Mario J. Viera
Amanece en La Habana.
Una mañana como cualquier otra de cualquier otro día, cargada de bostezos y ahíta
de la monotonía de lo cotidiano. Tal vez alguien, al despertar se percate que
hoy es domingo y se pregunte ¿por qué diablos se despertó tan temprano? ¿Se
habrá percatado que hoy, este día 28 de enero posee un significado especial?
Tal vez no, o tal vez sí, enterado por lo que escuchó la noche anterior sobre
la conmemoración del día en el noticiero de televisión... ¡Nada de particular!
¡Que un día como este nació en La Habana José Martí!, pero a él, todavía
soñoliento, nada le dice la reseña, no se emociona, le da igual si conmemora el
165 aniversario del ¿Apóstol o Héroe Nacional? o el 903 aniversario.
Pero en La Habana,
temprano en la mañana, ya hay algunos cuantos o muchos, o tal vez no tantos,
que salieron detrás de los gerifaltes desfilando con antorchas, que nada tienen
de martianas y sí mucho de hitlerianas... ¡Ah, y de castrista! Pero no importa,
se marcha con antorchas en memoria de Martí. Luego viene el acto principal. El
castrismo conmemora a Martí a un Martí petrificado en monumentos, rígido en
mármoles o en bronce, un Martí muerto y reducida su obra a un simple epitafio o
a una simple frase recogida en la Constitución ¿socialista, comunista? que el
castrismo confeccionó con retazos soviéticos y con tímidas alusiones de la
Constitución que derogara por decreto. Guiados, dice el castrismo por “el
ideario de José Martí” pero mezclado con “las ideas político-sociales de Marx,
Engels y Lenin”.
Ahora van frente al edificio
de estilo clásico-ecléctico que un día albergara al Ejecutivo Nacional,
residencia del Presidente de la República y en la gran plazoleta que se abre
desde la fachada norte del Palacio Presidencial hasta la entrada del Túnel de
La Habana que ahora se denomina Plaza del 13 de Marzo, toman asiento Raúl
Castro, su delfín Miguel Díaz-Canel Bermúdez y el Presidente de la, siempre
bien dispuesta a decir sí a lo que propongan los jefes, Asamblea Nacional, el Tío
Tom del castrismo Esteban Lazo Hernández junto al designado Bruno Rodríguez
Parrilla para las relaciones exteriores y todos escuchan al gringo Joseph Mizzi
presidente de la Junta de Fideicomisarios del Museo de Arte del Bronx, quien
presenta la obra de la escultora estadounidense Anna Hyatt Huntington, una
estatua ecuestre de José Marti que en 1950 se erigiera en el Parque Central de
New York donde también se levantan las de Simón Bolívar y José de San Martín,
en el inicio de la Avenida de las Américas. Anna Hyatt Huntington realizó la
obra original a petición del Gobierno de Carlos Prío a mediados de 1950.
En la Plaza 13 de
Marzo desde ahora se yergue la réplica “fiel y exacta” del Martí ecuestre original
que se levanta en New York inaugurada oficialmente en el día de hoy en La
Habana.
Anna Vaughn Hyatt,
amiga de Cuba, de la Cuba republicana, nació el 10 de marzo de 1876 en
Cambridge, Massachusetts. Estudió en el Art Students League de New York y en la
Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Syracuse y se formó con varios
escultores. Vivió en Europa de 1906 a 1908 y en 1910 obtuvo una mención de
honor en el Salón de París con la estatua ecuestre de Juana de Arco, que se
erigió en Riverside Drive, Nueva York, en 1915. Las estatuas ecuestres heroicas
constituyen de hecho una parte importante y reconocida en su trayectoria
artística. Su obra cuenta con numerosos premios y distinciones. Entre los
monumentos públicos ecuestres de esta escultora se encuentra su José Martí,
1950, Central Park, New York. Además de esta estatua ecuestre de Martí, cuya
réplica ahora se inaugura en La Habana, existe en la capital cubana otra obra
ecuestre de Anna Hyatt Huntington. Es el grupo escultórico denominado “Los
portadores de la Antorcha” que ella donara en 1956 a la ciudad y se levanta en
la confluencia de la Avenida 20 de mayo y la Calzada de Ayestarán.
La colosal réplica que
se ha erigido frente al antiguo Palacio Presidencial se levanta sobre una base
de granito negro, exactamente igual que la original, y con las mismas inscripciones
en español e inglés: “Apóstol de la
independencia de Cuba, guía de los pueblos americanos y paladín de la libertad
humana, su genio literario rivaliza con su clarividencia política. Nació en La
Habana el 28 de enero de 1853. Vivió quince años de su destierro en la ciudad
de Nueva York. Murió en combate en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895”.
Hoy el Granma, órgano
oficial del Partido Comunista que controla el poder en Cuba, hace un reportaje
describiendo la ceremonia oficial de inauguración con una nota significativa
empleando, para referirse a José Martí, el apelativo, que ya antes se había
desechado, de “Apóstol” en lugar del copiado de los soviéticos de “Héroe
Nacional”.
El soñoliento que
despertó esta mañana, tendrá de Martí la imagen que el régimen castrista le
hiciera cimentar en su mente, la de un Martí cercano al marxismo y al comunismo
y partidario del estado regido por solo un partido. Conocerá de Martí solo
algunas dispersas frases suyas sacadas de contexto y le importará por tanto un
cipote si hoy celebramos el 165 aniversario de su nacimiento. Conocerá a un
Martí de cartón, no al Martí vibrante y vivo, el Martí que todavía tiene mucho
que hacer, el que compartía el mismo modo de ver que Herbert Spencer, de quien
Lenin decía que era un filisteo, y que con Spencer consideró sobre el peligro
del socialismo que vendría sobre el hombre libre: “De ser siervo de sí mismo, pasaría el hombre a ser siervo del Estado.
De ser esclavo de los capitalistas, como se llama ahora, iría a ser esclavo de
los funcionarios. Esclavo es todo aquel
que trabaja para otro que tiene dominio sobre él”.
El Martí que no
comulgó con el Manifiesto Comunista de Marx y Engels cuando dijo, refiriéndose
a Marx: “Karl Marx ha muerto. Como se
puso del lado de los débiles merece honor. Pero no hace bien el que señala el daño y arde en ansias temerosas de
ponerle remedio, sino el que enseña
remedio blanco al daño. Espanta la
tarea de echar a los hombres sobre los hombres. Indigna el forzoso
abestiamiento de unos hombres en provecho de otros. Mas se ha de encontrar
salida a la indignación de modo que la bestia cese sin que se desborde y
espante. (...) Karl Marx estudió los
modos de enseñar al mundo sobre nuevas bases, y despertó a los dormidos, y les
enseñó el modo de echar a tierra los puntales rotos. Pero anduvo de prisa; y un
tanto en la sombra, sin ver que no nacen
viables, ni de senos de pueblos en la historia, ni de senos de mujer en el
hogar, los hijos que no han tenido la gestación natural y laboriosa.
El Martí que le
reclama a Máximo Gómez diciendo: “Un
pueblo no se funda, General, como se manda un campamento (...) ¿Qué somos, General?, ¿los servidores heroicos
y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un
pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el
tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de
él? (...) tal como es admirable
el que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el que se vale de una gran idea para servir a sus
esperanzas personales de gloria o de poder, aunque por ellas exponga su vida.
El dar la vida solo constituye un derecho cuando se la da desinteresadamente”.
El Martí que hoy le
reclamaría a los Castros diciendo: “Todo
poder amplia y prolongadamente ejercido, degenera en casta. Con la casta,
vienen los intereses, las altas posiciones, los miedos de perderlas, las
intrigas para sostenerlas. Las castas se entrebuscan, y se hombrean unas a
otras”. O les recriminaría diciendo: “La
tiranía es una misma en sus varias formas, aunque se vista en algunas de ellas
de nombres hermosos y de hechos grandes”. Es Martí quien reclama: “Los odiadores debieran ser declarados
traidores a la república. El odio no construye. La libertad cuesta muy cara, y
es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su
precio”. Es Martí que define a la libertad con estas palabras tremendas: “Libertad es el derecho que todo hombre tiene
a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía”.
El gobierno de Raúl
Castro conmemora a José Martí con una estatua de bronce. Hagamos distintos,
conmemoremos a Martí como hombre presente que no ha visto realizada su obra.
Conmemoremos a Martí negándole el derecho al descanso porque Martí todavía
tiene mucho que hacer por Cuba.
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