algo así como reeditar
la experiencia del 5 de septiembre de 1933 cuando se integró el gobierno
colegiado denominado oficialmente como Comisión Ejecutiva del Gobierno
Provisional de Cuba, pero que pasó a la historia conocido como el gobierno de
la Pentarquía conformado por cinco mandatarios, en igualdad de facultades y
cada uno con sus propios egos y sus propias opiniones, Guillermo Portela
Möller, Sergio Carbó Morera, Porfirio Franca Álvarez de la Campa, José Miguel
Irisarri Gamio y Ramón Grau San Martín. El experimento solo duró cinco días.
Pero por supuesto, en la propuesta de hoja
de ruta no dejaría de asomar la nariz el plattismo nuestro de cada día: “Por ello la normalización de las relaciones
[Cuba-Estados Unidos] constituye una
necesidad vital para Cuba” Así
de manera tan simple, Cuba transitaría hacia un estado de derecho y hacia la
democracia, ¡Vamos que no se requiere lanzar en las calles un movimiento de
resistencia que obligue al régimen dimitir! Solo convenciéndole de aceptar un
diálogo todo quedaría resuelto.
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