Mario
J. Viera.
Aunque
no le considero con la grandiosidad que le confiere el oficialismo en Cuba, a
ratos leo a Luis Sexto, premio nacional José Martí de periodismo que le
confirieran aquellos que del periodismo han hecho un folletín de propaganda y
un manual de acríticas opiniones. Su estilo muchas veces ampuloso; en ocasiones
oscuro, no carece, en general de elegancia y virtud, véase como ejemplo algunos
de sus artículos como Mis
límites, Entre
las sombras, ¿Oficio o profesión?
y Apostillas
ingenuas sobre un manager y un periodista.
Cuando
leo lo que entrelíneas expresa en muchos de sus artículos se me ocurre ver que
hay dos Luis Sexto; el primero, el público, ese que escribe elogios al sistema
castrista; el segundo, el privado, el que se esconde en su intimidad y parece
dudar de lo que asegura ser una de sus creencias: “Entre mis creencias ─ dijo de sí mismo en una ocasión ─ milita la fe en la obra que defienden mi
patria y mi pueblo. Es lo que más conozco”. Valga como ejemplo sus
artículos: Diatriba contra los
lugares comunes, Entre lo audaz y lo pusilánime
o lo por él argumentado en el
Dossier de Espacio Laical Propuestas para una
refundación de la prensa cubana.
Como quiera que sea, de vez en vez leo lo que escribe para el
oficialista Juventud Rebelde, que de rebelde nada tiene y de juventud solo el
nombre. Lo último que he leído de Sexto es su reciente artículo aparecido en el
libelo castrista bajo el título de Vida en lo vivido, un
artículo que por su estilo de redacción, oscuro y críptico para tratar un
asunto corriente me coloca en la duda de si Sexto lo escribió de motu proprio o
si lo hizo por encargo. El tema: lo referido por Raúl Castro en la Primera
Sesión Ordinaria de la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder
Popular, el 7 de julio de 2013, discurso que podría titularse como “Palabras sobre
el orden, la disciplina y la exigencia” dicho desde las perspectivas de un
gobierno que ha sido la causa eficiente de las malas conductas y actitudes
presentes en la sociedad cubana ahora “descubiertas” y denunciadas por el
presidente-general.
Castro,
el pequeño, adelantando una justificación para el fracaso de sus denominadas
“reformas” dirigidas a la actualización del obsoleto régimen político-social
que el azar le hizo dirigir, descarga sobre la población y sobre funcionarios
del aparato burocrático la culpa de ese previsible fracaso. Si los lineamientos
no llegaran a cumplirse será por la mala actitud presente en la sociedad
caracterizada por “el acrecentado
deterioro de valores morales y cívicos, como la honestidad, la decencia, la
vergüenza, el decoro, la honradez y la sensibilidad ante los problemas de los
demás”; porque “una parte de la
sociedad ha pasado a ver normal el robo al Estado”; por la propagación de “las construcciones ilegales, además en
lugares indebidos, la ocupación no autorizada de viviendas, la comercialización
ilícita de bienes y servicios, el incumplimiento de los horarios en los centros
laborales, el hurto y sacrificio ilegal de ganado”. Y conjuntamente a todo
ello la manifestación de conductas, que dijo eran “propias de la marginalidad, como gritar a viva voz en plena calle, el
uso indiscriminado de palabras obscenas
y la chabacanería al hablar…”
Luis
Sexto se identifica con las críticas de Castro. El mal está ─ según esta
concepción ─ en que “falta virtud en
muchos de nosotros”, según afirmación de Sexto; y ya desde el primer
párrafo de su artículo ─ haciendo referencia a las enseñanzas del presbítero
Félix Varela ─ asevera: “No hay patria
sin virtud”. Varela el que de acuerdo con el maestro José de la Luz
Caballero fue el que primero enseñó a pensar a los cubanos es casi un nombre
sin significado para cualquier escolar cubano que haya alcanzado el sexto grado
de la enseñanza primaria que se rige por los patrones ideológicos del
castrismo. ¡Ah, para Sexto no todo está perdido! ¿o está todo perdido? Desde el
principio de su nacionalidad ─ considera ─ el cubano “no ha dado la espalda a la virtud como fundamento de nuestra historia”
y luego se enreda en un guirigay de ideas diciendo: “Tenemos una autoimagen, y en términos utilizados por el poeta Roberto
Manzano, si vivimos en un cuerpo espiritual con cuerpo geográfico de nación, es
porque la patria se mantuvo apegada a la doctrina de sus precursores”.
Agrega
entonces: “Más tarde, Martí (…) reavivó la virtud” a partir de la
cultura “como medio y forma de ser libres
de extraños y de la propia perversión”. Sin transición pasa a afirmar que
el dictadorzuelo “identificó con
exactitud las tablas carcomidas de nuestro piso moral y legal”. Entonces
los cubanos ¿se han mantenido apegados a la doctrina de virtud de sus
precursores o definitivamente algo ha ocurrido para que se haya descompuesto su
“piso moral y legal” y despegado de la virtud histórica? Partamos de que sea
cierto lo que asegura Sexto que “enumerar
nuestros quebrantos desde la jefatura del Estado y del Gobierno, resulta más
elocuente y preciso por abarcador que la percepción individual”, entonces
hay que indagar ¿por qué esos quebrantos? ¿Cuál ha sido la causa que les ha
propiciado? Ni Luis Sexto, ni, por supuesto, Raúl Castro nos dan respuestas a
estos dos cuestionamientos. Simplemente, Sexto se apega “al criterio de que ese reconocimiento ─ el de Raúl Castro ─ sin almíbar compone un acicate para el
optimismo (…) Peor hubiera sido si no
hubiéramos oído la descripción de cuanto enrarece nuestro ambiente social”,
dice conformándose con el rechazo a ciertas “teorías del descoco” que establecen que “las circunstancias materiales justifican la inmoralidad, la
indisciplina, el descomprometimiento”.
Las
circunstancias materiales, las circunstancias sociales e ideológicas, la
carencia de futuro personal, la pobreza generalizada ─ Sexto la considera “tan poco absoluta de Cuba” ─ no
justifican en realidad una actitud indecorosa; la miseria no justifica el
ejercicio de la prostitución, el desempleo no justifica que se robe, es cierto;
pero esas circunstancias son las causas propiciatorias de esas actitudes
negativas, contrarias a la virtud. Sin entrar en lo esencial, en lo que un
periodista tiene que profundizar, investigar, criticar, enjuiciar Luis Sexto
solo se conforma con hacernos una autocrítica, “hemos de hallar ─ aconseja sin ir a la raíz de los males ─ irresponsabilidad y culpabilidad entre
nosotros mismos, como seres conscientes de nuestros actos. Y también en
instituciones donde, en los últimos 20 años, se cobijaron el deshonor, la
indisciplina, la indiferencia, incluso la pusilanimidad. Y dejaron de actuar, y
facilitaron, incluso con la vista gorda cómplice, obras y acciones negativas.
Necesitan, pues, de una autocrítica que rescate y reanime su naturaleza de
veladoras de la armonía y de la limpieza legal y moral”.
¿En
qué mundo vegetaba Sexto? La corrupción en todas las instancias de Cuba bajo el
castrismo no es un fenómeno de los últimos 20 años como él asegura; esa
corrupción ha estado presente casi desde el mismo inicio del poder castrista.
Algo que pierde de vista ─ o no quiere ver ─ Sexto, como las desigualdades
sociales que se han ido pronunciando entre una casta elitista ─ formada por
altos funcionarios gubernamentales, altos oficiales de las fuerzas armadas,
altos funcionarios del Partido Comunista y sus correspondientes familiares más
cercanos, gozando de privilegios y comodidades exclusivas ─ y la población.
Cuando
un gobierno controla, domina todos los poderes del Estado; cuando tiene bajo su
control toda la economía nacional se crea un enorme ejército de burócratas que
se consideran inamovibles y poderosos, el resultado es la corrupción, la venta
de influencias y de beneficios y, como cita Sexto, el deshonor, la indiferencia,
incluso la pusilanimidad.
El
desprecio a la propiedad privada genera el desprecio a toda propiedad incluida
la del Estado. La educación bajo principios ideologizados que exalta la gesta
revolucionaria y a sus personeros, genera la deformación moral y cívica de los
educandos. El desabastecimiento de los bienes esenciales genera el egoísmo y la
falta de solidaridad humana.
“Hemos de insistir en la educación”
afirma Luis Sexto olvidando que las condiciones existenciales son las que
forman o deforman a los ciudadanos. Sin libertad individual no hay educación
que forme ciudadanos. Sin una prensa libre no hay cultura política y cívica.
Esto lo sabe muy bien Luis Sexto. Así en lugar de considerar que “la escuela tendrá que renunciar a impartir
una historia para ser oída, y escenificar y dramatizar la historia para ser
revivida y reasumida” debiera decidirse por el establecimiento de una
sociedad abierta, donde el gobierno no se considere el hacedor de la historia,
donde fluyan libremente las ideas, donde la economía no sea propiedad del
gobierno sino ejercicio de la actividad privada, donde exista plena libertad de
opinión y de expresión de las ideas. Entonces, cuando esto sea conseguido, Luis
Sexto no me verá como enemigo suyo por pensar contrario a como piensa él, y yo
pueda extenderle la mano amistosamente sin importar que él sea marxista y yo no
crea en las falacias de Karl Marx.
Entonces,
nosotros, el pueblo, no feneceremos en lo vivido y sí, podremos tener vida en
lo vivido.
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