Alejandro Armengol
Eloy Gutiérrez Menoyo no eludió
mencionar el fracaso en su testamento. Lamentable que una vida termine de esa
manera, en la anulación casi total, pero más lamentable aún es que ese sea el
destino de una nación.
“Asumo la responsabilidad de esta
batalla y no me amedrenta el hecho de que algunos puedan calificarla de
fracaso”, escribió Menoyo.
En su caso, el fracaso es por partida
doble. El primero estuvo en el resultado de una lucha violenta y triunfadora,
que si bien puso fin a una dictadura, no sirvió para instaurar la democracia y
traer el desarrollo económico al país. El segundo tiene que ver con una
actividad opositora pacífica, primero en el exilio y luego en la isla, que al
tiempo que desencadenó críticas mordaces y acusaciones injustas en Miami, fue
incapaz de lograr adeptos y desarrollarse en Cuba.
La vida de Menoyo fue un rosario de
resultados adversos y sucesos lastimosos. Si tras el triunfo del 1 de enero de
1959 demostró la incapacidad de derribar al régimen de La Habana con
actividades subversivas y ataques desde el exterior, luego también sirvió de
paradigma de la inutilidad de una oposición demasiado temerosa a destacarse más
allá de alguna declaración de turno, en la cual primordialmente destacaba su
independencia y el rechazo a los extremos. Esto no le resta valor a su
dedicación a la tan manipulada causa cubana, tampoco quita méritos a su
entereza como luchador contra las tiranías de cualquier ideología. Prisionero
político por muchos años. Hombre de izquierdas consecuente en su rebelión en
defensa de la libertad.
Cuando se pueda relatar con distancia
y justicia el proceso de la revolución cubana, de alguna forma será necesario
describir las trayectorias paralelas y entrecruzadas de Fidel Castro y Menoyo.
Quizá un capítulo, es posible que basten algunos párrafos, deberá dedicarse a
caracterizar dos formas de entender la ejecución política y el apego a la lucha
por cambiar un país, donde las ambiciones personales, el protagonismo y la
honestidad o su ausencia se mezclan en una historia de triunfos y fracasos.
En esta recopilación posible, a Menoyo
siempre le tocó la peor parte. Esquemáticamente podría intentarse como un “tema
del traidor y del héroe” en una sala de espejos, donde casi de inmediato Castro
pierde su imagen de héroe y ocupa el puesto de traidor, mientras Menoyo va
saltando de uno a otro polo hasta el final, sin temor al riesgo de la caída.
Negarle a Menoyo esta historia de
cambios es una de las injusticias que con él cometió el exilio. Su regreso a
Cuba la justificación de las peores sospechas. Los años de cárcel, los golpes y
los maltratos dejaron de mencionarse.
Bajo este punto de vista, todo lo hizo
mal el hombre que se anticipó a volver del destierro, por miedo de no llegar a
tiempo. Castro era el guerrillero que había sacado provecho de todas las
oportunidades, Menoyo el despilfarrador de ocasiones. Astucia en el primero,
torpeza en el segundo. Enemigos por todas partes, que superaban sus diferencias
ideológicas en el rechazo a Menoyo, un hombre que había ganado poco y perdido
mucho para ser odiado tan profundamente. El ex guerrillero apareció entonces
como un mal conspirador. Lo peor era que muchas veces parecía conspirar contra
él mismo.
Los últimos años de su vida,
transcurridos en Cuba, parecieron confirmar estos pronósticos. Puede decirse a
su favor que demostró la intransigencia del régimen, pero este es un consuelo
pobre.
El problema con Menoyo en Cuba fue que
nunca llegó a representar oposición alguna, a los efectos de movilizar un
movimiento de disidencia interna en favor del cambio que proclamaba su
organización. No consiguió representar una alternativa con arraigo popular. Fue
una figura con historia y proyección personal, pero sin peso político en la
isla, ni entre los opositores y mucho menos en la población. Por un tiempo
atrajo las cámaras y las libretas de los reporteros, pero no a los ciudadanos.
Durante esos años finales en La
Habana, Menoyo no le hizo el juego a los Castro, simplemente se dedicó a ser un
político con una alternativa que se puede resumir brevemente en la inacción que
tanto condenaba. Por otra parte, no puede decirse que su ejecutoria fuera
inocente o libre de controversia, y lanzó más de una declaración virulenta
contra el resto de la oposición pacífica.
Entonces fue de nuevo el guerrillero
solitario, y sin detenerse a pensar en el tiempo que conspiraba en su contra,
siempre dio la impresión que creía que incluso un pequeño triunfo cambiaría por
completo su historia o la de Cuba, marcadas ambas por más de un desengaño. Al
escribir su testamento, Menoyo enfatizó la caída y ruina de una nación. Su vida
no fue más que el reflejo de esa ilusión perdida. Logró entonces su definición
mejor.
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