miércoles, 18 de septiembre de 2013

Para España, mi amor; pero…


Mario J. Viera

De España tengo una gran parte. De España eran mis abuelos paternos; de España tengo el idioma, tengo las tradiciones. En España vive una hija mía y su hijo. ¿Por qué no voy a amar a España?

De Cuba lo tengo todo. Por mis venas corre sangre mambisa. Un tío abuelo mío alcanzó los grados de Coronel del Ejército Libertador. Mi abuela cosió ropas para los mambises y compartió en sus campamentos. Vio cargas al machete y el pánico que se apoderaba de los quintos españoles cuando escuchaban el Toque a degüello y sus gritos de “La lata, la lata” para referirse al machete empuñado por los jinetes guajiros que casi en harapos se arrojaban sobre ellos.

Contra Cuba independiente se levantaban los integristas peninsulares, los que formaban en las paramilitares fuerzas de Voluntarios, los que lucraban con los caudales de la colonia, toda la lacra y el estiércol proveniente de los bajos fondos de España. Pero hay que decirlo, muchos españoles se pronunciaban a favor de la independencia de Cuba, no por odio a su tierra, sino por amor a la justicia.

En carta a Gonzalo de Quesada de julio de 1892, José Martí le manifiesta al amigo la emoción que le causara el apoyo que españoles residentes en Tampa le daban a la independencia cubana: “No creo que le he dicho la emoción grandiosa del último día de Tampa, cuando ante el Liceo desbordado, que se echó a la calle para oírnos, pasó la procesión de españoles, cientos de españoles, que se declaraban por la independencia de Cuba”. 

Y este mismo José Martí, hijo de españoles, sentía orgullo de su origen. A su madre le escribe con fecha 15 de mayo de 1894: “¿Y de quién aprendí yo mi entereza y mi rebeldía, o de quién pude heredarlas, sino de mi padre y de mi madre?” Antes había planteado la diferencia que se abría entre los peninsulares honrados y el gobierno despótico de España. Así, en Patria del 14 de marzo de 1892 dijo: “No es el nacimiento en la tierra de España lo que abomina en el español el antillano oprimido; sino la ocupación agresiva e insolente del país donde amarga y atrofia la vida de sus propios hijos (…) La guerra no es contra el español sino contra la codicia e incapacidad de España. Y rememora: “…un español ilustre murió por Cuba en el patíbulo: los españoles han muerto en la guerra al lado de los cubanos”.

No todos los españoles eran integristas; no todos se decidían por la autonomía y muchos pelearon por Cuba Libre. Y esto lo reconoce Martí en el discurso que se conoce como “Las Reservas de la Patria”: “¡Jamás echaremos de nuestro lado, antes llamaremos con la voz honrada y los brazos de par en par abiertos, al hijo de España que nos ayude a reedificar el pueblo que sus compatriotas destruyen: porque no ha de ser en esa fortuna menos Cuba que los demás pueblos de América, donde el español no vio la libertad con ojos tibios, ni hemos de olvidar que si españoles fueron los que nos sentenciaron a muerte, españoles son los que nos han dado la vida!

Los próceres del 68 que admiraban la democracia y las libertades vigentes en los Estados Unidos tuvieron veleidades anexionistas. Era mejor unir la suerte de Cuba a la Unión americana que continuar bajo el despotismo español y la corrupción de las autoridades coloniales. Pero el doble estándar de los gobiernos americanos que, o se manifestaban a favor del dominio español  o bajo cuerda intentaban comprar la isla, enfrió el entusiasmo anexionista entre las filas de insurgentes.

El bando de Blas de Villate conde de  Balmaceda, con sus crueles medidas punitivas de tierra quemada hizo que la insurrección se radicalizara para llegar a ser, con los hermanos Antonio y José Maceo, Máximo Gómez, Vicente García, Calixto García, Guillermo Moncada. un poderoso movimiento independentista. Las contradicciones presentes entre la Cámara y el ejército, junto al fuerte sentimiento regionalista, más el desgaste de una larga y sangrienta guerra donde los mambises tuvieron que enfrentar a uno de los ejércitos más poderosos de la época provocó el armisticio que se conocería como Pacto del Zanjón.

Pero la mayoría de los oficiales mambises nunca renunciaron al intento independista; solo algunos se apartaron del camino independentistas por la frustración sufrida, por la falta de fe en el impulso emancipador y se decidieron por otras vías a favor de un mayor respeto por los derechos civiles de los cubanos y se afiliaron a una idea que de por su misma concesión estaría condenada al fracaso: el autonomismo. Así lo vio el general Camilo Polavieja en 1892 siendo Capitán General de la Isla de Cuba: “En las postrimerías de la guerra de los diez años, convencidos los criollos de mayor entendimiento de que no habían de lograr por las armas el triunfo de sus ideales, comenzaron a pensar que lo que no conseguían por la revolución, lo podrían obtener por la evolución, y a esto debióse luego que dicha guerra terminó por la paz del Zanjón, la formación del Partido Autonomista, en el cual entraron algunos hombres de valer intelectual que, de buena fe, creyeron que el régimen autonómico, tal cual existe en algunas posesiones inglesas, era apropiado para la Isla de Cuba”.

Otros, ajenos al nacionalismo insurreccional cubano, se alinearon dentro del campo autonomista buscando una atmósfera propicia para el desarrollo de los negocios; se trataba de un patriotismo de barriga y de perdedores.  Algunos dentro del campo autonomista vieron en la autonomía un proceso de transición pacífica hacia la independencia de Cuba, entre ellos el fundador y presidente del Partido Liberal Autonomista, José María Gálvez.

Gálvez, en la Junta Central del Partido Autonomista de 13 de diciembre de 1881 expresaba: “De buena fe abandoné la idea de independencia al pie de la bandera autonómica. Nuestro empeño es atraer partidarios al campo de la autonomía (…) La colonia no es estado independiente. La independencia vendrá, sea cual fuere el camino”.

Coincidió con este punto de vista el general Polavieja, al decir: "El Partido Autonomista nació respondiendo a la necesidad de crear en el orden político un organismo intermedio entre separatistas e integristas, una agrupación que, sin herir de una manera profunda en lo esencial la doctrina de estos, o sea, el mantenimiento de la integridad del territorio, alentase la esperanza de los separatistas haciéndoles confiar en que lograrían por la evolución lo que no habían podido conseguir por la revolución; y hay que reconocer que hubiera sido expuesto e impolítico matar de una vez las esperanzas de los que durante largos años habían luchado por la independencia..." (Citado por Francisco Pérez Guzmán y Rodolfo Sarracino, La Guerra Chiquita. Una experiencia necesaria, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1982, pp. 253 y 254).

Según Marta Bizcarrondo en El Autonomismo cubano 1878-1898: Las ideas y los hechos: “Muchos notables de la insurrección juzgaron, como el líder del movimiento, José María Gálvez, que resultaba imposible vencer la resistencia militar española y que además, tras el levantamiento patriótico, se encerraba el riesgo revolucionario. Otros patriotas creyeron imprescindible buscar refugio dentro de un partido que buscase la libertad de la Isla dentro de la ley”.

Refiriéndose a las diferencias que existían entre el autonomismo y el independentismo, Miguel Ángel Varona Guerrero, quien en la Guerra del 95 alcanzó los grados de comandante bajo las órdenes de Máximo Gómez, dijo en su “La Guerra de Independencia de Cuba: 1895-1898”: “Estaban los dos bandos cubanos frente a España y no obstante, combatíanse los dos y halagándose los dos y convencidos los dos de su recíproca necesidad. Y es que siempre hubo una estrecha correlación entre los autonomistas y los separatistas (...) Lo que ellos (los autonomistas) querían, a nosotros no nos parecía mal; pero nos diferenciábamos esencialmente en que mientras ellos estaban esperanzados en conseguirlo, nosotros teníamos la convicción de que no habrían de obtenerlo”.   

Y José Martí dice en su artículo Política Insuficiente, publicado en Patria, 14 de enero de 1893: “Cubanos son los que, con fe rara en quienes no parecen tenerla en su suelo nativo, piden desde hace catorce años a España, bajo el nombre de partido autonomista, una libertad cuyas migajas urbanas, triste alimento de canario preso, son polvo y nonada ante los aprestos militares, hoy más que nunca activos, bajo cuyo peso mortal zozobra la isla…”

Como hoy, los autonomistas del siglo XIX eran solo un partido de cuatro gatos; aunque cuatro gatos de buen discurso y hermosa retórica “mal aprovechados por unos cuantos políticos incompletos” como acertadamente calificara el Apóstol de la Independencia cubana.

Así lo dice Martí en carta dirigida a Gerardo Castellanos con fecha 4 de agosto de 1892: “… no maltrataremos, ni excluiremos, a los autonomistas que quieran venir a nuestro campo, y a quienes miramos ya, y hemos mirado, como soldados de la independencia, mal aprovechados por unos cuantos políticos incompletos, desconocedores de las fuerzas prácticas y problemas verdaderos de la Isla, y más amigos de la autoridad fácil e intrigante que del sacrificio necesario”.

Uno de los autonomistas de mayor tinte por su cultura y magnífica prosa, Rafael Montoro, destacó este aspecto dentro del anémico partido autonomista: “Andando el tiempo sufrió la Junta importantes desprendimientos, retirándose de ella algunos de sus miembros de reconocido valor para adherirse al movimiento revolucionario, como por ejemplo los señores Diego Tamayo y Carlos de Zaldo, pero la mayoría de los jefes del Partido se mantuvo fiel al programa del mismo” (Rafael Montoro, “Historia del Partido Autonomista”, cit. apartado XXVIII. Citado por Bizcarrondo)

En 1896 desesperado por los avances mambises, Cánovas del Castillo destituye al general Martínez Campos y en su lugar nombra a Valeriano Weyler al frente de la Capitanía General. Para frenar la insurrección Weyler dictó su conocido Bando de Weyler que imponía la reconcentración de la población rural de occidente: “Todos los habitantes de las zonas rurales o de las áreas exteriores a la línea de ciudades fortificadas, serán concentrados dentro de las ciudades ocupadas por las tropas en el plazo de ocho días. Todo aquel que desobedezca esta orden o que sea encontrado fuera de las zonas prescritas, será considerado rebelde y juzgado como tal. 2. Queda absolutamente prohibido, sin permiso de la autoridad militar del punto de partida, sacar productos alimenticios de las ciudades y trasladarlos a otras, por mar o por tierra. Los violadores de estas normas serán juzgados y condenados en calidad de colaboradores de los rebeldes. 3. Se ordena a los propietarios de cabezas de ganado que las conduzcan a las ciudades o sus alrededores, donde pueden recibir la protección adecuada”.

El Bando ocasionó la muerte de entre 300 mil a 400 mil campesinos. Ante el hecho criminal del gobernador general de la colonia, el Partido Liberal Autónomo no levantó su voz de condena; por eso el odio que despertaron entre la población cubana al concluir la guerra hispano-cubano-americana.

Ferrán Núñez en su blog cita lo siguiente: “Así el hecho de que entre el convenio del Zanjón y el grito de Baire existiese una fuerza política, el Partido Liberal Autonomista, que concentraba los mayores apoyos de los insulares blancos, viene a perturbar las visiones propias de un nacionalismo reduccionista. A fin de cuentas... ¡los autonomistas, a las guásimas!, es decir, hay que ahorcar a los autonomistas, fue un grito popular al terminar la guerra en 1898”.

Sin embargo a los autonomistas no les dieron guásimas y muchos de ellos participaron dentro de algunos de los gobiernos republicanos como es el caso de Rafael Montoro que llegó a ocupar la Secretaría de Estado bajo la presidencia de Mario García Menocal.

Lamentablemente el espacio es limitado y no puedo seguir ahondando en el tema de la fracasada y frustrada autonomía cubana.

Para concluir, me referiré brevemente a un comentario de Adalberto Ranssell-Levis un cubano-judío- español, nacido en Sagua La Grande y supuestamente “exiliado” en España. Cuando dijo: “Si los cubanos tuviéramos el coraje y la inteligencia de unirnos a Europa previa unión a España nos habremos movido de la periferia al centro del poder”.

No es signo de coraje ni de inteligencia el pretender ligar nuestros destinos como provincia, por muy autónoma que sea, de una potencia de tercer orden como es España ─ me duele mucho tener que decir esto de la Madre Patria ─ donde existe un descomunal índice de desempleo que ha venido creciendo sostenidamente desde el 2011, cuando el desempleo alcanzó el 23,30% de la fuerza laboral, llegando en el 2012  al 26,20% para terminar en el presente año la cifra del 26,30% donde para los menores de 25 años el paro es de 56,10%. (Fuente:www.datosmacro.com/paro/espana)

El coraje está en formar un fuerte movimiento de resistencia pacífica que saque del poder a los generales del Partido Comunista y decidirse luego a buscar de modo independiente políticamente el desarrollo social y económico del país con la inteligencia de firmar Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos y Europa y guiarnos por una acertada y pragmática política económica sin necesidad de ponernos muletas ajenas.

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