Perdidas sus casas por derrumbes, incendios, desastres naturales, actos de corrupción o injusticias, miles de cubanos no tienen nada que ofrecer en el nuevo mercado que se avecina
Víctor Manuel Domínguez
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubant.org) – El 10 de noviembre no fue un día más para los cubanos. Alrededor de medio siglo después de supuestamente tener la ‘propiedad’ de una vivienda que no podían vender o donar, podrán hacerlo tras la puesta en vigor del Decreto-Ley 288.
Aunque muchos se muestran escépticos, otros, a la caza de resolver su situación, y algunos dispuestos a cualquier cosa para obtener ganancias y mejorar, la mayoría considera válida la medida.
Sin embargo, un sector de la población piensa que su situación quedará en un limbo, alejada de los anunciados cambios que acabarán con las restricciones sobre la vivienda: los albergados.
Perdidas sus casas por derrumbes, incendios, desastres naturales, actos de corrupción o injusticias, miles de cubanos no tienen nada que ofrecer en el nuevo mercado que se avecina.
Familias enteras hacinadas en albergues colectivos por más de cinco y hasta veinte años en espera de una vivienda, los albergados se preguntan cómo serán contemplados de ahora en adelante.
Los que habitan un usufructo gratuito en la comunidad de tránsito conocida como Miraflores, Cambute o Comodoro, temen que de legalizarlos en esos sitios alejados de la ciudad, jamás podrán volver a su lugar de procedencia.
“Legalizarnos aquí sería como darnos el tiro de gracia”, dice Ramiro Pérez Álvarez, un maestro jubilado, residente en Miraflores, sitio al que arribó en 1991 tras el derrumbe de su vivienda en Centro Habana.
Rodeado de su esposa, una hija y dos nietos en uno de los 15 cubículos en los que se divide una gran nave rectangular con paredes de mampostería y techo de fibrocemento, Ramiro dice que su estancia en el lugar ha sido como una muerte en vida.
Alejado ─ por la distancia y las dificultades con el transporte ─ de las amistades y los sitios que frecuentaba veinte años atrás, expresó que la esperanza que lo ha sostenido es ver retornar a sus hijos a Centro Habana.
“Pero con estos truenos no hay quien duerma”, dice en alusión al Decreto-Ley 288, que si bien autoriza nuevas regulaciones que considera beneficiosas para el pueblo, a ellos, los albergados, no los menciona.
Los cubículos donde habitan no los pueden vender, pues son del Estado. Para permutar, sólo es posible hacia otro albergue. Y comprar, ni soñarlo, pues en los productos para el aseo y los alimentos se les va todo.
A las cercanías del albergue se accede en los ómnibus ruteros P-12 y P-16. Luego de apearse en 100 y Boyeros, se atraviesa un desolado y boscoso camino que conduce a Miraflores.
Allí no pagan luz, tienen mesetas, pero no cocina. El que no trajo una de gas o una hornilla eléctrica para cocinar, tiene que hacerlo con leña.
Poseen instalaciones sanitarias, aunque no agua. La toman de los carros cisternas asignados, o la acarrean en diversos recipientes de sitios aledaños al centro deportivo de alto rendimiento Cerro Pelado, o de la escuela de medicina Salvador Allende.
“Todos podrán soñar, menos los albergados”, dice Ramiro. Su tejado de vidrio no se contempla en las nuevas leyes.
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