Mario J. Viera
Esta
frase debiera haberse incluido en el Decálogo del Sinaí o por lo menos debiera
estar intercalada en la propia tabla de nuestros valores éticos. Nunca calles
tu opinión, aunque te traiga trastornos, aunque otros que no compartan tu pensar
te maldigan y expresen todo mal de ti y te lleven por las calles cargando la
cruz del castigo. Es mejor estar aprisionado en cepo público que amordazado en
recámara lujosa.
Piensa
libremente sin ataduras que estorben tu razonar. Qué importa que otros
sacramenten un determinado pensar que tú no compartes, que tú ves con otros diferentes
cristales. No te calles y di lo que piensas.
No
te calles en el juicio de la cátedra, porque tu cátedra es tu libre pensar, a
ella atente. Ni palabra de hombres ni de dioses te hagan callar; porque los
hombres pueden errar y los dioses no te hablan ni dialogan contigo.
Indaga,
rastrea buscando la verdad, tu verdad. Compara opiniones e ideas y forja tus
propias ideas y cuando ya tengas elaborados tus criterios, no te arredres y di
tu opinión.
Pero
cuídate de ser ofensivo al exponer tus opiniones, y al mismo tiempo no temas si
alguien, por susceptibilidad extrema, se crea ofendido por lo que digas de
manera directa, porque hay algunos que hacen asunto personal de ciertos
símbolos, imágenes y dogmas. Nunca ofendas a las personas y no te inhibas en
atacar con fuerza a lo vil de las ideas.
Sé
firme sin dejar de ser flexible. Y sigue el consejo de Thomas Jefferson cuando
dijo: “Cuestionad con audacia incluso la
existencia de Dios, porque si hubiera uno, ha de aprobar más el homenaje a la
razón que al miedo ciego”.
Nunca
calles tu opinión, aunque te cueste prisiones porque tu verdad vence y rompe
muros y cadenas.
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