Hubo
un ratón que se creyó león. Hubo un Cascanueces que se creyó Napoleón. Hubo un
pobre diablo que se creyó genial. Hubo un sanguinario que se creyó redentor.
Hubo
un guerrillero de pocas luces que se creyó Aníbal y se fue a las montañas
queriendo matar canallas con su cañón de futuro.
Hubo
un predicador de odio, del odio como fría máquina de matar.
Hubo
un mortal triste que tembló ante el fusil asesino y dejó de ser león, ya no
sería Napoleón, ya carecía de genialidad, y ahora trataba solo de ser redentor
de sí mismo, y librarse de la muerte porque vivo, pensaba, podría ser más útil.
Y
murió, fue asesinado para convertirse en figura de mercadeo y ser solo un
pedestal para curiosidad de los turistas.
No
vale la pena mencionar su nombre.
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