viernes, 9 de agosto de 2013

La parusía chavista


Mario J. Viera

La escatología cristiana tiene entre sus postulados la esperanza del segundo regreso de Cristo a la tierra para vencer al demonio y establecer un reino milenario de paz, justicia y amor. Juan, en su primera epístola, creía que en su tiempo estaba cercano el regreso del Cristo pues veía como indicio de su próxima llegada la cruenta persecución a la que Roma sometía a los creyentes en el Mesías, y las corrientes que se oponían al cristianismo y negaban la divinidad de Jesús. Este segundo advenimiento de Jesucristo, su nueva presencia es la parusía.

Mateo pone en boca de Jesús la advertencia de que al final de los tiempos aparecerían falsos Cristo y falsos profetas: “Entonces, si alguien les dice: “Miren, aquí está el Mesías” o “Allí está”, no lo crean. Pues se levantarán falsos mesías y falsos profetas y realizarán grandes señales y milagros para engañar, de ser posible, aun a los elegidos de Dios. Miren, que les he advertido esto de antemano”. (Mt 24. 23-25).

Aunque aún no estamos ni remotamente en los albores del fin de los tiempos, ni de las predicciones del Apocalipsis, ya han aparecido por ahí algunos falsos profetas y no han dejado de presentarse incluso falsos Cristo. Ya algunos falsos profetas en tiempos recientes han anunciado el fin del mundo como cosa inmediata y sus profecías han quedado reducidas al completo ridículo. El mundo no desapareció ni en el 2011 ni en el 2012 y continúa viajando por los confines del Universo llevando a cuesta a la humanidad que sigue siendo humana con todos sus defectos ─ pecados ─ y todas sus virtudes.

La parusía y el fin del mundo han sido tema de grandes debates dentro de los círculos religiosos y teológicos, y conformado diversas formas de profesar el cristianismo; nunca ha sido tema dentro del diálogo político; nunca hasta hora con el surgimiento del post chavismo y la asunción a la presidencia venezolana de Nicolás Maduro.

Maduro está empeñado en crear una nueva religión de estado; una teocracia de nuevo estilo basada en una definida blasfemia contraria a la fe cristiana. Ha asumido poses de visionario, de profeta, de ungido espiritual, de nuevo Saulo de Tarso moldeando la nueva fe. Jesús el carpintero galileo pasa a segundo plano y se eleva hasta la apoteosis la figura sacramentada de Hugo Chávez.

Primero tuvo la revelación de ver al espíritu de Chávez materializado en el cuerpo de un pajarito canoro que le comunicaba esperanza y fe. Luego ha mantenido un apego tal al caudillo desaparecido imitándole en su vestimenta, remedándole en sus ademanes y en sus expresiones. Él es el profeta que habla por el divino, el imperecedero, por la reencarnación de Jesús de Nazaret, el Cristo de Barinas.

Lleno de misticismo ¿acaso no va a meditar y a dormir en el Cuartel de la Montaña que por el momento acoge el cadáver de Hugo Chávez? “Yo a veces vengo en las noches, y me quedo a dormir aquí. Bastantes veces. Entramos en la noche, nos quedamos a dormir y reflexionamos”, así lo ha dicho cual si fuera una María Magdalena que va a la tumba del Maestro esperando ungirle el cuerpo con aceites y hierbas aromáticas.

Según el iluminado Maduro, Chávez es la nueva encarnación de Cristo, suma y esencia del Mesías: “Cristo redentor se hizo carne, se hizo nervio, se hizo verdad en Chávez”. Ni siquiera tales atributos se le adjudicaron a Francisco, el místico de Asís. Francisco imploraba a Dios que le hiciera instrumento de su paz, Chávez fue siempre agresivo; Francisco quería llevar amor donde hubiera odio, Chávez predicaba el odio, el odio hacia sus opositores, el odio hacia los israelitas aliándose con el gobierno de Irán; Francisco quería promover la unión donde hubiera discordia, Chávez imponía la discordia y fomentaba la desunión entre los venezolanos; Francisco quería llevar la fe allí donde hubiera dudas, Chávez no fue capaz de mantener un diálogo transparente con los opositores. Francisco clamó al Padre de la Vida diciendo: “¡Oh, Maestro, haz que yo no busque tanto ser consolado, sino consolar; ser comprendido, sino comprender; ser amado, como amar!” Valores todo estos que no se encuentran en el ego y el narcicismo de Hugo Chávez.

Por estas razones es falso, demagógico, hipócrita y blasfemo lo que dice Nicolás para ilustrar la personalidad de Hugo Chávez: “Hugo Chávez, en el encuentro que tuvo con este mundo, se encontró con los valores de Cristo y se compenetró con sinceridad de corazón con los valores de nuestro redentor, el Cristo de los pobres, el Cristo de los humildes, el que vino a proteger a los que nada han tenido”.

Chávez no es un enviado de los cielos (el encuentro que tuvo con este mundo); él no descendió de los cielos (vino a proteger a los que nada han tenido). Si llegó al poder no fue para proteger el derecho de los sectores mayoritarios de la sociedad, protegió solo a aquellos “que nada han tenido” como a su propia familia que se ha enriquecido, como a todos los enchufados que se han forrado en plata gracias a las bondades de la revolución chavista y como, finalmente, a toda esa caterva a la que los venezolanos han denominado boliburgueses.

Doble encarnación de Hugo Chávez. Cristo y Bolívar. ¡Cuánta falsedad! Chávez jamás libró una batalla como lo hiciera Bolívar y se acobardó cuando intentó proferir un golpe de estado a un gobierno constitucional. Chávez no murió gloriosamente como Jesús sino en su cama de enfermo rodeado de mentirosos ansiosos de poder. Chávez fue ofensivo, violento, intransigente, cobarde y aliado de las peores causas del mundo; pero ni siquiera pudo compararse a la bestia del Apocalipsis marcada con el número 666; hasta para eso fue un mediocre, aunque un mediocre encumbrado.

Es patética, es aberrante esa petulancia de Nicolás Maduro de fundar un culto idolátrico hacia la figura de unos de los peores presidentes que haya sufrido Venezuela en toda su historia republicana. Más legítimo y consistente habría sido que Maduro, en lugar de fabricar con Chávez un becerro de oro se hubiera adherido a la opinión de su mentor ideológico ─ si en realidad le conociera ─ Karl Marx, diciendo: “La religión es el opio de los pueblos”; aunque, pensándolo mejor, quizá Maduro no esté en contra de esa tesis y la aprovecha para hacer del culto idolátrico de Hugo Chávez el opio que necesita para adormecer la conciencia de los venezolanos.

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