Mario J. Viera
La escatología cristiana tiene entre
sus postulados la esperanza del segundo regreso de Cristo a la tierra para
vencer al demonio y establecer un reino milenario de paz, justicia y amor.
Juan, en su primera epístola, creía que en su tiempo estaba cercano el regreso
del Cristo pues veía como indicio de su próxima llegada la cruenta persecución
a la que Roma sometía a los creyentes en el Mesías, y las corrientes que se
oponían al cristianismo y negaban la divinidad de Jesús. Este segundo
advenimiento de Jesucristo, su nueva presencia es la parusía.
Mateo pone en boca de Jesús la
advertencia de que al final de los tiempos aparecerían falsos Cristo y falsos
profetas: “Entonces, si alguien les dice:
“Miren, aquí está el Mesías” o “Allí está”, no lo crean. Pues se levantarán
falsos mesías y falsos profetas y realizarán grandes señales y milagros para
engañar, de ser posible, aun a los elegidos de Dios. Miren, que les he
advertido esto de antemano”. (Mt 24. 23-25).
Aunque aún no estamos ni remotamente
en los albores del fin de los tiempos, ni de las predicciones del Apocalipsis,
ya han aparecido por ahí algunos falsos profetas y no han dejado de presentarse
incluso falsos Cristo. Ya algunos falsos profetas en tiempos recientes han
anunciado el fin del mundo como cosa inmediata y sus profecías han quedado
reducidas al completo ridículo. El mundo no desapareció ni en el 2011 ni en el
2012 y continúa viajando por los confines del Universo llevando a cuesta a la
humanidad que sigue siendo humana con todos sus defectos ─ pecados ─ y todas
sus virtudes.
La parusía y el fin del mundo han sido
tema de grandes debates dentro de los círculos religiosos y teológicos, y
conformado diversas formas de profesar el cristianismo; nunca ha sido tema
dentro del diálogo político; nunca hasta hora con el surgimiento del post
chavismo y la asunción a la presidencia venezolana de Nicolás Maduro.
Maduro está empeñado en crear una
nueva religión de estado; una teocracia de nuevo estilo basada en una definida
blasfemia contraria a la fe cristiana. Ha asumido poses de visionario, de
profeta, de ungido espiritual, de nuevo Saulo de Tarso moldeando la nueva fe.
Jesús el carpintero galileo pasa a segundo plano y se eleva hasta la apoteosis la
figura sacramentada de Hugo Chávez.
Primero tuvo la revelación de ver al
espíritu de Chávez materializado en el cuerpo de un pajarito canoro que le
comunicaba esperanza y fe. Luego ha mantenido un apego tal al caudillo desaparecido
imitándole en su vestimenta, remedándole en sus ademanes y en sus expresiones. Él
es el profeta que habla por el divino, el imperecedero, por la reencarnación de
Jesús de Nazaret, el Cristo de Barinas.
Lleno de misticismo ¿acaso no va a
meditar y a dormir en el Cuartel de la Montaña que por el momento acoge el
cadáver de Hugo Chávez? “Yo a veces vengo
en las noches, y me quedo a dormir aquí. Bastantes veces. Entramos en la noche,
nos quedamos a dormir y reflexionamos”, así lo ha dicho cual si fuera una
María Magdalena que va a la tumba del Maestro esperando ungirle el cuerpo con
aceites y hierbas aromáticas.
Según el iluminado Maduro, Chávez es
la nueva encarnación de Cristo, suma y esencia del Mesías: “Cristo redentor se hizo carne, se hizo
nervio, se hizo verdad en Chávez”. Ni siquiera tales atributos se le
adjudicaron a Francisco, el místico de Asís. Francisco imploraba a Dios que le
hiciera instrumento de su paz, Chávez fue siempre agresivo; Francisco quería
llevar amor donde hubiera odio, Chávez predicaba el odio, el odio hacia sus
opositores, el odio hacia los israelitas aliándose con el gobierno de Irán;
Francisco quería promover la unión donde hubiera discordia, Chávez imponía la
discordia y fomentaba la desunión entre los venezolanos; Francisco quería
llevar la fe allí donde hubiera dudas, Chávez no fue capaz de mantener un
diálogo transparente con los opositores. Francisco clamó al Padre de la Vida
diciendo: “¡Oh, Maestro, haz que yo no
busque tanto ser consolado, sino consolar; ser comprendido, sino comprender;
ser amado, como amar!” Valores todo estos que no se encuentran en el ego y
el narcicismo de Hugo Chávez.
Por estas razones es falso,
demagógico, hipócrita y blasfemo lo que dice Nicolás para ilustrar la
personalidad de Hugo Chávez: “Hugo
Chávez, en el encuentro que tuvo con este mundo, se encontró con los valores de
Cristo y se compenetró con sinceridad de corazón con los valores de nuestro
redentor, el Cristo de los pobres, el Cristo de los humildes, el que vino a
proteger a los que nada han tenido”.
Chávez no es un enviado de los cielos
(el encuentro que tuvo con este mundo);
él no descendió de los cielos (vino a
proteger a los que nada han tenido). Si llegó al poder no fue para proteger
el derecho de los sectores mayoritarios de la sociedad, protegió solo a
aquellos “que nada han tenido” como a su propia familia que se ha enriquecido,
como a todos los enchufados que se han forrado en plata gracias a las bondades
de la revolución chavista y como, finalmente, a toda esa caterva a la que los
venezolanos han denominado boliburgueses.
Doble encarnación de Hugo Chávez.
Cristo y Bolívar. ¡Cuánta falsedad! Chávez jamás libró una batalla como lo
hiciera Bolívar y se acobardó cuando intentó proferir un golpe de estado a un
gobierno constitucional. Chávez no murió gloriosamente como Jesús sino en su
cama de enfermo rodeado de mentirosos ansiosos de poder. Chávez fue ofensivo,
violento, intransigente, cobarde y aliado de las peores causas del mundo; pero
ni siquiera pudo compararse a la bestia del Apocalipsis marcada con el número
666; hasta para eso fue un mediocre, aunque un mediocre encumbrado.
Es patética, es aberrante esa petulancia
de Nicolás Maduro de fundar un culto idolátrico hacia la figura de unos de los
peores presidentes que haya sufrido Venezuela en toda su historia republicana.
Más legítimo y consistente habría sido que Maduro, en lugar de fabricar con
Chávez un becerro de oro se hubiera adherido a la opinión de su mentor
ideológico ─ si en realidad le conociera ─ Karl Marx, diciendo: “La religión es
el opio de los pueblos”; aunque, pensándolo mejor, quizá Maduro no esté en
contra de esa tesis y la aprovecha para hacer del culto idolátrico de Hugo
Chávez el opio que necesita para adormecer la conciencia de los venezolanos.
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