Fernando Mires. Blog POLIS
Muchos, quizás demasiados son los textos que
ilustran acerca del populismo. No obstante la mayoría solo se refiere al
fenómeno de ascenso y auge. No conozco estudios relativos al momento del
descenso populista, situación extraña pues desde el punto de vista político el
declive de una forma de dominación, en este caso la populista, es por lo menos
tan relevante como su ascenso.
Lo dicho
adquiere importancia si tomamos en cuenta que en América Latina estamos
presenciando el ocaso de un sistema populista de dominación, me refiero al
chavismo venezolano, el que sin duda será puesto al lado del peronismo como uno
de los modelos populistas más paradigmáticos habidos en el continente.
El chavismo como
"modelo de populismo" ya es, por lo demás, objeto de estudio y
análisis en diversos institutos de Ciencias Políticas. Sobre ese tema han sido escritos
ensayos, ponencias, y ─ he podido comprobar ─ doctorados.
Si el chavismo
vino para quedarse, como dicen sus apologistas, no fue para hacerlo en el poder
sino en los léxicos de politología. Ahí será analizado como un modelo más en
una extensa galería en donde figuran, amén del peronismo, otros tipos de
dominación como el cesarismo, el bonapartismo, el nasserismo, el fascismo, y
muchos más.
No será por
supuesto en estas líneas donde se analizará el fenómeno de descenso del
populismo. Sólo será destacada una de sus características y es la siguiente:
cuando el populismo entra a su fase de declive asoman con nitidez rasgos
delictivos los que siendo consustanciales al fenómeno, se convierten en
dominantes. O dicho en tesis: El gangsterismo político es signo de que el
populismo ha entrado a su fase terminal la que, como ocurre con algunas
enfermedades agónicas, también podría ser duradera.
Nótese que
hablamos de gangsterismo político y no de gangsterismo a secas. A diferencias
del segundo que es una actividad delictiva y organizada destinada a apropiarse
de bienes y dinero por medios coercitivos, el gangsterismo político tiene como
objetivo el ─ valga la redundancia ─ "apoderamiento del poder" por
parte de diferentes bandas (gangs), aunque también mediante la recurrencia a
medios ilícitos. Es precisamente lo que estamos observando en la Venezuela de
Nicolás Maduro, lugar en donde los desacatos a la Constitución de parte del
gobierno ya no son la excepción sino la regla.
Ya no es un
misterio: cuando el gobierno venezolano intenta conseguir un objetivo, viola la
Constitución sin ningún reparo. Controlado a su antojo el poder judicial y el
parlamentario, la ley juega un rol secundario. En ese sentido el gobierno de
Maduro no se diferencia de ninguna dictadura.
El allanamiento
anti-constitucional de la inmunidad parlamentaria al diputado Richard Mardo es
solo un pequeño eslabón en una larga cadena de violaciones a la Constitución.
Como escribió Teodoro Petkoff, Venezuela vive un abierto proceso de
des-constitucionalización.
¿Dónde está la
novedad? ─ dirán algunos ─ ¿No violan la constitución otros gobiernos? Por
supuesto, muchos lo hacen. También en Europa. Los casos de enriquecimiento
ilícito, malversaciones y estafas llevados a cabo por políticos en España,
Grecia e Italia, llenan páginas de periódicos. Berlusconi, sólo para poner un
ejemplo, podría dar clases en materia de corrupción y otras actividades
ilícitas que lo han llevado a la fama. Luego, la diferencia con el gobierno de
Venezuela es otra.
Mientras en los
casos mencionados los políticos violan a la Constitución para obtener algún
provecho extra-político, el gobierno de Venezuela lo hace con el objetivo
explícito de destruir a la oposición. O dicho de otro modo: el gangsterismo de
los políticos europeos persigue objetivos no políticos. El del gobierno
venezolano ─ independientemente a que también ha llevado al enriquecimiento
ilícito de muchos de sus personeros ─ persigue objetivos predominantemente
políticos.
Como se puede
advertir, quien escribe estas líneas está lejos de idealizar a la política.
Pero eso no significa condenarla. La política es actividad humana y por lo
mismo radicalmente imperfecta y en no pocos casos, gangsteril. No solo en
Venezuela, en cualquier lugar del mundo, fracciones políticas (gangs) usan
procedimientos delincuenciales, y si se trata de derribar a un adversario
recurren a medios reñidos con la legalidad. Baste pensar acerca del éxito que
obtuvo en toda Europa la muy política teleserie danesa titulada
"Borgen". Ese formidable filme reveló, mejor que cualquier libro,
como incluso en la súper civilizada Dinamarca, la política suele oler a
podrido.
La política es
lucha por el poder y, como ocurre en el fútbol, sin un árbitro situado por
sobre el juego, ésta volvería a su condición originaria, que no es otra sino la
guerra, cuya fase inferior es la guerra de todos contra todos. Pues bien: En
Venezuela ya no hay ningún árbitro por sobre la política. Esa es la diferencia.
Todos los medios
de lucha están en Venezuela permitidos para el gobierno, y ninguno para la
oposición. Eso quiere decir que bajo Maduro la política ha vuelto a su
condición primaria: a la del imperio de la fuerza bruta. Y no lo digo solamente
por la emboscada hecha a los diputados de la oposición en el parlamento, cuando
fueron salvajemente golpeados por matones del oficialismo, ante la risa
siniestra del jefe: Diosdado Cabello. Las fotos han dado la vuelta al mundo.
Pero esa, en toda su brutalidad, no fue más que leve muestra del gangsterismo
político imperante, o si se prefiere, una de sus tantas consecuencias.
¿Dónde está la
novedad? ─ volverá a preguntar algún lector. ¿No fue ese el estilo de gobierno
que impuso el anterior presidente del cual Maduro no es más que un simple
seguidor?
Hay una
diferencia; y es muy decisiva.
La delictividad
del occiso, aunque existía, no era método principal de gobierno. Por supuesto,
también en su largo periodo fue violada la Constitución, pero ─ es lo que no
ocurre con Maduro ─ todas las violaciones estaban subsumidas a un indiscutible
principio, a uno del que Maduro carece. Es el principio de la legitimidad. O
mejor dicho: el gobierno anterior a Maduro si no procedía de acuerdo a la
legalidad, sí lo hacía de acuerdo a una legitimidad asegurada por una mayoría
electoral que pocos ponían en discusión. He de explicarlo.
Fue el jurista
alemán Carl Schmitt quien reivindicando a Hobbes subrayó la tesis de que no es
la legitimidad la que procede de la legalidad sino la legalidad de la
legitimidad. De ahí que, a diferencias del derecho público, regido por el
principio de la legalidad, el derecho político es, según Schmitt, regido por el
de la legitimidad. Luego, de acuerdo a Schmitt, hay gobiernos legales sin
legitimidad y hay gobiernos legítimos sin legalidad.
Ahora, siguiendo
la tesis de uno de los teóricos simpatizantes del chavismo, el post-peronista y
también "schmittiano" Ernesto Laclau, la razón del populismo ─ elevada
por Laclau a razón de la política ─ al devenir de una articulación de demandas
disímiles en torno a una entidad simbólica (Mussolini, Perón, Chávez) se rige
por el principio de la legitimidad y no por el de legalidad. Se trata,
siguiendo a Schmitt y Laclau, de una legitimidad otorgada por las grandes masas
y no por los textos constitucionales.
En ese sentido
Chávez era fiel a su legitimidad, pues la legitimidad chavista precedía y a la
vez estaba "por sobre" cualquier principio constitucional. Motivo que
explica por qué Chávez era un gobernante esencialmente plebiscitario.
Chávez
necesitaba, en efecto, renovar cada cierto tiempo el contrato legitimatorio
establecido con "su" pueblo, algo que jamás entendió Fidel Castro,
según palabras de Mario Silva. Ahora bien, de acuerdo a Schmitt ─ enemigo a
muerte del parlamentarismo ─ la legitimidad política al poner al líder en
directo contacto con su pueblo, será siempre plebiscitaria. De ahí que las
violaciones a la Constitución realizadas por Chávez eran ilegales, pero a la
vez, desde el punto de vista de la razón populista, eran legítimas.
Dichas
violaciones estaban avaladas por una gran mayoría dispuesta a conceder todo el
poder a una persona, comprobándose una vez más el díctum de que no puede haber
populismo sin líder populista.
El chavismo
"era" Chávez, escribió Teodoro Petkoff. Con ello quería decir, el
chavismo "no es" Maduro. En términos más sofisticados eso significa
que sin una gran mayoría electoral o plebiscitaria no rige ningún principio de
legitimidad.
Maduro es un
presidente que no cuenta con una mayoría electoral aplastante. Más todavía, si
aceptamos los resultados publicados por institutos de investigación política,
ya se encuentra en abierta minoría. Si hubiera mañana elecciones entre Maduro y
Capriles ─ concuerdan todos ─ ganaría Capriles con amplísima mayoría. Luego,
Maduro, no puede, aunque lo quiera, ser un presidente populista. Para eso le
falta mayoría; le falta popularidad; le falta populismo; y por si fuera poco,
le falta eso que no se compra en las farmacias: le falta clase.
Con Maduro ─ es
lo importante ─ ha terminado, y me atrevo a decir, para siempre, no el chavismo
como ideología, pero sí el chavismo como fenómeno populista. El mismo Maduro ha
enterrado al populismo. Por lo mismo Maduro no puede recabar para sí el
principio de legitimidad que monopolizaba Chávez. Esa es también la razón por
la cual sus reiteradas violaciones constitucionales al no estar avaladas por
ningún principio legitimatorio, por ninguna mayoría aplastante, ni siquiera por
masas enfervorizadas, aparecen hoy como lo que son: simples hechos ilegales,
actos delictivos cometidos por las "gangs" políticas que lo secundan.
El populismo
venezolano ya ha entrado ─ como ocurrió con el peronismo en los aciagos días de
Isabel Perón y su ministro López Rega, o como ocurrió en los últimos días
políticos de Fujimori y su ministro Montesinos ─ a su fase delictiva de vida. El
gangsterismo, se comprueba una vez más, es la última fase del populismo.
Para ser más
claro: la ilegitimidad populista de Maduro no proviene sólo del hecho de que
desde su origen su administración ha estado marcada por el signo de la
ilegitimidad. Por cierto, fue ilegítimo su nombramiento por sucesión, pues la sucesión
no figura en ninguna Constitución que no sea monárquica. Fue ilegítimo (e
ilegal) su nombramiento como presidente provisional, pues ese cargo
correspondía ser asumido por el presidente de la Asamblea. Fue por último
ilegítima su negativa a realizar un recuento de la votación del 14 de Abril.
Triple ilegitimidad que arrastra como una pesada piedra colgada a su grueso
cuello.
Pero, además de
una ilegitimidad tanto de origen como de forma, hay otra razón que permite
hablar de gangsterismo político en Venezuela. Me refiero a los medios que usan
tanto el presidente como quienes lo rodean para obtener poder fáctico, aunque
sea en contra de los principios de legitimidad y legalidad a la vez. Nombremos
algunos.
1- El
lenguaje brutal a que es sometida diariamente la oposición. Por cierto,
Chávez también incurría en desproporcionadas descalificaciones en contra de sus
adversarios y muy lejos se está aquí de idealizarlo. Pero Maduro lo ha
superado. Su lenguaje político, a diferencia de el de Chávez, es pobrísimo,
pero a la vez más insultante. Dudo de que exista un presidente en el mundo que
use un lenguaje tan pobre y a la vez tan procaz como el que usa Maduro. Para
Maduro, por ejemplo, todo quien se le opone es fascista. Ese es, por lo demás,
un procedimiento fascista. Infamar al adversario llamándolos rata como hacía
Hitler, malayerba como hacía Pinochet, gusano como hacía Castro, fascista como
hace Maduro, es un medio que busca su eliminación gramática. Y ya lo sabemos:
entre la eliminación gramática y la física, hay un corto paso. Eso es simple
gangsterismo.
2.- El uso de
la mentira sistemática como método de acción política. No deja de llamar la
atención que todas las numerosísimas mentiras elaboradas por Maduro buscan
atraer la atención pública hacia temas que el presidente no se atreve a
enfrentar ante sus propias huestes. Por ejemplo, cada vez que asoma un proyecto
de devaluación monetaria o de regulación financiera, o simplemente de
corrección de los desastres heredados de Chávez y Giordani, Maduro inventa un
magnicidio. Eso es simple gangsterismo.
Confieso que
hasta el autor de estas líneas creyó en un momento que Maduro había heredado el
mal paranoico. Pero no. De lo que se trata, en el mejor sentido “goebbeliano”
del término, es desviar la atención pública hacia un clima de supuesta guerra
de acuerdo al cual fuerzas siniestras, colombianas o norteamericanas, quieren
acabar con la vida del mandatario. Pero la mayoría de los venezolanos ya lo
sabe: cada vez que el presidente ordene una medida impopular, se sentirá
"amenazado de muerte". Eso es simple gangsterismo.
3.- La
coerción y el chantaje. Imagino a Maduro dialogando con sus íntimos: ¿A
quién hay que eliminar políticamente antes que a Capriles? Leopoldo es todavía
popular. Corina se defiende bien. Henri es muy querido en Lara. Empecemos
entonces con Mardo, algo más vulnerable. Llama entonces tú a Luisa (Ortega),
que ella se encargue del trámite, nosotros lo metemos preso, y después, si la
oposición no es muy fuerte, seguimos con los demás. Eso es simple gangsterismo.
4. El uso de
la violencia programada. Cada vez que la oposición salga a las calles,
lancemos a los nuestros a la calle aún a riesgo de que muchos mueran en un
enfrentamiento. Para eso tenemos a los motorizados, a los desesperados de
"La Piedrita", tupamaros, y no por último, a nuestros
"batallones obreros". Después, los caídos, se los endilgamos al
"fascista" Capriles. Eso es jugar con la sangre de los otros. Eso es
simple gangsterismo.
5. El
amedrentamiento. Cada vez que un opositor alce demasiado la voz, díganle:
"Lo vamos a investigar". A sabiendas que aún el mejor entre los
mejores tiene sus legítimos secretos ese "lo vamos a investigar"
cumple una función psico-estratégica. Y bien, si no se amedrenta, lo
investigamos, le incrustamos micrófonos en su residencia y le adjudicamos lo
que se nos venga en gana. Para eso está Luisa. Después lo metemos preso. Eso es
simple gangsterismo
Lo que no saben Maduro y los suyos es que tales
procedimientos están generando en Venezuela una creciente ola de protesta
ciudadana. No saben que la oposición democrática incluirá en las próximas
elecciones municipales ─ además de los justos reclamos sociales ─ el tema de la
defensa de la Constitución y de los derechos ciudadanos. Tampoco saben que en
el curso de la historia ha habido regímenes que han perdido la legitimidad y
han subsistido gracias a la legalidad. O que ha habido regímenes que han
perdido la legalidad pero han subsistido gracias a su legitimidad. Y quizás
tampoco saben que los gobiernos que han perdido la legitimidad y la legalidad a
la vez, están condenados a perecer. Y si lo saben, el momento es muy peligroso
para Venezuela.
Baste decir que
mientras para el chavismo de Chávez las elecciones eran un procedimiento
necesario para la acumulación de poder, para el chavismo de Maduro las
elecciones serán, ya se está viendo, un obstáculo para mantenerse en el poder.
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