Rubén
Luengas. Blog ENTRE NOTICIAS
Se asume como mandato divino que el periodista debe ser “imparcial,
objetivo, balanceado y equilibrado” como requisitos indispensables para ser un
auténtico profesional de la información. Respondo que para balancearse
están muy bien los columpios y balancines de los parques o los trapecios en las
carpas de circo.
Resulta que los periodistas no somos trapecistas ni el periodismo es
un espectáculo para exhibirse guardando el equilibrio sobre una cuerda floja,
quedar bien con todos y obtener el aplauso unánime del público. “Pero es que el periodista debe contar
siempre los dos lados de la historia”, reza el credo de los fieles devotos
de la “objetividad y el balance informativos”, y aquí pregunto: ¿Será entonces
que como periodistas estaríamos obligados, por ejemplo, a tomar el punto de
vista de Hitler y los nazis para equilibrar o balancear el punto de vista de
los judíos y otras víctimas no judías del nazismo durante la II Guerra Mundial?
De hecho, la mayoría de las historias no son simétricamente antagónicas o
reducidas a sólo dos lados y esa óptica de simplificación geométrica no es
aplicable a la tarea periodística para reflejar los hechos diversos y complejos
de la realidad que tienen mucho más lados que un dodecaedro.
Para el aclamado periodista estadounidense y ganador del Premio
Pulitzer, Chris Hedges, considerado una de las voces
morales más grandes del periodismo actual en Estados Unidos, “el credo de la objetividad y del balance,
formulado al inicio del siglo XIX por los dueños de los periódicos para obtener
mayores ganancias de sus anunciantes, desarma, mutila y paraliza a la prensa”.
Hedges dice que convirtieron ese credo en vehículo conveniente y muy lucrativo
para evitar la confrontación con verdades amargas y no causar así molestias a
las estructuras de poder de las que dependen organizaciones de noticias para
obtener sus dividendos, transformando a los reporteros en mirones que
destierran de su actividad la pasión, la empatía y la búsqueda de la justicia.
“A los reporteros en este credo se les
permite ver pero no sentir ni hablar con voz propia”, dice este egresado de
la Universidad de Harvard, con décadas de experiencia reportando en zonas de
conflicto en Centroamérica, el Medio Oriente, África y Los Balcanes.
Cuando me invitan a dar charlas en diferentes universidades del sur de
California, hablo siempre en contra del “credo de la objetividad y del balance”
diciendo que no se puede balancear la verdad con la mentira y que las reglas de
la pretendida objetividad, tal como teóricamente se enseñan en universidades y
escuelas de periodismo, favorecen en la práctica que lo publicado sea muchas
veces la versión oficial de los hechos. Es decir, la versión del poder que a
través de medios usados como púlpitos, termina imponiendo lo que es “falso o
verdadero”.
Según sus intereses porque, bajo el ropaje de los conceptos de
objetividad y de balance aceptados sin cuestionamiento como actos de fe, suele
ocultarse desde qué perspectiva social e histórica y desde qué intereses
particulares se escribe lo que se escribe y se publica lo que se publica,
propiciando que dentro de ese marco se embista contra toda versión, aunque
verdadera, que no se ajuste al culto dogmático de una falsa objetividad
diseñada y administrada por el poder para imponer un consenso de “opinión” útil
para sí mismo, enviando esas otras versiones, sin pasar por el purgatorio,
derechito al infierno de la paranoia o al desprestigio de las llamadas “teorías
de la conspiración” para que ahí se chamusquen.
La esencia del periodismo es para mí la búsqueda de la verdad y ésta
no suele estar sentada en una esquina esperando el arribo del reportero para
que se tope con ella y la recoja tal como fue encontrada: casta, pura,
inmaculada y trasladada luego sin contaminantes subjetivos ni intereses
mediáticos; “profesional, objetiva y equilibradamente” a lectores, públicos o
audiencias.
El gran periodista polaco Ryszard Kapuscinski escribió que “para ejercer el
periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas no
pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar
comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus
dificultades, sus tragedias”. Una buena persona, entonces, que ejerce el
periodismo podrá mantener su mirada subjetiva pero honesta para describir lo
que ve desde su lugar específico y contar desde ahí lo que sinceramente ve, ya
sea éste literalmente un lugar físico o un lugar social o económico en el que
esté inmerso.
Me pregunto, por ejemplo, si alguien cree que fue honesta, sincera,
profesional, objetiva o balanceada la cobertura de los grandes medios sobre las
guerras en Irak y Afganistán. Afirmo que ni siquiera hubo cobertura alguna y,
en su lugar, lo que hubo fue propaganda para que las opiniones dejaran de ser
opiniones y se convirtieran en la sacrosanta “opinión pública” gracias a lo que
el sobrino de Sigmund Freud, Edward Bernays, pionero en el uso de la técnica de
la manipulación colectiva llamó “la ingeniería del consenso”.
Quienes detentan el poder político y económico se sienten muy cómodos
con los periodistas que presumen de ser neutrales y objetivos. Habitamos un
mundo en el que no se puede ser neutral, en el que se confunde muchas veces
neutralidad con hipocresía e indiferencia. ¿Cómo ser neutral entre la verdad y
la mentira, entre el odio y el amor, entre construir y destruir? ¿Cómo ser
neutral ante tanta impunidad, tanta injusticia, tanta marranada cometida por el
hombre contra el hombre? ¿Cómo ser neutral ante los niños asesinados en Irak y
Afganistán? ¿Cómo ser neutral ante tantos demonios disfrazados de humanos que
andan sueltos causando pena, dolor y sufrimientos inconmensurables a tantos
seres humanos en este mundo de indignos e indignados? No me pidan neutralidad
por favor, me declaro totalmente parcial hacia la búsqueda de la verdad y de
todo aquello que nos devuelva o nos reintegre a un sentido más humano de la
vida.
Sostengo que los teólogos de la presunta objetividad, el equilibrio o
el balance como requisitos para consagrar a un reportero en los altares
sagrados del “profesionalismo informativo”, han logrado con éxito que muchos
“periodistas”, inconscientemente nostálgicos de cuando eran mecidos de bebés
con el chupón en la boca dentro de sus cunas, arrullen hoy con sus noticias,
entrevistas, crónicas y reportajes a una sociedad que lo que necesita
urgentemente es despertar, porque periodismo que no incomoda no es periodismo,
periodismo que arrulla y adormece en lugar de alertar y despertar, no es
periodismo y porque en tanto seres humanos es requisito indispensable estar
despiertos para realizar los sueños, pues si miramos bien al mundo, con
sinceridad y honestidad , lo que millones en él están viviendo y muchos con
indiferencia viendo, es el rostro corrupto y perverso de una pesadilla.
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