Opinión.
Diario HOY
Hay expectativa mundial por los resultados de
las elecciones presidenciales en Venezuela. Por primera vez tras casi 14 años
en el poder, el coronel Hugo Chávez no tiene el triunfo en el bolsillo y se
enfrenta a un contendor, Henrique Capriles, con opción de desplazar de la
Presidencia al líder de la revolución bolivariana. Esta posibilidad es tanto
más significativa cuanto las condiciones de participación electoral han sido en
extremo desiguales: el presidente cuenta a su favor con toda la maquinaria de un
poder concentrador que gira en torno a él mismo y dispone de una abultada
chequera alimentada por la riqueza petrolera, que ha hecho posible, en medio de
despilfarros, los positivos programas de atención social, con las llamadas
misiones.
La mayoría de las encuestas de
intención del voto, cuando aún era posible su difusión, daba una ventaja a
Chávez sobre Capriles, pero relativamente reducida y con una tendencia a que se
acorten las distancias. Y se mantenía un margen de indecisos de 12%. Este
grupo, conocido como los "ninis" ─ porque no se inclinan ni por uno
ni por otro ─ pesará de forma determinante con su voto hoy para definir al
triunfador.
Un cambio en la sucesión presidencial
representaría un fortísimo remezón interno y también externo. Capriles debería
enfrentar una consolidada estructura del poder al servicio de Chávez y la
revolución bolivariana, empezando por una cúpula militar incondicional al líder
en el poder. En lo externo, Cuba y los países de la Alba perderían sus
sustentos, al igual que las alianzas dictadas por el discurso
antiestadounidense, como la que se mantiene con el presidente de Irán. Si se
produce otra victoria del actual presidente, no será tan apabullante como las
anteriores, de tal modo que su manejo político no podrá dar las espaldas a una
oposición consolidada en torno a Capriles.
La continuidad de un liderazgo
populista y autocrático o una alternativa de renovación democrática se juega
hoy en Venezuela.
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