miércoles, 6 de marzo de 2013

Ante la muerte de Hugo Chávez


Mario J. Viera

De Marx dijo José Martí: “Karl Marx ha muerto como se puso del lado de los débiles merece honor”. No puedo decir lo mismo a la muerte de Hugo Chávez. No merece honor póstumo quien se puso del lado de los tiranos y predicó el odio, ofendió a sus detractores, manipuló los sentimientos de las capas pobres de la población para alzarse a sí mismo pedestal. No, Hugo Chávez no merece honor.

No fue un hombre grande, solo un mediocre prepotente. Dilapidó las riquezas petroleras de Venezuela para comprarse apoyo internacional y agigantar su narcisismo. Se creyó caudillo y solo fue un histrión político con suerte y con petrodólares.

Sus últimos días trascurrieron prisionero de los ambiciosos. Sometido a la voluntad de los Castro entregó la soberanía venezolana a los dictados del totalitarismo cubano y fue languideciendo hasta quedar convertido en sombra; en una sombra que gravitaba sobre toda una nación.

Su mesianismo le impulsó a la irresponsabilidad, y se presentó como candidato para el más alto puesto público de la nación sabiendo que no podría cumplir con el mandato que le entregaría el pueblo, adormilado por los cantos de sirenas de una fracasada utopía. No supo echarse a un lado cuando ya no le quedaba energía física, pretendió trascender su proyecto de dictadura totalitaria y la muerte le llamó dejando al país en un limbo de poder.

Pobre émulo de grandes tiranos sin la gloria negativa de sus modelos. No alcanzó la admiración apoteósica que en sus días disfrutó Fidel Castro, los mediocres no trascienden. No alcanzó un imperio como levantó Hitler sobre Europa ni tuvo la muerte patricia de los caudillos como muriera el alemán. Cayó abatido por el cáncer sin sufrir la humillante muerte del tirano de Libia al que admiraba y homenajeaba.

Su providencial fallecimiento, no obstante, le abre las puertas para su trascendencia. Murió antes de que colapsara su bastardo proyecto social, un híbrido obtenido de los mecanismos de la democracia y del poder totalitario, híbrido que como tal es estéril. Su figura puede llegar a alcanzar la estatura del mito en la memoria popular pero se deberá más a los errores de los gobiernos que se constituyan en el futuro que a los supuestos aciertos de su gestión gubernamental.

Ha muerto Hugo Chávez, ni siquiera se sabe a ciencia cierta la fecha de su deceso; con el morirá el ALBA y morirá el CELAC; con su muerte caerán, en un futuro no muy lejano, los gobiernos satélites de Nicaragua, Bolivia, Ecuador y precipitará el fin de la era de los Castro en Cuba.

No siento alegría por la muerte de un aprendiz de brujo totalitario, siento en verdad una profunda pena, quizá hasta tristeza al ver a lo que quedan reducidos el poder, las ambiciones y las glorias efímeras de los seres humanos; ciertamente todos somos vil materia.

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