Fernando Mires. Blog POLIS
Tarde o temprano tenía que suceder.
Los acontecimientos iniciados en la mal llamada Primavera Árabe, el genocidio
que lleva a cabo en Siria Bashar el-Asad, y las tensiones que tienen lugar
entre suníes y chiís en el espacio islámico, tenían que hacerse presente en el
Líbano, hermoso país en donde desde los tiempos en que fue escrita La Biblia,
tienden a concentrarse todos los odios y amores de la región.
El Líbano, crisol de religiones,
culturas y cedros cuyo aroma de inciensos penetra en ciudades como Bcharre de
la cual se dice que no hay nada más bello en el mundo, o Ihden a la que llaman
─ por algo será ─ “la novia de las noches”, es otra vez sangriento testimonio
de matanzas entre quienes hasta el día de ayer compartían amistosamente en las
múltiples y tranquilas casas de té de Beirut o Trípoli.
La guerra ha comenzado. ¿Entre
quienes? Pregunta difícil de responder. Por el momento entre libaneses quienes,
como ya es tradicional, actuarán en representación de diversos intereses
situados más allá de Líbano.
Para entender el problema hay que
partir de una premisa. En Líbano hay dos conflictos que se inter-determinan.
Uno es la presencia directa de Siria cuyos militares consideran Líbano como una
prolongación geográfica de su país. A esa presencia se oponen numerosos
sectores de la población libanesa. Es
por eso que para esta última, la oposición en contra del gobierno libanés,
aliado de Siria, adquiere la forma de una lucha de liberación nacional. Pero el
tema es más complicado debido a otro conflicto: el religioso.
Copartícipe del gobierno es Hezbollah,
partido nacional, populista y militar dirigido por miembros de la confesión
islámica chií, razón por la cual es considerado ─ y lo es ─ como una punta de
lanza de la teocracia persa en territorio libanés.
Ahora, si hoy Hezbollah defiende
intereses sirios ocurre porque el-Asad (de confesión alawí) es apoyado por la
teocracia de Irán (y desde más lejos por la Rusia de Putin). Más, y para
complicar el problema, la confesión mayoritaria en Siria es suní, razón que
explica por qué la rebelión siria es apoyada desde Arabia Saudita.
Sin embargo la del Líbano no es una
“clásica” confrontación religiosa pues en contra de la presencia siria
confluyen suníes y cristianos (maronitas). A la vez hay cristianos y suníes que
apoyan al gobierno y a Hezbollah. De tal modo que para simplificar podríamos
decir que la variable fundamental por el momento es la presencia de Siria en
Líbano.
Así se explica por qué el detonante
del conflicto (¿o guerra civil?) fue el asesinato perpetrado en un barrio
cristiano, mediante un coche-bomba, en la persona del general y líder
anti-sirio Wissan El Hasam (Octubre del 2012) quien continuaba la línea
política del también asesinado ex ministro Rafik Harin (Febrero del 2005). De
este modo el movimiento nacionalista libanés no se equivoca cuando sindica como
culpable del asesinato al jefe de la seguridad Alí Mammuk: “la mano larga del
tirano el-Asad” en el Líbano.
La guerra civil en el Líbano ha
adquirido la forma “natural” de las guerras libanesas: lucha de barrios. Así se
explican las matanzas cometidas por el ejército en el barrio Tarik el Yadid,
mayoritariamente habitado por suníes, mientras el barrio chií, Barbún, se
constituye como bastión militar y político del Hezbollah.
Lamentablemente para los libaneses el
conflicto no termina ni comienza en Líbano. Mas bien los libaneses serán usados
como carne de cañón en el marco de una lucha por la hegemonía regional.
En el fondo, para la gran mayoría de los gobiernos árabes,
revolucionarios o no, se trata de romper la alianza Siria-Irán, apoyados ambos
desde Rusia. Para los gobiernos suníes es fundamental en ese sentido derrocar
la tiranía de el-Asad mediante la combinación de una sublevación nacional y de
un cerco militar internacional. Arabia Saudita y Katar ya están actuando de
modo indirecto, prestando ayuda a la sublevación siria. Turquía actúa de modo
directo pues su presidente Erdogan teme, y con buenas razones, el regreso de la
hegemonía rusa en la región. Y si se toma en cuenta que Turquía es miembro
activo de la NATO, el escalamiento del conflicto ya está programado.
EE UU por su cuenta, no tendrá mucho
que elegir. Es cierto que enemigos jurados de los EE UU pululan en filas
suníes. Incluso Al Quaida es predominantemente suní. Pero el enemigo principal
de los EE UU en la región es, en estos momentos, Irán, más por su alianza con
Rusia que por su potencial atómico.
Para Israel el conflicto es más
complejo. Por una parte, su enemigo directo es Irán y por supuesto el gobierno
israelí estará muy interesado en que las tropas pro-iraníes de Hezbollah sean
derrotadas en Líbano. De ahí que, quiera o no, Israel se verá obligado a apoyar
a algunos gobiernos suníes, sobre todo al de Egipto, si es que ese país entra
directamente en litigio. Mas, por otro lado, el segundo enemigo directo de
Israel es el Hamas palestino, y el Hamas es principalmente suní. En cualquier
caso, si ocurriera un acercamiento entre Israel y Hamas no sería la primera
vez. Recordemos que en un pasado no muy lejano Israel contrajo alianzas con el
Hamas para combatir al PLO de Yaser Arafat apoyado militarmente por la ex URSS.
Para enredar todavía más, recordemos que Arafat era cristiano.
En caso de que el conflicto siga
escalando, estaremos sin duda no frente a una guerra mundial, pero sí frente a
una guerra de connotaciones mundiales en la cual como siempre las grandes
potencias estrenarán sus nuevas armas. Los libaneses, como ya es tradición,
pondrán los muertos. Así sucedió una vez en la España de la Guerra Civil. Así
sucedió también en Vietnam.
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