Fernando Mires. Blog POLIS
Sobre el asesinato cometido a Óscar Pérez y a
sus acompañantes por militares y delincuentes para-militares, es casi imposible
agregar otra palabra. Fue un crimen horroroso. La noticia, las fotos, los
videos, han traspasado los límites del país y quienes creían que la de Maduro
no pertenece a la galería de las dictaduras militares, han debido callar. Su
aislamiento internacional ya es casi total. Ni los gobiernos de izquierda que
ayer vitorearon a Chávez se atreven a pronunciar una palabra a favor del
régimen dirigido por la siniestra trilogía formada por Padrino, Maduro y
Cabello (en ese orden).
Como suele suceder en casos similares, la
figura de Óscar Pérez pasará a ocupar un lugar dentro de la mitología popular.
Muchos lo venerarán como héroe de la patria. Sus últimas palabras serán citadas
con devoción. Su retrato aparecerá en las demostraciones venezolanas. Y después
que la dictadura caiga o se vaya, más de una calle llevará su nombre, más de
una plaza se llamará Oscar Pérez y su breve gesta será narrada en los libros de
historia de las escuelas primarias. No, no estoy jugando con ironías. Se trata
de un hecho objetivo.
Todo proceso histórico crea mitos y símbolos.
Ellos cumplen incluso un rol político. Gracias a los mitos, miles se reconocen
como partes de un ideal común. No las complejas teorías, no tratados
académicos, no sesudos análisis, movilizan a las grandes multitudes. Pero sí
los mitos. Fenómeno que hace mucho tiempo descubrieron Georges Sorel en Francia
y José Carlos Mariátegui en Perú. Sin mito revolucionario, escribieron ambos,
no hay revolución. Hoy diríamos –dado el descrédito de la palabra revolución-
no hay cambio.
El historiador (sea el del pasado lejano o el
del inmediato) debe entender la fuerza del mito, pero sin seguirlo, del mismo
modo como el analista que se interna en la locura del paciente no se hace parte
de ella. Por lo mismo debe alertar sobre los peligros del mito cuando este es
sacado fuera de su contexto originario o, aún peor, cuando el mito sustituye a
ese contexto.
El mito del aviador Pérez surgió desde sus
audaces sobrevuelos durante las grandes demostraciones del 2017. Pero terminó
en un contexto muy distinto, en uno caracterizado por el aplastamiento militar
de esas demostraciones, con el diálogo entre la oposición democrática y la
dictadura en la República Dominicana, y con los preparativos para las
candidaturas primarias en los partidos de esa oposición.
Razones suficientes para que grupos
divisionistas, los llamados opositores a la oposición, hayan utilizado el
asesinato a Pérez como un arma en contra del diálogo y de las primarias. Para
ellos todo diálogo es traición. Y las primarias, una ofensa a la memoria de
Óscar Pérez.
La dictadura en cambio sí entendió
perfectamente el contexto histórico en el cual ella se encuentra situada.
El asesinato a Pérez fue cuidadosamente
planificado y sus objetivos fueron claros:
militarizar el conflicto político, imponer la lógica de la guerra, dinamitar el
diálogo dominicano, culpar a la oposición del crimen a Pérez (Reverol) e
impedir todo acuerdo que conduzca a las primarias pre-presidenciales para
después llamar a elecciones frente a una oposición diezmada por ella misma. De
más está decir, gracias a la ayuda de los divisionistas militantes, la
dictadura está consiguiendo esos objetivos.
Han seguido otra vez el juego de la
dictadura. Según los divisionistas, la oposición si dialoga traicionará el
legado de Pérez y si convoca a primarias, continuará por la vía del entreguismo
electoralista que rechazaba Pérez. Óscar Pérez se ha convertido para ellos
en el estandarte de la anti-MUD. Por cierto, las alternativas que ofrecerán
en su nombre no podrán ser más descabelladas. Entre otras, una invasión
internacional que ningún gobierno democrático ha imaginado (calificada incluso
de delirante por el canciller de Brasil), un golpe de estado perpetrado por
generales democráticos o un regreso a los tiempos de Carmona con la promoción
electoral (¡hecha por abstencionistas!) del empresario Lorenzo Mendoza. De más
está decir, las tres alternativas favorecen al régimen: la primera, porque
otorga un toque “antimperialista” a la dictadura. La segunda porque legitima a
la dictadura para que continúe sus labores de limpieza al interior del
ejército. Y la tercera, porque frente a un candidato empresario, Maduro podrá
presentarse ante los suyos como representante de la “lucha de clases” en nombre
del pueblo. ¿Qué mejores manjares para la casta en el poder?
El diálogo, por lo demás, no fue convocado
por la dictadura. La oposición decidió asistir debido a las
exigencias de una fuerte presión internacional. Si no asistía, la dictadura iba
a presentarse ante el mundo como la única “fuerza dialogante” frente a una
oposición anti-política. Había que impedirlo y por lo mismo, la oposición envió
sus representantes a la República Dominicana.
Negociaciones, no diálogo, fue lo que
establecieron desde un primer momento sus dirigentes. Aunque si bien es cierto
nunca especificaron con claridad qué es lo que se iba a dialogar o negociar o,
lo que es aún más importante, cuáles iban a ser los puntos no-negociables del
diálogo. No fue en consecuencia solo la labor de zapa del divisionismo ni el
evidente proyecto de la dictadura para hacer fracasar el diálogo lo que puede
llevar a su fracaso. La oposición democrática –salvo uno que otro comunicado de
Borges o de Florido- no ha sabido defender a ese diálogo frente a sus enemigos
internos y externos.
Frente al argumento divisionista “con una
dictadura no se dialoga”, la oposición debió haber respondido: Solo con una
dictadura se dialoga fuera del país. En una democracia no se dialoga con el
gobierno y mucho menos fuera del país porque el diálogo en una democracia
transcurre a través de canales institucionales Nadie va a pedir un diálogo
extraterritorial a Merkel, Macron, Bachelet o Macri. Se va a un diálogo fuera
del país solo cuando los canales de la política interna se encuentran cerrados,
es decir, bajo un estado de excepción, bajo una dictadura.
¿Se va a negociar en el diálogo? Por
supuesto, a eso se va. Pero –y eso es lo que la oposición debió haber aclarado-
hay materias no negociables. ¿Cuáles son esas materias? Nadie pedía una lista
detallada. Solo habría bastado una frase. Una sola. Una que dijera: Nada
que sea constitucional puede ser negociable.
Ni la AN, ni las elecciones, ni los derechos
humanos son negociables. Negociable puede ser en cambio la
composición del CNE, el papel del Ejército y, sobre todo, esa Asamblea
Constituyente, no solo anti-constitucional sino, además, producto de uno de los
más grandes fraudes electorales de la historia universal. Bajo ese
bienentendido el único que puede perder con una negociación es el
régimen. Solo así se explica por qué Maduro intentó reventar el diálogo
usando al general Reverol. Hizo bien la oposición entonces al no asistir a las
sesiones de enero, e hizo mejor al no abandonar el diálogo. Puede ser incluso
que ese llamado diálogo no tenga destino, pero la patada final la debe dar
Maduro, no la oposición.
Si la oposición se esmera, el diálogo puede
ser convertido en un foro público. Un lugar en donde quede más claro que el sol
que todos los puntos que defiende la oposición son constitucionales y los que
defiende el régimen, anticonstitucionales. La mayoría de la ciudadanía, si se
explican bien los alcances de ese diálogo, entenderá. El asesinato a
Pérez, en consecuencia, no es ninguna razón para terminar, pero si es una razón
para continuar el diálogo. Ante la presencia de los delegados
internacionales la oposición puede encontrar incluso en ese mal llamado diálogo
– en verdad es un espacio de confrontación verbal ─ el momento adecuado
para revelar las violaciones a los derechos humanos cometidos por la dictadura.
Debido a razones similares la oposición no
debe dejarse presionar por los divisionistas que intentan impedir el proceso de
las primarias en nombre de un supuesto legado de Óscar Pérez. Las
primarias tienen una importancia existencial para designar al candidato
unitario que deberá enfrentar a la dictadura y convertir a la campaña
electoral –más allá de los resultados y fraudes que marcarán a la elección
presidencial- en una instancia de denuncia dirigida a la comunidad
internacional. Más aún si se tiene en cuenta que durante esa campaña electoral todos
los ojos de la opinión pública mundial estarán puestos sobre Venezuela. Pero
hay, además, otra razón para llevar a cabo lo más pronto posible las primarias.
Las primarias son el lugar y el momento ideal
para que la oposición discuta consigo misma.
Pues a diferencias del PSUV, que no es sino una prolongación vertical del
cuerpo de la dictadura, la oposición venezolana sigue siendo multipartidista y
pluralista. Eso quiere decir que al interior de esa oposición no solo hay uno
sino varios proyectos de nación política. Esos proyectos deben ser discutidos
de cara al público y no en el secretismo de habitaciones cerradas. Cada
candidato potencial, al ser miembro de un partido, deberá exponer sus puntos de
vista, polemizar con sus adversarios y conquistar adherentes. Para la
dictadura, un verdadero escándalo. Para los demócratas, una oportunidad para
salir de las sombras a las que quiere condenarla la dictadura. Visto desde esa
perspectiva, las elecciones primarias pueden ser aún más importantes
que las propias elecciones presidenciales.
Los divisionistas por cierto seguirán
utilizando el nombre de Óscar Pérez como chantaje moral a fin de prolongar sus
fantasías, soñando con marchas sin regreso, con inmolaciones colectivas, con ejércitos
libertadores o con invasiones milagrosas. Para la oposición, en cambio, se
trata de lograr la repolitización de la vida venezolana, sin recurrir a la
violencia, apegada a la letra de la Constitución y apoyada por los gobiernos
democráticos del continente. Las primarias son una vía hacia la repolitización
del país. La salida será política.
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