Los
exiliados cubanos tomamos demasiado a pecho quién va a ocupar próximamente la
Casa Blanca. En mi caso, no tanto. Más allá de cifras siempre manipulables,
estados emocionales y promesas inciertas, hay dos cosas que me interesan que
haga quien dirija este país desde la Oficina Oval: la libertad de Cuba y que
Washington extienda una mano real a América Latina con una política de buen
vecino al estilo de la que instituyó Franklin Delano Roosevelt.
Nicolás Pérez Díaz-Argüelles. EL NUEVO HERALD
Debía haber escrito hoy sobre la
muerte de Eloy, siempre me tuvo una consideración especial. Discutimos
enormemente, lo ataqué ácidamente en una de estas columnas, pero hasta poco,
antes de irse para Cuba, me visitaba regularmente en las oficinas de mi
laboratorio. No le critico, como este exilio, que haya tratado de dialogar con
Castro y regresar a Cuba, allí es donde todos como él y yo deberíamos estar.
Solo espero que descanse en paz.
Hoy voy a tratar dos temas. El
primero, no escribo más sobre política norteamericana hasta después de las
elecciones presidenciales y el balance del evento lo voy a hacer pichando al
flojo, por debajo del brazo y con una pelota de trapo. Y es que opinar en este
exilio sobre un tema tan emocional es caminar sin zapatos sobre afilados
vidrios.
En mi último artículo sobre el
sándwich cubano y estas elecciones presidenciales, ni el alfa ni el omega de
esta comunidad quedó satisfecho”. Se disgustaron los de derecha porque les di
duro a los fanáticos del Tea Party, y lo que más me duele, una de las amigas
que más quiero se sintió ofendida cuando hablé metafóricamente (en periodismo
existen licencias poéticas) del mordisco que le dio Ann Romney a un sándwich
cubano en un restaurante de Fort Lauderdale. La izquierda también le dio un
terepe cuando opiné, y hoy reafirmo, que para muchos de los partidarios de
Obama ser capitalista es como algo feo, un estigma, cuando a este país lo ha
hecho grande la libre empresa, que no solo carga en su vientre materno la
libertad individual y la dignidad humana, sino que también las pare con dolor
continuamente.
Sin embargo, a ambos extremos, de todo
corazón, les pido excusas públicamente, no fue mi intención ofender. Solo
ejercía mi derecho a opinar sobre cualquier tema político, algo que me he
ganado, muy modestamente.
¿Me molestó lo que me dijo la derecha?
Sí. ¿Respiro por la herida con las críticas de la izquierda? Naturalmente. Mi
abuelo era un gallego de Verín que amaba el capitalismo, también lo amaba mi
padre, ex presidente de la Asociación Nacional de Destiladores de Cuba, y yo,
tres cuartas lo mismo. He trabajado como un esclavo no por avaricia ni
soberbia, sino respondiendo a un reflejo condicionado de mis genes. Finalmente,
mis hijos mayores, Nick y David, dedican sus vidas a un negocio de vitaminas
naturales que fundé hace 26 años creando decenas de nuevos empleos y ayudando a
incrementar el comercio de Estados Unidos.
No obstante, es preciso aclarar que
tanto mis hijos mayores como mi hijo menor, el doctor Ernesto Pérez Bestard,
que se acaba de graduar de abogado hace un mes, los tres, votarán por Barack
Obama. Asunto de ellos, no mío. Hablo continuamente con los tres de todos los
temas humanos y divinos pero no pretendo dirigir sus vidas.
Segundo tema, los exiliados cubanos
tomamos demasiado a pecho quién va a ocupar próximamente la Casa Blanca. En mi
caso, no tanto. Más allá de cifras siempre manipulables, estados emocionales y
promesas inciertas, hay dos cosas que me interesan que haga quien dirija este
país desde la Oficina Oval: la libertad de Cuba y que Washington extienda una
mano real a América Latina con una política de buen vecino al estilo de la que
instituyó Franklin Delano Roosevelt. Por desgracia, el tema no lo discutieron
ni Obama ni Romney en el último debate.
Y tengo otra opinión controversial:
gane quien gane nada crucial va a pasar. Esa historia de que estas elecciones
van a cambiar el rumbo de Estados Unidos es un cuento de Grimm. Washington
seguirá equivocándose apoyando a millas de distancia guerritas de ocupación en
territorios árabes donde los ciudadanos de esos países no nos pueden ver en
pintura, y proseguirá el derroche de miles de millones de dólares de nuestros
impuestos que irán a parar a los bolsillos de gobernantes corruptos del Medio
Oriente que nos desprecian. ¿La economía? Mejorará, es una tendencia visible,
con Juana o con su hermana, porque este país es único en el mundo.
En cuanto a la isla, si los cubanos no
logramos la libertad por nuestros propios medios y esfuerzos y esperamos que
Obama o Romney nos saquen las castañas del fuego, a echarle guindas al pavo,
porque al castrismo le quedan en el poder 100 años más.
El tema de Cuba solo es útil para los
políticos del patio, algunos bien intencionados, otros que producen
repugnancia, y que no paran de hablar de bloqueos inexistentes, eliminación de
los viajes de exiliados a Cuba y el envío de remesas, porque con esta
estrategia, pretenden conseguir los votos de un segmento de exiliados de Miami,
basados en una dolorosa tragedia que ellos ni sudaron, ni lloraron, ni
sufrieron.
Y sin herir reales o falsas
susceptibilidades, soy un exiliado político y lo seré hasta el último día de mi
vida. La camisa que tengo puesta la compré con mi dinero en Ño que Barato, no
me la regaló ni el actual presidente de Estados Unidos ni el ex gobernador de
Massachusetts, por lo que sobre las próximas elecciones hoy digo lo mismo que
Juana Tripita: ¿y a mí qué?
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