En esa Asamblea Nacional donde predominan el odio, la intemperancia, la
violencia, la arbitrariedad, se está haciendo trizas la política, se está
destruyendo el último espacio que queda de la muy malograda democracia.
Liliana Fasciani. EL UNIVERSAL
La Asamblea Nacional venezolana es
ahora cualquier cosa, menos un Parlamento. Allí no se celebran sesiones, sino
ejecuciones a priori; no se desarrollan debates, sino peleas callejeras; no se
legisla, sino que se insulta y ofende con adjetivos soeces, sin el mínimo
respeto entre los propios diputados, muchísimo menos hacia los ciudadanos.
Observar los gestos violentos y
escuchar los gritos destemplados de esa gente que, además de violar impunemente
la Constitución, se comporta y habla como si estuviese en un burdel, lo que da
es asco. Ningún venezolano decente puede sentirse representado por individuos
de tan baja calaña, sin educación, sin modales, sin respeto y sin vergüenza.
Tampoco por quienes se limitan a levantar un cartelito y guardan silencio para
no rebajarse.
Lo que ocurre en ese sitio es culpa
nuestra, enteramente nuestra, de cada uno de los electores que votamos por
quienes hoy ocupan esas butacas, y me refiero a todos los diputados, a los del
oficialismo y a los de la oposición. Nosotros los llevamos hasta allí, porque
suponíamos que serían dignos representantes de nuestros derechos y que
ejercerían cabalmente sus funciones. Es obvio que nos equivocamos.
En estas condiciones, no hay
posibilidad alguna de diálogo, de discusión racional, de análisis serio, de
debate político. No hay manera de lograr un consenso en medio de una refriega
tan caldeada y salvaje, en la que se pierden los papeles, se vuelan los tapones
y estalla la iracundia. En esa Asamblea Nacional donde predominan el odio, la
intemperancia, la violencia, la arbitrariedad, se está haciendo trizas la
política, se está destruyendo el último espacio que queda de la muy malograda
democracia.
Hemos perdido las instituciones, hemos
perdido todas las garantías de nuestro derecho al voto, hemos perdido nuestro
derecho a la seguridad jurídica, hemos perdido nuestro derecho a manifestar
libremente, y cada día perdemos los pocos pedazos que restan de otros derechos
y libertades que son constantemente vulnerados.
Los acontecimientos en la Asamblea
Nacional no son simples episodios pasajeros protagonizados por unos cuantos
impresentables. Cuanto sucede allí es mucho más importante que una sentencia
del Tribunal Supremo de Justicia, o que una decisión del Ejecutivo, porque lo
que se hace y se dice dentro del hemiciclo, es también responsabilidad nuestra.
Ya en el extremo de lo imperdonable,
nos toca a nosotros decidir si aceptamos un burdel por Asamblea, o si por fin
la adecentamos..., o si cerramos la puerta y tiramos la llave al Guaire.
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