lunes, 13 de noviembre de 2017

Nosotros, hijos de Caín

Mario J. Viera



Cuando llevas dentro de ti el fuego de la rebeldía, y te sientes soberano de ti mismo y no pieza del tablero de los poderes. Cuando no aceptas imposición alguna y te declaras iconoclasta frente a la intolerancia y frente a la opresión y dices No, y te decides a pensar por ti mismo y rompes los moldes del acomodamiento, entonces los poderes te maldecirán y te condenarán y pretenderán colocarte en la marginalidad y serás visto como el hijo maldito, el Caín de la historia que se enfrenta al mustio, al débil y complaciente siervo, esclavo Abel.

Cuando en la plaza de Tiananmén te enfrentas a cuerpo desnudo con los tanques y gritas “¡Ya no más!” sin que te importe caer aplastado bajo sus metálicas orugas; cuando te enfrentas al gobierno que se vende al poder externo y te levantas en Maidán sin temor a las balas y a los asaltos policiales; cuando resistes con valor y estoicismo en la plaza Tahrir o en las calles de Caracas te enfrentas a las tropas represoras solo con tu cuerpo y con piedras; cuando ante la imposición de leyes injustas te decides por la desobediencia civil y rechazas a un gobierno de odio e intolerancia ya estarás marcado, para ti solo quedará la prisión que no mancilla a los justos y el ostracismo o la victoria sobre la mentira. Cuando expresas con energía tu pensamiento sin ataduras y condenas lo vil sin temor a lo que te condena tu osadía, entonces será como el proscrito Caín. Serás como Caín que debía sufrir y morir por la voluntad de un dios terrible; “Perseguido por quebrantar una ley, / Que no entiende y que no cuenta con él” como canta el poema compuesto en 1985 por la banda española de heavy metal Barón Rojo, “Hijos de Caín”.

Como aparecía en una entrada ya borrada de Wikipedia, “Caín rompe con su yugo de servidumbre al rebelarse contra la ley impuesta por el dios que lo oprimía y huye lejos de sus dominios, pero paga con ello un precio, pues se enfrenta a la persecución, la maldición eterna y el sufrimiento, convirtiéndose así en fugitivo proscrito. A medida que su estirpe, los hijos de Caín, crece, ésta se ve obligada a enfrentarse al estigma, el rechazo y la enemistad por parte de los hijos de Abel”, fieles defensores o coaligados del orden y el poder establecido, negación del progreso, negación del futuro, negación de la dignidad. Como se recoge en un blog sobre el grupo Barón Rojo, “se establece así, a modo de metáfora, una dualidad entre quienes se rebelan y luchan contra las injusticias y esquemas de opresión del orden establecido, llegando a considerar su autoridad ilegítima, y quienes se muestran cómodos, o se identifican con él, reproduciendo o defendiendo los valores de la ideología dominante del sistema y rechazando o estigmatizando a quienes lo cuestionan abiertamente o desafían”.

El mito bíblico se transforma por esta metáfora en la contradicción presente entre los sumisos del poder, los auxiliares de los regímenes de fuerza encarnados en la figura de “Abel, mezquino y cobarde, el siervo de su señor” y los rebeldes, los que ponen sus ojos en las alturas, donde vuelan las águilas encarnados en el Caín que rompe “con un gesto su yugo de esclavitud”.  

HIJOS DE CAÍN
(BARÓN ROJO)

La Biblia cuenta una historia que un dios terrible dictó
El drama de dos hermanos, el justo y el traidor.
Abel, mezquino y cobarde, el siervo de su señor,
Caín que no entró en el juego y que se rebeló.
‘Te maldigo’ truena la voz de su juez,
Padre nuestro que nos privó del Edén.

Caín rompió con un gesto su yugo de esclavitud,
Huyó del ojo implacable, llevó su propia cruz.
Perseguido por quebrantar una ley,
Que no entiende y que no cuenta con él.

Sufrirás, morirás, ésta es su voluntad,
Pero aún hay aquí, Hijos de Caín.

La estirpe del fugitivo creció y se multiplicó,
El signo que los margina ya nunca se borró.
Te maldigo, claman los hijos de Abel,
A la diestra de su señor el poder.

Sufrirás, morirás, ésta es su voluntad,
Pero aún hay aquí, Hijos de Caín.

Quizá los hombres seamos a un tiempo Abel y Caín,
Quizá algún día destruya lo oscuro que hay en mí.
El destino no está marcado al nacer,
Yo he elegido ser lo que siempre seré.


¡¡¡Hijo de Caín!!!

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