Sergio Muñoz Bata
No contento con darle un repaso a su letárgico
oponente, el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, Willard
Mittford Romney, la agarró contra España durante el primer debate presidencial.
Con escalofriante frialdad e indiferente ante las posibles consecuencias que
sus impertinentes siete palabras podrían tener en el futuro financiero
inmediato de España, Romney le clavó una puya inmerecida.
Con justa razón, los españoles han interpretado el
ofensivo comentario de Romney como un acto hostil que podría dañar la imagen de
España en el mundo. “Una buena parte del margen que España tiene para salir de
sus crisis depende de su imagen en el exterior”, ha escrito el corresponsal de El
País en Washington, en su reseña sobre el debate. Para mi, la gratuita
agresión de Romney a España es como tirarle una patada a alguien que está en el
piso después de haber recibido una golpiza.
El golpe bajo de Romney para nada desentona con sus
antecedentes de prepotente, bravucón y pendenciero. Quienes le conocieron de
joven cuentan que en la escuela secundaria a Romney le gustaba dar este tipo de
golpes arteros. En un artículo publicado por el Washington Post, algunos
de sus compañeros relataron como se divertía hostigando a un compañero gay o
como se desternilló de risa después de conducir a un maestro ciego a que se
estrellara contra una puerta cerrada. También contaron que en una ocasión
encabezó a una pandilla de “niños bien” para aterrorizar y rapar a un joven que
tuvo la osadía de teñirse el pelo. “Bromas de adolescente”, dijo Romney entre
carcajadas, cuando en una entrevista le preguntaron si eran ciertas las
acusaciones.
Otra posible explicación del ataque de Romney a España
podría ser que su nivel de tolerancia de hacia las personas y los países que
sufren un descalabro económico es mínimo. A Romney y sus amigos les gusta
fanfarronear sobre su riqueza: aparte de sus miles de millones de dólares,
Romney tiene seis caserones en Estados Unidos y casi el mismo número de
Cadillacs, Mustangs y Dodges. Entre las diversiones de la familia Romney está
practicar el Dressage, con sus caballos pura raza y ver partidos de fútbol
americano desde lujosos palcos en estadios deportivos.
A Romney los pobres no le preocupan, al menos eso fue
lo que le dijo a una periodista de CNN. Tampoco le interesa “ese 47% de los
ciudadanos que”, según dijo en una entrevista hecha pública por la revista Mother
Jones, “van a votar por el Presidente… que dependen del gobierno, que se
creen victimados, que piensan que el gobierno tiene la obligación de cuidar de
ellos, que creen que tienen derecho a que el gobierno pague por el cuidado de
su salud y les dé casa, comida y sustento. A ese 47% que no paga
impuestos…Nunca podré convencerlos de que se hagan responsables de sus actos y
de sus vidas”. Simple y sencillamente, Romney desprecia a la gente que no es
como él y sus amigos.
Otra manera de interpretar el palo a España sería que
Romney se valió de la crisis española para acusar a Obama de pretender
implantar un fallido modelo económico de tipo europeo en Estados Unidos. Para
la derecha estadounidense en Europa no hay diferencias de fondo entre los
distintos países porque en materia económica en todos predomina el “estado de
bienestar”.
Sigo pensando que el peso de los debates es relativo y
que en esta elección será casi nulo. Creo que los campos ya han sido
delimitados y que la inmensa mayoría de los votantes ya decidió por quien va a
votar. Solo espero que voten por el candidato que ha apostado su carrera
política al lado de los 30 millones de personas que podrán contar con un seguro
de salud si logra su reelección, por los millones de jóvenes que serían
amparados por el seguro médico de sus padres y por los enfermos crónicos que no
podrán ser excluidos por las aseguradoras.
Quienes conocemos la historia sabemos que el efecto
negativo de las bajezas de Romney a España apenas si hará mella en una historia
que se mide en centurias. La grandeza de España no se desvanece ante una crisis
económica temporal ni se disminuye por los golpes bajos de un político oportunista.
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