Mario J. Viera.
Siglos de despotismo y décadas de totalitarismo han conformado el espíritu ruso. Antes se trataba del padrecito zar, posteriormente se amó al padrecito Stalin, y se soportó a los sucesivos Primer Secretario hasta que llegó la perestroika y el glásnost y con ellos el fin del imperio soviético.
Se presentó entonces el proceso de transición hacia la democracia; pero como anotara Jorge A. Sanguinetty “la simple desaparición del totalitarismo, sea comunista o de otra índole, no basta para garantizar una transición feliz hacia la democracia”. Y fue incompleta. La masa del pueblo ruso no estaba en capacidad de crear instituciones democráticas, tantos fueron los años de doblar la cerviz con la mentalidad del siervo no le hacía apto para abrazar una democracia plena. Los poderes fueron concentrándose en la figura de un iluminado, y ese iluminado contaba con un apoyo generalizado dentro de la población quien en fin de cuentas era menos déspota que los zares y menos absolutista que los dirigentes del Partido Comunista.
Así hizo su aparición en la escena política rusa Vladimir Putin y las reformas fueron conducidas desde el poder y con un sistema fuertemente presidencial. Antiguos dirigentes comunistas y altos cargos de la KGB se enriquecieron desde sus posiciones de influencias aprovechando los controles que poseían sobre las empresas estatales y la economía.
La carrera política de Putin fue impulsada por Boris Yeltsin al nombrarle Primer Ministro en agosto de 1999. Vladimir Putin un ex oficial de la KGB soviética y más tarde jefe del Servicio Federal de Seguridad de la Federación Rusa (FSB) sucesor de la KGB desde noviembre de 1991 y la reorganización de los servicios de contrainteligencia y espionaje dictada por Yeltsin en abril de 1995. El 31 de diciembre de 1999, Yeltsin le cedió la presidencia. En las elecciones de 2000, Putin, gracias a las simpatías que alcanzara durante la guerra en Chechenia como respuesta a los actos de terrorismo que los chechenos habían ejecutado en Rusia, alcanza la presidencia por el sufragio.
Combatiendo la corrupción por parte de antiguos funcionarios de la URSS que se habían apoderado de grandes valores del Estado de manera ilegal durante el periodo de privatizaciones, Putin estableció un fuerte control sobres los medios de comunicación y el establecimiento de la autocensura periodística. Putin se presenta como el hombre fuerte y ahora como la eminencia gris detrás de la presidencia de Dimitri Medvedev, una simple marioneta de su Primer Ministro. El había encontrado en Medvedev a “un sustituto leal y transitorio” según la opinión del corresponsal de la BBC en Moscú, Steve Rosenberg. Como recoge BBC la opinión de Lilia Shevtsova, del Carnegia Centre en Moscú, “solo el 14% de los rusos cree que Medvedev es el presidente real. La gente le considera el perrito faldero de Putin”.
Putin, la eminencia gris tras Medvedev
Ahora, Putin ha anunciado su intención de volver a la presidencia para los comicios de 2012 y de nombrar como Primer Ministro al actual presidente Medvedev de resultar electo como parece ser que sucederá.
Vladimir Tijomirov, economista del grupo financiero ruso Otkritie, según gazeta.ru., y que cita Antoine Lambroscin para AFP, ha expresado: “La experiencia de los últimos años muestra que Putin y Medvedev llevaron adelante una política coordinada, sin fricciones, sin diferencias de opinión reales en materia socio-económica. Poco importa quién hace qué, el resultado será el mismo”, significando con ello la relativa dependencia de Medvedev de su mentor Vladimir Putin.
Ya en su segunda aspiración presidencial, el 4 de marzo de 2004, Putin había alcanzado el 71 por ciento de los votos. Ahora la respuesta a la anunciada reelección de Putin como presidente en 2012 ha sido recibida sin sobresaltos. ¡Nada que a los rusos, todavía, no les ha entrado en las venas deshacerse del autoritarismo! Como alguien dijera “hoy en día, Rusia aún tiene parte de la cultura política y la estructura social de su pasado soviético”. La democracia más que un sistema político es una cultura.
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