Editorial diario LA PRENSA
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El 26 de julio recién pasado, al mismo
tiempo que Daniel Ortega despotricaba en Cuba contra Estados Unidos, en la
ciudad nicaragüense de Bluefields la embajadora estadounidense Phyllis Powers
entregaba a la Fuerza Naval del Ejército de Nicaragua una donación de equipos
militares valorados en casi siete millones y medio de dólares.
Algunos días después, al llegar a
Nicaragua el subsecretario adjunto de Comercio para Asuntos del Hemisferio
Occidental, del gobierno de Estados Unidos, para reunirse con representantes
del Gobierno y de la empresa privada nicaragüense con quienes habló de
fortalecer todavía más el intercambio comercial entre los dos países, que
mayormente ha favorecido a la parte nicaragüense, Daniel Ortega estaba en
Ecuador participando en una cumbre de gobernantes del Alba y desde allá lanzó
sus habituales improperios contra los supuestos “imperios” de Estados Unidos y
Europa occidental.
Pero estas solo han sido dos muestras
recientes de la contradicción entre el lenguaje agresivo de Daniel Ortega
contra Estados Unidos y la conducta del gobierno de este país hacia Nicaragua.
Sin embargo, la retórica de Ortega no parece perturbar a las autoridades
estadounidenses, que solo de vez en cuando han reaccionado a determinados
hechos del orteguismo — como los fraudes electorales y la turbiedad
presupuestaria — con medidas como la suspensión de la Cuenta Reto del Milenio y
del waiver de la transparencia fiscal en los últimos dos años.
Según opinan algunos diplomáticos y
expertos en las relaciones de Estados Unidos con Nicaragua, esta situación se
explica porque para el gobierno estadounidense lo importante no es lo que
Ortega dice, sino lo que hace. Consideran que mientras el régimen orteguista
colabore en la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo que amenaza a
Estados Unidos, a las autoridades de este país no les importa que Ortega se
siga divirtiendo con sus anacrónicos discursos antiyanqui.
En realidad, Ortega, para satisfacer
públicamente y motivar ideológicamente a sus seguidores ataca con su retórica
agresiva a Estados Unidos y Europa occidental, pero en la práctica no hace nada
que realmente pueda perjudicar los intereses estadounidenses y europeos. Al
menos no lo ha hecho hasta ahora. ¿Además, cómo se podría creer en el discurso
virulento de Ortega contra el capitalismo, si al mismo tiempo permite el
desarrollo capitalista y son él y su familia los más feroces capitalistas y
acumuladores de riqueza que hay en Nicaragua?
Sin embargo, en esta conducta dual de
Daniel Ortega hay también algo de ideología. Para Ortega y sus congéneres del
Alba Estados Unidos es un tigre de papel, como lo calificara Mao Zedong. Para
ellos Estados Unidos es un poder imperial en decadencia y retroceso, que dentro
de pocos años será desplazado por China como la mayor potencia del mundo.
Pero sobre todo Daniel Ortega debe
estar claro de que el modelo económico chino no es socialista ni comunista,
sino capitalista y en la más ordinaria y primitiva de sus versiones. Ortega
sabe muy bien que lo único comunista del modelo chino es el totalitarismo
político, el cual se ajusta perfectamente a su interés de detentar el poder
mientras viva, y de heredarlo a quien él quiera, mientras la familia se sigue
enriqueciendo hasta donde las posibilidades de Nicaragua se lo permitan.
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