Camilo Ernesto Olivera Peidro. CUBANET
En 1980, nada presagiaba el fin de la
URSS y el bloque eurocomunista. O para ser más exactos, nada presagiaba ese fin
a la distancia de 9550 kilómetros. Sin embargo, la dirigencia cubana observó
con atención el papel jugado por los soviéticos durante la crisis política
polaca, en 1981, quizás en espera de una espectacular intervención militar, al
estilo de la acaecida en Checoeslovaquia trece años antes.
Todas las evidencias apuntaban a una
invasión de las tropas rusas, con el
manto del Pacto de Varsovia. Sin embargo, Jaruzelsky y su equipo de
gobierno temieron que el remedio fuera peor.
Además, el horno no estaba para pastelitos en el Presídium del Soviet
Supremo. Y los militares rusos continuaban muy ocupados intentando sostener el
andamiaje de sus tropas en Afganistán, jugándose otra carta geopolítica, quizás
una de las últimas, en el ocaso de la Guerra Fría.
A diferencia de Polonia, la crisis de
credibilidad gubernamental en Cuba se
trasmutó, el año anterior, en un éxodo masivo, hábilmente preparado desde los
días de la apertura a los viajes de la comunidad cubana residente en los
Estados Unidos.
Curiosas coincidencias: apertura a los viajes, etapa de meseta y contención
militar en Angola, frente activo de guerra en Etiopia, con presencia de
asesoría soviética, y, desde Cuba, reforzamiento del poderío militar de las
guerrillas en Nicaragua y El Salvador.
La década de los setenta concluyó para
Fidel Castro con el saldo de una revolución satélite triunfante en Nicaragua y
un gobierno complaciente en Angola, que dio la bendición a la permanencia de su
ejército de ocupación.
A los “Comunitarios” les sacaron
“limpiamente” los dólares, mediante la especialmente creada Empresa Cubalse.
Cuando olfatearon que el monolito ideológico se deslizaba hacia la duda en el
inconsciente colectivo de la población, les vino como anillo al dedo la crisis
migratoria del Mariel, como válvula de escape.
Sin embargo, la inestabilidad polaca y
la corrupción avanzada de la “divina”
Unión Soviética, prendieron la luz de alarma. Soltarían un poco la mano en el
tema peliagudo del acceso de la población a los bienes de consumo. Intentarían una
caricatura de libres mercados de productos agroalimentarios, finalmente
desmadejada de un día para otro con la célebre Operación “Pitirre en el alambre”, y crearían una
burbuja caribeña opresiva con el rostro de una supuesta sociedad de bienestar
abrigada por la subvención del CAME.
Para rematar, se lanzaron en una
maniobra de recogida de metales preciosos, en 1987, y aplicaron el típico
método de “cambiar oro por espejitos”. Mientras tanto, la cosa volvía a ponerse
fea en Angola y, por su parte, los padrinos rusos habían comenzado a buscar el modo de salirse
de Afganistán. A esas alturas, a los oficiales soviéticos les resultaban
contraproducentes las aventuras militares extra fronteras, y la de sus
“hermanitos cubanos” en Angola había
pasado de ser una herramienta geopolítica a convertirse en un “premio de
consuelo”, con respecto a su clara derrota en tierra afgana.
Por su lado, los militares cubanos
llevaban tiempo buscándose sus propios
“métodos de financiamiento”, mediante el tráfico de oro, marfil y piedras
preciosas. La alta oficialidad sudó la camisa moviendo miles de dólares en
víveres y cualquier tipo de bienes de consumo, a sabiendas de que el tiempo se
acababa.
Cuando, en 1988, todo concluyó en
Angola, ya estaba en marcha el denominado “Plan Alejandro”, el cual se mantuvo
hasta 1992. Este consistió en un reajuste de las dimensiones del ejército
cubano, e incluía la creación de empresas de capital mixto y la estructuración
de un sistema de autoabastecimiento para el sostenimiento logístico y
operacional de las FAR.
En el verano de 1989 tuvieron lugar
las puestas en escena denominadas “Causa número uno” y “Causa dos”. Parte de la
oficialidad que había trabajado a las órdenes de Arnaldo Ochoa, tanto en
Etiopia como en Angola, fue “desmovilizada” o reubicada en empresas del área civil,
entiéndase el incipiente emporio Gaviota. La desarticulación del Departamento
MC, en el MININT, trajo aparejada la toma por asalto de esa entidad por parte
de la Contrainteligencia Militar (CIM), como herramienta al servicio de los
intereses de los altos oficiales del MINFAR.
La Contrainteligencia Militar
re-estructuró los mandos en los diversos niveles del Ministerio del Interior,
pasando a retiro o a “otras funciones”, a buena parte de la vieja oficialidad
intermedia, formada a la sombra de Ramiro Valdés y José Abrahantes. La casta
burocrático-militar que hoy conforma la
clase ejecutiva, a las órdenes de la vieja e histórica élite dominante en Cuba,
nació a la vera del “Plan Alejandro”, entre 1988 y 1992.
Esta clase ejecutiva ocupa puestos
claves dentro de la estructura de gobierno y es beneficiaria de la corrupción
sistémica que éste propicia. Sus hijos son los probables futuros dueños de la
Isla.
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