Fernando Mires. Blog POLIS
En su viaje a América llamó la
atención de Alexis de Tocqueville el interés de los ciudadanos por participar
en elecciones locales, interés mantenido a lo largo de la historia. A
diferencia de los países europeos, sobre todo Francia, advirtió el sagaz viajero
que los norteamericanos daban más importancia a la política del lugar donde
vivían que a la de la nación. La de los norteamericanos era, efectivamente, una
política de la polis. Las distancias se han ido, por supuesto, acortando.
Las elecciones nacionales apasionan
hoy a los norteamericanos tanto como las locales, sean comunales, regionales o
federales. A su vez, en varios países de Europa, el interés por las regiones es
cada vez más grande y suele suceder que los resultados obtenidos por los
partidos en elecciones locales no corresponden con los que en la misma región
obtienen en las nacionales.
No ocurre lo mismo en países
latinoamericanos donde las elecciones locales son puestas casi siempre al
servicio de las nacionales.
Quizás como resultado del centralismo
geográfico heredado de la colonización española, o del pasado oligárquico y
militar que siempre tendió al centralismo, lo cierto es que en la mayoría de
nuestros países prima una política sin polis, es decir, una política
para-estatal. Sólo así se explica por qué hasta las elecciones más locales
están orientadas en función del objetivo central: la ocupación del Estado.
Ahora bien, ese es el punto que une a dos países política y culturalmente tan
diferentes como Chile y Venezuela. Pero no siempre fue así.
Chile es uno de los países más centralizados
de América Latina lo que se observa en su economía, en su cultura, y por
cierto, en su política. Venezuela es (o fue) uno de los más descentralizados.
La autonomía administrativa ejercida a través de las gobernaciones fue allí una
conquista de las luchas democráticas en contra de dictaduras que intentaron
imponer un centralismo de carácter militar. Hasta que apareció Hugo Chávez.
Desde que gobierna Chávez la oposición
ha venido realizando un notable esfuerzo para evitar que las gobernaciones sean
secuestradas por el Estado. De ahí que las elecciones del 16.12.2012 estarán
marcadas, como otras, por la lucha entre el poder regional y el poder central.
El hecho de que Chávez haya designado a dedo a candidatos desvinculados de las
regiones (los “paracaidistas”) pero vinculados a su persona, obedece
precisamente al objetivo de subordinar el poder de las gobernaciones ─ incluyendo
las de los chavistas ─ al Estado.
Luego, las municipales de Octubre en
Chile giraron, así como las regionales que tendrán lugar en Venezuela en
Diciembre girarán alrededor de la lucha por el poder del Estado. ¿Fue esa
desvinculación con la polis una de las razones del triunfo del abstencionismo
en Chile? ¿Será esa también una de las razones por la cual muchos piensan que
en las regionales de Venezuela ocurrirá un aumento del abstencionismo con
respecto a las elecciones presidenciales? Veamos:
En Chile el abstencionismo ganó por mayoría
absoluta (cerca de un 60%). La Concertación y sus satélites ocuparon el segundo
lugar (43,21% de la votación). El gran perdedor fue la Alianza (37,57%). No
obstante no se puede decir que el abstencionismo lastimó más a la Alianza que a
la Concertación pese a que esta última celebra el resultado como un triunfo. Y
en algún modo lo fue.
La Concertación ganó en comunas
emblemáticas (Cerrillos, Providencia, Recoleta, La Reina, Concepción, Ñuñoa y
Santiago) y ahora se encuentra en buen pie para afrontar las presidenciales. No
obstante, el fantasma de la abstención seguirá penando. La razón es la
siguiente: Los chilenos saben que muchos “eligieron no votar” no por desidia
sino como protesta en contra de toda la clase política. Protesta en contra de
la utilización de las comunas como escalones estatales. Protesta en contra de
la ausencia de proyectos y de ideas. Protesta en contra de la conversión de la
actividad política en un simple medio para el reparto de cuotas de poder. La
gran abstención ha demostrado, en fin, que la que está viviendo Chile no es una
crisis política sino algo mucho más grave: una crisis de la política.
Una crisis de la política vive también
Venezuela, aunque de modo diferente. Mientras en Chile las municipales fueron
un ensayo para las presidenciales, en Venezuela las regionales son esperadas,
después del triunfo de Chávez en las presidenciales, como la gran oportunidad
del gobierno para estatizar a las gobernaciones. Para nadie es un misterio que
en nombre del estado-comunal el chavismo intentará apoderarse del poder
total.
Los observadores venezolanos esperan,
al igual que lo que ocurrió en Chile, un aumento considerable de la abstención.
Mas, esa abstención ─ y los chavistas lo saben ─ perjudicará más a la oposición
que al gobierno. Este último, además del clásico ventajismo electoral, contará
con un aliado adicional: el infinito cretinismo de los abstencionistas
opositores. Eso significa que la oposición deberá luchar en contra de dos
enemigos: uno interno y otro externo. Sólo si derrota al primero podrá enfrentar
con ciertas opciones al segundo.
En Chile por su lado, la oposición
espera derrotar al abstencionismo y superar la crisis general mediante el
regreso de la gran dama de la política chilena.
“Este es el triunfo de Michelle
Bachelet”, dijo Carolina Tohá, flamante
vencedora por Santiago De este modo la
izquierda chilena ─ o lo que por ella se entienda ─ se apresta a convertir a un
gobierno que de por sí ya era centralizado, fuerte y autoritario, en un “poder
personalizado”.
El personalismo puede en algunas
ocasiones facilitar la gobernancia. Pero ni en sus formas patriarcales, como
ocurre en Venezuela, ni en sus formas
matriarcales, como probablemente ocurrirá en Chile, puede ser bueno para
la democracia.
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