Eduardo Semtei. EL NACIONAL
A lo largo de muchos años, quizás más
de 35, luché infatigablemente para que Venezuela tuviera un gobierno
socialista. Que nos librara de un capitalismo salvaje que arrinconaba al obrero
en sus casas de cartón. Constreñía presupuestariamente a las universidades.
Descuidaba los sistemas de salud y educación. No atendía debidamente el
transporte. Era insensible ante el problema de la seguridad. Tenía unas fuerzas
armadas que se entrenaban siempre el bases norteamericanas o en países
orbitales del imperio. Y sobre todo era esclavo de la corrupción.
En aquellos
tiempos la figura de Eduardo Fernández era lejana. Inaccesible para el común de
los mortales. Despertaba en nosotros la duda por ser arquetipo de la democracia
“burguesa” frente a la democracia “socialista”. Ciertamente nunca fue acusado
de hechos irregulares o de conductas impropias en sus actividades como
político, como jefe del partido Copei menos como parlamentario. Sus más
acérrimos críticos de lo único que lo acusaban era de ser el único venezolano
que había estudiado concienzudamente para ser presidente. Había cubierto todas
las etapas. Pero Eduardo Fernández resulto al final, lo que pregonaba de sí
mismo, un demócrata a carta cabal. Cada milímetro de su actividad pública
siempre se ciñó a los cánones más severos de la conducta cívica, responsable,
pero sobre todo civilizada. En estos últimos años en los cuales he tenido
oportunidad de conversar largamente con Fernández he comprobado
satisfactoriamente que sigue siendo un auténtico parlamentario, amante de la
paz, soldado de la convivencia y casi apóstol del diálogo, mientras que muchos
de mis antiguos compañeros de lucha por el socialismo, hoy no son, sino
piltrafas y caricaturas repudiables de la represión, del manejo inescrupuloso
de la ley, del engorde corruptivo y sobre todo de la mentira y el engaño.
Carajo, la distancia entre Eduardo
Fernández y Pedro Carreño es, por decirlo de alguna manera, sideral. Cuán
degradado esta el Poder Legislativo. Qué vergüenza histórica. Henrique Capriles
lo encontré por primera vez cuando cumplía con mis deberes ciudadanos de pagar
los impuestos sobre inmuebles en Baruta. Era en ese momento alcalde. Creo que
se asombró un poco que yo, un chavista radical y confeso en esos tiempos,
estuviera pagando los impuestos en una alcaldía “enemiga y escuálida”. Más
tarde conversamos de políticas para Caracas cuando yo ejercía la Secretaría
General de Gobierno en la Alcaldía Metropolitana. Nunca me pareció un
troglodita del capitalismo radical. Un agente del imperialismo o un cachorro
del Pentágono. Ahora que he tenido oportunidad de conversar con Henrique sobre
diversos tópicos, que he visto claramente su conducta personal, su obra de
gobierno, por cierto 100% comprometida con la gente humilde, libre de las
tentaciones de perseguir políticamente al contrario, firme en sus convicciones,
valiente al enfrentar la maquinaria policial/judicial del gobierno en condiciones
absolutamente desventajosas, no dudo en reconocer en Capriles, un demócrata
firme. Un gran dirigente. Un futuro estadista. Un buen venezolano. Así que
vayan estos sencillos reconocimientos que al propio tiempo son confesiones
sobre los prejuicios que nos formamos sobre las personas.
Es un simple llamado a la reflexión.
Venezuela atraviesa un momento culturalmente complejo. Un retroceso severo de
la civilidad. Una voltereta trágica hacia el radicalismo estéril. Ahora más que
nunca necesitamos abrir nuestros corazones y ensanchar nuestros horizontes
mentales para entender que la mejor y única salida del atolladero y de esta
pastosa arena movediza es la vía electoral, dentro del marco más amplio de
dialogo y comprensión. El gobierno perpetrará emboscadas. Tendera trampas.
Incitara al odio. Aupara la confrontación. Permanezcamos con la frente en alto,
la mirada en el horizonte y la confianza en la gente. Sin desmayos. Sin miedo.
Venezuela necesita a gritos más personas como Eduardo Samtei, que se atrevan a decir su verdad clara y serena.
ResponderBorrar