Fernando Ochoa
Antich. EL UNIVERSAL
La costosa campaña de propaganda
desarrollada, de manera abusiva, por el gobierno nacional que busca transformar
la imagen de Hugo Chávez en un mito, ha llegado al extremo de querer comparar
su trayectoria militar y política con la vida gloriosa de Simón Bolívar. Este
hecho es inaceptable y debería ser rechazado por todos los venezolanos. La vida
del Libertador, con aciertos y errores, fue sometida al juicio inapelable de la
historia. Ha tenido, como todo grande hombre, admiradores y detractores, pero
con el pasar de los años su figura ha ocupado un sitial fundamental en la
historia del mundo. Fue el gran estratega de la independencia americana y uno de sus más esclarecidos ideólogos.
Piensen en el Manifiesto de Cartagena, la Campaña Admirable, la Carta de Jamaica,
el Paso de los Andes, el discurso de Angostura, la creación de la Gran Colombia
y la Campaña del Sur...
Tratar de crear, por intereses
políticos, un culto a la personalidad de un líder, cuya obra no ha recibido aún
el juicio de la historia, es absolutamente criticable y más aún si su figura es actualmente rechazada por la
mitad de los venezolanos. En este artículo demostraré que ese esfuerzo
terminará en un absoluto fracaso: un mito con pies de barro. La verdad puede
ser alterada a través de la propaganda, pero llega un momento en que los
hechos, testarudos como son, se imponen de manera irresistible. Transformar La
Planicie, un edificio lleno de historia, en el Cuartel de la Montaña para
rendirle culto a Hugo Chávez es un absurdo. La verdad es que allí se rindió sin
combatir. Tenía bajo su mando un batallón de paracaidistas. Si hubiera atacado
Miraflores, posiblemente hubiese triunfado la insurrección militar. Dejar
combatir a sus subalternos, sin el apoyo necesario, no puede justificarse
éticamente.
Una de las líneas de acción de la
campaña de propaganda es crear la falsa imagen de que Hugo Chávez es el nuevo libertador de Venezuela. En ese
esfuerzo se falsifica descaradamente la historia. Nuestra Patria es independiente
desde 1811. A partir de 1830, hubo buenos y malos presidentes. En algunas oportunidades, no fueron capaces
de defender nuestro territorio en complejas negociaciones jurídicas o tuvieron
que ceder a la fuerza, como en el caso de la Guayana Esequiba. En particular,
los presidentes democráticos defendieron nuestro territorio con gran
patriotismo e idoneidad. La firma del
Acuerdo de Ginebra y el retiro de la corbeta Caldas del golfo de Venezuela son
excelentes ejemplos. Al mismo tiempo, mantuvieron una política nacionalista en
el manejo de nuestros recursos naturales que condujo a la creación de la OPEP y
a la nacionalización del hierro y del petróleo. Esa es la verdad.
Hugo Chávez, nunca defendió, con
verdadero sentido de responsabilidad, los intereses vitales de Venezuela, ni
tampoco tuvo una visión de lo que realmente requería. No dejó una obra escrita,
como lo hizo Bolívar. Veamos algunos ejemplos de su acción de gobierno para que
podamos percibir el verdadero juicio que la historia hará de su figura. De
manera inexplicable prefirió conservar su influencia en el Caribe que oponerse,
como había sido nuestra tradicional política, a las concesiones que Guyana
entregó a distintas empresas internacionales para explotar recursos naturales
en la Zona en Reclamación. Nunca Venezuela había permitido que otro país
tuviera un control sobre un conjunto de actividades vitales como lo ha teniendo
Cuba desde hace varios años. Tampoco es fácil de explicar la presencia, sin
ningún control, de unidades armadas pertenecientes a los grupos guerrilleros
colombianos en la zona fronteriza.
Los venezolanos ya han empezado a
percibir el desastre de su gobierno. Es
imposible crear un mito de grandeza ante realidades tan amargas como las que
enfrenta nuestro pueblo: la ruptura del estado de Derecho, el entreguismo a
Cuba, la devaluación de la moneda, la escasez de divisas, el endeudamiento
nacional, la destrucción de Pdvsa, la corrupción, la inseguridad personal y
jurídica, la politización del poder judicial, la ideologización de la Fuerza
Armada, la falta de mantenimiento de nuestra infraestructura, la tragedia de
las cárceles, el colapso de los hospitales, y pare usted de contar. Toda esta
realidad es muy grave, pero hay una en particular que no puede justificarse: la
siembra permanente de odios y resentimientos. No tuvo límites morales en su
ambición personal: no le importó traicionar, asesinar, corromper para
alcanzar el poder. Así lo recordará
nuestro pueblo. Ese será el juicio inapelable de la historia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario