martes, 21 de agosto de 2012

Primero fue el verbo


Según un informe de Amnistía Internacional, en Venezuela existen 12 millones de armas ilegales. Solo hay 25 mil portes de armas en el país, el resto circulan en la calle sin control. El 80% de los robos, secuestros y homicidios se cometen a través de armas de fuego.

Dámaso Jiménez. EL UNIVERSAL

A los venezolanos ya no les hace gracia la sarta de disparates que dispara el inquilino de salida de Miraflores, pero hay que dejar en claro que muchas de esas palabras han dejado hondas heridas y hasta graves consecuencias, como para que ahora intente abrazar de "compadrito del alma" a la arrasada clase media y todos los que se han empobrecido como nunca antes en estos últimos 14 años, o perdido un familiar, un amigo, los bienes familiares, los que han sufrido con llanto y dolor su arrogancia y desprecio incisivo, y a quienes se dirige "por ahora" en campaña, en claro desespero abierto para rogar un voto.

Uno de esos disparates para el recuerdo fue la invitación reciente que hizo a los malandros a cambiar sus pistolas por  becas y computadoras: "les hablo a los malandros. Vengan con Chávez para que se con viertan en bienandros. Les cambio la pistolita o el revólver por una beca, por una computadora y mucho más", lo dijo así como si estuviéramos en un duelo de pistoleros en el lejano oeste.

En su burla a la falta de memoria del venezolano el Presidente pasa por alto que en el país existe una Ley de Desarme que data desde 2002 y que en uno de sus artículos establece la creación de un fondo para el incentivo de la entrega voluntaria de armas, pero o ese fondo no da votos o todo era una completa farsa, porque nunca recibió un bolívar y nunca se ejecutaron planes para incentivar una ley que el Gobierno convirtió en letra muerta.

El Gobierno despojó al Estado de esos recursos, permitió los disparos emitidos por esas armas, y que callaran para siempre buena parte de la población pobre y de la clase media, que carece de recursos para protegerse o contar con guardaespaldas, y que es víctima natural de toda esta guerra de la inseguridad que acaba con los menos capitalistas de esta país. El chiste malo es que ahora sí salgan los recursos para cambiar las pistolitas por computadoras, en plena campaña electoral del Gobierno, y para quien quiera creerlo.

Según un informe de Amnistía Internacional, en Venezuela existen 12 millones de armas ilegales. Solo hay 25 mil portes de armas en el país, el resto circulan en la calle sin control. El 80% de los robos, secuestros y homicidios se cometen a través de armas de fuego.

 Una criminóloga que ha estudiado en profundidad el tema, la doctora Lolita Aniyar de Castro, reveló en estos días que en Venezuela es un delito ser pobre. ¿No puede ser?, dirán ustedes, pero en la era del Gobierno de la pobreza, los pobres son estigmatizados y criminalizados como la población negra en Estados Unidos. ¿De qué están llenas nuestras cárceles? ¿Quiénes son en su mayoría los que mueren en las calles a diario? ¿Qué oportunidad real recibieron durante todo este tiempo los pobres para transformarse, pensar por sí mismos y dejar de serlo? Ninguna, es un capital votante para el Gobierno que quiere que todo continúe así como está.

 El otro punto es el verbo incendiario del dueño del guante, la pelota y el bate. Esa necedad de no reconocer al otro, de dañar o herir al que piensa diferente, de burlarse del escuálido, el majunche, el poca cosa que hay que exterminar por ser distinto, por no ser chavista, por ser enemigo... y al enemigo ni agua, es lo que ha generado que nadie respete a nadie en este país y consideren burgués al que camine por la calle con unos zapatos de goma bonitos o tenga un BlackBerry y terminen engordando las estadísticas rojas por un mal repique en la calle equivocada. Nunca fue casual aquel grito de "¡¡¡Patria Socialista o Muerte, Venceremos!!!" que luego quisieron revertir cuando ya era demasiado tarde.

 Por eso tenemos una de las tasas de homicidio más alta de América Latina y un poderoso gobierno desde las cárceles, y unas calles violentas con toque de queda por las noches, y unas morgues repletas los fines de semana, y un éxodo masivo de jóvenes profesionales que buscan la vida en otro lugar y familias incompletas y esa sensación de impunidad e impotencia que es necesario cambiar.

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