martes, 5 de enero de 2016

Revolución

Del libro en preparación, "Amigos, Aliados y Enemigos.

Mario J. Viera

Madrugada del primero de enero de 1959. Campamento de Columbia. El general Eulogio Cantillo Porras lee ante la oficialidad reunida allí una orden general. Con voz serena, pero en tono grave, lee:

Ha caído una gran responsabilidad sobre mis hombros y sobre los de ustedes, dignos oficiales, que es la de salvar a la nación y terminar esta guerra fratricida, que ha costado tantas vidas.
El Presidente de la República, no deseando derramar más sangre, ha renunciado; el presidente de la Suprema Corte, doctor Carlos M. Piedra, ha sido designado como Presidente de la República.
El Presidente se ha embarcado. El Jefe del Estado Mayor Mixto, el Jefe de la Marina y el Jefe de la Policía Nacional, también se han embarcado. El Presidente del Senado y el vice-Presidente de la República, como también algunos funcionarios de las fuerzas armadas, han renunciado.
Hemos asumido el mando de las fuerzas armadas y hemos designado al coronel Daniel G. Martínez Mora como jefe de operaciones.

Ahora entregaría el mando del ejército al Coronel Ramón Barquín, liberado de la prisión de Isla de Pinos por orden emitida por el mismo Cantillo. Radio Rebelde emite un Boletín Especial: “Se acaba de anunciar desde el campamento de Columbia que el tirano Batista ha huido. El general Cantillo a nombre del Ejército anunció que ha tomado el mando de la Junta Militar”; y Castro emite orden a Camilo Cienfuegos para avanzar con su columna “sobre la ciudad de La Habana, para rendir y tomar el mando del Campamento Militar Columbia”, y a Guevara le nombra Jefe del Campamento Militar de la Cabaña ordenándole “avanzar con sus fuerzas sobre la ciudad de La Habana, al paso que rinda las fortalezas de Matanzas”.

Así concluía todo un proceso de negociaciones del General Eulogio Cantillo, con el General Francisco “Pancho” Tabernilla Dolz, los altos mandos del Ejército y Batista, que había tenido su inicio algunas semanas antes. La guerra estaba perdida y había que intentar salvar lo que se pudiera de un ejército humillantemente derrotado por una fuerza militar, irregular y sin formación académica en el ejercicio de las armas.

El general Tabernilla, viendo que ya no era posible salvar al gobierno de Batista, había instruido al General Eulogio Cantillo, como jefe de operaciones militares en la provincia de Oriente, para que gestionara una entrevista con Fidel Castro, intentando buscar una solución honrosa al conflicto que ensangrentaba al país. Un sacerdote, el padre Francisco Guzmán Venet actuaría como intermediario entre Cantillo y el jefe insurrecto para concertar la entrevista. La entrevista entre los dos jefes se realizaría el 28 de diciembre en las ruinas del Central Oriente.

Al encuentro con Castro llega Cantillo a bordo de un helicóptero del Ejército. Estaban presentes, el padre Guzmán, el coronel José M. Rego jefe del Cuartel Moncada, Raúl Chibás y un pequeño grupo de militares. Cantillo se presentó a nombre del Ejército y con autorización del General Tabernilla. Castro, entonces le precisó que no tenía que hablar ni a nombre de Tabernilla ni de Batista y le aseguró “que el Ejército (los militares honorables) no tenía por qué cargar con la culpa de los crímenes que cometía la pandilla de los esbirros de confianza de Batista”. Lo que allí, en aquella reunión, se acordó se conoce solo por la versión dada por Castro: el 31 de diciembre, a las tres de la tarde, el general Cantillo haría un llamamiento pidiendo la renuncia del Gobierno; no se permitiría la fuga de Batista y los cuarteles de Oriente debían rendirse al Ejército Rebelde. Además, Cantillo, se dice, se comprometería a no hacer contacto con la Embajada de Estados Unidos y a no dar un golpe de estado. De regreso a La Habana, Cantillo informó a Batista diciéndole que era imposible evitar la ocupación rebelde de Santiago.

Cantillo intentó ganar tiempo. Había jurado de fidelidad al gobierno y hacía todo lo posible para que Batista pudiera salir hacia el exilio y quería, sobre todo, salvar el honor de las fuerzas armadas. Castro le acusó de haber incumplido con el acuerdo de no contactar con la embajada americana, pero no él, sino Tabernilla fue quien se entrevistara con Smith, el embajador. Así lo declaró el teniente coronel Irenaldo García Báez, el 22 de junio de 1959 en el Hotel Jaragua, Republica Dominicana:

Fue Francisco Tabernilla quien se reunió con el embajador de Estados Unidos a quien le habló de la posibilidad de una Junta militar. Cuando el embajador le preguntara si él presidiría la Junta, Tabernilla le dijo que no y alargó la pregunta “qué le parecía el general Cantillo”. El embajador evadió la respuesta y le dijo que “en todo caso consultaría a su gobierno”.

Cantillo sería considerado, como dice, Rafael Rojas, doblemente traidor: “Según Castro y la historiografía castrista, Cantillo traicionó a los rebeldes, a pesar de que aquel acuerdo fue el origen de la valiosa colaboración del coronel José M. Rego Rubido (…) Según Batista y la historiografía batistiana, Cantillo fue también un traidor, a pesar de que tras la renuncia del 31 de diciembre lo dejaron a él como cabeza militar de una junta civilmente presidida por el magistrado Carlos M. Piedra”.

Batista huye; ¿por qué de manera tan intempestiva que toma a todos por sorpresa, tanto a la Embajada americana como al propio Fidel Castro. Carlos Alberto Montaner[1] intenta dar una razonable explicación dell por qué:

(Batista) se vio súbitamente repudiado por el pueblo y “traicionado” por dos de los pilares básicos de su gobierno: los americanos y las Fuerzas Armadas. A su memoria acudieron los acontecimientos de 1933, en los que otro general dictador, Gerardo Machado, caía víctima de los mismos factores: la opinión pública, el Ejército y la embajada de los Estados Unidos. Se vio, como Machado en 1933, incapaz de controlar los factores de poder, y temió ser víctima de la ira popular si se desencadenaban desórdenes callejeros en medio de la anarquía revolucionaria, semejantes a los que habían conmovido al país veinticinco años antes. Víctima de esta pesadilla, sin gloria ni grandeza, el general huyó al amanecer, dejando en total desamparo a miles de hombres comprometidos en la defensa de su innoble causa.

Como quiera que sea, las puertas ya se habían franqueado para dar paso a una nueva revolución, la revolución hecha a imagen y semejanza de las sui generis concepciones ideológicas de Fidel Castro.

Al fin hemos llegado a Santiago”, afirmaría un entusiasta Castro en su primer discurso en público tras el triunfo de la insurrección. Al fin había llegado al poder, y lo hacía el mismo día cuando se cumplieron 60 años de la asunción del general John R. Brooks a la gubernatura de la isla luego de la derrota de España en la Guerra Hispano-americana de 1898. Coincidencias que a veces, como por broma, ofrece la historia.

La Revolución empieza ahora”, afirmó Castro y es así porque ya había llegado al poder, aunque escondido detrás del mascarón de proa de un gobierno provisional fantoche. “Esta vez, por fortuna para Cuba, la Revolución llegará de verdad al poder. No será como en el 95 que vinieron los americanos y se hicieron dueños de esto. Intervinieron a última hora y después ni siquiera dejaron entrar a Calixto García que había peleado durante 30 años, no quisieron que entrara en Santiago de Cuba”. Y proclama: “…el pueblo es el que ha conquistado su libertad y nadie más que el pueblo”. Y le pide al pueblo: “¡Tengan confianza en nosotros!, es lo que le pedimos al pueblo, porque sabemos cumplir con nuestro deber”. Y asegura: “Yo no voy a decir que la Revolución tiene el pueblo, eso ni se dice, eso lo sabe todo el mundo. Yo decía que el pueblo, que antes tenía escopeticas, ya tiene artillería, tanques y fragatas; y tiene muchos técnicos capacitados del Ejército que nos van a ayudar a manejarlas, si fuese necesario”.

Se lanza contra el magistrado Piedra que asumiera la Presidencia al quedar vacante los cargos de Presidente y de vicepresidente, de acuerdo a lo establecido por la Constitución de 1940 y coloca su rechazo al magistrado, que nadie del pueblo tiene idea de quién es, como rechazo popular: “¿Quién quiere al señor Piedra para presidente? Y la multitud que le escucha rompe en abucheos y gritos de “¡Nadie!” Y ya. Se cumple lo que “el pueblo” aprueba por aclamación: “Si nadie quiere al señor Piedra para presidente, ¿cómo se nos va a imponer al señor Piedra para presidente?  Si esa es la orden del pueblo de Santiago de Cuba, que es el sentimiento del pueblo de Cuba entera, tan pronto concluya este acto marcharé con las tropas veteranas de la Sierra Maestra, los tanques y la artillería hacia la capital, para que se cumpla la voluntad del pueblo”. Y Castro aclama al magistrado Manuel Urrutia como Presidente del Gobierno Provisional, cual si fuera una decisión popular, aunque fuera solo la de ese grupo de santiagueros que le vitorea: “Quiero aclarar que, en el día de hoy (…), tomará posesión de la presidencia de la República, el ilustre magistrado, doctor Manuel Urrutia Lleó. ¿Cuenta o no cuenta con el apoyo del pueblo el doctor Urrutia?” Y le responde un grito multitudinario de aprobación. Entonces afirma: “Pero quiere decir, que el presidente de la República, el presidente legal, es el que cuenta con el pueblo, que es el doctor Manuel Urrutia Lleó”.

Las revoluciones no son movimiento de ciudadanos, sino movimiento de masas; y ya Castro, desde el primer día comienza con su trabajo de agitador de masas. Toda revolución en sus etapas iniciales es populista; porque sin el apoyo popular devenido en apoyo de masas o de populacho, fracasan. Y Castro proclama al pueblo como el conductor verdadero de la insurrección y con el pueblo coquetea para ganarse su simpatía, y aún más, si fuera posible, su adoración como el Mesías ansiado. Identidad pueblo-revolución. El mal que se haga contra la revolución se entiende hecho contra todo el pueblo: Dice Castro: “Los ataques contra la Revolución van contra el pueblo, los ataques contra nosotros van contra el pueblo, porque nosotros aquí no representamos otro interés que el interés del pueblo[2].

Las revoluciones comienzan con la toma del poder del partido revolucionario y solo desde el poder se ejecuta la revolución, así ha sido con la Revolución Francesa del jacobinado, así fue durante la mini revolución de la Comuna de París, y así ha sido con la revolución bolchevique de 1917.

Desde ahora en adelante se cumplirían las leyes que rigen un movimiento revolucionario:

En toda revolución rige la Ley de Jano, un rostro mirando al pasado que la justifica, y otro rostro mirando al futuro que la anima, y nunca mirando al presente. Se impone el miedo al retorno del pasado, formándose a posteriori el miedo a la libertad: “en un proceso revolucionario tan hondo como este ─ dirá Castro el 6 de febrero de 1959 ─, no caben términos medios, que un proceso revolucionario como este llega a la meta o el país se hunde en el abismo, que o avanzamos cien años o retrocedemos cien, que una recaída en el pasado sería la peor suerte y la suerte más indigna que pudiera caberle a un pueblo como este”. Y ratifica este concepto el 16 de marzo cuando toma posesión del cargo de Primer Ministro: “¡El fracaso de la Revolución es el abismo, la guerra civil, el mar de sangre y, al fin y al cabo, el regreso de Batista, de Ventura, de Chaviano, de Masferrer, de Carratalá y de toda aquella caterva de criminales!, porque aquí no hay términos medios”. La Revolución promete la libertad; pero las libertades han de ejercerse bajo un condicionamiento: “hacer un uso digno y patriótico de ellas”, según el criterio de Castro, entendiéndose como “patriótico” el apoyo que se dé al partido revolucionario y solo a la revolución.

En toda revolución existe la violencia de la Titanomaquia: las fuerzas revolucionarias reprimen con violencia a las fuerzas antagónicas opuestas a la revolución, la contrarrevolución. A la revolución siempre se opondrá una Vendée.

En toda revolución fatalmente se cumple la Ley de Saturno, cuando comienzan los antagonismos dentro del mismo partido revolucionario: la fuerza hegemónica del partido revolucionario, anula o asesina a la minoría disidente. El fuerte devora al débil. Si, así lo vislumbra el mismo Castro cuando dice en su discurso del 8 de enero de 1959 en el Campamento de Columbia: “Los peores enemigos que en lo adelante pueda tener la Revolución Cubana somos los propios revolucionarios”.

Toda revolución se proclama a sí misma, a su movimiento, ser “fuente de derecho” por la dinámica propia de las transformaciones que implanta. En toda revolución hay combate contra un enemigo objeto ─ aristócrata, oligarca, terrateniente, burguesía, los grandes intereses ─ al que se le identifica como causante de todos los tropiezos y la razón que justifica la violencia revolucionaria. Castro identificara como enemigo objeto al “imperialismo” o a los “ricachones”: “Ustedes saben bien que hay gente que no tiene que trabajar ─ denuncia en Santiago de Cuba en discurso del 30 de noviembre de 1959 ─.  Ustedes saben bien que hay gente que en su vida ha derramado una sola gota de sudor.  Ustedes saben que hay gente que vive muy bien y sin embargo no trabaja, y que, sin embargo, tiene tiempo de sobra para murmurar, para regar “bolas” y para hacer campañas contrarrevolucionarias”. Lucha de clases según la doctrina marxista de interpretación de la historia.

Las revoluciones necesitan de las crisis, reales, imaginarias o auto creadas, para prolongarse en el tiempo. Las crisis justifican los medios.

 Toda revolución cumple con una función sigmoide: inicio, clímax y decadencia. En toda revolución que se pretenda continuar más allá del marco de sus objetivos, prolongarla en el tiempo, se cumple la Ley de Termidor: la revolución deviene entonces en su propia antítesis.

Todos estos factores se irán manifestando en la “Revolución Cubana” con el transcurrir de los años.

Para Silvio Costa[3], las revoluciones “se dan a partir de las modificaciones económicas, sociales, políticas, culturales, que agravan las contradicciones inherentes al propio desarrollo de las sociedades, y cuando una parte significativa de la población entiende que no es posible continuar viviendo bajo el orden económico, social y político existentes, y que es necesaria una transformación”.

Para la llamada Revolución Cubana, ¿se cumplen estos presupuestos?


[1] Carlos Alberto Montaner. Víspera del Final: Fidel Castro y la Revolución Cubana. GLOBUS. 1994.
[2] Fidel Castro: Discurso ante los trabajadores de la Shell 6 de febrero de 1959
[3] Silvio Costa. Comuna de París: Historia y Revolución. Madrid, invierno/2001

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