Luis Cino Álvarez. Blog CIRCULO CINICO
Hace unos meses, el candidato
republicano Mitt Romney, de visita en Miami y en plan de hacerse el duro
respecto a Cuba y Venezuela, cometió la
pifia ─ no sé si porque se lo contó
Sarah Palin o porque como de costumbre, no sabía bien de qué coño hablaba ─ de
decir que Hugo Chávez había plagiado “de una Cuba libre” la consigna “¡Patria o
muerte, venceremos!”
Se imaginarán como reaccionaron los
exiliados que oyeron el disparate de atribuir a “una Cuba libre” la puñetera
consiga, que fue pronunciada por primera vez por Fidel Castro en 1960, durante
el sepelio de las víctimas de la explosión de La Coubre, un barco belga cargado
de armamentos para el régimen cubano, que no se sabe bien si fue volado por la
CIA o si lo volaron por carambola los rebeldes argelinos, que confundieron el
destino de las armas y pensaron que iban destinadas al ejército francés.
El caso es que el ¡patria o muerte!
fue sustituido ─ en los días en que con el derrumbe del imperio soviético, el
color rojo se borraba de los mapas ─ por otra consigna más tremebunda todavía:
¡socialismo o muerte!
Resultaba escalofriante, además de una
redundancia, condicionar la vida de una nación a la supervivencia de una ideología
que de todos modos mata ─ y al final muere ─ de tanta miseria,
frustración y desesperanza.
En lo personal, ambas consignas con la
muerte al final siempre me evocaron aquella
canción – tan tenebrosa y picúa como el castrismo ─ del viejo enterrador
de la comarca abrazado al rígido esqueleto de su amada.
Afortunadamente, luego de la sucesión, las dos consignas ya casi no se escuchan. Y
es un alivio, porque le ronca que nos machuquen a toda hora, tan gozadores de
la vida como somos los cubanos, con frasecitas que tienen la muerte como única
alternativa. ¡Dígame usted si la inmolación es por el enfermizo apego al poder
de una elite intolerante y egoísta!
La reiteración durante demasiado
tiempo de los himnos guerreros y las consignas terminadas en muerte han provocado profundos daños sicológicos en los
cubanos. Sólo eso puede explicar lo frecuentes que se han hecho, luego del
martirologio de Orlando Zapata, las huelgas de hambre entre
los opositores al régimen.
Lo digo una vez más: me parecen actos
desesperados, absurdos, una barbaridad,
que en el mejor de los casos, dejarán secuelas irreversibles en la
salud. En el caso de los presos, totalmente desamparados frente a una
maquinaria monstruosa que los tritura, la huelga de hambre puede ser un recurso
extremo para hacerse escuchar por los cancerberos. Pero un opositor, aun en la precaria libertad
que permite la vigilancia y el acoso de Seguridad del Estado, tiene muchas más
opciones para hacerse sentir.
Alguien dijo una vez que lo más importante en el triunfo de las ideas no
es morir por ellas, sino haber logrado sobrevivirlas.
Los cubanos hemos acuñado frases como
“primero muertos que desprestigiados”.
La honra nos es muy cara y la mantenemos a toda costa, pero agotamos
todos los recursos antes de morir por ella.
El suicidio no es una vocación nacional, por mucho que haya aumentado en
los últimos años el número de paisanos desesperados que se quitan la vida.
Con tanto recurrir a las huelgas de
hambre puede que se banalicen y llegue un momento en que el mundo, cínico como se ha vuelto, se resigne a
aceptar que la muerte de disidentes
cubanos es algo tan “natural” como los
muertes por las inundaciones en Bangla Desh o por el hambre y las enfermedades
en el África Sub-Sahariana.
Y eso, al final, será conveniente para
el régimen. Es proverbial su intransigencia ante las huelgas de hambre. Cuando
hacen algún caso a los huelguistas es solo para intentar doblegarlos y
desacreditarlos. Entonces, ¿para qué insistir en las barbaridades? ¿La genética castrista logrará finalmente transformarnos en
kamikazes?
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