Alejandro Tur Valladares. CUBANET
Escena de juicio en la calle. Foto de Alejandro Tur |
Como si de una novela seriada se
tratase, los Juicios Públicos en la ciudad de Cienfuegos acaban de editar lo que
pudiéramos decir su tercera temporada, cuando el pasado 6 de agosto dos
ciudadanos fueron procesados y condenados en uno de estos aquelarres, por haber
apedreado un ómnibus de pasajeros, teniendo como anfiteatro la populosa avenida
Calzada de Dolores.
La práctica de sancionar a presuntos
quebrantadores de la ley fuera del salón
del tribunal no es nueva, se remonta al inicio del gobierno comunista a fínales
de los años cincuenta, cuando elementos vinculados al aparato represivo de la
dictadura batistiana, primero, y opositores políticos emanados de las filas del
Ejército Rebelde o de organizaciones afines al 26 de Julio, después, eran presentados en plazas públicas
para que la masa enardecida les gritase, frenética: “Paredón, Paredón”, sin que
contasen con las más elementales garantías procesales. La verdad que esto poco
importaba y poco importa ahora, pues el cometido principal de estos procesos es
ayudar a instaurar el terror revolucionario sobre determinado sector
poblacional, no el de impartir justicia.
Durante la década de los años 90, la
herramienta represiva fue desenfundada nuevamente, esta vez buscaba acallar el
disenso popular que crecía a raíz del
hambre, los desabastecimientos extremos y los inacabables apagones que
oscurecían la isla de un extremo a otro durante lo que ha sido conocido como
“Periodo Especial”. Decenas de individuos que buscando un desahogo la
emprendieron a pedradas contra vidrieras de comercios, ómnibus de pasajeros o
que simplemente causaron daño a la telefonía pública, fueron expuestos como
animales de feria ante un público ahora menos efusivo y comprometido con el
poder, que se limitó a mirar callado sin atreverse a enunciar su desacuerdo con
la forma en que se ejecutaba el proceso.
El juicio que acaba de concluir se enmarca
en la nueva campaña gubernamental llamada a combatir las indisciplinas
sociales, cuyo tiro de arrancada fue dado tras el discurso de Raúl Castro el
pasado 26 de Julio. Desde entonces, se observa un marcado interés por revivir
viejos métodos de coacción social dirigidos a embalsar las aguas, ya no solo
del legítimo descontento, sobre todo de comportamientos francamente
antisociales que están en alza dada la pérdida de valores que aquejan nuestra
sociedad, y en esta estrategia, los Juicios Públicos, juegan un rol
fundamental según consideran ideólogos
del castrismo.
No trato aquí de justificar
comportamientos malsanos como dañar un ómnibus, a todas luces un bien social,
máxime si quienes lo ejecutan poseen un amplio record delictivo y confiesan
haber actuado motivados por el consumo del alcohol y al calor de una riña. Se
trata de comprender que la justicia debe tener como prioridad la
reeducación social del individuo, en
última instancia, aislarle de la colectividad a la que causa perjuicio, sin que
esto suponga, como carga adicional, el asesinato moral de quien delinque.
En definitiva, si lo pensamos
detenidamente veremos que esta distorsionada forma de impartir justicia supone
algo más que una denigrante modalidad de enjuiciamiento. No se trata tan solo
de que las garantías procesales del incriminado sean endebles, o que la
celebración en plena vía pública ante centenares de transeúntes implique una
pena adicional fuera del marco sancionador que estipulan las leyes, por el
costo moral que infringe al procesado, o que aun antes de ser juzgados, la
presunción de inocencia sea echada al cesto de la basura, pues no conozco
ninguna experiencia similar en que los implicados hayan sido declarados
inocentes; de lo que se trata en realidad es enviar un mensaje que se oiga
claro y fuerte dentro de la sociedad, para que entienda el costo que puede
acarrearle cualquier intento por quebrantar el orden socialista. Este
tratamiento será dado lo mismo al que
delinque por vocación, que quien lo hace por necesidad; al sujeto descontento
que rompe una vidriera o pone un cartel disidente como acto único de desahogo,
que al opositor político que desobedece leyes sistemáticamente por considerar
que violan derechos reconocidos universalmente.
Así lo entiende la población. No por
casualidad uno de los presentes en el lugar me comentó disgustado: “Esto nos lo
hacen a los muertos de hambre. ¿Por qué no hicieron un juicio similar a los
corruptos de Felipe Pérez Roque o Carlos Lage? ¿Por qué cuando un primer
secretario del partido es expulsado de su puesto por robar no se le da igual
tratamiento?”.
Los abogados hicieron su mayor énfasis
tratando de demostrar el carácter “revolucionario” de sus defendidos, en pedir
clemencia pues estaban afiliados a los CDR y pagaban su cotización.
Se contentaron con remitir sus
esfuerzos al intento por ganar el favor de la “magnánima justicia
revolucionaria”. Nada de defensa brillante o de alegatos suspicaces. Todo
siguiendo un guion preestablecido. Los acusados antes de transitar por aquella
avenida para tener su cita con la doncella ciega de la balanza justiciera ya se
sabían condenados.
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