viernes, 25 de marzo de 2016

Ya es la Hora de los Hornos

Mario J. Viera


¡Cuán útil es el pensamiento del Apóstol de nuestra República, José Martí, para guiarnos en estos tiempos difíciles para todos los cubanos! Si solo tomáramos el ánima que palpita en sus escritos, más allá de palabras que se recitan de memoria, construiríamos sendas para la lucha que nos queda por librar y veríamos con certeza irrefutable qué nos estorba para empeñarnos en la obra cumbre de ver de nuevo a Cuba libre de dictaduras y tiranías.

Y me remito a una breve carta que Martí escribiera el 5 de diciembre de 1891 dirigida al director del periódico El Yara de Cayo Hueso, José María Poyo, solo apenas conocida por aquella vibrante alegoría suya de “la hora de los hornos”, tan ajada, de tanto que ha sido manoseada sin siquiera dedicarle un breve momento de meditación para vislumbrar todo su sentido. Pero lo que encierra esa carta de Martí va más allá de aquella alegoría. Concisamente, Martí está mostrando el camino que ha de seguir la emigración cubana para “sin recelos y sin exclusiones” llegar a la independencia de Cuba; camino que también debiera encontrar todo el exilio cubano de estos tiempos.

Y expone Martí como sueña que debiera ser el carácter del cubano en exilio: “Es mi sueño que cada cubano sea hombre político enteramente libre (…), y obre en todos sus actos por sus simpatías juiciosas y su elección independiente, sin que le venga de fuera de sí el influjo dañino de algún interés disimulado”.

Analicemos ¿qué significa ser “hombre político enteramente libre”? No es ser simplemente libre, en la libertad prestada en tierra extraña, sino pensar políticamente con cabeza propia, sin influencias, sin manipulaciones; es el ejercicio del criterio propio; no pensar como masa sino como individuo. Pensamiento enteramente libre, quiere decir no estar sometido a cualquier ideología que encierra al pensamiento en claustros estrechos, que precondiciona el criterio, que dicta el comportamiento político como si se tratara de un catecismo. Así, el hombre puede obrar en todos sus actos por sus simpatías “juiciosas”, y destaco esta palabra juicio que es la capacidad de “distinguir el bien del mal y lo verdadero de lo falso”; es decir ejercitar la sensatez. En el pensamiento de Martí el hombre ha de obrar en todos sus actos de acuerdo con la sensatez para poder elegir con independencia, único medio de estar liberado del “influjo dañino de algún interés disimulado”.

Esta es la impresión que recibe Martí de los cubanos de Cayo Hueso, mentes libres y quiere mostrar al Cayo, dice, mostrarle ante los necios ─ que los había en aquellos tiempos, como ahora mismo también los sufrimos ─ “como prueba de lo que por sí, sin mano ajena y sin tiranía, puede ser y habrá de ser nuestra República”. Sin mano ajena: la libertad, Martí nos lo expresa, es obra de nosotros, sin necesidad de mano ajena que nos sostenga, como se suele hacer con los ciegos, en la búsqueda de la libertad. Por años, la oposición anticastrista se ha confiado en el apoyo que pudiera prestarle los Estados Unidos por la posición hostil que ha mantenido hacia el gobierno castrista; pero Estados Unidos solo responde a sus intereses en cuanto a su seguridad nacional y actúa en consecuencia. Si las condiciones cambian su apoyo se torna frío. Debemos pensar con mente propia, sin muletillas extranjeras; ser capaces de combatir con nuestros propios medios para liberarnos de la tiranía y restablecer la democracia. Es este el mismo reclamo que pronunciara Antonio Maceo en carta que dirigiera también a José María Poyo: “¿A qué intervenciones ni injerencias extrañas, que no necesitamos ni convendrían?”  Demostrar nuestra virilidad cívica para ganarnos el respeto de otros pueblos, ¿acaso Martí no lo había advertido en Nuestra América?: “los pueblos viriles, que se han hecho de sí propios, con la escopeta y la ley, aman, y sólo aman, a los pueblos viriles”.  

Pero la gran obra que ante la historia le toca llevar a nuestra generación tiene que hacerse con la participación de todos, tal y como lo dejara expresado Martí en la carta a Poyo: “la obra política que para el bien de todos se ha de fundar, ha de fundarse con todos”. No más conciliábulos de unos opuestos a los conciliábulos de otros, y así lo expresa el Apóstol: “Y sin recelos y sin exclusiones. Y sin olvido de lo verdadero y de lo justo”. Hay que encontrar el camino correcto, la unidad en la diversidad, sin exclusión de ningún sector, sin intrigas de grupos y, sobre todo, sin envidias y sin recelos. El Exilio ha de jugar su papel, el que le corresponde, primero convencerse de que es la segura retaguardia de la oposición en la isla, sin pretender tomar dominio sobre ningún grupo interno y segundo, dar el ejemplo de madurez política con la voluntad de forjar una alianza estratégica de todos los sectores fundada en lo que de principio se tiene en común. Porque este es el momento: “Es la hora de los hornos, en que no se ha de ver más que la luz”.

El castrismo está en su fase senil, su retórica se ha desgastado y ya el pueblo se muestra apático ante el régimen, pocos creen en los “salvadores” históricos y ya no se avizora un futuro de oportunidades. La apatía creciente se convierte, por acumulación cuantitativa, en hostilidad y la hostilidad concluirá necesariamente en rebelión. Es, ciertamente, la hora de los hornos, cuando se funda en un nuevo crisol todas las ideas, todos los intereses en una nueva identidad.

Es dentro de Cuba donde se deberá dar la gran batalla. Pero para estar en condiciones favorables para librarla, se requiere la elaboración de una estrategia común, unitaria, sin caudillismo, trazada inteligentemente, ejecutada con disciplina y llevada con valor. Y el exilio brindando su apoyo solo a aquellos que estén dispuestos a hacer una resistencia organizada, que se decidan a actuar con inteligencia política, preparando a sus agentes de cambio, yendo al encuentro con la población, elaborando consignas inteligentes y efectivas, consignas que expresen lo que realmente siente el pueblo. Sí, hay que hacer labor de proselitismo directo en los centros de trabajo, penetrando los sindicatos, convirtiendo las asambleas de rendición de cuentas de los delegados en tribuna de debate y de lucha de ideas, captando al estudiantado universitario ya los sectores intelectuales. Es la hora de los hornos.


La reciente visita del Presidente de los Estados Unidos fue recibida con alegría y esperanza por el pueblo cubano. Alguien hablaría lo que el pueblo no podía y quería decir. El miedo se pierde dentro del pueblo y crece dentro del gobierno, que sin lugar a dudas recurrirá a más y más represión y movilizará a sus títeres con el propósito de minimizar el impacto del discurso de Obama dirigido al pueblo. Es la hora de los hornos. Hay que ganarse al pueblo y unirlo en una resistencia masiva de reto a la dictadura. Los pusilánimes, los intransigentes, los que no sean capaces de ver con vista larga, que se aparten. Es la hora de los visionarios, de los que confían en la energía transformadora que está en el seno del pueblo. Es, en fin, la hora de los hornos, en que no se ha de ver más que la luz.

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